TEATRO


INDICE:
"El amor es un pájaro rebelde, también la vida", un acto.
"A la deriva", comedia casi negra en un acto y un epílogo.
"Por amor, a veces por amor", un acto.
"Lazos familiares", un acto.
"Réveillon", un acto.
"Una familia laboriosa", un acto.
"Otro día hablaré de mí", un acto.
"Tres infortunios morales"
                           "La educación de los padres" o "La herencia de la virtud", un acto,
                           "La educación conyugal" o "El amor triunfante", un acto,
                           "La educación de los hijos" o "El amor filial", un acto,
                           "Epílogo".           
"Suplicó de esta suerte", melodrama en un acto.
"Ventanas", collage, un acto.
"Té para dos", entremés.
"Canción final", un acto.
"Amor con amor se paga"


“EL AMOR ES UN PÁJARO REBELDE, TAMBIÉN LA VIDA”

Un acto.
Personajes:
El,
Ella,
El hombre de traje.

(Escena. Sector de una plaza. El y ella ocupan el mismo banco.)

EL-Es extraño, vengo casi todos los días, desde hace quince años por lo menos.
ELLA-Efectivamente, es muy raro. ¿Será que no miramos a nuestro alrededor?
EL-No, no es por eso, estoy seguro.
ELLA-Tiene usted suerte. Yo nunca estoy segura de nada. Yo también hace quince años que vengo a este sitio.
EL-Toda la vida me he sentado debajo del ombú, tanto en invierno como en verano. Desde las nueve hasta el mediodía.
ELLA-Igual que yo, salvo los días de lluvia. Entonces no vengo, me quedo en mi casa.
EL-Naturalmente. A mí me pasa lo mismo.
ELLA-Para sentarme en el banco de la pendiente tengo necesariamente que pasar por el banco cercano al ombú. Es raro, pero nunca lo he visto, insisto.
EL-Con respeto, pregunto. ¿No será que usted es un poco distraída, esto es, que se distrae?
ELLA-Sueño más bien. Y le pido que evite la ligereza en sus apreciaciones. También se lo pido con respeto, claro.
EL-¿Sueña?
ELLA-Sí. Es como si soñara en voz alta. Valga la metáfora.
EL-Bien. Ha utilizado usted una metáfora valiosa. A pesar de que éste no es tiempo de metáforas.
ELLA-Gracias. Es usted amable.
EL-Mi nombre es Santiago.
ELLA-Y el mío Clara.
EL-Permítame darle la mano.
ELLA-Está bien, sellemos esta conversación con una formalidad.
EL-Y agradezcamos que, el azar, ha hecho que mi banco próximo al ombú estuviera hoy ocupado.
ELLA-Es cierto. Y hoy le permito estar en el mío. Qué gracioso.
EL-Entonces, estrechémonos las manos.
ELLA-Muy bien, mucho gusto, Santiago.

(Se dan la mano. Pausa.)

EL-Luis Santiago, en realidad. Pero prefiero usar mi segundo nombre.
ELLA-Cuénteme algo, Luisito.
EL-Santiago, dije Santiago.
ELLA-Es lo mismo. Los nombres se cambian, van y vienen. Yo, sin ir más lejos, antes me llamaba Solange.
EL-¿Solange, cómo es eso?
ELLA-Cuando era lírica, cantante lírica.
EL-Qué bien. ¿Y qué pasó?
ELLA-Eso se acabó, una noche, durante la “Habanera”.
EL-Seguro que cantaba lindo.
ELLA-Sí, sí. Pero hubo un inconveniente y sucedió algo parecido al fracaso.
EL-El público a veces se equivoca. Estoy seguro, Solange.
ELLA-Bueno, cambiemos de tema.

(Pausa)

Mire, mire hacia el cielo. Hacia allí. ¿Lo ve usted? No sé si es un pájaro o un avión. Espero que no estén a punto de estrellarse.
EL-No sé. No veo bien de lejos. Además, el día se está nublando. Creo que sería mejor irnos. La tormenta, sabe.  ¿Caminamos?
ELLA-Muy bien. Yo debo cruzar la avenida.
EL-Yo no, voy en sentido contrario. Pero podemos andar juntos hasta la entrada. ¿Vamos?

 (Salen. Del lateral opuesto entra un hombre. Trae una valija.  Viste de traje, sin corbata. Se lo ve desaliñado. Deja la valija en  el suelo. Saca un papel de su bolsillo y lo consulta. Mira la hora. Busca en derredor. Luego toma la valija y sale.  Del lateral contrario entran él y ella.  El hombre trae un diario que hojea mientras habla. Han pasado algunos años).                                                       

ELLA-Bueno, mis padres deben estar contentos, allá arriba, en el cielo. Finalmente me casé. Grande, pero me casé.
EL-Esta noche pienso pasar por el club.
ELLA-De la felicidad de mis padres... estoy segura. En cuanto a Stella, mi hermanita, no sé si se habrá enterado. Sería una lástima que no lo supiera. Ella siempre ha velado por mí más que yo misma.
EL-Veremos el partido en pantalla gigante. Si es que no se corta la luz, claro.
ELLA-Viviendo en España, tan lejos, no sé si llegan las noticias.
EL-Calculo que terminará cerca de la medianoche. Así que no me esperes.
ELLA-Está lindo el parque. Creo que ha mejorado. Sobre todo porque no hay niños dando  vueltas y metiendo ruido.
EL-Seguro que como algo con los muchachos. Un churrasquito, o algo así. Con una ensalada o una porción de papas fritas.
ELLA-Fijate, en los canteros han plantado flores. No sé si me estás escuchando.
EL-Claro que sí, hablaste del tiempo.
ELLA-No, entendiste mal. Dije que, por suerte los chicos no pisan los canteros y que por eso hay flores.
EL-Eso, bien dicho, es cierto. Hablaste de los chicos y del tiempo que hace que no veníamos.
ELLA-Desde que nos casamos.
EL-No, antes, desde el compromiso.
ELLA-Cierto, hace ya casi cinco años. Cómo pasa el tiempo.
EL-Y, sí. Pasa y no se queda. También el partido pasa rápido. Ni bien empieza, ya termina.
ELLA-Siempre recuerdo que tu hermana, ya fallecida, vino a nuestra fiesta con las manos vacías, sin regalo de casamiento.
EL-Mi hermana era pobre. Todos la estafaron.
ELLA-Eso no justifica la descortesía.
EL-No lo sé. Tu hermana, que es rica y vive en España nos mandó una cafetera automática que se descompuso al poco tiempo. Para mí que era de segunda.
ELLA-No importa. Stella fue amable. Y no regala cosas usadas. Ahora, volvamos a lo nuestro. ¿Qué te gustaría comer hoy? Tengo albóndigas en el freezer.
EL-Te dije que voy a cenar en el club. Con los amigos. Un churrasquito con ensalada.
ELLA-O con papas fritas, dijiste.  En fin, otra noche sola.
EL-Además,  hace ya tres días que comemos albóndigas.
ELLA-Son sanas. Compro carne sin grasa.

(Pausa)

Un momento. Mirá. ¿Qué es eso, un helicóptero o un cóndor llegado de los Andes y que atraviesa el cielo de la ciudad?
EL-No veo nada. Más bien creo que se trata de una nube.
ELLA-Las nubes no vuelan. Se desplazan.
EL-Es lo mismo. Volvamos. Me quiero dar una ducha.
ELLA-¿Otra más? Bueno, no tiene importancia. Vamos.

 (Salen. Entra el hombre de traje. Deposita la valija en el suelo, mira la hora con desconcierto, consulta el papel que saca de su bolsillo y más desconcertado aún, sale. Del otro lateral entra la pareja. El tiempo ha pasado. El hombre se ayuda ahora con un bastón.)

EL-No te apures tanto, vida mía. Acordate de mis piernas. Ya no responden como antes, cuando era joven. 
ELLA-Hace rato de eso. Por otra parte nadie me corre, ya lo sé, mi pichoncito. Deberías dejar ese bastón. No te hace bien.
EL-Es fácil hablar. Es fácil decirlo. Es fácil hacerse el distraído. Yo sé lo que se sufre.
ELLA-La plaza está llena de hojas. Debe ser por el otoño.
EL-Y sí. Es lo que corresponde, después del verano.
ELLA-Hoy tampoco hay chicos. Mejor.
EL-Nunca te gustaron.
ELLA-No es así. Son las hojas secas las que me molestan. Aunque los chicos gritan y piden cosas. Eso también me molesta. En eso las hojas secas llevan ventaja. No hablan, no piden, esperan hasta desparecer.
EL-Los hijos, los hijos. No quisiste tenerlos.
ELLA-Claro que no,  no tenía la edad apropiada y resultaba peligroso.  Y no me quejo. Reflexiono solamente. Pienso que cada cosa debe ser hecha a su debido tiempo.
EL-Y en su justo lugar.
ELLA-Efectivamente.
EL-Pero no se trata de eso. Volvamos a nuestro tema. Creo que, aparte de los gritos y de sus pedidos, los niños nunca te gustaron. Está en tu naturaleza, es así. Hay cosas que no te importan. Sucedió lo mismo que cuando me caí. Nunca creíste que fue en las escaleras del cine, en la oscuridad. Te mostraste fastidiada.
ELLA-Bueno, no fui yo quien se cayó. Fuiste vos y no fue por mi culpa. Esa manía de ir al cine ¿A quién se le ocurre? Además, tampoco fui yo la culpable de no haber tenido hijos.
EL-¿Qué significa eso?
ELLA-Que los hombres, algunos, son estériles. Y no fecundan. Y luego las culpas la tienen las mujeres, sus mujeres.
EL-No es así. Yo hubiera querido. Me jubilé y tuve todo el tiempo para hacer chicos.
ELLA-Basta de hablar de niños, por favor. Y no te quejes. Tenés una buena jaula llena de canarios. Obtuviste varios premios por ellos. Y la filatelia, además, que también te dio satisfacciones y triunfos. Por último, ya no hay tiempo para estas cosas.
EL-Si lo hay. Si uno quiere y tiene una buena predisposición y voluntad se puede. Y ni hablar del amor al prójimo.
ELLA-A veces, se habla por hablar. Vos mismo lo dijiste. Se dice cualquier cosa porque no cuesta nada hacerlo, es gratis.
EL-La medicina, ahora, ha avanzado tanto que hace milagros.
ELLA-No, a los sesenta y seis años no voy a arruinar mi figura.
EL-¿Cuántos años dijiste?

(Ella se pone de pie y mira hacia el cielo.)

ELLA- Pero, fijate, allá en el cielo, arriba. ¿Qué es eso qué vuela? Parece un paracaidista o quizás una paloma a punto de sucumbir.
EL-Yo no veo nada. Y apurate, creo que va a llover.
ELLA-Sí, claro. En esta ciudad siempre llueve.  Y otra vez sin paraguas.
EL-Te lo olvidaste. Qué cabeza la tuya.
ELLA-Y vos también. Eso que la distraída soy yo. Vamos.

(Salen. Entra el hombre de traje, cargando otra vez con la valija. Se sienta en una de las valijas y se seca la frente. Luego consulta la hora y busca el papel en uno de sus bolsillos. Mira atentamente a su alrededor. Preocupado, se levanta, recoge los bultos y sale. Por el otro extremo, entran él y ella, en sillas de ruedas.)

ELLA-No hay que apurarse. Vinimos a pasear.
EL-Creo que,  a veces, tenés razón, como en este caso. El día está hermoso y se nos ofrece para disfrutarlo.
ELLA-Bien dicho. A veces hablás bien. Quiero agua.
EL-A mi me gustaría una copa de vino. Tinto.
ELLA-Siempre el mismo. Vino a las nueve de la mañana. Da para pensar.
EL-Claro, te gustaría decir que tu marido es un borracho. Un bebedor empedernido.
ELLA-Mejor no hablemos. Yo tengo la culpa. Como siempre.
EL-Está bien, lo mejor para la sed es el agua fresca. Nada de vino. Menos a estas horas. ¿Oíste Clarita?
ELLA-La próxima vez me traeré una botella de un litro y medio y una bolsa de hielo. Aquí no se puede comprar agua.  
EL-Es que aquí no la venden.
ELLA-¿Eso qué importa? No me interrumpas. Ellos, los vendedores ambulantes,  se distraen y guardan las botellas quién sabe dónde. Claro que no les gusta vender agua. Solo gaseosas. Las prefieren porque ganan más.
EL-Y panchos y choripanes. Qué ricos.
ELLA-Cuando se sufre del estómago y caminar es tan complicado no se puede estar pensando en comida todo el tiempo. Pondré mi silla de frente, de espaldas al sol.

(Acciona la silla).

EL-Cuando era chico, en las comidas mi mamá me daba vino con soda. Eran otros tiempos, otras épocas.
ELLA-Es la sexta vez, durante esta mañana, que te oigo hablar de esa manera y de ese tema. Ya en casa sacaste a relucir a tu madre, mi suegra a quien no conocí. Yo, en cambio soy discreta. Y podría no serlo. Porque si se trata de grandes, de personas importantes, de personalidades, yo era una de ésas.
EL-Salvo el gallo ese,  en la “Habanera”. ¡Kikirikiiii!
ELLA-Sos insoportable, Luis Santiago, siempre lo fuiste. Ahora que estás un poco más mayor, empeoraste. En fin, el divorcio es un trámite enojoso. Y aburrido. Lo he pensado, lo consulté y siempre llego a la misma conclusión: “Clarita acepta tu destino. El Señor te premiará.” Eso es lo que me repito a diario. Y lo que me consuela.
EL-El Señor de allá arriba nos ha olvidado. Todo mal. Hasta la tele está descompuesta.
ELLA-En cambio,  señor de la otra cuadra vendrá a repararla, ya lo dijo.

(Pausa larga).

 Luisito, fijate,  mirá para arriba. Dios mío ¿Qué es eso, una tropilla de elefantes negros que vienen hacia nosotros? ¿Qué haremos?

(Pausa corta).

 No, ahora que miro más detenidamente creo, más bien,  que es un gran torrente de lava hirviente venida del infierno. Viste, eso por hablar mal del Señor. Parece un meteorito enfurecido, o dos. Una pareja. Vayámonos antes de que todo eso se nos venga encima.
EL-Vamos, Solange. Avisaré a la enfermera para que venga a buscarnos.
ELLA-Esperemos, no puedo, no es momento. Creo que estoy mareada. No oigo nada y tampoco puedo cerrar los ojos. Se me van para arriba, hacia el cielo.  El suelo me da vueltas. Todo gira. Todo menos estos ojos, que han quedado abiertos. Quiero  cerrarlos, pero me resulta imposible. E insisten, además,  en alzarse y clavarse allá en lo alto.
EL-Ya vamos, iremos juntos, no temas.
ELLA-Los árboles se mueven, vienen hacia nosotros.  Nos van a apretar y terminaremos ahogados por ellos.Y todo eso, allá arriba, se ha multiplicado.
EL-Es el mundo, que gira rápido. Demasiado. Todo sucede de repente. Es el mundo que ha enloquecido.
ELLA-Sí, sí, que lo detengan. Que todo vuelva atrás, no pido que sea muy  lejos, solo diez minutos, un rato, cuando era más joven y no sentía nada de esto.

(Entra el hombre de traje. Deposita la valija en el suelo y va hacia ellos. Mira la hora. Saca el papel de su bolsillo y se lo entrega a la mujer. Esta lo lee y lo pasa al marido.)

ELLA-Es para mí.
EL-Está bien, de acuerdo.
ELLA-Ya voy. No me extrañes.
EL-No.

(El hombre de traje va hacia la silla de ruedas y sale con la mujer.)

                  
                                                         TELÓN   LENTO
                                                                                                Buenos Aires, Diciembre de 2013

“A LA DERIVA”

Comedia casi negra en un acto y un epílogo.

Personajes:
La señora del sombrero con una cinta que dice “I love Italy”, en adelante “La Sra.”,
Pupi y Pupo, pareja matrimonial,
La joven formal, en adelante “La joven.”,
El frágil antipático, dueño de dos caniches toys, en adelante “El frágil.”,
El hombre del teléfono móvil, en adelante “El móvil.”,
El barquero.

Escena:
Un pequeño barco, una barcaza, en medio del Paraná que  realiza una  excursión turística. Está anocheciendo. Los pasajeros están cómodamente sentados en la pequeña cubierta, salvo uno de ellos que, de pie,  está hablando por teléfono. )

El Móvil
-Hola, hola nena… ¿Cómo quien habla? Soy yo, tontita… El duque…tu príncipe… ¿Me oís? Hola… ¿Pero qué pasa?... Hay música allí… ¿Dónde estás?

La Sra.
-No se preocupe. Déjela, se estará divirtiendo. Si ella es joven y usted anda de paseo… ¿Qué va a esperar la muchacha, estar encerrada y aburrida? Usted será muy duque o muy príncipe pero a muchos de ellos les rebanaron la cabeza, no sé si lo sabía. Apague el teléfono, es un consejo. Ya ve, la comunicación a veces complica y se sufre por exceso de ella. Nos revela la verdad. Un hombre joven como usted,  torturado por un engaño…  Una decepción. Una más en la vida. Eso es terrible, lo comprendo. Pero no todas las mujeres somos iguales. Hay algunas que se divierten sin prejuicios, sin pensar en las consecuencias. Egoístas. No digo que sea su caso.

El Móvil
-Conmigo no se meta. Soy hombre de pocas pulgas. Violento.

(La Sra. Se abanica.)

La Sra.
-Está muy bien, no me ocupo de lo que no me importa. Menos de las pulgas, son molestas y hay que combatirlas, ya lo sé. A veces también con violencia.

(Pequeñapausa.)

A otra cosa. Estamos pasando una tarde deliciosa. Hace rato que no me sucedía algo así. ¿No les parece? Yo creo que la última vez que pasé una noche de belleza semejante fue con mi marido, hace cinco años, en un crucero por el mar mediterráneo. Lamentablemente, al llegar al primer puerto, falleció. Se golpeó la cabeza contra el palo mayor, o uno de esos, no sé. Un final fulminante. El comentario general fue que se tropezó por ebrio. Mentiras, envidia. Eso sí, se fue con una sonrisa. Tenía buen humor el pobre, para algunas cosas, claro. Para otras, en fin, no sabría qué decir.

Pupi.
-Le acompaño el sentimiento, señora. Pero ahora,  todo es alegría. En la agencia de viajes nos prometieron una sorpresa… ¿Qué será, me pregunto?  

(Pausa pequeña.)

Tiene un bonito sombrero.

La Sra.
-Gracias, lo traje de Italia, es por eso que en la  cinta se lee “I love Italy”.

Pupi
-¿¡Dejaron de hablar el italiano en Italia!? Qué curioso. Claro, se ve que a usted no le importan  los idiomas,  usted tiene mundo,  viaja mucho. Nosotros, mi Pupito y yo, estamos casi pasando una segunda luna de miel. Durante la primera, que fue hace casi ya un año, fuimos a Río de Janeiro, pero llovió todos los días y así que estuvimos encerrados casi todo el tiempo en el hotel, en nuestro cuarto.

Pupo.
-Claro que sí. Eso fue hace casi un año, cuando nos casamos. Encerrados, dijiste bien, Pupi. Y lo pasamos muy bien, esa vez, a pesar de todo. El estar entre las cuatro paredes de un cuarto de hotel mereció la pena… tuvo sus encantos, no sé si me comprenden, si llegan a entender el grado de intimidad… Un nidito de amor y de fantasías. Sobre todo porque no buscábamos hijos, a mi nena no le gustan.

Pupi.
-Por Dios, Pupito mío… ¿Qué pensará esta gente? ¿Qué soy una desalmada inhumana?

Pupo-Ya lo ven. Aparte de excelente cocinera, un hada en eso. Mi mujercita es tímida. Y tiene moral.

(Se besan Los demás tosen. Se oye un trueno Un relámpago. Llueve.)

La joven.
-Dios te salve María, llena eres de gracia…

La Sra.
-Querida, rece en voz baja, por favor. No es momento. Tenemos encima de nosotros una tormenta, de verano seguro, pero moja. Estamos así, empapados de la cabeza a los pies. Saquemos los paraguas o las sombrillas o los gorros.

(Al hombre del móvil.)

Y usted sigue con ese teléfono. No sé cómo no se cansa. Bueno, es tema suyo.

(Algunos, casi todos abren sus paraguas. Otros se cubren con un diario o con lo que tengan.)

Ahora, a otra cosa. Es cierto, el paquete turístico hablaba de una sorpresa… No creo que sea esta lluvia. ¿Alguno de ustedes sabe de qué se trata?

El Móvil.
-Cállese un poco, doña. Entre la lluvia y las estupideces que hay que oír cuando las lenguas se  sueltan,  no se escucha nada.

(Usa el teléfono.)

Hola nena… ¿Estás ahí? Qué barullo… ¿Cómo…la tele? Hola… Bueno, apagala… ¿Cómo…que no me va a entrar el sombrero…cornudo?...  ¿El duque es un cornudo? ¿Quien fue ese que me insultó, con quién estás? ¿Cómo… una interferencia…? ¿Casual... de quién? Hola…hola…Se cortó. Mierda.

La Sra.
-Se lo dije. Solo disgustos. Disfrute del hoy, de este hermoso día de lluvia en el Delta del Paraná. Olvide a esa mujer, no le conviene. Le arruinará su vida. Me lo dicta mi intuición.

El frágil.
-La señora tiene razón. Son todas iguales. Yo tampoco quiero ni meterme ni opinar. Pero en tren de conversar, les diré que la fidelidad y felicidad con sinónimos. Y este caso…bueno, parece que esa verdad absoluta se confirma.

El Móvil
-Puta. Puta. Puta.

(El móvil corta su teléfono y hace el gesto de arrojarlo al agua pero se arrepiente y no lo hace.)

Usted. Dígame, barquero…

El barquero
-Capitán, por favor.

La Sra.
-Tiene razón no es lo mismo, Capitán es casi mejor. Es óptimo.

El barquero
-Han visto, la lluvia cesó. El verano es así.

La Sra.
-Gracias, Capitán, que así se llama a quien conduce un barco. Si fuera panadero, lo llamaríamos panadero, es así. Los títulos o los grados, como se quiera designarlos, hacen a las personas y marcan sus jerarquías. Y hay que respetarlos. No sé como permiten viajar con animales, con perros…o gatos. Eso también es irrespetuoso.

El frágil.
-Bueno, señora, basta por favor. Usted habla demasiado, por demás. En eso coincido, lamento coincidir con quien no debería, pero es así.  La gente deslenguada termina mal. Por otra parte, mis pichichos pagaron pasaje, en clase única, como todos nosotros. Lamentablemente. La igualdad, la igualdad, en fin. Ahora escuchemos al barquero o al Capitán o al Señor Capitán, o como sea. Dígame, Señor…  ¿No nos estamos alejando demasiado? Ya está anocheciendo. No sé, huelo a imprudencia.

La Sra.
-¿Imprudencia? Olor a imprudencia… qué gracia. Sí es un anochecer maravilloso, como cuando me casé y nos fuimos a Río de Janeiro… Olor a imprudencia, repito,  qué gracia…

(En voz baja.)

Dicen cualquier cosa, lo primero que se les viene a la cabeza. Estupideces. Igual que esa tonta pareja de tórtolos.

Pupi
-Nosotros también conocemos Río de Janeiro. Llovió todo el tiempo.

Pupo
-Fue durante nuestra verdadera luna de miel. Nos la pasamos encerrados.

El Móvil
-Eso ya lo dijeron ¿Hasta cuándo con lo mismo?

La joven.
-Estoy mareada. Este barco se mueve más ahora. Creo que tengo…o  tendré, no sé,  ganas de vomitar.

La Sra.
-Dese el gusto,  querida, hágalo ahora, pero lejos de nosotros. ¿No estará embarazada, no? Es cierto que el barco se mueve. El río es así de traicionero. Como los hombres…Y como algunas fulanas, claro.

Pupi                                                                                              
-No diga eso, mi Pupo no es así.

La joven.
-No es el barco. Ni hay ningún embarazo. Soy soltera y tengo moral. Son los perritos. Usted tiene razón, no sé por qué permiten que las bestias puedan viajar con las personas. Compartir el mismo cielo y el mismo destino. Soy alérgica a los bichos.

El frágil.
-Señorita, permítame. Nada de bichos. Mis perritos están bien limpios, ayer mismo, antes de venir les hice un champú …y de los más caros. En ellos no escatimo.  Y les lavé las patas, las ocho, tienen cuatro cada uno. Hasta les corté las uñas y se las esmalté de rosa nacarado. Ellos son normales. A veces, los olores vienen de otros lados, de otras personas u objetos, que están próximos a nosotros y que aparentan una gran pulcritud. Pero son solo apariencias, la mayoría son sucios, de cuerpo y espíritu. Con solo abrir sus bocas, apestan. Dicho esto con respeto y educación.

(Mira al barquero. El Móvil retoma su intento telefónico.)

El Móvil
-Por qué no se callan, no escucho nada. No paran, desde que salimos hablan, hablan y hablan…
¡Hola…hola…hola…! ¡Carajo, no hay caso…solo música… y risas…!

La Sra.
-La música es el gran alimento del alma. En cuanto a lo otro, prefiero no contestar. No me gustan las agresiones…vulgares. Conversar es de gente civilizada y elegante.

(Pausa.)

Fíjense. El piso, creo que está brotando agua. No es humedad, es agua que se desliza de un lado a otro a medida que este cascajo se mueve. Me parece que por allí, hacia ese costado hay un agujero. ¿Será ésta la sorpresa?

Pupi
-Es cierto, agua. Pero es lo que corresponde. Estamos navegando, en un río. Es lógico, sería diferente si estuviéramos flotando en petróleo o en champán o en coca -cola.

El Móvil
-Qué graciosa.

La  Sra.
-Qué graciosa.

El frágil.
-Qué graciosa.

La joven.
-Qué graciosa.

Pupo.
-Es cierto, mi Pupa es muy ocurrente. Y graciosa. Una vez, en una iglesia hizo un chiste –en voz baja, claro- y todos los feligreses, así se dice,  no podían parar con la risa. Hasta los Santos lo hacían. Y también el cura. Algunos dijeron que se había meado al querer reprimir una carcajada, aunque no sé cómo pudo escuchar a mi Pupi, que estaba en la quinta o sexta fila, en punta de banco. Ella es el colmo de la discreción, aparte de ser muy ingeniosa. Y limpia y bien perfumada, siempre.
.
El frágil.
-Sí, se le nota a la pobre. En cuanto al agua…ahora creo que su volumen ha aumentado. Pobre mis zapatillas, con lo que las pagué. Son importadas. Las medias también, no digo la marcas ni los precios porque no quiero aparentar riqueza u opulencia. No es de buen gusto. Eso es, más bien, signo de vulgaridad. Lo cierto es que mis pies están empapados. Qué poca seriedad. Voy a subirme a este escalón.

(Lo hace.)

La Sra.
-Qué fino es usted. Qué bien habla. Se nota que tiene educación, que lee y escribe con rapidez y corrección.

El frágil.
-¿Es una ironía, querida?

La Sra.
-No, querido, es una verdad. Se lo habrán dicho muchas veces.

El móvil.
También le habrán dicho otras cosas, seguro.

El frágil.
-Omitiré ese comentario. Permítame compartir este lugar, querida señora, es más alto y el agua todavía no llega.

El Móvil.

(Al barquero.)

Diga, don. ¿Qué es esto del agua?

El frágil.

(En voz baja.)

-Estúpidos. Estúpida. Y estúpido. Todos unos ordinarios.

La Sra.
-Cómo dice?

El frágil.
-Nada, hablo solo. Me acordé de una vieja tonta que tenía un amigo más idiota que ella y que había emprendido un viaje con una sarta de carroñeros. De buitres y de ratas.

El barquero
-Un poco de agua, señor. Nada más que eso. Un pequeño agujero, insignificante. No es para morirse, menos para quejarse. Con lo que pagaron y con lo que me pagan a mí...  ¿Qué se piensan,  por ese precio no pretenderán viajar en el “Titanic”?

Todos
-¡Dios nos libre, infeliz!

 (Todos estornudan.)

El barquero
-¡Salud! ¿Qué les dije! ¡Salud! Veamos. Mientras, pueden subir a ese peldaño, donde todavía no hay agua.

(Todos comparten el escalón. El barquero toma unos binoculares. Mira a lo lejos.)

Bueno, bueno, esta sí que es una sorpresa. Ni se la imaginan.

La Sra.
-¡Capitán, qué intriga! ¡La sorpresa, finalmente! Sabía que esa Agencia de Viajes no nos defraudaría. Hable. ¿Qué es, qué es?

(A los demás.)

Fíjense, el agua está subiendo bastante. Nos hemos situado a más altura pero el agua sigue cada vez más arriba. Ya tengo los pies empapados y fríos y eso que tengo medias. Bueno, cuente, cuente, devele este misterio. Estamos en ascuas.

El Móvil
-No sé que puede ver, con esta obscuridad. Ascuas, ascuas, no saben lo que dicen. Estamos en una boca de lobo.

Pupi
-Diga, diga, señor Capitán, hable. Y usted,  por favor,  no hable de lobos. Faltaría que aparezca uno de esos dispuestos a devorarnos.

Pupo
-Hable, don, no nos deje así. Somos todo oídos. Me gustan las novedades. Mi mujercita lo sabe. Siempre estamos inventando juegos, de los privados, claro.

Pupi
-Amor, me hacés sonrojar. Esta gente puede hasta pensar que soy una…puerca. Eso.

El frágil.
-Eso. Qué asco. Ventilar intimidades es de gente sin roce, sin finura.

La Sra.
-Algunos deberían callarse la boca. Después de todo ser una atorranta es un derecho. Para eso es que las mujeres estamos emancipadas.

Pupo
-Nada de insultos. Mi mujer es una santa. Ya veo que aquí estamos rodeados de ratas.

La joven.
-¿Ratas? Aparte de perros malolientes, ahora…ratas. Dios te salve María… Siento que voy a descomponerme, creo que voy a vomitar. Córranse.

(Todos la aíslan, dentro de lo posible, ya que el espacio es ahora menor.)

El Móvil
-Basta, hagan silencio, que hable el Capitán. Díganos, señor.

El barquero
-Bueno, todo sucede por esos caprichos naturales, planificados quien sabe por quién, para quién y por qué causa o castigo… divino o humano. La naturaleza es así, obedece a órdenes exactas algunas veces, aunque en oportunidades también se disloca y actúa con arbitrariedad…de ahí los tornados, los aludes, los terremotos, las inundaciones, los cambios de clima, los cataclismos varios…Cuando los elementos que la conforman se desatan siempre se produce lo imprevisible, que puede llegar a consecuencias trágicas. Las  eléctrica, cuyos rayos paralizan a las personas, la tierra que se abre y que es capaz de tragarnos a todos de un saque… Los incendios de bosques, los meteoritos, la lava de los volcanes…

El Móvil
-Bueno, viejo, basta de pronósticos generales. ¿Qué es lo qué pasa? Desembuche.

El barquero
-Estamos perdidos en la inmensidad de la noche. Así como lo oyen.

El frágil.
-Dios mío… ¿Qué mal hemos hecho mis pichichos y yo? Yo sabía, yo sabía… ¿Por qué no me quedé en casa, mirando películas?

(Llora.)

La Sra.
-Bueno, no fastidie con sus perros. Y para películas es tarde. Mire el agua, ya nos llega casi a las pantorrillas… Este barco parece hundirse.

La joven.
-Quiero vomitar y no puedo.  Mi estómago se retuerce. Tengo hambre. Ave María llena eres de gracia…

 Pupi
-Mirá Pupo, mi amor. El suelo está lleno de agujeros, cada vez hay más y largan agua…dentro de un rato tendré la pollera toda pegada al cuerpo, qué vergüenza.

Pupo
-Mi vida, mi amor, siempre pensando en todo. No te preocupes, yo te secaré entera. ¿Ya conocés mi técnica no,  muñequita mía?

Pupi
-Más que secarme ya sé a dónde querés llegar…Te gustan los manoseos en público y que la gente me tome por una cualquiera, podrías traerme un banquito o una escalera o algo más alto para subirme y no hacerme sufrir estas humillaciones delante de estas personas … ¡Egoísta! ¡Sucio! ¡Vampiro!

Pupo
-¡Lo sabía, flor de desagradecida, decirme egoísta, sucio y vampiro…mírenla… a la mosquita ésta,  muerta de hambre, que no hace más que chuparme la sangre…yo vampiro! Vaga. Vaga. Vaga.

La Sra.
-Basta, manga de camanduleros. Miren el agua, nos está llegando a las rodillas y ustedes hablando estupideces….Todos. Todo el tiempo, no paran. Recuérdenlo: ¡Las mujeres y los niños primero!

La joven.
-Yo, como enfermera y como poseedora de una fuerza moral superior, seré la última. Es mi deber socorrerlos. A pesar del estado actual de mi, de mi…de mi salud. He dicho.


El frágil.
-Miren a la estúpida…Ni vomitar sabe y dice que es enfermera. Córranse, el agua está creciendo, ya me llega a las…entrepiernas. Además, están mis perritos, ellos merecen un trato preferencial. Son niños, como niños. Mejor que ellos, no lloran ni piden regalitos todo el tiempo.

El Móvil
-¡Déjese de pavadas, el primero seré yo…!

El frágil.
-¿Por qué el señor será el primero en salvarse, si se puede saber…?

El Móvil
-Porque aquí mando yo. Soy el patrón. ¿Se enteró, querido?

El frágil.
-Si, claro, si usted lo dice. O si se lo cree, qué más da. Ilusiones, fantasía, estupideces.

(A los perritos.)

¿Se fijaron, chiquitines, qué aquí tenemos un patrón? Digan guau guau…

(Los perros ladran. Todos se tapan los oídos.)

La Sra.
-Oiga, mejor que se callen, usted y sus perros. Me parece que están a punto de darle un cachetazo.

El frágil.
-¡Eso se lo voy a dar yo a usted, si se sigue entrometiendo. Mejor que cierre la boca. Este es un asunto entre este hombre y yo. No se meta, charlatana. Apesta.

El barquero
-Silencio, señores y señoras y…otros. Presten atención...

La joven.
-Sí, hable, señor, el agua me está llegando ahora a la cintura. Y tengo ganas de vomitar, por hambre seguro. ¿No hay nadie que tenga un sándwich para ofrecerme?

Pupo
-Si tuviera se lo ofrecería con mucho gusto, señorita.

Pupi
Basta, Don Juan, miserable…alternando con una cualquiera. Está  con su mujer al lado pero no le importa, no tiene escrúpulos, ya veo el futuro que me espera.

Pupo
-¿No ves que esa mujer es una pobre muerta de hambre. Egoísta…¿Y sos capaz de hablar de futuro?

Pupi
-¡Cínico!

El barquero
-Eso, el futuro, de eso quiero hablarles. Quiero decirles que nos hemos perdido y que la obscuridad reinante no me permite saber dónde estamos ni hacia dónde vamos. He olvidado la brújula en el cajón de  la mesa de luz y el barco parece… irse a pique, lentamente.

La Sra.
-Distracción o mala memoria, mi marido era igual. ¿Y ni siquiera tiene un farol, una linterna? ¡A pique, qué emoción, seguro que todo esto está preparado, que es virtual!

El Móvil
-Vamos, déjese de pavadas, señora. Y usted, hombre, diga dónde estamos.

Pupo
-Aunque sea más o menos, eso.

Pupi
-Vos cállate, ya te voy a agarrar, zorrito. Más o menos…  todo te da igual.

Pupo
-Mirá quien habla, la zorrita número uno me llama zorrito. Pensar que me la vendieron por buena….

(Pupi lo abofetea.)

Pupi
-Basta de avergonzarme. Cruel.

La joven.
-Estamos ansiosos. Evitemos las peleas. La violencia engendra la violencia, dicen.  El agua sube, nos hundimos, ya está más arriba de la cintura. Diga, señor,  por favor por donde estamos. O consígame un sándwich, o algo. Mi estómago no da más. Dios te salve, María, llena eres de gracia…

La Sra.
-Ella insiste. Usted, Capitán, diga algo,  eso. Y si no sabe nada, invente. Nos quedaremos más tranquilos.

El Barquero
-Prueben el agua.

(Todos lo hacen.)

¿Se dan cuenta? Es salada. Quiere decir que estamos en altamar.  Podría ser el Mar del Norte…. El Golfo de Biscaya… el océano Índico o tal vez el mar Tirreno, no lo sé… O quizás vamos hacia la Polinesia.

La Sra.
-Cuánto exotismo, lástima que no hay luz suficiente para hacer unas fotos… Esto no me lo perdonaré nunca. Recuerdos son recuerdos y fotos son fotos. Éstas últimas permanecen, los primeros se borran.

El Móvil
-Bueno, barquero,  finalmente no lo sabe. Usted es un ignorante. En qué manos caí.  Mire mi camisa de seda pura, arruinada por esta porquería de agua del mar de la mierda…

El frágil
-Qué guarango. Hombre al fin.

El Móvil
-¿Qué le pasa, querido? ¡A mí me habla?

El frágil
-Sí, a usted, ni más ni menos. No le tengo miedo. Le insisto, ordinario, grosero y vulgar.

El Móvil
-No me diga, querido. Y fíjese cuán vulgar es este ejemplar.

(Se saca una ojota y se la da por la cabeza. El frágil llora.)

 La joven.
-Basta de discusiones, el barco se está hundiendo y el agua nos llega al cuello. Fíjense, ya ni rezar puedo. Ni por mí ni por ustedes. Tampoco tengo ánimo. El hambre me carcome.

La Sra.
-Sí, ya lo dijo, mucho rezo pero quiere un sándwich… ¡Materialista!

La joven.
-Eso. O lo que sea. Una aceituna o cualquier cosa...  Soy humilde. Vomitaré después, con algo en el estómago. Si está vacío no se puede.

Pupi
-La señorita tiene razón. Hagamos una colecta. Yo junto.

Pupo
-Callate, estúpida. Hablo y se me llena la boca de agua, ésta otra quiere comer y vos encima te volviste tan loca como ella.

Pupi
-Sos atroz. Cuando pase todo esto me separo. Te dejo en la calle, te casaste por mi fortuna. Mi padre siempre me lo decía, y mi hermano mayor, también. Opinaban que eras uno de esos sinvergüenzas.

El Móvil
-¡Ajá! ¿Así que la muchachita es rica? Una linda muñequita.  Además…una heredera. ¡Qué interesante!

La joven.
-Lo he decidido, seré la primera en este holocausto. Lástima que mi partida sea con hambre. Hay que solucionar este flagelo en el mundo…Oremos…oremos… Adiós.

(Desaparece. Los demás saludan.)

La Sra., El Frágil y El Móvil.
-Adiós querida, buen viaje. Feliz sándwich, si aparece.

Pupa y Pupo.
-¡Y próspera aceituna!

(Se miran con odio.)

La Sra.
-Muy interesante, esta sorpresa-regalo resulta apasionante. Parece que nos hundimos. Me despido de ustedes, hasta dentro de un rato. Soy la de menor estatura, el agua me está tapando y no llevo tacos altos. Este mar o lo que fuere está  helado, pero no me importa, nunca fui friolenta. Mi marido, en cambio siempre tenía los pies fríos, congelados. Voy hacia él, espero que nos encontremos en una zona más templada … Adiós, adiós…

(Desaparece. Los demás saludan.)

Todos
-Adiós, querida, buen viaje. Cuídese.

El frágil
-En fin, ella se lo buscó. Hablaba demasiado y es sabido que en boca cerrada no entran moscas…ni agua.

 El Móvil
-Carajo, ya no se puede vivir. Mierda que el agua está salada. Lástima el celular. Plata tirada…En fin, a la larga lo único que hizo fue amargarme. El duque se va y ella se queda, para divertirse. Puta. Puta. Puta

(Desaparece.)

El Barquero
-Que le vaya bien, don. Lástima, se fue sin saludar.

Pupi
-Ay, Dios mío. Llegó mi turno. El agua está como el hielo,  pero me llama. Me voy casi a punto de divorciarme. Pero no estoy amargada, me salvé de un villano. Adiós señor Capitán…

(Desaparece.)

El barquero
-Chau, chica, que lo pase bien.

(A Pupo.)

Y bueno, qué espera? Vaya con ella, es su mujer, la libreta dice mucho.

Pupo
-Tiene razón. Me voy con rencor. Me equivoque al casarme con ella. Pero ya estoy atado. Es así, tengo la vida por delante o lo que sea junto a ella. Es dramático pero lo reitero, es así. Adiós.

(Desaparece.)

El barquero
-Nací, crecí, desafié las inclemencias del tiempo y la adversidad de los mares. Hubiera merecido muchas medallas y honores pero no me los dieron. Qué va a hacerle. Es la vida. Yo cumplí con mi deber.

El frágil
-Escuche señor, disculpe que interrumpa su noble discurso. Usted me ha omitido y quiso tomar mi lugar. Todavía faltamos nosotros, mis perritos y yo. La descortesía, es la moneda corriente,  siempre lo mismo. La falta de educación. Ordinarios, no me canso de  repetirlo. Que le quede claro señor, se lo repito, es mi turno y el de mis adorados pichichos.

El barquero
-Tiene razón, disculpe. Lo mío puede esperar. Adelante.

El frágil
-Allá vamos, queridos. Escuchen…es la voz del amo, no digan ni guau, estamos juntos, vivimos juntos, juntos nos iremos y juntos estaremos en donde sea. No he tenido hijos porque… bueno, porque no los he tenido. Ustedes han sido mis niños, vamos, vengan junto a papá… Salud.

(Desaparece.)

El barquero
-Bueno, es el fin, esto se acabó. Siempre soñé que me hundiría en un enorme transatlántico pero el destino me falló. Nobleza obliga, Capitán hasta el final, hay héroes que son anónimos. Quizás las página de la historia me dediquen un renglón, o un punto y coma aunque sea, algo. Es mi única esperanza. Adiós.

(Desaparece. La escena queda vacía, solo el agua y la luna que brilla en lo alto. Nuevamente truena, dos o tres relámpagos y luego lluvia. Torrencial.)


EPÍLOGO.

(Entran el guía y los turistas. Son jubilados. Vienen en fila, el guía adelante. Todos llevan anteojos de sol y visten las obligadas prendas alegres del verano. Se detienen frente al río.)

Guía
-Estimados amigos, aquí vine el plato fuerte, misterioso para ser preciso de nuestra excursión de hoy. Estamos frente al río Paraná, que como ustedes saben confluye en el Río de la Plata que a su vez desemboca en el mar…

Lucy
-Perdón signore… ¿de qué confluenza hablas, signore? ¿Qué es?

Guía
-Querida señora Lucy,  si mal no recuerdo su nombre. Confluir quiere decir que va hacia…hacia el mar, como en este caso.

Mario
-Bien, ¿Y qué es lo misterioso de esto?

Guía
-Atención, Mario. Aquí va el dato. Hace unos meses, un pequeño barco con unos pocos turistas se hundió, por problemas técnicos, lejos de estas aguas…quién sabe dónde.

Sarita
-Juan Carlos, te lo dije. Esto es para oír desgracias. Tendríamos que habernos quedado en casa.

Juan Carlos
-A, sí… ¿Y para qué? Para ver las novelas de la tele, seguro. Sarita, sos cómoda. Y terrible.

Guía
-Bien, continúo. Pasó el tiempo y las búsquedas fueron infructuosas….El pequeño barco había definitivamente desaparecido en alguna de esas inmensidades que andan por ahí…

(Vuela un sombrero.)

Miguel
-Otra vez el sombrero…Lindo regalo me hiciste, grande, enorme, para un cabezón.

Virginia
-¡Ufa! Nada te viene bien. El año pasado fueron pañuelos y no te gustaron. El anteaño unas medias preciosas y tampoco. Exigente, eso es lo que sos.


Gúía
Bueno continúo. ¿Quieren que siga, no?

Todos
-Sí, sí, claro. Diga lo que quiera, lo que se le ocurra.

Guía
-Bien, pasados unos meses y cuando todo se daba por perdido, una noche se empezaron a escuchar unos ladridos provenientes del agua…

Todos
-¡¿Un perrito?!

Guía
-No uno, sino dos. Venían nadando y cuando se logró sacarlos, pescarlos para hablar con más propiedad, se descubrió que eran dos caniches toys y que en sus pequeñas fauces traían…

Todos
-¡Qué bonitos! Siga, siga.

Guía
-Digo que en sus bocas traían sendos mensajes. Uno decía: “Estamos bien, nos hemos hundido muy tranquilamente. Felices de la buena organización de este pequeño crucero.
Gracias, nuevamente. Gracias por haber cumplido con la sorpresa-regalo prometida.”

Todos
-¡Qué amables! ¿Y el otro mensaje?

Guía.
-Tiempo al tiempo... Ya va. La otra esquela…

Todos
-¡Qué bien habla…!

Guía
Gracias. La otra esquela decía. “El señor Capitán se ha portado admirablemente, con valentía, sagacidad y honor. El nos ha impulsado hacia un final más qué feliz.”

(El grupo de jubilados está inmóvil.)

Qué tal? ¿Qué me cuentan? ¿Qué dicen?

Todos
-Nada. ¿Y los perritos?

Guía
-Bueno…  los declararon Ciudadanos Ilustres. Ahora, tomen las fotos y continúemos.

(Toman las fotos.)

Guía
-En marcha… Llegó la hora del almuerzo campestre.

(Van saliendo, en fila, tal como entraron. Lo siguiente está dicho de cara al público.)

Lucy
-¡Cittadini  Ilustres!

Mario
-Caradura, él y esos perritos…

Sarita
-Se gana el puchero, esta vez a costa nuestra.

Juan Carlos
-Bueno, macanea, pero es bien intencionado.

Miguel
-Ya está, digamos que sí a todo…

Todos
-¿Qué más da? ¡Vamos…!

(Salen. Inmediatamente entra Miguel.)

Miguel
-Mi sombrero, no lo voy a abandonar así porque sí.

(Al público.)

Hay cosas que merecen ser olvidadas, otras no. Qué se le va a hacer…

(Saluda con el sombrero y sale. A lo lejos,  se oye el ladrido de unos perros.)

                                                                                           Buenos Aires, Enero de 2014


  “POR AMOR, A VECES POR AMOR”

Un Acto.

Personajes:
La madre
La hija


Interior. Madre e hija están sentadas junto a una ventana. Hay dos puertas: una está abierta y da al exterior y la otra al cuarto contiguo. La madre va hacia la puerta  abierta y la cierra. Luego vuelve a su silla. Se sienta y continúa pelando papas. La hija lee un libro.

Madre-Ay, hijita mía, menos mal que cuando te necesito siempre te tengo a mi lado. No creas que tu madre es demasiado exigente, no, para nada. Te busqué, te encontré, te llamé. Tardaste en aparecer, pero finalmente viniste. No te reprocho nada. Si alguna virtud tuve en la vida es la de ser sufrida. Te fuiste de mi lado de muy jovencita, en tu despertar, en ese tiempo donde todo se transforma.

(Pausa pequeña.)

Fue entonces que apareció ese amor, tu primer amor… Y corriste detrás de él, de ése, de tu primer amor, lo repito. Un hombre joven, viril, seguro de sí mismo, exitoso y aventurero, con una mirada radiante y seductora. Lo recuerdo muy bien. Había algo de petulante en su personalidad.  Y caíste rendida ante él. Fue el primero y no te fue bien,  salió mal, te equivocaste. Ya está, no me importó. En cambio,  a tu padre sí le importó. Él sufrió mucho por eso y comenzaron sus…cambios. Como esa vez que nos encerró y no  me dejó dinero sin importarle que durante días pasáramos hambre. Tu padre.

(Pausa).

Siempre te gustó leer. Quizás ahora podrías dejar de hacerlo, nos vemos poco y tal vez estaría bueno conversar, comunicarnos. Me gustaría saber, por ejemplo cómo está tu marido, o los chicos, si van al colegio o si se comen las uñas, o tantas otras cosas… Creo que con este hombre has encontrado la felicidad, esa felicidad tan ansiada que te habían hecho perder todos esos años de intentos… tan vanos. La vida siempre fue difícil para vos, por decir algo. Recuerdo a Aníbal, el dentista de Berazategui, un buen hombre, lástima que se hizo humo sin decirte ni mu…Luego vinieron los hermanos Martínez, los mellizos, primero probaste con uno…No funcionó; luego con el otro…Fracaso. En fin, ya está,  no me importó. A tu padre sí, se sintió muy afectado; fue  en esa época que empezó a perder el pelo, ya ves. Cambió, además, sus costumbre. Comenzó a desaparecer con más frecuencia. Un día se fue…luego volvió…más tarde desapareció por más tiempo…Descubrí entonces que había otras, otras, que habían aparecido para revolcarse con él, a mis espaldas. Y así.

(Pausa.

¿Seguís teniendo marido, no? Y también chicos, claro… Me enteré que hace poco nació otro, un bebé maravilloso, seguro. Me hubiera gustado conocerlos, soy su abuela. Mis nietos.  Hasta podría contarles cuentos…de hadas. Y otros. Pero no, vivo apartada.  Te tengo solo a vos. Disfruto mucho de tu compañía, a pesar de que… ¿Cúanto tiempo hace que no venías? ¿Cinco, seis años…? No sé, perdí la cuenta, si es que eso es importante.

(La muchacha abandona momentáneamente el libro, se saca un zapato y lo coloca sobre la mesa. La madre repara en esta acción mientras continúa hablando.)

Ya ves, tu hermana está cerca, a metros de aquí, en aquel cuarto. Pero no es lo mismo, es como si no la tuviera.  Duerme, le gusta dormir, siempre fue…una soñadora.  También hace meses que no la veo…

(Pausa).
                                                                                         
Vos también soñabas. Fue cuando te casaste por única vez, por el civil y por la iglesia, claro. Parecías una reina con ese vestido blanco, con esa cola tan larga y ese velo tan romántico, lleno de perlas.  Ese fue un gran sueño, que luego se convirtió en pesadilla, según dijiste. Los hombres aparentan ser de una manera y después resulta que son de otra. A veces se transforman en monstruos. No fue el caso del que elegiste para casarte, no. No quiero insinuar eso. Ese hombre no era sano, murió tan joven, una pena. Mal de la cabeza, eso.  Bueno, tu padre y yo lo comprendimos, y también sufrimos. No era sano, una pena.

(Pequeña pausa.)

Tu padre, empezó con dolores, de cabeza, él también. Y era como si yo hubiera tenido la culpa. Recuerdo esa mirada dura. Me clavaba sus ojos, como señalándome. Pobre hombre. Creo que ambos percibíamos el mutuo desagrado que sentíamos el uno hacia el otro.

(Pausa).

¿Qué leés, querida? Una novela o algo así, seguro. Siempre te gustó la lectura, en eso saliste a tu padre. El vivía consultando diccionarios, enciclopedias, libros raros,  qué se yo…De allí, de esos libros fue de dónde sacó los nombres de ustedes, el tuyo y el de tu querida hermana. Los nombres de bautismo, claro…Luego te llamamos Pupi, sabiendo que tu nombre verdadero era Arpegia…

(La muchacha deja de leer y la mira).

Es cierto, soy la misma confundida de siempre…Aurelia.. no no, ésa es tu hermana, claro. Entonces… ¿Amelia… Armida… Azucena…Artemisa? Bueno, no tiene importancia. Ya lo ves.  

(Pausa pequeña. La hija vuelve a su libro.)

Continuás con la lectura. Muy bien, el espíritu se enriquece y el alma se agranda hasta lo infinito. Esa es mi creencia y así las eduqué. Tuve que hacerlo sola, pero creo que no nos fue mal.

(Pausa. Mira hacia la puerta del cuarto. La muchacha se quita el otro zapato y también lo deposita sobre la mesa. La madre percibe, sin reacciones aparentes. Luego, la muchacha vuelve a su libro.)

¿Oís? Es tu hermana, ronca, Siempre cae en esos sueños pesados, como de ebria se diría. Pero, en su caso no es así. Hace rato que dejó de tomar, desde que murió papá, ella juró que cuando él volviera, se sacrificaría en su nombre. El pobre volvió y al poco tiempo se fue, definitivamente. Y así fue. Una promesa bien cumplida. Deberías interesarte por tu hermana. Lástima que no tuvo suerte…Justo ella, nadie mejor que ella para cobijar a un hombre y formar una familia con todas las de la ley. Escuchá, escuchá bien… Sus ronquidos suenan ahora un poco extraños, no sé si los percibís. Parecen una tormenta, esas con muchos truenos. Qué gracia, una tormenta dentro de un dormitorio. En fin. Veo que no prestás mucha atención a lo que digo.  Estás muy concentrada en tu lectura. Qué bien. Algunos, a veces dicen que  ensimismarse tanto en algo resulta, a la larga,  un poco egoísta. Y eso que abandonaste, por prescripción médica según tengo entendido, el uso del teléfono móvil, de la televisión, de la computadora y de tantos otros entretenimientos a los que te habías vuelto adicta. Hábitos, sos una muchacha de hábitos. Los hombres, la lectura, los hombres, tus paseos en soledad, los hombres,  en fin, así es tu vida.

(Pausa).

¿Escuchás? Es tu hermana de nuevo. Prestá atención. Ahora parece como si llorara. Deberías acercarte, al menos a la puerta, para saber si le pasa algo y para demostrar un poco de interés hacia ella. El cariño que ella siente por vos es muy grande, enorme. Sos su hermana preferida, y no es porque no tenga otras, no, eso no tiene nada que ver, el amor que te tiene es verdadero y profundo. Pobre, la virginidad la está secando, aunque esto suene un poco anticuado. En cambio vos… tantos hombres, el otro extremo. Es así. Continuemos. Después, que yo sepa, nos presentaste a Daniel, el farmaceútico, que buscó el suicidio como solución frente a la vida;  luego apareció ese jubilado de las Fuerzas Armadas, preso en la actualidad,  y después, bueno, después ese otro, el marido de tu mejor amiga. Un momento difícil para nosotros, claro que no comparable al sufrimiento de esa,  tu mejor amiga… Recuerdo que, del disgusto, a tu padre se le empezaron a caer los dientes. Primero las muelas, las de atrás y por último el resto. El era así, sensible. Salvo conmigo, a veces. No digo que no me haya querido, era otra cosa.

(Pausa. La muchacha se quita ahora las medias mientras la madre habla. Las sacude blandamente y las coloca sobre la mesa, cerca de sus zapatos ).

Yo sé que ahora estás mal, estás enferma. Ahora voy a ir hacia la verdad. Sin cortapisas, como suele decirse. Estoy enterada que tu marido te abandonó para la Navidad pasada y que tus hijos también se fueron. También el bebé te dejó sola. En el mundo siempre hay alguien dispuesto a amamantarnos y ese pequeño, afortunadamente,  lo sabe. Una nueva madre a veces es mejor que una madre…desaliñada, no sé si me explico. Es que te has portado mal, mi querida. Siempre. A tu padre le hiciste la vida imposible, pobre hombre. Un disgusto tras otro. Un fulano que aparecía, un embarazo, un hijo perdido,  luego otro, el siguiente y la misma solución, el mismo remate. Nada de hijos. No querías. Más tarde aparecía otro zutano y otro embarazo y otro final frustrado. Fueron quince, dieciseis, veinte veces, no sé, perdimos la cuenta tanto tu padre, mi amantísimo cónyuge, como yo. Él no lo soportó, su sensibilidad lo quebrantó tempranamente. Y quiso arrastrarme con él, pero no, fui y soy una mujer fuerte. Allí está, esperándome en el cementerio.

(Pausa pequeña.)

En cambio, tu hermanita, que está ahí está postrada, inmolando su vida en pos de su virginidad, clama por un poco de amor fraternal. Andá a verla, te lo ruego…

(Se incorpora y se acerca a la hija.)

Ella te espera, necesita de vos, de la vida, de la comprensión que todos le podemos brindar. El egoísmo no sirve para nada. A veces, es necesario sacrificar eso que nosotros llamamos libertad para acudir en beneficio de los otros. No viniste en mi auxilio cuando lo de tu padre, que en paz descanse. Lo sabés muy bien y, si lo olvidaste, llegó el momento de refrescarte la memoria.

(Le saca el libro y lo tira a un costado).

Tenés que mostrarte como una verdadera cristiana. Ella sufre, sola, echada en su lecho…casi ”de muerte”, esperando…

(La toma por los hombros y la empuja. La muchacha se vuelve y levanta las manos para defenderse.)

Te está esperando estúpida, eso dije, ¿O es que no me entendiste? Quiero que te quede claro, querida mía.

(La golpea, brutalmente, hasta someterla).

Ahora creo que estás comprendiendo. Sé que sos una chica educada e inteligente. Que amaste siempre a tus padres y a la bella familia que construiste y también a las que supiste destruir. A ver, a ver, quiero que sonrías, que me muestres los dientes en señal, de alegría…

(La empuja y luego la toma por el pelo)

A reír, a disfrutar, demostrame el amor que sentís por mí, por tu sacrosanta madre, que te trajo a este mundo, que te educó y que te marcó la diferencia entre el bien y el mal.Y lo hice casi todo yo, él no servía para eso. En realidad, para nada.

(Pausa, muy pequeña.)

Esa boca, quiero ver esa sonrisa, que fluya, con la alegría de la generosidad, de la comprensión y de la fe…

(Va  hacia la muchacha, le abre la boca y la hace sonreír por la fuerza.)

Eso, eso está muy bien, así se hace. Por los tuyos, por agradecimiento a tu abnegada madre,  por tu padre que tanto te quiso y por tu queridísima hermana que tanto pregunta por vos y que nunca te encuentra.  Vení,  haceme caso… No, mejor no. No se trata ahora de tu voluntad, es el momento de cumplir órdenes.

(La arrastra hacia el otro cuarto.)

Dejá ese libro, olvidate, está ahí tirado en el piso.  Ya no lo necesitás.  Mejor es pensar por uno mismo. Y rezar. Nada de novelitas y de novelones. ¿Oíste? Por otra parte, entérate: el sexo nunca me pareció placentero, es necesario pero repugnante…Adentro, a la búsqueda de tu hermana, si es que está allí y si la encontrás, si podés, si te puede ver, si existe, si no se fue, si es que alguna vez estuvo,  en fin…

(Abre la puerta, la empuja y la mete dentro del cuarto.)

Finalmente, los hijos dan trabajo. Las hijas más todavía. Pero se van… parten, de una a vez… Con naturalidad.

(Se sienta a la mesa.)

Bueno. Ahora…El libro, quiero ver el objeto de tanta concentración, el  libro, quiero saber que leía con tanto ahínco…

(Lo abre y lee).

“Toda desdicha de los hombres proviene de no saber permanecer en reposo, en la obscuridad de un cuarto…”

(Cierra el libro).

Bien, muy bien, una gran verdad, nunca entendida. Muy bien, hay que ir hacia el reposo, en un cuarto preferiblemente obscuro, muy bien, si…si…Aislarse, aceptar el silencio y la soledad. Rezar todos los días…

(Se abre la puerta. La hija se asoma. Va hacia la ventana.)

Hija-Basta, mamá. Soy libre, este odio que siento por vos me libera de todo. Nunca, esa fue tu palabra preferida; prohibir era la otra. Siempre intentaste cercenar mi hambre, matar al amor que siempre busqué y que quizás nunca llegó. Pero hay un aún, un todavía. Llamalo como quiera, aunque nombrarlo te de asco. Hay algo que me busca, que me llama y que me cuesta encontrar. Arde en mi cuerpo y me extingue…

Madre-No es cierto no es cierto no es cierto…No hay nada, solo desolación, tristeza. Así viví mi vida y así quiero que vos vivas la tuya. Eso es todo. Sólo eso. Sólo esto…Sólo un cuarto, preferiblemente obscuro…

(La madre toma los zapatos y las medias de su hija y los arroja violentamente por la ventana. Luego, barre con sus manos las papas que ha estado pelando.)

Hija-No, no es así. Busco el sudor de la vida, el gusto a sal de mi boca en la piel del deseo…  Mi corazón, mi corazón ha enloquecido por ese deseo…

(Va hacia la puerta de entrada, a abre y sale.)

Madre-No no no, no es cierto…No hay pasión, ni sudor, ni deseo,…menos amor. Yo no lo tuve. Nunca. El corazón no sirve, no existe…Solo tenemos esto… Un cuarto, que nos espera,  preferiblemente obscuro, muy obscuro…

(La madre se desploma, exhausta.)

                                                         TELÓN
       
Nota: la cita que la madre lee en el libro corresponde a Pascal.                                                                                                 
                                                                                           Buenos Aires, Diciembre de 2013
                                                                             

 “LAZOS FAMILIARES”
Un acto.

Interior. Lo elemental, una mesa, sillas, dos puertas,  una ventana y algún otro accesorio u objeto. Nada que oculte que todo sucede en un escenario.

Personajes:
Madre
Hija,  
Padre,
La mujer rubia.

LA MADRE
-Mirá querida, si tu padre se entera te mata. ¿Por qué otro embarazo?
HIJA
-No estoy embarazada, mamá.
 LA MADRE
-No me contradigas. Nos mata a las dos, a mí por cómplice. Ya cuando tomaste la comunión y escupiste la hostia, yo no dije nada. Vos tampoco, claro no había otros testigos. Y yo no soy delatora.
HIJA
-Igual soy cristiana.
LA MADRE
-No, una cristiana no se deja preñar por el primero que pasa a su lado. Veo tu panza.
HIJA
-Soy vegetariana, mamá.
LA MADRE
-Eso. Peor. Las verduras no engordan. Estás gestando un niño, o una niña, o muchos,  o algo.  Veinticuatro años y ya vas a ser madre. ¡Qué desatino y qué coraje!
HIJA
-No tengo veinticuatro. Cumplí dieciocho en Mayo pasado. El 25, el día de la patria.
LA MADRE
-Dieciocho, veinticuatro… ¿Qué más da? Fue cuando naciste que tu padre se fue, nos abandonó se diría. Después volvió y se quedó un tiempo; más tarde volvió a irse y luego de unos años retornó triunfante. Hasta que, otra vez, se fue. Pero nunca perdió ni la educación ni la amabilidad. Acordate la cantidad de regalos que nos trajo, todavía tengo esa preciosa caja de bombones. No comí ninguno, claro…no sé, algo me hizo pensar. Así es…Dicen que el tiempo no existe. Pero no es cierto, mirá el caso de los bombones, ya se deben haber secado, qué lástima.

(Pausa.)

 Y ahora hablas del día de la patria, como si eso te importara algo. En la escuela nunca cantabas el himno, no tenías tiempo para eso, si para mirar a los varones. Sobre todo a los abanderados.

(Pausa pequeña.)

Silencio, creo que viene tu padre. Es un hombre que cumple sus promesas, avisó que vendría la semana pasada y viene hoy. Así es todo en este mundo.

(La madre va hacia la puerta y pega la oreja.)

Sí, es él. Reconozco sus pasos. Un hombre muy seguro, por eso lo elegí.

(Va hacia la mesa y se sienta.)

Nena, vení aquí, sentate frente a mí. Hagamos como si todo fuera normal. Juguemos a las cartas. Al truco. Y ni hablar del niño.
HIJA
-No hay niño. Tenés fiebre. Cuando papá entre, te denuncio. Nada de trucos. Siempre te gustaron, no sé si me explico. Como ese invento de mis embarazos.

(Va hacia la ventana. Saluda hacia afuera.)

LA MADRE
-¿A quíén le haces esas señas?
HIJA
-A nadie. Al cura.
LA MADRE
-A nadie y al cura. Dos personas, se diría. Sos demasiado dada, fácil.

(La muchacha silba, entusiasta.)

HIJA
-¡Aquí, aquí! Esta noche, como siempre. Nos vemos en la disco-bar.
LA MADRE
-Tu padre tarda. Mejor. Si entra y ve que estás provocando de esa manera, te mata. Y a mí también, que ni siquiera tengo amigos ni sé silbar.

(Va de nuevo hacia la puerta. Escucha. Luego cierra la ventana, con cierta violencia.)

Efectivamente es él, sin dudas. Es el andar de un hombre rengo. Pobrecito. Suerte que es un señor. Encima de esa desgracia ya antigua, ahora lo esperan otros disgustos, uno detrás de otro.

(Golpean a la puerta.)

¿Sí, Quién es?
EL PADRE
( Off)
-Soy yo, quién va a ser. ¿O no tenés olfato?
HIJA
-Es papi, papá, mi padre.
LA MADRE
-Está bien, andá vos a recibirlo. No sea que sea otro, un extraño, un simulador y me clave un puñal ni bien abra la puerta. Yo abriré nuevamente la ventana, que entre la luz.

(La hija va hacia la puerta y la madre hacia la ventana.  Las abren.)

HIJA
-Hola padre mío. Veo que no está solo. Qué bien.

(Entra el hombre acompañado por una mujer de unos cincuenta años, de apariencia joven. Luce cabellera rubia y larga. La  madre se incorpora.)

LA MADRE
-¿Y ésa, quién es?

LA HIJA
-Una amiga, seguramente, tiene derecho. No va a estar condenado a la soledad.

LA MADRE
-El hombre es el lobo de sí mismo. Todos lo dicen. Esa es una intrusa. No sé a qué viene.

EL PADRE
-Se callan. Las dos. El tiempo está pesado y hay que aligerarlo.

(Pausa. El padre se pasea, gesticulando.)

Esta es Hilda, mi nueva pareja.

LA MADRE
-¡Ajá! Nueva pareja…  ¿Y yo qué soy?

EL PADRE
-Mi vieja pareja, está claro. La antigua, la anterior para ser más claro todavía.

LA HIJA
-Tiene lindo pelo. Padre, quiero confesarte algo. No estoy embarazada.

LA MADRE
-Miente, está preñada, lo menos de tres meses. Esta muchacha será tu ruina y la mía también.

EL PADRE
-Te felicito, mi querida. Para eso te traje al mundo. Para estar embarazada  o para no estarlo.

(A la madre.)

En cuanto a usted, le informo que debe dejar esta casa.

LA MADRE
-Mi casa, mi hogar. El sitio elegido para mi realización como esposa y como madre. Parece que, para él, no soy nada.  Encima no me tutea más. ¿Qué hacer? ¿Debo irme, abandonar este nido construido con tanto amor y trabajo, con qué derecho?

HIJA
-¿Y yo, padre, qué será de mí?

(La mujer rubia va hacia la cocina. Vuelve con una escoba y comienza a barrer. La madre la sigue, palmo a palmo.)

EL PADRE
-Nada, harás tu vida. Quiero que sepas la verdad. No sos hija de tu madre. Sí de mí mismo, siempre fui tu padre. Ella anduvo por ahí, entérate,  buscando a alguien para que le hiciera un hijo o una hija, como en este caso,  pero no tuvo suerte. No puede, no estuvo ni está preparada para tener hijos. Y entonces apareciste vos.

(Pausa breve.)

Tu madre fue mi cuñada, la hermana de esta otra, tu supuesta madre. Igual te quiero. Pienso que quizás tomarás otro camino, aunque tenés la misma escuela que esta mujer, mi antigua esposa.

HIJA
-Bueno, me quedo más tranquila, ella nunca me gustó.

LA MADRE
-¿Y esta señora qué hace? ¿A qué se dedica?

LA HIJA
-Ya lo ves, te suplanta.

EL PADRE
-Eso, ya lo ve, limpia la casa como  primera medida. Además, quiero decírselo, a ambas, de una buena vez. Esta señora es su hermana, o sea mi cuñada, o sea tu madre.

LA HIJA
-¡Madre, qué día feliz!

(Se acerca a la mujer rubia e intenta abrazarla. Ésta se lo impide anteponiendo la escoba.)

EL PADRE
-Dejala tranquila, niña mía, es tímida. No le gusta hablar ni media palabra, que digo, ni decir un ah… ni siquiera yo le conozco la voz y, además, no está acostumbrada a ser madre.

LA MADRE
-Mi hermana, la desgracia de la familia, ya lo sabía. Vino disfrazada, de rubia, con peluca. La oveja descarriada, tuvo hijos de soltera, como esta otra, mi antigua hija ¿Ahora qué haré, qué futuro me espera? Ya no podré siquiera limpiar mi casa, por lo que veo.

(A la mujer rubia.)

Usted señora, mi hermanita, junte la basura con la pala. No la meta debajo de las alfombras como hacen todas.

EL PADRE
-Ella no es así. De éstas dos, una salió buena. Mi pequeña Hilda. Es pulcra, prolija, por eso la elegí y, sin ser muda,  apenas habla. Sírvase, señora,  aquí tiene, un pasaje de ida para su pueblo, Arata, provincia de La Pampa.

(Le da el pasaje. La madre lo mira.)

LA MADRE
-Un pasaje en la segunda clase, la económica…No importa, está bien, tenía ganas de volver. Hace rato que no veo a mis hermanos. Ellos tienen armas, escopetas… llegado el caso sabrán defenderme.

LA HIJA
-Vengo un día y te armo una valija con tus cosas y te la envío. Y basta de hablar de embarazos, si no pudiste fue porque no pudiste. No te guardo rencor. Yo también me voy.

EL PADRE Y LA EX MADRE
-¿Adónde?

LA HIJA
-A cualquier sitio. Haré mi vida. Iré a los bailes, cada tanto me acostaré con algún muchacho o con varios a la vez y quizás alguna vez me case.

EL PADRE
-Cosí fan tutte…

LA HIJA
(Al padre y a la señora rubia, su actual madre.)
La felicidad no se le niega a nadie. Vida nueva, pareja nueva. Vivan los novios. Gracias papá, gracias mamá.


LA MADRE
-Eso es, querida. Seamos felices. Vamos juntas, de aquí en más podrás hacer tu vida y tener quintillizos si así lo querés. La procreación es importante.

EL PADRE
-Adiós, estoy emocionado. Suerte, señora. Suerte, hija mía. Felicidades para ambas. Vayan, no quiero ponerme a llorar.

LA EX MADRE Y LA HIJA
-Adiós,  adiós. Gracias, felicidades y buena boda.

(Salen. El padre da un portazo. Se sienta.)

EL PADRE
-Qué cosa la vida. Venga muñeca, venga con su novio.

(La mujer rubia se sienta en sus rodillas.)

Qué calor. Mucho sol. Dentro de un rato cerraremos las ventanas y listo. Después una rica ensalada de lechuga y tomates, bien liviana…

(La mujer rubia se incorpora.)

LA MUJER RUBIA
-Nada de ensaladas. No me gustan. Tampoco las ventanas cerradas. No somos vampiros. Si empezamos así, con imposiciones, vamos mal. Hoy comeremos un rico guiso, bien a la italiana.

(Va hacia la puerta de la cocina, la abre, entra y la cierra abruptamente.)

                                                          TELÓN  
                                                                                      Buenos Aires, Enero de 2014


 “RÉVEILLON”
Un acto.

Interior salón. Una puerta, la de entrada y un balcón estilo francés. Un televisor y alguno que otro mueble o adorno. Cena de fin de año. La mesa tendida para la ocasión. El y ella.

El-Falta una hora para la medianoche.
Ella-Ya lo sé. Te pediría que dejaras de mirar el reloj. Ella vendrá, estoy segura.
El-Sí. Con el hijo, espero.
Ella-No me dijo nada del chico. Por otra parte no se entendía bien, se oían ruidos raros como de distancias…Bah, ni yo sé lo que digo. Voy a abrir la ventana. Hace calor hoy.
EL-Sí.

(Va hacia la ventana y la abre.)

Ella-Siempre, para estas fiestas, el calor sube.
El-Sí, es verano. Es normal.
Ella-Ya lo sé.
El-Después vendrá el otoño. Y el invierno. Uno más.

(Pausa.)

Ella-La última vez llovía.
El-Sí.
Ella-Recuerdo que llegó empapada. El pelo le chorreaba, pero no le importó. ¿Te acordás? Reía, reía, no paraba de reír. Era soltera todavía. Hace tanto.
El-Ella reía, nosotros padecíamos. Llorábamos.
Ella-¿De qué hablas?
El-De lo otro, parece que perdiste la memoria.  Hablo de lo otro, sabés muy bien.
Ella-No lo hizo por maldad, se equivocó.
El-Y sacarla de ese embrollo nos costó mucha plata. Se equivocó, nosotros también.
Ella-No hablás nunca y cuando lo hacés soltás la lengua por demás. Ya está, eso ya pasó.  Como todo.
El-Sí, parece que ha pasado un siglo. ¿Cómo será el chico?
Ella-No cambies de tema, por favor. También nos dio satisfacciones. Era joven, tenía buen carácter, siempre fue una muchacha alegre, desde niña. En eso salió a mí, a mi familia en general, creo.
El-Seis años. Irá al colegio, supongo.
Ella-Sí, claro, todos, a la larga o a la corta lo hacen. La educación es importante y nuestra hija lo sabe. Ella ha sido formada para ser una buena madre. A pesar de todo.
El-No sé. Se fue de casa a los doce años.

(Pausa.)

Ella-No insistas con esas suposiciones. Son inconducentes.

El-No son suposiciones, son hechos reales. Se la llevó tu hermana, de viaje. La pidió prestada. Y nunca más volvió con nosotros. Es así.

 Ella-Tal vez. Veamos… Casi tengo ganas de ir al balcón. Quizás se haya perdido. El barrio cambió tanto. En fin…

(Va hacia el balcón y se asoma.)

Suerte que estamos en un primer piso. Se ve todo. Esa es la parte más conveniente, la que más me gustó cuando nos mudamos. Hasta se ven las ausencias.  No hay un alma en la calle. Solo el borracho ése, seguramente con un par de botellas en la mano. Bueno, se divierte, tiene derecho. El otro día había bebido tanto que se fue encima de una mujer que pasaba. La idiota llamó a la policía. Ella era impresentable,  grande, casi vieja,  vestida como una nena, provocando. Pobre hombre. Pensar que a la idiota ésa casi le estaba haciendo un favor.

(Vuelve a la mesa.)

Otra vez mirando el reloj. Qué obsesivo.
El-Sí, ahora son las once y cuarto. El tiempo pasa. También para el chico, nuestro nieto. Estará crecidito. ¿Vendrá con él? Podría venir, dejarlo e irse, qué más da.
Ella-Insistís, insistís, terminarás por enojarme a causa de ese niño.

(Pausa.)

Quizás esté dando vueltas, todo está irreconocible. Aunque la calle sigue teniendo el mismo nombre. No sé, el tiempo ha cambiado algunas cosas, pero nuestra casa sigue siendo la misma, es decir este viejo departamento que habitamos desde hace casi…cincuenta años. Las paredes eran antes más claras, tal vez ahora  falte un poco de pintura.

(Pausa leve.)

Igual que a mí. Antes me teñía el cabello, me pintaba, mis uñas relucían. ¿Te acordás cuand0 me puse de pelirroja? Me miraste apenas, pero yo sentí que te había impresionado. Era una muchacha bella, entonces. Todos me miraban, los hombres con admiración,  las mujeres, con envidia. ¿O no estás de acuerdo?
El-Pienso en Noruega. Era en esa época.
Ella-Sí, claro, siempre con ese tema de Noruega. Es antipático de tu parte. Allí hacía frío y lo sabés. Igual que ahora. Además, parece que en esos sitios la noche dura…cien años. No sé por qué se te ocurrió que podíamos irnos para allá. No ibas a hacer mejor carrera que la que hiciste acá. Una oportunidad,  te dijeron. Nos hubiéramos muerto de frío y nuestra hija sería ahora una extranjera. Seguramente hablaría en noruego y…andá a entenderla a la pobre. Hablando en esa lengua su vida sería más complicada, también para nosotros, en consecuencia.
El-Graves consecuencias. Como siempre por su causa. Tengo hambre, son casi las once y treinta.
Ella-Es temprano todavía. Es natural que la gente joven sea impuntual ¿Qué les importa, cuál es el apuro si  tienen la vida por delante?

 (Pausa.)

Podés servirte vino, si querés. También hay aceitunas en la mesa. Comete una o dos que yo después las vuelvo a acomodar para que no se note la falta. El queso no lo toques, sabés que te tapa. Y te ponés de mal carácter. Las papas fritas tienen mucha sal. Ni se te ocurra tocarlas, ni mirarlas casi. Tengo que estar en todo.

(El hombre se sirve vino.)

Dame a mí también, a ver si me entono un poco.
El-En Noruega no debe haber buen vino. Las uvas, allí se achicharran por el frío.
Ella-Bueno, menos mal que lo reconocés. ¿Te das cuenta? También nosotros estaríamos achicharrados…
El-Y sin vino.
Ella-Eso. Salud.

(Beben.)

Oigo el motor de un auto. Quizás sea ella, tal vez tenga auto. Tonta no era. En eso no salió a mí. Fui demasiado humana y comprensiva. Dame más vino.

(El hombre vuelve a llenar las copas. Ella va nuevamente hacia el balcón.)

Era un taxi. Primero uno y después otro.

El-Dos taxis. Salud.

(Beben.)

Ella-No me gusta este silencio. En el edificio todos se han ido, a casa de sus familiares o de vacaciones. Suerte la de ellos. En cambio, nosotros…sentados frente a frente, como siempre, en espera de un cambio, de una sorpresa.

(Pausa breve.)

Escuchá, me parece que golpean a la puerta. Voy a ver. Es probable que alguien la haya hecho entrar al edificio. Qué raro, en fin,  ha de ser el portero que la reconoció.

(Va hacia la puerta de entrada. La abre.)

Ella-¡Finalmente… bienvenida!
El-¿Viene sola o con el niño?
Ella-Nada. No hay nadie. Falsa alarma. Esta ciudad confunde, mucho ruido. También el silencio hace ruido.

(Cierra la puerta.)

Dame más vino, la copa un poco más llena por favor. Tengo sed. Podríamos poner la tele, me parece.

El-Quizás venga con regalos. Somos sus padres. Sería una forma de congraciarse.

(La mujer va hacia el televisor y lo enciende. Sus voces se mezclan con las voces del televisor.)

Ella-No. Ella no es amable, nunca lo fue. No sale a mí ni a mi familia. Es más parecida a tu hermana…

El-Que en paz descanse.

Ella-Hasta físicamente, claro que no tan fea. Otra vez autos, parece que son varios.

(Va hacia el balcón.)

El-Faltan quince, no catorce minutos para la medianoche…Qué hambre. No vendrá, estoy seguro. Mejor…  estamos bien sin ella.

Ella-Callate, nunca la quisiste por lo que veo.

El-Quiero ver a mi nieto. Es quien me importa. Soy su abuelo.

(La mujer vuelve.)

Ella-Nada, autos que pasan. Veloces. Quien sabe a dónde van. A destinos diferentes. Como todos, cada uno tiene el suyo. Dame vino.

(El hombre llena las copas.)

Ella-Soledad, fea palabra. La ciudad ha de estar llena de gente que se encuentra, que se mueve, que va de un lado a otro en busca de alguien…Si ella viniera, apagaríamos la tele. Otra vez… ¿Oiste? Golpean a la puerta. Si me hubieras hecho caso, el timbre estaría arreglado…Otra vez… Ya va…ya voy…

(Va hacia la puerta y la abre.)

Querida, finalmente, tu padre y…

(Da un portazo.)

Nadie. Fantasmas…eso. Ha de ser que esta casa guarda recuerdos y sensaciones, de cuando éramos jóvenes…es eso lo que se agita aquí, nada que vuele, nada que asombre. Antes, antes…éramos felices con nuestra hija. La recuerdo de niña, con esa mirada pícara e inocente a la vez.

(Pausa.)

Yo era bella y vos querías irte a Noruega. Todo pasó, no fuimos a Noruega y me volví…vieja y fea. Dame más vino. No te duermas. En un rato sonarán las sirenas, los cohetes, los fuegos artificiales, la vida… ¿Cuánto falta? Siempre es así, nos promete, nos ilusiona y no viene. Ya no vendrá.
El-Cinco, cuatro minutos.
Ella-Comeremos.

(Del exterior llega el ruido de un auto que frena bruscamente. Se produce el  ruido de un choque. La mujer se levanta y va hacia el balcón, rápidamente.)

Un auto, un taxi chocó contra otro que se le cruzó…un auto azul, un patrullero de la policía. Sale un hombre de traje y otro uniformado; abren la puerta del taxi, tironean y sacan a una mujer…rubia….joven, muy gorda…no, no es ella, es otra, una del montón. La mujer grita… ¿La oís? Sale otro hombre del auto azul. Ambos la toman y la arrastran. Tienen revólveres y la apuntan…La meten en el patrullero, empujándola bruscamente y clavándole las armas en las costillas.

(Se oyen sirenas, y cohetes. Las luces de los fuegos artificiales relampaguean a través de la ventana. El televisor suena, también,  a fiesta.)

Ya se han ido, a gran velocidad. El conductor del taxi queda solo, desconcertado. Mira a su auto y luego vuelve los ojos hacia arriba, hacia el cielo o hacia nosotros. Él no debe hacer es0, está mal que lo haga. No sé quien era esa mujer. Es otra, qué más da.
El-Nunca lo supimos.
Ella-Comamos.

(Se sientan a la mesa, dispuestos a comer.)

Después apagaremos la luz, el televisor, todo. Es la noche. Bebamos.

(Breve pausa.)

Esa mujer, esa mujer, esa otra. Se la llevaron, se ha ido, quién sabe adónde. No volverá. Nos apropiaremos de ese destino, como si fuera el de nuestra propia hija. Aprovechemos lo ajeno de este episodio. Es lo mejor.
El-Sí, claro,  hagamóslo nuestro. Se han llevado a nuestra hija.
Ella-Para siempre.

(Levantan las copas. Quietud. Breve silencio.)

Ella-Salud.
El-Salud.

(Brindan.)
                                                  TELÓN  LENTO
                                                                          Buenos Aires, Diciembre de 2014


“UNA FAMILIA LABORIOSA"
Un acto.

Interior. Dos puertas, la de entrada y la del baño. Una ventana. Mobiliario básico: una mesa, sillas, una lámpara, cuadros, adornos. No se trata de un salón realista convencional. Más bien algo simple, teatral.

Personaje: El padre,
                  El hijo,
                  La madre,
                  Voz (off).

(El padre habla frente a la puerta del baño, que está cerrada. Mientras cuenta dinero. Fajos enormes.)
EL PADRE
-Deberías ser más considerado conmigo. Hace más de veinte minutos que ocupaste el baño.
(La voz del hijo, desde adentro.)
HIJO
-Siempre exagerando. Tardo porque el jabón no aparece. Lo esconden, creo.
EL PADRE
-En esta casa nadie esconde los jabones, ni ahora ni nunca. Buscalo bien.
HIJO
-El jabón lo encontré hace rato. Estaba detrás del inodoro…
EL PADRE
-Estas son cosas de Colita.
HIJO
-No creo que un perro pueda hacer esas cosas. Un gato tal vez, pero no tenemos gato. Tampoco encontraba la toalla, mi toalla, la que tiene mis iniciales, hasta que finalmente apareció colgada en la ventana, casi a punto de caerse al patio de la vecina de planta baja. Esa bruja.  Más tarde se cortó el agua, la fría y después la caliente… ¿Me oís?
EL PADRE
-Claro que lo escucho, señor,  no soy sordo. No ando todo el día con los auriculares puestos llenando mi cabeza con estupideces. Apurate. No tengo ganas de hacerme en los pantalones. Después hieden y la gente en el colectivo me aísla, asqueada.
(Pausa.)
No contestás, claro. Tenés miedo de que hable de generalidades, como las llamás vos, cuando me refiero a tu trabajo. Tu trabajo, en fin. Está bien, no lo haré, por respeto y educación de padre. Por otra parte, me meo en los pantalones pero al señor parece que ese detalle no le importa, le parece ínfimo frente a la grandeza de sus tareas diarias. Además, él no viaja en ómnibus, claro.
HIJO
-Llegué más lejos que vos, que sos casi viejo. Hasta tengo auto japonés, un Rolex y toda la tecnología a mi servicio. Además, compro la ropa que quiero y la que tengo es de ricos, toda de marca. Y eso no es todo.
EL PADRE
-Sí, claro, eso a costa de la vergüenza de tu madre y de mi mismo. Que fuimos, somos y seremos vecinos prestigiosos. Tu madre no tanto, a decir  verdad, pero yo tengo un honor ganado, por tradición. Mi padre fue, hasta que murió, el mejor farmacéutico del barrio.
(Pausa.)
¡Taxi-boy, lindo trabajo!
HIJO
-Lo mío es humanitario, ayudo a las personas que se sienten solas, las hago felices. Tanto a hombres como a mujeres.  Hubo farmacéuticos, en cambio, que con tal de vender y enriquecerse envenenaron a mucha gente.
EL PADRE
-Felicidad…  con tarifas, claro. Desgraciado, tu abuelo está muerto y no te puede contestar. Tu trabajo. Ni siquiera hacés facturas ni das recibos para estar dentro de la ley.
(Esconde el dinero en su cintura. Saca otro fajo, enorme y comienza a contar los billetes. Se moja el dedo.)
HIJO
-También tengo novia. Una chica que es la envidia de todos. Hasta vos la mirás con ganas. ¡Crápula!
EL PADRE
-Apurate, te digo. Hablar es fácil, sobre todo de tu novia, a quien apenas conozco y a la que casi ni he mirado. Pobrecita, tendrá que trabajar toda la vida para mantener un hogar estable, si es que llegan algo. Seguramente ha de ser corta de vista para no darse cuenta del sujeto que tiene a su lado. Te doy cinco minutos. Estoy dispuesto a derribar la puerta si no salís.
(Pausa. El perro ladra, en la otra habitación.)
Silencio, Colita. Lo que faltaba. El perro, otro infeliz. También en mi contra. Volviendo al tema. ¿Qué opina tu queridita de tu trabajo?
HIJO
-Nada. Mejor que te suenes la nariz o te limpies la boca antes de hablar de ella. Desgraciado. Es sicóloga recibida. Una profesional, como yo. El título ya lo tiene. Yo se lo hice enmarcar, ese fue mi regalo de aniversario. Todavía no atiende porque no consigue consultorio. Cuando lo tenga, podrías ir y hacerte un tratamiento. De esos bien prolongados. Te hace falta, te vendría muy bien, a vos y a los que te rodeamos que somos los que sufren las consecuencias. Todos lo dicen.
EL PADRE
-¿Quiénes son todos, desgraciado?   
HIJO
-Todos, mamá, mi novia, Estela, la vecina y el portero. Hasta Colita, se siente mal cuando te ve y también cuando te escucha. Ladra con tos, ya te habrás dado cuenta. Se nota que no te puede ver.
EL PADRE
-¿Así? La naturaleza es notable. Tu madre está al caer y si te encuentra todavía en el baño te mata, a vos a y a mí. No olvides que para ella, ese recinto, sobre todo el inodoro es sagrado, un templo se diría. Esa es una de sus rarezas, tiene otras, claro.  No se contiene, no puede. Y eso sucedió desde que naciste vos. Antes necesitaba solo utilizar el baño una vez por mes. Era seca. Y cuando lo ocupaba se quedaba horas sentada tranquilamente en el inodoro, y eso era suficiente. Su cultura y su supuesta clarividencia se formaron de esa manera, leyendo mientras esperaba que el milagro sucediera.
HIJO
-¿Así que vos crees que yo tengo la culpa de la frecuencia de sus evacuaciones?
EL PADRE
-Alta frecuencia, hijo mío, no pierdas el respeto. Que yo casi no la quiera no significa lo mismo, ya que en mi caso ella es mi esposa. Pero para vos,  se trata de tu madre.
(Pausa breve. Oculta, nuevamente en su cintura, los billetes que ya ha contado.)
Cambiemos de tema. ¿Qué te toca atender hoy? ¿Hombre o mujer?
HIJO
-No sé si debo hablar de ello. Mi trabajo es privado. Hay una ética profesional y una defensa del consumidor que están vigentes. Las indiscreciones se pagan, es sabido.
EL PADRE
-Claro que sí, hijo mío. Todavía no llegamos a que tus tareas dependan del estado. Por ahora lo tuyo es un micro emprendimiento, una pequeña empresa con un solo socio mayoritario. Así debe ser. Deberías adherirte a un sindicato, a cualquiera. Hay muchos, camioneros, costureras, médicos… meretrices, aunque no sé si en este rubro también admiten a hombres.
(Otra pausa breve. Se oyen ladridos del perro.)
¡Basta, Colita, silencio, estoy hablando! Volvamos a lo nuestro. No me respondiste. No me hablaste de tu cliente de hoy. Recuerda que soy tu padre y que para mí no debe haber secretos.
HIJO
(En voz baja. Se percibe que acerca su boca a la puerta.)
-Hoy tengo que atender a un señor. Necesita de cuidados, así me dijo cuando me llamó.
Y también de algún que otro correctivo, creo.  Lo digo para que te de rabia.
EL PADRE
(Pegando la oreja a la puerta. También en voz baja.)
-Muy bien, te felicito. Nada de cólera o de rabia.  Entre nosotros, te diré que para el trato no hay  nada mejor que aquel que se efectúa entre hombres. Y te pido que esto último no se lo comentes a tu madre porque ella, aparte de seca de vientre, es muy feminista. Dicho esto, te solicito vehementemente que te apures, dicho de otra manera, date prisa, eso.
(Va hacia la ventana. Se asoma.)
El portero está cruzando la calle. Arrastra un coche de bebé. Ya tiene hijos, no lo sabía, tan joven. Creo que ese es un ejemplo. Un hombre que, pese a su poca edad, no pierde el tiempo en trabajos inconducentes y peligrosos. A la que no conozco es a su mujer. La debe tener ya que dicen que los chicos no nacen de un repollo.
(Se acerca a la puerta del baño. Golpea tres veces.)
¡Forma una familia, eso! ¡Una familia tipo, lo mejor! Un futuro, un destino.
(Vuelve a la ventana.)
Ahora se detiene y conversa con otras personas. Señala hacia arriba, ahora hacia ambos lados y también hacia abajo. ¡Discursos de porteros, habrase visto! Pero la gente lo escucha con atención. Hasta la del puesto de diarios se acercó, justamente ésa qué es tan desconfiada.
HIJO
-¿Qué hora es?
EL PADRE
-Las nueve menos cinco. Pero este no es un Rolex, puede fallar. Cerrá la ducha, dentro de poco llegará tu madre. Sabés que tanto a ella como a mí no nos gusta desperdiciar el agua. Esa manía de bañarse a cada rato…
EL HIJO
-Rutinas laborales. Mi profesión me lo exige. Ya salgo.
EL PADRE
-¿Qué te dije? Ahí llega, tu madre.
(Va hacia puerta de entrada y pega la oreja.)
No está sola. Habla con alguien, seguro que con cualquiera. Qué mundo, todo es por demás.
(Se abre la puerta de entrada. Entra la madre.)
LA MADRE
¡Qué día, no se gana para sustos y no hay descanso posible!
EL PADRE
-Sí, uno más, como otros. ¿Con quién hablabas?
LA MADRE
-Con Estela, la vecina, que es la única que responde cuando la saludo y eso porque me necesita. Me pidió consejo y yo, como profesional, tuve que dárselo, junto con una medicación leve que la reanimará. El resto de las personas que viven en el edificio ni nos mira y mucho menos nos dirigen la palabra. También pasa lo mismo con nuestros vecinos, los de este barrio. En la esquina estaba el portero con un grupo de ellos pero cuando pasé ni me miraron, es más me dieron vuelta la cara, desvergonzadamente..
EL PADRE
(Aparte)
-Es mentirosa. Siempre lo ha sido. Pero ahora dice la verdad.
(A ella)
Bueno, esa indiferencia no será por mi culpa.
LA MADRE
-¡Qué insinuás, qué es por mi?
EL PADRE
-No, no, además tenemos un hijo. Y un perro.
LA MADRE
-Claro, es cierto, por suerte. ¿Hola mi “joujou”, dónde está mi nene?
EL PADRE
-En en baño, dónde si no.
EL HIJO
-Ya salgo, mami. ¿Qué tal el tiempo? ¿Llueve?
LA MADRE
-No, ya paró.                                                                                                         
EL PADRE
-Sí, ya paró.
EL HIJO
-Suerte que paró.
LA MADRE
-Un día difícil el de hoy, tan difícil como mi vida. No me detengo, insisto. Atendí a una mujer, mayor que yo, creyendo que venía para que le hiciera la carta natal.
EL PADRE
-Pavadas.
LA MADRE
-Pero no, había sido golpeada por su marido, dijo. Me mostró los moretones, cuatro.
EL PADRE
-Pavadas.
LA MADRE
-A pesar de no ser yo la indicada, la tuve que atender. Ella estaba confundida. Me vino  a la cabeza la idea de fundar “El Club de las Golpeadas”. El requisito sería mostrar al menos cuatro verdugones, de esos bien violáceos y abonar  una cuota, claro. También una matrícula de ingreso, pequeña seguramente.
EL PADRE
-Pavadas.
LA MADRE
-Soy humana. Me siento benefactora de la humanidad. He sido elegida para eso. Lo dice mi carta natal y mis horóscopos. El chino y cualquier otro.
EL PADRE
-Pavadas mayúsculas.
LA MADRE
-A partir de hoy siento otro designio. Insisto, fundaré y dirigiré esa asociación o club para aquellas mujeres castigadas por maridos ingratos.
EL PADRE
-Ya lo dijiste. Creo que perdiste los estribos, me casé con una loca. Los dos lo están. Ella y el hijo. Uno vive en el baño, no se sabe haciendo qué. Y ella, es peor, una pitonisa que adivina el futuro y que ahora, además,  protege a mentirosas. Qué mundo, qué mundo.
LA MADRE
-Basta, basta. No te extralimites. Sé defenderme.
(Abre la cartera y saca un martillo.)
Ya ves. Hijo, hijito mío, tu padre es un monstruo. Intentó matarme, con un martillo. Logré quitárselo. Ya lo verás, lo guardaré como prueba.
EL PADRE
-Mentirosa y loca. Loca y mentirosa. En cualquier orden.
(La madre golpea la puerta del baño.)
LA MADRE
--Hijo, hijito mío. Necesito tu ayuda. El auxilio de un hombre verdadero.
(Se abre la puerta del baño. Aparece el hijo. Tailleur estilo Poiret, azul. Peinado de raya al medio, tirante, con un pequeño rodete. Anteojos y tacos medianamente altos.)
Hola, mamá.
LA MADRE
-Hola, hijo. Hijo o hija, no sé, hoy no sé. Este chico siempre dándonos sorpresas. Tiene gracia.
EL HIJO
-Gajes del oficio, mami.
EL PADRE
-Oficio es ser panadero… o tornero.
LA MADRE
-Qué negativo. Como siempre. Sin gracia. ¿A dónde irás hoy, querido? Descuento que harás el bien…aliviarás a alguien, lo harás soñar.
(Suena el timbre. El padre y la madre se miran, con curiosidad.)
LA MADRE Y EL PADRE
-¿Quién, quién? No esperamos a nadie.
EL HIJO
-Silencio. Para eso están las mirillas. Para espiar.
(Va hacia la puerta y espía.)
LA MADRE
Claro, mi hijo es vivo.
EL PADRE
-O tu hija, o lo que sea.
EL HIJO
(Susurrando.)
-Dos policías. Uno tiene bigotes.
LA MADRE
-¿Bigotes? Ya veo,  peligro en puerta. Mirá por la ventana, a ver qué pasa.
EL PADRE
-Voy yo, soy el hombre de la casa, en este momento. Ustedes, quietas y mudas.
(Va hacia la ventana y mira hacia abajo subrepticiamente.)
La calle está llena de vigilantes y de patrulleros. Hablan con el portero y miran hacia las ventanas del edificio.
LA MADRE
-Por tu culpa. Volviste a apropiarte de lo ajeno. A robar, cretino.
EL PADRE
-No es por mí. Es por vos, estafadora. Mentís a la gente y hacés trabajos que perjudican a los demás.
LA MADRE
-Me los encargan.
EL HIJO
-Son unos cínicos, los dos. Lo digo como mujer y lo afirmo como hombre.
LA MADRE Y EL PADRE
-¡Desgraciado!
LA MADRE
-Es por tu culpa.
EL PADRE
-No tenés moral. Y eso la sociedad no lo perdona. Ni la iglesia.
LA MADRE
-No hables de iglesia, hereje. Siempre contando billetes salidos de no sé dónde. Ese es tu dios, el dinero mal habido.
EL PADRE
-El timbre no suena más o  no lo oímos, no sé. Hablan y hablan.
LA MADRE
-Nene, andá, fijate de nuevo.
(El hijo va hacia la mirilla.)
EL PADRE
-Aprovecharé para ir al baño.
(Entra al tualé. Deja la puerta entreabierta.)
EL HIJO
-No están, se fueron
LA MADRE
-¿El de bigotes también?
EL PADRE
-Claro, estúpida. El muchacho lo acaba de decir.
EL HIJO
-Respeto, por favor. Estoy jugando un rol. En este momento soy una señora, una profesora por si no se dieron cuenta.
EL PADRE
-Ya lo ven, vienen por nosotros, estoy seguro. Por vos, embustera, engaña a bobos desahuciados y a señoras, inocentes algunas y falsas la mayoría.
(Sale del baño.)
LA MADRE
-Mirá quién habla. Cuenta plata, plata y plata salida de no sé dónde. Compra detergente y lava dinero…Igual que este otro, mi hijito del alma. Lo quiero pero es un sinvergüenza. Aprovecha la debilidad de los otros.
EL HIJO
-Linda gente. Mis padres. Dos estafadores. Habla de debilidad. Ella, una pitonisa de barrio y él un financista de covacha,…por decir algo. Ladrones los dos, desalmados.
EL PADRE
-Mejor que cierren el pico, ambos. Mi esposa…Una estafadora de espíritus iluminada por la sagrada luz de la intuición y de los dones naturales que le han sido dados por gracia divina y este otro, mi hijo,   un libidinoso, un proxeneta de sí mismo que atenta contra las almas, las más necesitadas. ¡Qué dúo! Una madama de prostíbulo que echa las cartas y adivina la suerte y otro que busca esa suerte en la calle o en los avisos clasificados los de peor calaña, los más vergonzosos y vergonzantes. Dan asco. Nada más. He dicho.
(El perro ladra. El hijo señalando a la puerta.)
EL HIJO
-Ahí está, esa es la mejor respuesta. Ahora cuando venga la policía, que vendrá a buscarlos, tendré el gusto de decirles adiós. A este inútil comedor de plata ajena que no se sabe de dónde viene ni hacia dónde va y a esta bruja de cabaret y adivinadora de destinos en los peores antros… Y a la que  contratan para hacer trabajos llamados religiosos o terapéuticos en contra de los demás. Ya prepararé mi peor pañuelo para eso, el que guardo para esa ocasión, el lleno de mocos. Pero antes les ofreceré algunos, por si quieren comerlos. Ya está, he dicho.
LA MADRE
-Sinvergüenza, vagos, que han vivido a expensas de mi trabajo. Este viejo muerto de hambre que  ni siquiera sirve para complacerme, no digo todos los días, sino de vez en cuando. Una vez cada lustro, por ejemplo. Yo también me despediré de ustedes, cuando vengan a buscarlos para llevárselos a la sombra que es donde merecen estar…Descorcharé no una ni dos ni tres botellas de champán…no, muchas más, litros y litros de felicidad. He dicho.
(A través de la ventana abierta se escucha una sirena, luego otra y también una tercera.)
LOS TRES
-Vendrán por nosotros.
EL PADRE
-Estoy perdido. Me han traicionado.
(Saca de su cintura los enormes fajos de billetes y los deposita sobre la mesa.)
Aquí lo tienen, que se lo lleven.
LA MADRE
-Estoy perdida. Fui denunciada. Por esto seguramente. La vecina ésa, Estela,  abrió el pico, está despechada y me odia  porque el marido siempre se fijó en mí.
(Da vuelta su cartera y caen infinidad  de pequeños sobres. De su escote saca también una gran cantidad.)
Entrego todo, es mucho dinero, una lástima, pero tal vez me salve.
EL HIJO
-Estoy perdido. Me persiguen. Es por el reloj. El Rolex. Me tentó, lo vi sobre la mesa de luz, lo miré dos veces y no pude. Me lo traje. Conmigo estará mejor, pensé.
(Se saca la peluca. Luego se quita el reloj y lo mira.)
Tengan, no es mío.
(Pausa. Se juntan, arracimados.)
LOS TRES                                                   
- Por nosotros, por nosotros, vienen por nosotros. Realmente estamos perdidos.
(Del exterior se escucha la voz amplificada de un hombre.)
VOZ
-Se solicita tranquilidad a los vecinos… Amigo, baje, sea razonable, usted tiene una familia… Piense que si se arroja desde allí arriba sus hijos no lo verán más… A los vecinos a quienes no pudimos informar personalmente,  les recomendamos cerrar las ventanas y no asomarse por las mismas… Hay un ser humano, alguien como nosotros que está  dispuesto a… dispuesto a…
LA MADRE
-¿Escuchan? ¿Escuchan bien?
VOZ
-Usted tiene amigos, familia, todos muy afligidos y preocupados por esta decisión suya… También sus vecinos, que lo aprecian… Lo mismo que nosotros, las fuerzas de la seguridad y el orden, la policía y los arriesgados bomberos… Estamos aquí para ayudarlo…Los problemas tienen solución, amigo nuestro, piense en los suyos y en Dios…a Él no le gustan estas cosas…
EL PADRE
-¡No es por nosotros!
VOZ
-No, no lo haga…desista… ¡No…no…!
(Se oye un clamor de angustia. El hombre se ha arrojado desde lo alto.)
EL HIJO
-¡Lo sabía, estamos a salvo!
VOZ
-Tranquilidad, salgan salgan…hagan espacio…
(Se escuchan sirenas y crecen el murmullo y los gritos.)
EL PADRE
-Finalmente…
LA MADRE
-La vida continúa… ¡Estamos a salvo!
EL HIJO
-Seamos felices.
LA MADRE
Festejemos… La providencia o no sé quién nos ha premiado!
EL HIJO
-Sí, festejemos… ¡Salud…!
LA MADRE
-Un momento, aquí falta el benjamín.
(Sale y vuelve con Colita, el perro.)
(Hacen gesto de brindis. De afuera llegan todavía los ruidos de sirenas y alarmas.)
EL PADRE
-¡Más unidos que nunca! Construyendo felicidad y alimentando nuestros espíritus…
LA MADRE
-¡Ahora, sí los cuatro juntos!
LOS TRES
-¡Como una familia. .como una verdadera familia!
(Se abrazan y se besan. El perro ladra.)


                                                             TELÓN

                                                                                                 Buenos Aires, Enero de 2014


 “OTRO DÍA HABLARÉ DE MÍ”
Un acto.

Personajes:
El Hombre,
La mujer.

Escena: Habitación de un hotel. Una cama, mesa de luz, con veladores. Una ventana, una silla. Todo tiene la sordidez de la vulgaridad.

(El hombre,  mayor, de unos sesenta años largos está sentado en el borde de la cama. Es la mañana. La mujer duerme todavía. Ella ronda los treinta y pico.)

El hombre-Creo que tenemos que irnos. Es tarde. Ya ha amanecido. Son las cinco… las seis pasadas, no sé.
La mujer-Un poco más, es temprano. Ya va… ¿Qué apuro hay?
El hombre-No, sabés que no puede ser. No es por la hora, tomé toda la noche. Es que ya está, Ya fue. Lo sabés muy bien.

(En el silencio, se escucha el leve ronquido de la mujer. El hombre busca su ropa.)

El hombre-Otro día. Ahora que no me oís, puedo decirlo. Eso está bien. Hablar con alguien que no me oye.
La mujer-Lo escucho. Me despertó.
El hombre-Mejor .Un día más, uno cualquiera. Para olvidarte. Para pensar que no exististe, que fuiste solo un parecido. Volver a mi casa, a preparar el menú del día, que es lo que voy a comer para luego mirar por la ventana…Y ver todas las mañanas la cara de la encargada que sonríe mientras barre la vereda o reparte las facturas mientras habla con cualquier vecino que la mira y le sonríe…Es todo lo que hay y lo que tengo… eso, los libros… la risa de los chicos en la calle… la mirada malévola de alguien desconocido que se cruza conmigo y porque sí, sin conocerme, repito, me… desprecia. O casi.

(Pausa.)

Bueno, levantate, tenemos que dejar…esto.

(La mujer se incorpora en la cama. Tiene aires de muchacha, pero no lo es.)

La mujer-Usted lee… ¿Qué cosas lee?
El Hombre-De todo. Un diario…  todos los diarios y libros…  Sobre todo eso. Me ayudan.
La mujer-Yo no. Nunca leo. Miro tele, también internet. Libros, nunca. Dígame algo que haya leído. Algo de un libro.

(Pausa.)

El hombre-No sé. A ver… Ahí va. ”Todo lo que sé es que pronto debo morir, pero lo que más ignoro es esta muerte, que no puedo evitar”.
La mujer-Es triste. ¿Siempre lee cosas así?
El hombre-No, a veces no. Depende, muchas veces me vienen otras frases más alegres, optimistas.
La mujer-Dígame una.
El hombre-Después.

(Breve pausa.)

Dale, nena, tenemos que irnos… ¿Trabajás hoy?
La mujer-¿Cómo?
El hombre-Sí, eso que hacés.
La mujer-¿Está mal, es malo?
El hombre-Eso lo sabés vos.
La mujer-Sí, solamente yo. Es mi trabajo, de todos los días.

(Pausa.)

Usted… ¿Tiene familia…hijos?
El hombre-No, toda la vida estuve solo. Con salud, eso sí. Solo… salvo…
La mujer-¿Salvo qué?
El hombre-Algún amor perdido y olvidado o casi… y eso.
La mujer-Eso… ¿Soy yo?
El hombre-No quise herirte. No, no sos vos.  Hacés lo tuyo, está bien. Quizás lo elegiste, tal vez no. Es posible que te guste y es posible que no.
La mujer-Da para pensar.
El hombre-Vamos. Salgamos juntos, que no haya un segundo de diferencia.

(Sonríe.)

No sea que te deje sola y que en ese segundo,  en esa leve ausencia decidas matarte y luego se me busque como al viejo sátiro-decrépito-asesino que huye de los hoteles de sexo después de haber amasijado a la número tal… de no sé cuántas víctimas…
La mujer-Es gracioso lo que dice. Usted habla bien. Pero, no tenga miedo. No pienso matarme.

(Ella comienza a vestirse, en silencio, lentamente. El hombre se incorpora y va hacia la ventana. La entreabre, lo que se puede o lo que está permitido. Entra una línea de luz, la primera claridad de la mañana.)

El hombre-¿Sabés, qué en la calle, cuando te vi por vez primera, me trajiste el recuerdo de alguien muy querido?  También sucedió qué cuando te miré mejor y te vi de perfil, ese recuerdo se acentuó.
La mujer-Un parecido. Mi cara es común. A veces pasan esas cosas.
El hombre- A veces. Pasan, sobre todo cuando uno quiere que pasen.
La mujer-Usted habla de usted sin decir mucho.
El hombre-Bueno, no nos conocemos. O sí, pero de otra manera, pero eso no tiene importancia. Además, soy callado, no me gusta hablar mucho.

(Pausa.)

El hombre-No te vistas todavía. No quiero irme. He tomado una decisión. No te vas.
La mujer-No entiendo. Tenemos que salir, el horario ya se cumplió
El hombre-El mío no. Se lo repito, tomé esta pocilga por toda la noche. Y basta. No me diga lo que debo hacer.
La mujer-Me habla de usted, dejó de tutearme. ¿Qué pasa, qué le pasa?
El hombre-Voy a detener este momento de mi vida.
La mujer-No lo comprendo. Quiero irme. A las diez vendrán a golpear la puerta.
El hombre-Falta. Hay tiempo.
La mujer-Quiero irme…ahora.

(Intenta levantarse El hombre va hacia ella y la toma por el cuello, sofocándola.)

El hombre-Deténgase. Tengo un arma. No quiero ser violento pero si grita la mato Y me siento a esperar. No me importa morir después. No temo a las consecuencias. Venga, siéntese. Quiero hablar…quiero hablar…Podría matarla, sabe. No me costaría hacerlo, se lo repito. Nunca lo he hecho, pero los animales, cuando nos sentimos acorralados o contrariados y aunque esto que digo le parezca exagerado,  nos defendemos.
La mujer-Pero no… ¿Por qué? ¿De qué se defiende? No me porté mal, hice lo convenido, nada más.
El hombre-Ya lo sé. Pero a veces nos hieren las nimiedades, despiertan cosas dormidas en nosotros.
La mujer-No entiendo lo que dice, señor.
El hombre-No importa. No tiene por qué entenderme… Solo tiene que escuchar las imbecilidades que estoy dispuesto a confesar.

(En voz baja, para sí mismo.)

Dios mío, he llegado a esto, a ser tan ruin…
La mujer-Pero yo, yo no tengo nada que ver con eso. Cumplí, hice mi trabajo. No me pague si no quiere; écheme, pero no me haga nada. Yo no estoy sola, tengo familia, mi familia.
El hombre-¿Permanecerá en silencio?
La mujer-Sí. Hable. No quiero violencia, se lo ruego. Solo quiero irme. En paz.
El hombre-Necesito hablar…
La mujer-Hable.
El hombre-Hablar, hablar… de amor.
La mujer-¿Conmigo… de amor?
El hombre-Con cualquiera.
La mujer-Lo escucho…señor.
El hombre-No es así de fácil. Pregúnteme.
La mujer-¿Yo…preguntarle?
El hombre-Sí, por favor.

(Pausa larga.)

La mujer-Usted…usted… ¿Alguna vez estuvo enamorado?
El hombre-No, casi siempre estuve solo. Salvo una vez. Intento olvidarlo pero no puedo. No pude borrar ese momento.
La mujer-¿Se enamoró?
El hombre-No, algo parecido. Miento. Fue más, mucho más. Conocí la pasión desbordada.  Y la admiración, quizás. El sentir que despertaba a la vida como una bestia salvaje. Yo era muy joven.
La mujer-¿Qué edad?
El hombre-Quince, diéciseis…no sé.
La mujer-Un niño.
El hombre-Sí, deje que continúe. Ella era una mujer grande, para mi edad. Mayor que usted. Una vecina a la que oía cantar todas las noches en el jardín lindero a nuestro patio. Tenía una voz hermosa y cantaba canciones desconocidas para mí, antiguas. Con una voz aterciopelada, se diría casi lasciva…

La mujer-¿Qué es eso?
El hombre-No importa. Ella era maravillosa. Opulenta y frágil, dulce y sarcástica.

(Pausa.)

¿Sabe qué vi en usted? No, no me responda. No lo sabe. Solamente adivinaría.
La mujer-No sé, quizás puedo…ayudarlo.
El hombre-Veo en sus ojos los ojos de esa mujer, de esa bella mujer que cantaba y que una tarde, porque sí, trepó a la pared medianera y me miró… y me sonrió. Y un día, en un maravilloso atardecer de verano, estiró su mano hacia mí por sobre esa pared y yo, yo pude tocarla. Su piel estaba húmeda y creo que allí, en ese momento y por ese acto… descubrí el sexo y el amor. 
La mujer- Continúe, por favor. Usted…usted la quiso…¿Más que quererla…La amó.?
El hombre-No me haga preguntas, no me lleve a sitios difíciles. Le diré algo. Ella estaba enferma, tenía poca vida. Pero me enteré de eso en el m omento inevitable.  Mi madre, cruelmente, comentó que tenía el final merecido. El que le correspondía por ser la mujer de todos, según sus palabras. Como si ese fin hubiera sido un castigo solo para ella. Y es el de todos.
La mujer-La muerte, claro.
El hombre-No obstante, hasta ese momento, la poseí todos los días. Saltaba el muro, cuando ella estaba sola y cuando mi madre dormía la siesta y a veces ni llegábamos a su pieza, lo hacíamos allí, en el jardín, una y otra vez. Ella también me poseyó.

(Silencio.)

La mujer-Es triste su historia. Pero conoció el amor.
El hombre-Sí, pero después nunca pude reencontrarlo. Lo busqué, lo sigo rastreando, trato de olfatearlo, de percibir su perfume, de perseguirlo, pero no. Lo he intentado, una, dos, tres, cien veces… Busco, en cualquier sitio, pero no, nunca pude, nunca es igual. Me he vuelto un viejo obstinado y de allí no salgo. No acepté nunca nada que sustituyera ese recuerdo.

(Pausa.)

Ella-Es raro, mi piel siempre está seca, pero, en este momento se ha humedecido…
El Hombre-Déjeme tocarla. No es un deseo, es una búsqueda. Soy sincero.

(La mujer se le acerca y lo abraza.  Un instante y el hombre la separa.)

La mujer-Sí, no sé su nombre.
El hombre-No tiene importancia. Yo también desconozco el suyo. Su vida es una aventura. La mía no, es rutinaria,  gris y aburrida. Sin riesgos. Solo uno, el de recordar aquello que perdí. Esa es mi carga, quedar atado.
La mujer-Mi vida, a veces, también es triste.
El hombre-Claro, a veces.

(Golpes en la puerta.)

El aviso. Sírvase.

(Le paga.)

La mujer-Si, esto llegó a su fin. Gracias, señor.

El hombre- Nos vamos. No nos veremos más. Usted será para mí un recuerdo y yo seré para usted solo un olvido.

(El hombre va hacia la ventana y la cierra.)

La mujer-No señor, no diga eso. No hable así. Estoy en esto, soy lo que soy, pero tengo sentimientos. Tengo un hijo. Alguna vez le contaré…
El hombre-¿Habrá alguna vez?
La mujer-No lo sé.
El hombre-Es cierto, siempre puede existir otra vez. Vamos. Tome su abrigo y salgamos.

(Van hacia la puerta. Se detienen.)

El hombre-Le digo algo, un fragmento de un libro, de uno de mis libros.
La mujer-Dígame.

(El hombre sonríe.)

El hombre-“La felicidad nos espera en algún sitio a condición de que no vayamos a buscarla”. Este… es más optimista.

(Sonríe y la besa.)

Adiós.
La mujer-Adiós señor. y…
El hombre-¿Sí?
La mujer-No, nada.

(El hombre abre la puerta y salen. La misma se cierra.)

                             TELÓN
                                                                                                                            Buenos Aires, Enero de 2014

"TRES INFORTUNIOS MORALES”

Primero:

“LA EDUCACIÓN DE LOS PADRES”
o “LA HERENCIA DE LA VIRTUD”
Un acto.

Personajes:
El padre
La madre
Elena, hija de ambos
Felipe y Asdrúbal, compinches.

(Un interior. El padre, la madre y la hija están sentados a la mesa. Los padres comen. Elena mira su plato, vacío).  

Madre- ¿Qué pasa, Elenita, te noto desganada?
Padre-Eso, hija mía, desganada.
Madre-Esta chica debe estar enamorada.
Padre-Eso, enamorada.

(Elena eructa sonoramente).

Madre-Ves, tengo razón, cuando me enamoré de tu padre mi estómago empezó a funcionar mal. Como el tuyo.  Gases y eructos.
Padre-Cierto, gases y eructos.  A veces tu madre me despierta, continúa con esos  problemas.
Madre-Ves, es que sigo enamorada. Como el primer día.
Padre-Es así, enamorada. Y eso que  pasaron ya sesenta años.
Madre-Tu edad, hija mía. Creo que comés mal. Demasiado pan y pocas papas.
Padre-Sesenta años es una vida. Naciste en buena ley, tu madre y yo nos casamos por el civil…
Madre-Y por la iglesia, claro.

( Elena golpea la mesa).

Padre-Querida, me parece que la nena tiene hambre. Servile una papa, la más grande.
Madre-No, por hoy está bien, mañana habrá más.

(Elena se levanta, enojada. Da la espalda a la mesa.)

Madre-Deberías casarte, querida.
Padre-Eso. ¿Qué fue de Raúl, el policía?

(Elena se vuelve, bruscamente).

Elena-Murió. Lo saben muy bien. Lo atropelló una bicicleta, al cruzar la calle.
Madre-eso dijeron.
Padre-Efectivamente.
Madre-¿Y Héctor, el visitador médico? Ese era un buen candidato.
Padre-Ya lo creo, nunca tuvimos tantas aspirinas gratis.
Elena-Murió. En un accidente. En las cataratas.
Madre-Eso dijeron.
Padre-Efectivamente.
Madre-Pobre hombre. ¿Y Luis, el mecánico de Villa Crespo?
Padre-Pobre chica, traele una papa, la más grande. Si es que cuenta lo del mecánico ese, claro.
Elena-No sabía nadar y se ahogó.
Madre-Eso dijeron. Claro, el agua es peligrosa. Siempre lo dije.
Padre-Efectivamente. Tu madre sabe lo que dice.
Madre-¿Te traigo la papa?

(Elena da la espalda nuevamente).

Madre-Tenés que cuidarte, hija mía.
Padre-A tu edad, sobre todo. ¿Qué será cuando crezcas, muñequita mía?
Elena-No quiero más papas, me estoy debilitando, perdí casi cuarenta kilos.
Madre-No te quejes, hija mía, tus tetas son enormes y tu silueta es envidiable.
Padre-Enormes, eso. Y envidiables.

(Elena eructa fuertemente. Una, dos, tres veces).

Elena-Quiero pollo frito con papas fritas y ajíes fritos. También empanadas de carne, empanadas de pollo y empanadas de jamón y queso. Me apetecería un plato de fideos con tuco, una fuente con un kilo y medio de pasta fresca y con mucho tuco  bien picante. También un pavo relleno al horno y un sándwich de mortadela, en pan francés y con manteca. Eso, para empezar.
Madre-Querida, creo que estás equivocada. Sé muy bien por qué te lo digo. Es por eso que tus novios tuvieron un final trágico. No podían complacerte, eran pobres como ratas.
Padre-Eso, pobres como ratas. Como nosotros, que no nos sobra el dinero.
Madre-La papa es el mejor alimento. Para el cuerpo y para el alma.
Padre-Es cierto, es lo mejor para el cuerpo y para el asma.

(La madre le da un coscorrón.)

La madre-Alma dije, la chica no tiene asma. Ella tiene un espíritu superior. Sale a mí.
El padre-Claro, y a mí también.
Elena-Mienten, mienten, mienten.

(Pausa).

Madre-Elena, Elenita… ¿Qué pasó con Bobby? No lo oigo ladrar.
Padre-Eso, antes hacía guau guau todo el tiempo.

(Pausa).

Madre-¿Qué será del pobre Bobby? Pensar que lo vimos nacer.  Hasta lo tuve en mis brazos.
Padre-Es cierto. Hacía guau todo el tiempo.
Elena-Basta de Bobby. Él se fue, se cansó de ustedes. Lo maltrataban, le mezquinaban la comida, como a mí.
Madre-Ay, hija mía…
Padre-Ay, hija mía…

(Elena eructa. Esta vez es atronador).

Elena-Sé muy bien que guardan la comida en el placard, bajo llave. Y en la heladera, bajo candado.  Pero esto se acabó, no voy a morir de hambre. Tengo influencias.
Madre-Claro, querida niña. ¿De quienes hablás?
Padre-Eso. ¿Quiénes son tus amigos?
Madre-Influencias, ella habló de influencias. Quiso decir gente influyente, no amigos.
Padre-Evidentemente, no habló de amigos.

(Elena va hacia y lateral y emite un silbido, con dos dedos en la boca).

Madre-Qué gracia, nuestra hijita tiene humor.
Padre-Sí, tiene humor y gracia. Nuestra hijita querida.

(Por el lateral contrario entran Felipe y Asdrúbal, los amigos de Elena).

Madre-¡Qué suerte! Vinieron amigos.
Padre-Amigos de Elenita. ¿No será que hoy es su cumpleaños?
Madre-No, todavía falta. Ella nació en Nochebuena.
Padre-Cierto, por eso es tan santa.
Elena-Basta. Silencio. Se acabaron los cumpleaños.

(A los hombres).

Aquí los tienen. Ya saben. ¿Trajeron las sogas?
Felipe y Asdrúbal-¡Sí Elenita, lo que mandes!
Elena-Ya se los dije. Necesitan un correctivo.
La madre-¡Ay, Elenita, querida mía! Recuerda que saliste de mi vientre.
El padre-Eso. Tampoco olvides que yo colaboré para que estés aquí.
La madre-Gozando de la vida, como si fueras rica.
Elena-¡Nada! Muchachos, manos a la obra.
Felipe y Asdrúbal-¡Sí Elenita, lo que mandes!
La madre-Nena, no te enojes. La última vez los moretones no se me iban más.
El padre-Eso. Los moretones de tu madre. Y mis piernas. Afortunadamente camino,  pero estoy rengo.

(Elena los observa. Coloca dos sillas en el centro del escenario.)

Elena-Ya está. Obedezcan y siéntense. Sin chistar. Ni mu.
Los padres-Claro, querida. Ni mu.

(Van hacia las sillas y se sientan).

Elena-Adelante, muchachos.

(Los hombres comienzan a atar a los viejos).

La madre-Me acuerdo cuando naciste. Eras robusta y saludable.
El padre-Ocho kilos. Una lechoncita de 0cho kilos.
La madre-Ocho kilos cuatrocientos. En el colegio eras la mejor. Las maestras nos felicitaban. A tu padre y a mí.
El padre-Cierto. A tu madre y a mí. Les hicimos tantos regalos a las maestras y a la señora directora que te nombraron abanderada. Eras inteligente.
La madre-Fue por eso que, de grandecita, conseguiste ese empleo en el Correo. Treinta años pegando estampillas.
El padre-Toda una gesta.
La madre-Con más cuidado, por favor. Me lastima, joven.
El padre-Eso, no lastime. Las sogas duelen.
La madre-Desgraciadamente  no te casaste, a pesar de que te sobraron los candidatos.
El padre-Te sobraron y se esfumaron.
La madre-Aunque sea un nieto, mi ilusión.
El padre-Estaba Bobby, que nos alegraba con sus ladridos. Pero también se fue.

(Ya están atados a las sillas).

Asdrúbal-Listo, señorita.
Felipe-¿Qué hacemos ahora?
Elena-Ya lo saben. Los sacan y los meten en el bote. Dan un empujoncito para que la correntada se los lleve.
Felipe-Pero Elenita, afuera no pasa ningún río.
Asdrúbal-Y tampoco hay botes.
Elena-¡Silencio! Si yo lo digo es que los hay. Búsquenlos, no traigan problemas.
La madre-La nena tiene razón.
El padre-Como siempre. Háganle caso.
La madre.-Vamos. ¿Qué esperan?

(Los hombres salen, arrastrando a los viejos en las sillas).

Elena-Adiós, adiós mis progenitores. Gracias por todo. La soledad va a ser muy dura. Pero, en fin, la vida es así. Unos se van y otros quedan.

(Sale. Entran Felipe y Asdrúbal. Están cansados. Se secan las frentes.)

Felipe-Buena gente. Nos dieron una flor de propina.
Asdrúbal-Ya lo creo. Linda changa. Después repartimos. Mitad y mitad.

(Elena entra. Trae una bandeja enorme con un lechón asado que hasta tiene una manzana en la boca).

Elena-Bueno, ya está. Ahora podemos comer tranquilamente. Lástima que no están ellos.
Felipe-Estamos nosotros.
Asdrúbal-Y con hambre.
Elena-Es cierto. Brindemos y comamos. Pero no se atraquen que no quiero llamar a la ambulancia o a los bomberos. Adelante. Salud.

(Brindan. Elena eructa varias veces, muy ruidosamente).

Felipe-Y después ¿Qué tal si vemos una porno?
Asdrúbal-Eso, y a pasarla bien entre los tres.
Felipe-Si te parece, hasta podremos tocarte una teta.
Asdrúbal-¡Eso! Estaría más que bueno.
Elena-Nada de diversiones, recuerden que estoy de duelo. Eran mis padres y me dieron la vida.
Felipe y Asdrúbal-Es cierto… ¡Como te queremos, Elenita!

(Comen atropelladamente, con fruición y placer.)

                                                                      TELÓN
                                                                                Buenos Aires, Septiembre de 2013

Segundo:

“LA EDUCACIÓN CONYUGAL”
o “EL AMOR TRIUNFANTE”
Un acto.

Personajes:
Elena,
Antonio, su marido,
Asdrúbal y Felipe, compinches.

(Interior. Un armario y una mesa, a la que está sentado Antonio. Tiene una lupa, grande. Al fondo, dos puertas. Una pintada de blanco y la otra de madera, anticuada.)

Antonio-¿Qué pasa, Elenita, te sentís mal?

(Pausa).

La sopa está tibia. Nada es más asqueroso que una sopa tibia. Tampoco hay pan. No sé qué pasa con la comida, siempre tengo hambre. No sé. Antes me dabas papas. Todos los días, decías que eran tradición en tu familia. Ahora no, solo sopa. Y bueno, algo es algo.

(Habla a la puerta pintada de blanco).

Tengo problemas prostáticos. No de ahora, de siempre. Y creo que la sopa tibia los acentúa. Lo dijo una meteoróloga por la tele. No, no, era una dietóloga, creo.

(Pausa)

En fin, volveré a la sopa y seguramente agravado y meado.

(Se escucha el ruido del agua que corre).

Veo que estás bien.

(Se levanta y, trabajosamente, arrastrando los pies va hacia puerta y golpea).

Elena, muñeca mía, nena  querida, mi vejiga sufre, explota casi.

(Golpea nuevamente la puerta. Una, dos tres veces. Ésta se abre y aparece Elena).

Elena-Mi vida es un eterno sacrificio, un apostolado. No como las de esos otros que siempre tienen apuro. Egoísmo puro, se diría.  ¿Para qué hablar? Mejor callarse. Eso.

(Eructa ruidosamente).

Ya ves, a pesar de mis problemas estomacales, bronquiales y otros. Debo salir y estar presentable. A trabajar o no se come, ni se bebe.

(Ella vuelve con los eructos. El viejo entra al baño.  Habla desde el interior).

Antonio-No sé por qué elegiste ese trabajo. Yo soy rico y la prostitución no es fácil.
Elena-Más difícil es ser monja. Esto lo que mejor hago y contribuyo a que los otros sean felices. Además no hay plata que alcance. Rico y avaro. Avaro y rico. Eso.  
Antonio-No estás obligada, insisto. Aunque, comiendo como lo hacés está claro que  n0 hay plata que alcance. Lo acabás de reconocer.
Elena-Basta, no tenés vergüenza,  sabés muy bien que debo compensar. Me casé con un viejo y le entregué mi juventud. Y parece que el señor no está enterado. Claro, como va a saber si se pasa el día leyendo los diarios.
Antonio-Tenías sesenta y dos años cuando nos casamos.
Elena-Por civil. No quisiste saber nada de hacerlo por la iglesia. Arrastraste mis sueños más puros. Mis padres, desde el cielo, no me lo perdonarán nunca. Y todo por tu culpa.
Antonio-Bueno, algo tendré.
Elena-Sí. Ochenta y dos años y un gran miembro que disfruté pocas veces. Ya no funciona. Dos ocasiones en cuatro años y dos meses. Eso es lo que tenés. A la otra, a la finada,  bien que la colmaste de placer y de sexo. Le hiciste tres hijas.
Antonio-Todas de golpe. Trillizas. Tres mujeres, nada de varones, a ella no le gustaban. Un regalo, el mejor, trillizas.
Elena-Ya lo sé, hizo tanta fuerza que se murió en el parto. Tres hijas, tres desgraciadas. Para nada. Todas se fueron y te dejaron como a una lagartija seca.
Antonio-Me orino.

(Entra al baño).

Elena-Esta noche tomarás la píldora para el vigor sexual. Y nada de quejarte por tus tripas o por la vejiga.

 (Pequeña pausa).

A ver si eso resucita.

(Pausa).

Si no fuera por mis clientes no conocería ni la vida ni el placer del amor.

(Se mira al espejo, se retoca y se va.  Se escucha el agua que corre dentro del baño. El viejo sale y va hacia la mesa. Se sienta.).

Antonio- Estoy acompañado porque estoy solo, a pesar de Elenita que me acompaña bien poco… Igual la quiero. ¡Dios santo! Basta de sopa. A ver el diario…

(Toma el diario y la lupa. Lee. Al rato se duerme. Anochece. Entran Asdrúbal y Felipe. Lo hacen en puntas de pie, subrepticiamente).

Asdrúbal-Dijo que vendría a las nueve.
Felipe-A las nueve, eso.
Asdrúbal-¿Y qué hora es?
Felipe-Las nueve y cuarto.
Asdrúbal-Y no vino. No es puntual. Vaca gorda.
Felipe-Siempre es puntual.
Asdrúbal-Hoy no. Cada día más gorda, la vaca. Y más vieja.
Felipe-¿Entonces?
Asdrúbal-Necesito la plata. La que nos da la gorda vaca vieja.
Felipe-Hablás así porque estás caliente. Con la gorda.
Asdrúbal-Claro. Caliente con la gorda vaca vieja y con la plata también.
Felipe-¿Viste? Yo también.

(Asdrúbal empuja a l otro. Están a punto de pelear cuando se abre la puerta. Entra Elena, cargada de paquetes).

Asdrúbal y Felipe-¡Hola Elenita!
Asdrúbal-Siempre tan linda.
Felipe-Eso, tan linda. ¿Qué tenemos hoy?
Elena-Eso, mi marido. Un trabajito fácil. Ahora…. ¡Al escondite!

(Elena los empuja los mete en el baño).

Elena-Ya estoy de vuelta, viejito mío. A despertar,  Antoñito,   mi torito.

(Antonio despierta).

Antonio-¿Ya llegaste? Cómo pasa el tiempo.
Elena-Sí, otra vez aquí. Toda para vos. Te amo. Te deseo. Mi culito es tuyo. Y lo otro también. Quiero cama.
Antonio-¿Otra vez?
Elena-Claro, pasaron dos años sin que siquiera me tocaras una uña, ya lo dije. Pero, basta de reproches. Soy humana y benevolente, tal como lo quisieron mis padres, que en paz descansen.

(Va hacia la mesa).

A ver, primero el vaso con agua. Aquí está. Se agrega la píldora milagrosa para el vigor sexual, bien disuelta, así el efecto es más instantáneo.

(Para sí misma, en un  aparte).

Nada de una pildorita. Una dosis bien fuerte. Una…dos…tres…cuatro…y cinco.

(Se acerca al viejo).

Ahora, abra la boca, muñequito mío, mi querido.

(El hombre abre la boca y ella le da el agua que el viejo toma de un sorbo).

Ya está. Elenita es buena.

(Tose).

Antonio-Elenita es buena. Y está enfermita.  Ya está, claro.
Elena-Ahora, mi conejito, levántese y salte a mis brazos.

(El viejo se levanta. Camina torpemente hacia ella y grita varias veces).

Antonio-¡Uhhh!  Uhhhh!

(En el trayecto el viejo cae, muerto. Asdrúbal y Felipe se asoman y entran).

Asdrúbal y Felipe-¿Listo?
Elena.-Bien  listo. Ahora, la caja.

(Los hombres arrastran una gran caja).

Elena-Adentro.
Asdrúbal-Adentro.
Felipe-Bien adentro.

(Lo meten en la caja).

Elena-Lo llevan al bosque, al costado de la gruta, sin la caja. Lo sientan y lo dejan bien acomodado, como dormido.
Asdrúbal-¿Qué bosque? ¿Qué gruta?

Felipe-No existen, no los conocemos.
Elena-Silencio, si yo digo que los hay, los hay.

(Pausa).

Ya imagino las noticias policiales.

(Toma el diario y simula leer).

A ver… “Un octogenario ha sido hallado muerto en gran estado de abandono. Luego de una intensa búsqueda, su viuda se presentó y pudo reconocerlo. La mujer, desesperada,  manifestó que el hombre padecía una demencia senil progresiva.  Dada su avanzada edad y para demostrar su potencia sexual, el occiso ingirió gran cantidad de …  etc. etc.”

(Arroja el diario. Eructa. Luego, a los hombres, con autoridad).

Ahora vayan. Salgan, hagan el trabajo y luego vuelvan. Después comeremos. En paz.

Felipe y Asdrúbal-Gracias, Elenita. Sos buena, Elenita.
 Asdrúbal-¿Comeremos choripanes?
Felipe-¿Y morcilla vasca?
Elena-Eso, de entrada. Después lechón, como siempre.
Felipe-¿Podremos dormir juntos?
Asdrúbal-¿Y toquetearte?
Felipe. El culo. O algo.
Elena-No y no. Comprendan que sufro. Estoy de duelo. Basta. Salgan y vayan.

(Salen arrastrando la caja).

Elena-Hice lo mejor. Ahora soy rica.

(Va hacia el ropero, abre todas sus puertas y sale una enorme cantidad de dinero que, aparentemente, estaba guardado a presión). 

Muy rica. Y joven…bah. Basta de calle, se suda mucho. “Lili la tigresa”, se ha convertido ahora en una respetable señora.

(Se saca la peluca, la revolea y la tira por cualquier sitio. Eructa varias veces).

Qué felicidad, la vida es bella. Hasta mi estómago canta. Ahora soy viuda. ¡Mañana me tiño el pelo! ¡Rojo sangre!

                                                                TELÓN

                                                                                                       París, Septiembre de 2013

Tercero:

“LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS”
o “EL AMOR FILIAL”
Un acto.

Personajes:
Elena,
Hija rubia,
Hija morena,
Asdrúbal y Felipe, compinches.

(Interior. Gran cantidad de muebles y objetos sin acomodar, recién llegados. Elena, sentada a la ventana, habla hacia afuera.)

Elena-Viuda, más sola que nunca. No sé qué habré hecho, qué culpa estaré pagando. Mis padres me han abandonado,  se han ido de este mundo. Porque sí. Y ahora mi esposo, mi marido, mi amante. También porque sí. Pobre Antonio, era todo para mí.

(Pausa.)

Claro, a usted no le interesa mi historia. Ya la veo, está distraída. Solo piensa en  sí misma. Ahora llega su marido, lo recibe, le sonríe dos veces, lo mete en el horno y después… al buche.

(Pausa.)

En cambio yo cargo con dos hijas.  Postizas, claro. Y mellizas para colmo. Me los dejó Antonio, mi buen esposo. Otro clavo.

(Pausa.)

¿Se da cuenta? Viuda, más sola que nunca y ahora madrastra. Siempre tuve vocación de madre. Y hoy vienen. Dos turritas, seguro.

(Se asoma, medio cuerpo afuera.)

Lo esperaba. La zorra cerró la ventana. Hizo bien, querida. No sea que venga su marido y me guiñe un ojo. O se toque la bragueta mientras ella mira la luna. Idiotas. Usted y ese otro, al que mete en su cama, seguro que por la fuerza, por obligación.

(Eructa fuertemente. Golpean a la puerta.)

Lo dije. Rol de madre, ahora esto. El mal trago. Es mi destino, sufrir y sufrir. Ya va. Ya va. Ya va.

(Va hacia la puerta. Escucha a través de ella, luego la abre.)

Adelante, ya sé quiénes son y a qué vienen. Él murió, en su ley, a mi lado con toda mi abnegación de esposa. Bien alimentado y sin vicios. No pierdan el tiempo. Plata no hay, no dejó nada.

(Entran las hijas,  una rubia y otra morena).

Las dos-Señora, respete nuestro dolor. Somos huérfanas. De padre.
Elena-Deudas, solo deudas. Eso es lo que hay. Váyanse.

(Eructa.)

Y este malestar estomacal que, a su lado, se acentuó. Soy una mujer enferma. Ya está, saben todo,  pueden irse, insisto por si no me entendieron.
Las dos-Madre. Estamos solas. Somos huérfanas. Piedad.
Elena-Nada de soledades. Ustedes pueden hacer la calle, estarán acompañadas. No sorprenderían a nadie. Existe el circo. Se bajan las bombachas y muestras los culos. Ya está. Se van o llamo a la policía.
Hija rubia-Madre, eres cruel. Fuiste la esposa de nuestro padre, a quien quisimos tanto.
Hija morena-Y ahora su viuda. Desde que nos hicimos mujeres comprendemos todo. Hasta la muerte de un ser querido…
Hija rubia-O no tanto.
Hija morena-O nada.

(Se dirige a la otra. Aparte.)

Hermana, seamos cautas. Creo que esta mujer es peligrosa.
Hija rubia-Sí, una déspota, una asesina en potencia.

(A Elena, desafiantes.)

Las dos-¡No nos iremos…! ¿Qué hay?

(Elena va hacia la ventana y silba fuertemente, con los dos dedos en la boca).

Elena-Las mentirosas me cansan. Las farsantes más todavía y las ambiciosas me sublevan.  A veces es mejor retirarse a tiempo, sobre todo cuando el peligro acecha.
Osadas y necias.
Las dos-¿Qué estamos escuchando?
Elena-Lo que oyeron. Estúpidas.

(Se abre la puerta. Entran Asdrúbal y Felipe).

Asdrúbal y Felipe-Hola Elenita. Acá estamos. Tenés visitas.
Elena-Nada de visitas. Son intrusas.
Hija rubia-Nada de intrusas.
Hija morena-Somos sus hijas.
Hija rubia-Mejor aún, sus hijastras.
Hila morena-Legalmente hablando.
Elena-Acá no tienen nada que hacer. Nada. Dos putitas. En vida han devorado a ese pobre hombre, al punto de hacerle perder hasta la salud. Hablo de mi marido, el padre de ustedes. Si es que eso es cierto. El mundo está lleno de farsantes. Y de apropiadoras.

(A Asdrúbal y Felipe).

Ustedes, comiencen con los preparativos.

(Eructa.)

Las dos-¿Preparativos?
Elena-Así es,  lindas. Tiempo al tiempo.
Hija rubia- Él era rico.
Hija morena-Muy rico.
Hija rubia-Millonario.
Las dos-¿Dónde está todo ese dinero?
Hija rubia-Es plata nuestra, somos sus hijitas. Y vírgenes.
Hija morena-Eso, las herederas, las legales. Y vírgenes.
Hija rubia-Eso, vírgenes, muy vírgenes. Ay, padre, ay padre, ay! ¿Dónde… dónde… dónde?
Elena-Se esfumó. Se perdió en mis tetas.  Lo robaron. Desapareció. Lo comí y lo cagué. No existió nunca. Da igual. Piensen lo que quieran. Ladronas y ávidas. Esos son. ¡Qué gracia, vírgenes! Con lo que salen, las tontas. El pobre hombre dejó solamente a dos estúpidas que, aparte de necias, son  maleducadas. Doble gracia… ¡Qué alarde! ¡Vírgenes! Pero ya obtendrán el correctivo.
Asdrúbal-Cuando quieras, Elenita.
Felipe-Elenita, cuando quieras.
Elena-Hay tiempo. Ya lo dije, tiempo al tiempo. No corran. Después comeremos.
Asdrúbal y Felipe-Claro, Elenita.
Las dos hijas-¿Comer, hablaron de comer? ¿Comer qué?
Elena-Hay tiempo, repito. Tranquilas, ya verán. Lo mejor que pueden hacer es hacerse humo, eso. Tienen esa posibilidad. En eso soy buena. Aquí no necesitamos aprovechadoras de lo ajeno.
Hija rubia-No es cierto, todo es nuestro.
Hija morena-El dinero, los muebles, esta casa.
Hija rubia-Hasta la heladera y la tele, si es que todavía existen.
Elena-Muchachos, vayan poniendo la mesa que enseguida comemos. Cortamos unos bifes de carne fresca y los mandamos a la bodega. Hoy tengo hambre, no ganas de perder el tiempo. Me gustaría un poco de tetas hervidas para empezar y luego un pucherito de nalgas tiernas. Aunque, no sé, las apariencias engañan. A veces la carne sale dura, como de matungas.
Asdrúbal-Si, Elenita. Enseguida afilo el cuchillo. Lo demás está listo.

(Muestra un cuchillo gigantesco. Felipe hace lo mismo con otro cuchillo, más grande aún).

Felipe-Están listos, de rechupete.
Elena-Todo es de ellas. La casa. La guita, la heladera. La vergüenza no, porque desapareció, la perdieron hace rato. Caraduras. Putas. De nuevo. 
Las dos-¡Madre, escúchanos, por favor!

(Elena se sienta. Finge fatiga y mareos).

Elena-Por favor, basta. Siento que mi estómago estalla. ¿Qué culpa estoy pagando en este mundo? La de haber sido buena, quizás. Tonta, eso, tonta más que buena.

(Eructa tres veces.)

A ver, chicos, apuremos este trámite. Terminemos con esto y después cenamos.
Hija Rubia-Un segundo, querida Elena, madre.
Hija morena-Eso, unas palabras, madre.
Hija rubia-Esperemos, madre. 

(Van hacia un aparte. Se juntan y hablan sin que se las oigan).

Elena-Ahí están, desgraciadas. Murmuran. Si pudieran matarme lo harían. Pero no, hoy no, hoy aprenderán lo que es la educación, el respeto y el amor filial. Si no fuera por mi querido y difunto esposo hace rato que estarían fuera de aquí, con sus culos pitando y llenos de patadas y pidiendo por más. Maleducadas. De eso tuvo la culpa el viejo.

(Eructa nuevamente).

Hija rubia-Hemos tomado una decisión, señora. La vamos a denunciar. Tenemos influencias.
Hija morena-Iremos a la comisaría más próxima. Ya nos habían dicho que usted era difícil. Una camandulera famosa en el barrio.
Hija rubia-Eso. En otras palabras, una estafadora. Una chorra. Una sinvergüenza sin escrúpulos. Terminará entre rejas. A la sombra.  Eso.
Las dos-Eso.
Elena-Basta, estúpidas. Guarden esa denuncia. En el culo, eso, la enrollan y se la meten ahí. Es donde debe estar.
 
(A los compinches).

Ustedes… ¡A ver!
Asdrúbal-Sí, Elenita.
Felipe-A tus órdenes, Elenita.
Ambos-¡Allá vamos!

(Agitan los cuchillos y se acercan a las mujeres).

Las dos-¡Oh, Dios! Acuérdate de nosotras. Padre, tú también, ayúdanos…

(Los hombres se abalanzan sobre ellas y las someten. Una acción rápida. Uno de ellos toma los dos cuchillos mientras el otro las encadena.)
               
Elena-Un toque. Un clima. Un final glamoroso, para las virgencitas.  Ahí tienen. Perras. Perdidas. Busquen lápiz y papel. Difamen. Pidan. Exijan.

Hija Rubia-Hermanas, el mal ha triunfado.
Hija morena-No hay ley, no la hay, digo.
Hija rubia-Moriremos contentas.
Hija morena-El enemigo nos ha batido.
Las dos-Adiós, vida mía, adiós.

(Los compinches les meten pañuelos en sus bocas.)

Elena-Bueno, muchachos, es de noche. Las arrastran, las llevan, las desnudan,  van a la esquina, buscan la guillotina y las decapitan. Tontas, más que tontas.
Asdrúbal- No hay ninguna guillotina, Elenita.
Felipe-Tampoco hay esquina.
Elena-Me contradicen,  los dos, todo el tiempo. Si yo digo que hay una esquina, la hay y si yo digo que allí hay una guillotina, también la hay.
Los dos-Sí Elenita, claro. A tus órdenes. Tenés razón, como siempre.
Elena-Luego vuelven y comemos. Buey aromatizado con salsa de alcachofas. Luego lechón y postre. Y vino, mucho vino.
Asdrúbal y Felipe-Gracias, Elenita linda, gracias. Y después, unos lindos mordiscones en el culo.

(La abrazan y la besan).

Elena-Fuera, no me manoseen. Eso será después. La frutilla del postre, quizás. Vayan. Rápido.

(Salen empujando a las mujeres).

Elena-`¡Qué cosa la vida! Pero, hoy por ti y mañana por mí. Todo está superado, como debe ser. Ahora,  la comodidad.

(Se saca la bombacha, la revolea y cantando va hacia la ventana).

¿Vio querida? La justicia triunfa. Está del lado de los buenos- En cuanto a usted,
cuídese, no sea que su marido despierte, la achure de un día para otro y la deje con las ganas y con la boca abierta, llena de moscas. Adiós.

(Va hacia el centro y se abanica mientras canta).

                                                                    TELÓN

                                                                                               Buenos Aires, Noviembre de 2013


Epílogo:

(Escenario vacío, salvo una lápida gris. Asdrúbal y Felipe entran por distintos laterales. Traen sendos ramos de flores.).

Asdrúbal-¡Hermano!
Felipe-¡Hermano!

(Se abrazan).

Asdrúbal-Se nos fue.
Felipe-Como un pajarito.
Asdrúbal-Ese estómago…
Felipe-Y sí, la mala salud.
Asdrúbal-Siempre fue débil. Antes tosía y  estornudaba, además.
Felipe-Hasta flatulencias, seguro.
Asdrúbal-No, eso no, era educada, fina,  una dama.
Felipe-Eso, dama y media.

(Dejan los ramos sobre la tumba. Se abrazan).

Asdrúbal-Eructó tres veces. Tres veces eructó.
Felipe-Cuatro. Eso es lo que se dijo.
Asdrúbal-Bueno, el último fue tan fuerte que se la llevó consigo.
Felipe-Y desapareció, la dio vuelta como un guante y se fue con ella. Como un pedo.
Asdrúbal-Basta te dije.
Felipe-Bueno, tenés razón. Como un suspiro.

(Se abrazan).

Asdrúbal-Pobre Elenita. Era buena.
Felpe-Y justa. Sobre todo con nosotros.
Asdrúbal-Nos dio amor.
Felipe-Y nos mató el hambre.

(Pausa.  Se miran).

Los dos-No hablemos de matar.
Asdrúbal-Eso, mutismo.
Felipe-¡Y si, chitón!

(Pausa).

Asdrúbal-¿Y ahora?
Felipe-No sé.
Asdrúbal-Y…  bueno, hay que seguir. Así es la vida.
Felipe-Sí, eso mismo. Así es la vida.
Asdrúbal-Hoy estamos…
Felipe-… Y mañana no estamos.
Los dos-No somos nada.

(Lloran).

Los dos-¡Qué se le va a hacer!

Asdrúbal,-¿Sabés, hermano, que no me la puedo sacar de la cabeza? Hasta me parece que la veo…
Felipe-Y sí, hermano. A mí me pasa lo mismo. Escuchá.

(Juntan sus cabezas y  se escuchan).

Asdrúbal-La escucho, hermano, la tenés ahí.
Felipe-Y vos también.

(Se oye un fuerte eructo).

Asdrúbal-¿Oíste?
Felipe-Claro que oi.
Asdrúbal-¿Será que nos necesita?
Felipe-¿Y si nos llama?
Los dos-¡Uy Dios! ¿Qué hacemos?

(Miran hacia arriba).

Asdrúbal-No es por nada pero…Partamos dijo Ramos.
Felipe-Eso… Rajemos, dijo Lemos.

(Intentan salir y de pronto se detienen, turbados. Se escucha un trueno. Entra Elena, vestida de negro. Va hacia la tumba, quita las flores y se sienta).

Elena-Qué vida, Dios mío. No hay paz, digo, eso digo. Mi destino es el luto, y hoy lo llevo por mí misma. Y sí, es así,  la vida continúa…

(Al público).

¡…Y la muerte también!

(Se abanica y sonríe. Asdrúbal y Felipe se le acercan lentamente).
                      
                                                            TELÓN

                                                                                   Buenos Aires, Noviembre de 2013


                                                                                                                                                                                                                         "SUPLICÓ DE ESTA SUERTE"
Melodrama en un acto.
                                                                                 “Y pasamos este estrecho, sollozando.”
Personajes:                                                                            Homero, “La Odisea.”
HELENA,
LA OTRA.

Escena l-"UNA MAÑANA DE VERANO, HACIA EL FIN DEL AÑO 1975".

(Música. Interior de un living. Las paredes, lo mismo que el piso, son de color uniforme. La habitación puede sugerir una jaula o una celda. Colgada, en diversos sectores del escenario, hay ropa de hombre: trajes, pantalones, corbatas, etc. No hay ni cuadros ni objetos decorativos. En el centro, una mesa cubierta por un mantel que llega hasta el piso. Sobre la misma, se han acumulado gran cantidad de utensilios: tazas, copas, botellas, restos de comida, etc. Hay algunas sillas en las que también pueden estar apoyadas ropas masculinas; una de ellas está situada cerca de la mesa. En el fondo, de espaldas al público, un sillón Luis XV o de otro estilo similar, que ha conocido mejores tiempos. Por último, sobre el piso, un teléfono.Se percibe un aire de abandono y de decadencia. De un lateral entra Helena, quien viste una robe blanca, larga. Se arregla ligeramente el pelo. Se dirige hacia el costado opuesto. Luego se sienta, cerca de un lateral.)

HELENA (Susurra.)-Pablo, Pablo,  Pablo… (Pausa). Hijo  mío, no me dejes así, sola, mi amor. Sería tan dulce el despertar y también la mañana sería tan bella si estuvieras a mi lado... (Pausa.) ¿Qué digo, qué estoy diciendo? He perdido el control… Claro que quisiera verte para que borres esta obscuridad con la belleza de tu sonrisa.  (Levanta la voz.) Si, si, así quiero que sea, así es.

(Va hacia la mesa, cuando suena el timbre de la entrada. Entonces se dirige a la misma y recoge un sobre del piso. Inmediatamente, del sillón ubicado de espaldas, se asoma La Otra, quien viste de la misma manera que Helena. Se le acerca, expectante. Es de señalar que Helena no percibe la presencia de La Otra, mientras que ésta, en cambio, se dirige directamente y en todo momento a la primera. Helena, evidentemente perturbada, mira la carta de ambos lados. Rápidamente la arroja sobre la mesa y va hacia el balcón, ubicado en la “cuarta pared” y mira,  ansiosa. La Otra, con mayor celeridad aún, toma el sobre observándolo minuciosamente y con gran interés).
          
LA OTRA- Bueno, ha sucedido algo extraordinario. (Vuelve a mirar el sobre.) Es su letra y la estampilla es de Brasil. (Pausa).Helena, para vos,  como todos los días, la vida pasa por otro lado. Mirás hacia afuera. ¿Qué es lo qué esperás hoy de ése paisaje demasiado fatigado para tus ojos? ¿Tal vez que pase un príncipe en un dorado carruaje y que alce su cabeza y te sonría?

(Se aproxima a Helena.)

El autor de esta carta no es quien te la trajo; ese es sólo un hombre, otro, un desconocido, no esperes otra cosa querida. (Agita el sobre) Esto lo ha traído alguien,  que con seguridad ha venido silbando alegremente,  pensando en su mujer y en sus hijos o, quizás en el peor de los casos, hoy está preocupado y taciturno porque ayer perdió su equipo de fútbol… Así es, quien te ha traído esta carta es alguien que nunca pensó en vos. ¿Ves querida?  Se trata simplemente del cartero, el empleado del correo que hoy, entre otras y sin importarle nada te trajo un sobre llegado de Brasil. No pienses que ha sido el otro quien se ha dignado a complacerte trayendo el mismo esta carta. Es conveniente evitar las confusiones y las falsas expectativas que, como siempre son el mejor regalo que te hacés a vos misma. Así que, no busques más por allí; es aquí, aquí dentro donde encontrarás todo.
         
(Muestra la carta. Helena se vuelve y va y viene erráticamente hasta que finalmente se sienta. Fija los ojos en sus manos. Luego toma de la mesa una botella de vino y una copa).

Helena, dejá esa botella. Es la hora del desayuno.

(Helena deja la botella y la copa. Se levanta y va hacia "la puerta de entrada").
           
HELENA-¿Antonio, Antonio...? ¿Es qué el cartero ya vino? ¡Antonio!

LA OTRA-Otro de tus  desatinos, Helena. Naturalmente, aquí está y la ves, hay una carta sobre la mesa y la trajo un hombre del cual ya hablamos. Pero ahora parece que tenemos que hablar de otro hombre, de Antonio, el encargado, que tampoco tiene nada que ver con los secretos de esta carta, aunque si te parece, podés pedirle al mismo Antonio, el encargado, que la abra...

HELENA-Ahora sólo quiero vino. Un trago apenas.

(Toma la botella y se sirve. A punto de beber,  La Otra se le acerca y le habla al oído).

LA OTRA-Bien, Helena, bien, la pequeña gárgara de la mañana. Hay que pasar aún todo el día. Y falta mucho. Como siempre, para nosotras, el tiempo es largo. Aunque hoy no, tal vez pase rápido, ya que parece que hay novedades.

HELENA(Mira hacia un lateral.)-¡Antonio...Antonio..!  Es así, nunca está cuando se lo necesita.

(Va de un lado hacia otro.)

¡ Pablo, si estuvieras a mi lado…! ¡ Pablo, por favor! 
         
LA OTRA-Basta. Dejá tranquilo al portero y olvidate de Pablo, si podés. Ahora sólo deberías ocuparte de esa carta que está sobre la mesa. Quisiste siempre tener noticias de él. Bueno, allí están. Estuvimos mucho tiempo esperando; años que parecieron siglos, que nos hicieron imaginar, soñar, fantasear, suponer, en fin tantas otras cosas...que vos conocés muy bien.
                                                                              
HELENA-La carta...La veo...Pero claro, no quiero pensar; prefiero que mi cerebro se ocupe de...de nada, si es que se puede. Algunas veces lo consigo y dejo de escucharme a mí misma y es entonces cuando todo en mi se recompone y aquieta.  (Pausa breve). Salvo este odio, que se me ha instalado para siempre.
                                        
LA OTRA- Ese odio anudado duramente en tu cabeza y en tu corazón y  que al desovillarse lentamente se transformó, con el tiempo, en una  dura serpiente metida  en todo tu cuerpo hasta corroerlo, como una obstinada epidemia dispuesta también  a devastar este lugar, con estos trastos inútiles y con tu carne, repito, maltrecha en todos sus recovecos. Eso te enfermó.

HELENA-Cuando mi cabeza está en blanco soy, soy...soy casi feliz.

(Se toma la cabeza con ambas manos y mira hacia arriba. Susurra).

Sucede repentinamente y no depende de mi voluntad; llega así, sin anuncios, como en este momento en el que ya no oigo nada, mi mirada se anula y no me importa que el mundo se hunda y  que me arrastre hacia ese sitio donde hay un silencio absoluto, casi parecido al andar taciturno de la muerte.
                                                              
LA OTRA (Hablándole nuevamente al oído)-¿La muerte? Es curioso que hables hoy de ella en forma tan directa. Claro, para vos, mi querida, muerte, olvido y odio van juntos para que la peste continúe. Es el dulce néctar al cual tan graciosamente estás habituada. Esas son tus preferencias. Pero ya ves, apareció una oportunidad. ¿Por qué dudar ahora? Hay algo muy concreto sobre la mesa pero, según veo, pasa lo de siempre. Persiste el miedo a que lo oculto se revele y termine por matarnos, verdadera y definitivamente.

HELENA-No, ahora  nada de muerte. Ni hablé ni pensé en ella; ahora es el tiempo del odio, ya lo dije, de eso, que es lo que siento. (Con marcada ironía.) Es uno de los tantos sentimientos de dicha y de placer que él me ha dejado;  y aunque sé que hay otros, también sé que el odio es su regalo más precioso. Es el que me mantiene viva.
                                                                     
LA OTRA-Por ahora sólo se trata de una carta, sin embargo hablás de sentimientos y te referís a uno al que preferís y que ha resultado ser el más abominable de todos: el odio. Pero también hablaste de otros. ¿Dicha, placer, eso dijiste? Imagino que te referirás a esas sensaciones…inolvidables y placenteras. Voy a ir a lo concreto. El disfraz de indiferencia no nos cae; entonces, nada de eufemismos ahora. Recordemos esas manos fibrosas que te acariciaban; esos ojos, a veces violentos y otras apacibles que te recorrían; y ese cuerpo tan pesado sobre el tuyo, que simulaba ser tan frágil…

HELENA-¡Basta, no quiero, no puedo!

LA OTRA-Y tantas cosas más. Puedo seguir hablándote mucho acerca de esas virtudes tan íntimas y tan carnales de las que te lamentabas y de las que disfrutabas al mismo tiempo pero, claro, sin dar nada a cambio. (Pausa.) Ahora, como siempre, ha llegado el momento de los reproches y de las contradicciones;  de las idas y las vueltas, de las ideas que se instalan y que al rato van a parar a la basura; de las ilusiones y las fantasías, de las historias inventadas que se superponen y que se pegotean unas con otras, de acuerdo con el día. Es difícil encontrar la verdad en eso, si es que querés que la verdad aparezca realmente.

HELENA-No quiero recordar nada y ya lo dije, tampoco puedo. Prefiero vomitar todo ese pasado y meterlo bajo tierra. Quizás, más tarde, pueda nacer algo diferente. (Pausa corta.) Solo me importa Pablo... Solo pienso en él. ¿Por qué no viene a mi lado?

(Se sienta e inmediatamente se levanta.)

LA OTRA-Basta. La paz no te llegará nunca, Helena. Estás convencida de tu bondad y de tu inocencia. Pero tu corazón es solamente una masa muscular.

(Helena se sirve más vino.)

HELENA-Ni siquiera eso, he perdido el corazón. Me duele decirlo pero también él ha envejecido prematuramente. Está partido en mil pedazos.

LA OTRA- Y late a duras penas. En cuanto a su corazón, el suyo, no sabemos nada. Posiblemente lo haya lanzado hacia otros recovecos. La pasión es su alimento, estoy segura, él es joven todavía.

HELENA-Quince años menos.

LA OTRA-Si, señalalo bien. Es algo más que agrega algo a tu sufrimiento. Pero eso hoy no nos importa; pensemos en él, digamos que tuvo siempre las mejores intenciones hacia vos e imaginemos que esta carta guarda quizás la respuesta a esta espera tan larga.

HELENA-No sé, después de tantos años es como si trajera una maldición. Pero no, basta de reflexiones. Él ya no vive aquí. Estoy sola. Para siempre. Su juventud no tiene importancia; siempre fui mayor que él, ya lo sé, unos años.

LA OTRA-Quince.

HELENA- Por otra parte yo también fui joven. Ahora no, claro... También a él, como a todos le pasará lo mismo. Sabemos que el tiempo es cruel,  pero esa certeza, que es una verdad, de nada me sirve ahora. (Pausa.) Este es el momento de beber y quiero más vino, lo necesito, me gusta, me reanima, me reconforta, en fin, me salva.

LA OTRA-Helena, Helena...
                                                                       
HELENA-Pienso en Pablo, mi hijo, nuestro hijo.  Lo llamo, pido por él, imploro, insisto,  ruego casi, hoy, ayer, mañana, siempre. Y no viene. Prefiere, no sé que prefiere;  imagino que duerme  y que sueña,  Eso es no existir, es morir. ¿Dormir, dónde se está cuando se duerme? (Pausa.) No, no duerme, solo a veces lo hace. Estoy segura de que él vive su juventud, que sale, que su cabeza vuela, que escapa, que busca caras felices o tal vez su razón es más simple y dolorosa, quizás huye simplemente por cualquier sitio, por las ventanas u otras salideras…con tal de no verme, no lo sé.


LA OTRA-Estás desquiciada, se ha cansado de estas cuatro paredes que vos misma construiste para encerrarlo y castigarlo. Trataste de poseerlo, luego de echarlo, más tarde de recuperarlo. No existen otros huecos más que los que vos inventaste. Los llamás ventanas, tenés razón; son como las puertas, sirven para entrar y también para  salir. Y las llaves las manejaste vos, siempre fue así y nunca pudiste contener ni recibir nada. Pero él ha encontrado un resquicio para huir de esta cárcel inmerecida.

HELENA-Ha tenido desde chico, signos de locura. Y esta ausencia a la que me condena es uno más. Y fui yo quien quiso que fuera diferente. ¡Qué  ironía la mía y que gran contradicción! Yo, que no fui culpable de nada soy la que recibe el castigo.

LA OTRA-Pablo otra vez...Signos, ausencias, presencias, ventanas, salideras… Locura. Hablaste de locura. ¡Helena, basta!

HELENA-Me estoy volviendo cada día más melodrámatica. Lo cierto es que Pablo es mi hijo y yo soy su madre. Lo he criado y él ha crecido porque yo lo he alimentado. Eso es todo.

LA OTRA-Si, digamos que si. ¿Entonces?

HELENA-Hay mucho más, ya lo sé. La vida me ha enseñado que quizás las verdades son múltiples, pero también he aprendido que para mí, hay una sola, la más importante y la que voy a repetir siempre aunque mil veces la sepa y aunque mil veces se refiera a lo mismo: el hombre es la más miserable de todas las criaturas que respiran y que se arrastran sobre la tierra, nada hay peor. A Pablo lo amo, pero él tiene un padre y los dos son hombres; eso los iguala. Nada puedo esperar de ellos. ¿Qué aún son jóvenes, insisto? Eso no los salva. ¿Más, mucho más jóvenes que yo, ya lo sé, pero qué significa eso? Nada. (Ríe.) Ya lo he dicho, la juventud…La juventud pasa, como casi todo.

LA OTRA-Hablás permanentemente de la juventud y no es allí donde está la respuesta que buscás. ¿Dónde reside la fuente de tu amargura? (Pausa.) Todo es más sencillo y más simple. Lo dijiste, todo pasa. Has envejecido y eso no es grave; lo que realmente es terrible e insoportable es la inutilidad con que lo has hecho. Y esa es otra más de tus obsesiones, tal vez la peor.

HELENA- He envejecido duramente, de la manera más terrible.
          
LA OTRA-Bien. Asimismo dijiste que ellos son iguales. Es probable que él, el gran ausente, su padre,  también esté loco, como vos.

(Pausa.)

HELENA-No, no quiero ser tan despiadada. Voy a situarme en otro sitio, Quisiera verlo de otra forma. (Pausa.) Sé que él es distinto y que va contra todo. Su coraje es un signo de salud.

LA OTRA-De repente la admiración. Más contradicciones. Ahora es un héroe.

HELENA-Siempre supe de su locura. Creo que si no estuviera loco, todo sería terrible para él. Y también para mí; no podría haberlo amado.

LA OTRA-¿Entonces?

HELENA-Quiero un cigarrillo. (Bebe.)

LA OTRA-No sé bien por qué hablamos de su locura. Lo que consiguió es haber sido siempre diferente. Ése fue su mayor triunfo. Ha amado la aventura, la vida desconocida, el cielo, el mar, la tierra y todo lo que hay debajo de ella. Se trata de aquello a lo que nosotras, seres comunes y vulgares, no nos atrevemos. Su locura, tal como dijiste, es un signo de salud, lo mismo que el coraje. Te creo. Para nosotras, en cambio, son  síntomas impensables y atroces; estamos condenadas a no poder salir de nuestros propios pobres cuerpos.

(Enciende el cigarrillo.)
         
HELENA-Sí, en él es salud, es santidad, es maldad, es perversión, es rencor, es odio; sobre todo  odio hacia este mundo de crueldad y de seres infernales. En eso somos iguales, solo que el mío va dirigido exclusivamente hacia él.

(La Otra pone el cigarrillo entre los labios de Helena, quien fuma, pensativa.)

LA OTRA-Helena, insisto,  quizás te quede apenas un resto de corazón, o de algo parecido. Todo en vos es tan primitivo que, insisto,  de lo único que podés hablar es de odio. Nosotras hemos hecho un  pacto; nos hicimos una promesa pero yo no pude convencerte. A veces, me desoriento y entro en tu estúpido juego. Somos una, ciertamente, y no te perderé de vista, pero mientras... mientras es ahora y la carta está allí, esperando.

(Helena se cubre la cara con las manos. La Otra se aproxima y le acaricia la cabeza. Un momento de silencio, una pausa.)

La carta. Tenemos que abrirla.
 
HELENA-No.

(Pausa.)

LA OTRA-Quizás... maravillosamente...anuncia su retorno.

HELENA-Me siento mal, estoy pensando en maravillas. No, no, no.

LA OTRA-Han pasado demasiados años. Algunas veces, además de cruel, el tiempo es generoso. Yo lo amo todavía. Con toda la ira, el rencor y esa palabra que tanto usamos, odio. Siempre supimos que esos sentimientos van juntos, mezclados porque vos, y sobre todo yo, no supimos clarificarlos y separarlos.

HELENA-El es detestable y lo desprecio. Ya lo he olvidado. Si, es verdad, el tiempo es también generoso.

LA OTRA-La razón está turbada por el deseo y por aquello que fue y que no vuelve.

HELENA-Más que el deseo es el recuerdo del deseo; esa necesidad de aferrarme a la pasión, a ese bello estado incapaz de contener sentimientos que tengan que ver con lo razonable.

LA OTRA-A la vida, como sea que haya querido ser, pero no a este deambular por agujeros innecesarios y perdidos, por laberintos inútiles, disfrazados de ansia, de esperanza y que solo conducen al espanto.

HELENA-Y al dolor.          

LA OTRA-Te lo repito, yo lo amo, aún más que antes. Lo digo fríamente; ahora la pasión y el deseo están lejos, perdidos, navegan hacia otros rumbos donde encontrarán, quizás, el olvido definitivo. (Pausa.) Leé la carta.

(Toma la carta y se la tiende a  Helena, quien se levanta de su silla y mira atentamente el sobre.)

HELENA-La dejaré por ahora. ¿Qué puede él decirme?

LA OTRA-Mucho, ya no sabés nada de su vida. Imaginaste demasiado. Todo fue creciendo y se fue ramificando; sabemos muy bien a que me refiero.

HELENA-Quiero estar tranquila. Más vino.
        
(El teléfono suena.)
    
HELENA-Es Antonio, le pedí que me llamara. Necesito un remedio.

LA OTRA-No es él, estoy segura. No hay quien pueda llamarte.

HELENA-No, no, nadie me llama. ¡Otra ironía! Nadie me recuerda, justo a mí que a pesar de todo, estoy dispuesta a ser sociable. Atendería el teléfono, pero no, ahora no. ¿Antonio? No sé. Tal vez sea Marta, la que siempre me reprocha. O Estela, la esposa ideal con sus cachorros. O Irene, la que me habla de su infancia. Mis amigas.

LA OTRA-No, hace años que no te llaman.

HELENA-¿Qué más da? Quiero tomar más vino y después dormir. En el crepúsculo, cuando llegue la noche, me ocuparé de esa carta. Ahora, solamente está el vino. Es generoso y ardiente. Me llega al alma.

(El teléfono ha dejado de sonar. La Otra sirve el vino que Helena bebe con ansiedad. Luego lo hace nuevamente, una, dos, tres veces, muchas.)

LA OTRA-Helena, Helena, ayudame, hoy tenemos un día difícil.

HELENA-Quiero vaciar mi cabeza otra vez pero ahora no puedo. Está allí, unida  a mi cuerpo, esa masa que una vez fue mar pero que ahora perdió su bravura y se ha transformado en una marioneta…gris, tan gris como la tristeza. Así debe ser y así es.

LA OTRA-Estoy cansada, tenés que dormir.

HELENA-Quisiera olvidar estas cuatro paredes, huir de este barro, irme de este sitio pútrido.

(Se sienta y apoya su cabeza sobre la mesa. La luz baja casi hasta el obscuro total.)

Salir, sí, encontrar lo inesperado, lo sorprendente, una provocación, un batir de alas, no sé, algo parecido a la felicidad...Un juguete, eso...un bello juguete...

LA OTRA-Hoy es un día inusitado. Quizás hemos recibido un relámpago que acaso haga posible lo que es imposible y que aún no lo vemos. Lo comprendo, la esperanza, la duda, el fin, todo se mezcla y tal vez ya no podamos engendrar algo nuevo, ni siquiera pensar en hacer el intento.

(La Otra va hacia el sillón y canta suavemente. Helena se duerme. La escena va a negro. Música.)
                  
Escena 2-"EL SUEÑO, MAS TARDE, DESPUES DE MEDIODIA".

(La luz sube tenuemente. Helena sigue sentada a la mesa, con su cabeza apoyada sobre la misma.)


LA OTRA-Por suerte, hoy ha comido. A veces comprende que es necesario.

(Pausa. Mira a Helena, que duerme y que, por momentos, solloza y se queja. Durante “el sueño”, La Otra camina muy lentamente, en círculos, alrededor de Helena, quien también puede hacer lo mismo cuando es La Otra quien retoma el relato.)
       
"Hay momentos en que todo simula ser...nada. Como ahora, en este instante, en esta obscuridad. Marcho sobre un pantano; el agua es negra, densa, llena de sustancias pegajosas, de peces muertos, de alimañas...hasta de sanguijuelas. Mis pies están hundidos en el lodo, que me llega hasta las rodillas y que me hace andar muy lentamente. No importa. No puedo dejar de avanzar, aunque ese no sea mi deseo. Voy por un camino abierto entre moles de piedra que forman un túnel de horribles y gigantescas formas humanas. En el sendero, más adelante, donde hay más luz, alguien está de espaldas. Levanta un brazo suavemente, a modo de saludo, gira la cabeza al mismo tiempo y luego también su cuerpo...Y avanza...Y sonríe...Y su boca se abre y parece buscarme, más que sus ojos, quizás para destrozar mi pobre piel. (Pausa.) ¡No, no es eso, es él, lo reconozco, él no llegaría a tanto, solo quiere lamer mis heridas! ¡Ya voy, no sea que temiendo te escapes! Sus cabellos de trigo son como alas que se agitan sin cesar, capaces de llevarme al más recóndito de los lugares. Si, es él. Nada lo conmueve. Es ése que no teme ni a la lluvia torrencial, ni al frío, ni al ardor del sol...Ahora, me mira abiertamente, con complicidad, y me señala algo que allá lejos, muy lejos, alguien se está acercando. Es un adolescente, casi un niño... A pesar de la distancia percibo sus ojos, que están fijos en los míos, taladrándolos. También veo que apura su paso, hasta correr como un ciervo, trotando, para llegar rápidamente y estar a mi lado".
         
HELENA-" Su voz canta como un pájaro maltrecho. No vayas a buscarlo, no te acerques, no sigas, no sea que te llegue una desdicha, me dice. Y luego... ¿Quién es él, quién soy yo, quiénes somos. Yo no lo sé, mi pequeño, mi hijo, no lo sé. Soy para ustedes una extraña. Y luego se lo señalo,  le pido que lo vea. Él está allí ahora,  con sus camaradas, otros hombres. Ríen... ¿Los oís?  Vos y yo estamos ajenos a ellos... (Pausa.) El niño me mira y sus ojos están ya desmayados; su cara se acerca tanto a la mía que deja de existir y, en medio del sopor y de la bruma de su aliento, se deja caer y se hunde en el pantano, con una mueca que pretende ser una sonrisa...Mis manos van hacia él pero no pueden alcanzarlo, se esfuman junto con el niño que ahora ha desaparecido. Te pido que vuelvas, te necesito. Mi amor, hijo mío, hay rencor en mí, ya lo sé, pero no escuches mi llanto, no te vayas. Un deseo más duro me somete. Quiero que traigas una soga, que la ates a mi cuello y que, con la ayuda de tus manos, me asfixies..."
         
LA OTRA-"Ahora la niebla es más densa y allí está él. Ya no quiero verlo, pero no puedo hacerlo. Esos hombres... Él juega con ellos, como juegan los hombres. Se golpean, se torturan, brincan, saltan, se arrancan las ropas hasta quedar casi desnudos. Y luego ríen, esta vez más fuerte. Amor mío... Te quieren poseer, acariciar, besar, hasta destruirte si pudieran. Deberías abandonarlos, pero no te das cuenta y los mirás sonriente y feliz, sin temores; es como si derramaras tu cuerpo y tu corazón. No sé donde estamos. Miro hacia arriba y algo cambia. Ahora aparece un balcón, colgado de una nube espesa que de a poco se desvanece. Allí hay alguien, es un hombre, uno más. Buscás su mirada y se encuentran y se sonríen cómplices, mientras en un gesto caprichoso, ambos, al mismo tiempo, se pasan las manos por el pelo de sus cabezas mientras miran a los otros que, marchando,  se van. ¿Son soldados qué desfilan? No lo sé. Después todo vuelve a esfumarse y el balcón desaparece lentamente mientras surgen otras formas que se van definiendo hasta cobrar una nitidez de artificio. (Pausa). Veo, con dolor que ya no estás solo. Hay algo a tu lado, una sombra que pareciera abrazarte, pero yo me niego a verla y tuerzo mi cabeza de un lado hacia el otro para evitarla. Pero mis ojos me traicionan y vuelven a esa mancha que se aclara hasta transformarse en una forma...humana. ¡No, no, repito, no quiero! Pero es inútil. La luz ha ganado y no puedo evitarlo y por lo que veo es una imagen detestable. Quiero luchar fuertemente para omitirla, pero no lo consigo, me  resulta imposible. Allí está. Sus cabellos son largos, ondulados; parecen serpientes y son tan copiosos que se arrastran por el suelo enlodado."

(Helena se incorpora.)

HELENA-"Sí, se trata de una mujer. Una imagen que mis ojos detestan. Insisto en borrarla, en echarla de mi cabeza pero no lo consigo por más que me desorbite y me desboque. Es imposible, allí está. Sus cabellos son tan largos que ocultan su cara; sólo es posible ver sus ojos, grandes, intensos, duros. Se coloca delante de él y estallan en risas que llegan hasta las carcajadas. Ella le toma las manos y las acerca a su boca. Y luego le murmura, le canta al oído. El ríe más aún, la abraza, la acaricia y sus cuerpos se unen, sinuosos, con un salvajismo bello y bestial; la mujer acerca su boca a la de él, su lengua es roja como la sangre y sus salivas se funden pastosamente. La claridad disminuye hasta una luz de muerte, salvo ese rayo de sol que, dorado, brilla sólo sobre ellos. Otra vez, todo comienza a desvanecerse hasta llegar a ser tan blanco y tan intenso que enceguece mis ojos aún más, lastimándolos...”

(Se agita. Tiembla. Luego se sienta. La Otra toma un cigarrillo, lo enciende y lo pone entre los labios de Helena. Acaricia, nuevamente, su cabeza. Le sirve, después una copa de vino.)  
           
HELENA-Lo sabía, él aún está vivo y la esperanza lo ha poseído, eso está claro. Pero algo me dice que también suspira continuamente por su alma; quiere que se separe de su carne pero no lo consigue.

LA OTRA-Quiero creer que en realidad debería llorar con amargura, por el niño ausente en su memoria y también por su esposa, a quien ha hecho desdichada... Pero sé que los hombres son brutales y se distraen, son así. Buscan, entonces,   la confianza de sus iguales, simulando que es lo único que les importa y esa es  una verdad disfrazada, ya que lo que más desean es triunfar sobre esos otros, a quienes hay que someter y aniquilar para ser el más fuerte. Y para no sufrir. Esa es su verdadera voluntad. Es por eso que luchan, para vencer. Y para no llorar. (Pausa). No sé si algo de todo esto que digo existe...
        
HELENA-Nada existe, he soñado. Todo es producto de esta imaginación a la que no le he puesto límites; mis sueños son así. En realidad, si es cierto, su retrato es el de un infeliz...No, eso es una mentira. (Pausa). En verdad, ya no sé como es, nunca lo supe. Insisto, quizás quiere llorar con amargura, rogar, suplicar... Pero si así fuera, él no puede hacerlo, no es como yo.
               
LA OTRA-Demasiadas especulaciones, las nuestras. De acuerdo, tenemos razón. Podemos ir hacia adelante o hacia atrás; buscar argumentos, reflotar fantasías acumuladas a lo largo del tiempo; pensar que sí, que no o que quizás... Que él así, de esta manera o tal vez de la otra, o de ambas, o de ninguna. Creer en sueños y en espacios remotos. (Pausa.) Pero, estamos aquí y, olvidamos que lo único cierto y real es haber aceptado el dinero, el suyo, que todos los meses, con miles de artilugios y durante años nos ha enviado. Casi anónimamente. El disfrazó su ruindad y su culpa con la máscara de la generosidad y nosotras le agradecimos ese pacto; fuimos nada más que mendigas cómplices, más ruines aún que él. Porque además lo juzgamos. Permanentemente.
               
HELENA-¡Basta! Mi cabeza está deshecha. (Pausa.) Vi el pantano, también al pequeño Pablo que se hundía junto con sus lágrimas. Mientras tanto, él sonreía a cualquiera, a esos hombres, a ese otro del balcón...Pero eso no importa, ha sido un sueño, nada más que eso, un sueño y debo convencerme. ¡Pero ella… ella, Dios mío! ¿Quién es, qué sabe de mi o de nosotros?
        
LA OTRA-Certezas, sólo eso. No sabemos nada, todas son certezas. Solo la carta existe, allí está él. Leela, ahí está la verdad, aunque esté plagada de mentiras. No pierdas tiempo en murmullos, el secreto está allí, en ese papel, esperándonos. (Pausa.) Mientras podríamos preguntarnos varias cosas. ¿Qué le hiciste, qué le hicimos, en qué nos equivocamos...?                                                   

HELENA-No quiero pensar en la carta. ¿Para qué leerla? Seguro que la ha escrito como siempre, con la ligereza de un rey, con la mueca de triunfo del que ha conseguido seducir y adiestrar a la vida y a todos y a mí misma de la misma manera, como a idiotas.
      
LA OTRA-Ya lo sabemos; también nosotras hicimos su voluntad. Es cierto, lo hemos aceptado, su poder de seducción era su arma más eficaz.

HELENA-Yo lo amé demasiado.

LA OTRA-Claro que sí. (Pausa.) Entonces destruyamos a ese rey quien, sentado en las nubes ha
tenido la gentileza de escribirnos. Tomá la carta. (Se la alcanza.)

HELENA-Que quede ahí, no es el momento. Será, después, más tarde. (Se sirve más vino.)

LA OTRA-Veo que estamos, nuevamente, en las rutinas agradables, en las bellas costumbres inconfesadas.
            
HELENA-Dios, ahora estoy mejor. Ha de ser...no sé, no sé que ha de ser. A pesar de que allí hay algo, una carta que me perturba, que me vuelve loca. Estoy bien, me baña un sopor extraño que me confunde, que no me deja ver. ¿Qué sucede? Hay niebla, humo ahora.

LA OTRA-Es sencillo, como todos los días, estás ebria. Hay una forma de salir. Leer esa carta.

HELENA-Ya se disipará todo, normalmente. Así.

(Va hacia la carta, la toma e intenta romperla. La Otra se lo impide.)

LA OTRA-¡Dame eso, idiota!

HELENA-¿Por qué, qué es lo que yo espero de la vida? Grande, insisto, casi vieja, sola, con un pasado incompleto y absurdo, melodramático... ¿Qué ilusiones, qué muertas esperanzas aparecerán de repente? ¿Hay, quizás, algún remedio, algo que me devuelva a los días gloriosos del deseo?
                                                        
LA OTRA-Vos sabés lo que estás esperando.                  

(El teléfono suena nuevamente. Las dos lo miran.)              

HELENA-Otra vez; es Antonio. Estará extrañado de que no le responda.

LA OTRA-¿Estás segura?

(Pausa.)

HELENA-Estuve casi toda la vida esperando. Ya no soy joven...

LA OTRA-¿Otra vez? Basta, no quiero sufrir.

HELENA- Ya lo sé. Siempre está eso. Joven es una palabra dolorosa para mí. La contraria es mucho peor; el tiempo me ha arrebatado todo; mi cuerpo está vencido, lleno de  alcohol...Sí, lo sé, nada hay peor que sufrir. Siempre pensé que lo amaba y ahora no quiero que me vea. Prefiero eso, que él siga con su vida de aventuras y pasiones; que corra detrás de lo primero que aparezca. Como fue siempre, lo repito y sin que yo pudiera contenerlo. Ahora menos.
         
LA OTRA-Helena, servite una copa de vino y bebela, y luego otra y otra. En fin...creo que eso es mejor. No vuelvas al mismo infierno; cuando la juventud se va las llamas tardan mucho en convertirse en brasas. Mirá el vino, es rojo como el fuego, pero es diferente, ya no te quema. Es un bálsamo.

HELENA-Si, tomaré más. ¿Y después?

LA OTRA-Después dejá que caigan esas lágrimas. Nadie te verá; ni ese ser, imagen difusa de lo que llamás tu hijo, ni él, el otro; nadie se enterará de como se consume esta vida, de cómo se reseca el corazón. Deberías llorar a torrentes,  si pudieras.

(Helena se levanta de la silla. La luz baja. La Otra se aproxima y le sirve vino. La luz disminuye hasta el obscuro, mientras Helena bebe. Sólo la carta queda iluminada.)
          
Escena 3-"LA CARTA, EL MISMO DIA, POR LA NOCHE".

(Música. La Otra está sentada en el sillón, lejos de Helena.)

LA OTRA-¿Los segundos, los minutos, las horas, por qué pasan así para nosotras, tan lentamente? Vos lo sabés, pero el tiempo no te hace caso;  ahora, a pesar de todo, es casi medianoche.
         
HELENA-Yo no sé nada. Yo imagino.

LA OTRA-Sí, como siempre. Es cómodo pensar que él volverá y que todavía te ama; que vendrá pronto y que junto con tu hijo te acompañará para siempre; es el placer de la esperanza. O tal vez sea lo contrario: pensás que no lo verás más, que te detesta y que te echa en cara todo tu fracaso. Hay un goce perverso en este titubeo. Lo odiás, lo amás; una vez es el cielo y otra el cadalso, y yo, justamente, no estoy para tantas confusiones. Ya te lo dije, la noche ha llegado y no amanecerá nunca hasta que nos enteremos de la verdad. La verdad, no sé si recordás esa palabra.

HELENA-Sé que sólo soy una cosa para él. Un trasto vulgar, ordinario.

LA OTRA-No continúes...Vamos a los más importante, tomá la carta, hacelo de una buena vez, repentinamente.

(Helena va hacia la puerta.)

HELENA-¡Antonio, Antonio, venga por favor; no pude contestarle porque no estoy bien, me siento enferma!

LA OTRA-Dejá al portero tranquilo. Es tarde. Ahí está el vino.

HELENA-¡Antonio, por favor, venga!

LA OTRA-No insistas, te dije; lo llamaste antes y no vino. El también, como todos, te detesta. Estamos solas. Te ayuda porque le pagás; no te quiere, te cobra. Dudo, además, que se haya tomado, alguna vez, el trabajo de tenerte en cuenta. Te lo repito: estamos solas.

(Con gesto de fastidio sirve vino. Helena, ávidamente lo bebe.)

Ya sé que, en las profundidades de tu espíritu pensás que él te abandonó pero que aún te ama. No, no. Te lo repito, tomá la carta y leela, allí está la verdad, aunque mienta y nos deje con nuestros viejos dolores. La carta. Ahora es ella la que nos espera.
                                                                                                                      
HELENA-No puedo. Tengo miedo.
       
LA OTRA-Claro, eso es lo que corresponde en este momento. Sé que tu pobre corazón llora y grita; lo dijiste mil veces. Pero ahora ese tiempo se acabó, vamos, allí está, sobre la mesa, muda, esperándote. Quiere hablarnos y no puede.

HELENA-Luego, todo sucederá más tarde, después.

LA OTRA-¿Es posible que nos ultrajemos con tanta cobardía?

(Conduce suavemente a Helena hacia el centro de la escena. Luego va hacia la mesa y toma el sobre.)

HELENA-¿Será qué debo hacerlo, ahora, en este momento?

LA OTRA-Sí, tomá, justamente ahora y es para vos. Es sólo un acto mecánico; se trata sólo de un pequeño rectángulo de papel blanco. Dentro hay una hoja del mismo formato, llena de signos. Esos signos son las palabras y representan ideas eslabonadas lógicamente que nos pueden ayudar o destruir. Una construcción, con contenidos. Es eso, nada más. Y nada menos.
     
HELENA-No quiero, deseo que desaparezca. Aunque sé que es imposible, está ahí, a pesar de mí.

(Toma la carta, titubea, finalmente hace un bollo y la tira al piso. La Otra, quien ha estado expectante, la recoge rápidamente.)

Seguramente habla de Pablo.
                                                                           
LA OTRA-¿De cuál Pablo? Hay dos.
          
HELENA-Pienso en ese compañero de lucha, no hablo de mi hijo. ¡Ese otro, su compinche, el que lo convenció y con el que huyó dejándome herida de muerte! Ya lo sé, me contará, sin duda, sus hazañas y su amor por “la causa". Me dirá lo que ya sé, que los unió la historia, el bello relato de lo sucedido en el 45, en ese célebre mes de Octubre y que fue ese mismo compañero quien lo convenció de sumarse a esa lucha, él que lo persuadió con su mirada dura y sus modales toscos, de obrero. No me hablará del hijo que le di, de eso no se ha ocupado nunca, toda la carga fue para mí y ahora me envía una carta. (Pausa.) Signos, claro. ¿Será una carta sencilla o una esquela de condolencias o tal vez una tarjeta de felicitaciones por el trabajo que yo sola emprendí? ¡Quizás, con suerte,  se trate de una amable invitación para una fiesta...! (Ríe.) No, no, yo sé porque me escribe. Su culpa debe ser atroz y yo no quiero compartirla; tiene que sufrir solo, tiene que imaginar que estoy muerta.

LA OTRA-¿Muerta? A los cadáveres no se les envía dinero. Además, no sabés si él está solo. Hablaste de otro.
       
HELENA-Ya lo sé, se fueron juntos. Estaba también en el tren, detrás de vidrio de una ventanilla que no se abrió. Solo recuerdo el perfil, su nariz fuerte y su pelo negro, los ojos fijos en el otro pasajero frente a él, a ese a quien yo si miraba, esperando quizás que  descendiera, que me abrazara, que finalmente se quedara conmigo, que me amara...Vestía una camisa blanca y su pantalón era negro, su color preferido. Lo recuerdo muy bien. El cuello estaba entreabierto y se asomaba ese vello púber que siempre lo acompañó. Hacía calor esa tarde. No se había puesto el saco, no, lo sostenía entre sus manos como si fuera un tesoro muy querido. Sentí una emoción muy profunda en ese instante. Ese recuerdo todavía me conmueve y no debería ser así. Había sido mío y esa vez, lo vi tan bello como sólo el espíritu de la aventura y del coraje transforma a los hombres. Y se iba...  
     
LA OTRA-Interesante. ¿Y qué más?

HELENA-Ese extraño, el otro, tal vez percibiendo mi inútil dolor, giró por un momento su cabeza y clavó sus ojos en mí...Eso también lo recuerdo muy bien. Justo cuando el tren arrancaba. No puedo quitarme los ruidos de ese día en la estación y el tronar de las ruedas al ponerse en movimiento. Una música inolvidable, dura, la del hierro.

LA OTRA-Recuerdos, solo son recuerdos; no sirven, inmovilizan. Lo real está sobre la mesa, aquí y ahora.

HELENA-Hay una carta y no es el aviso del Banco, ya lo sé. Se trata de más veneno; del que ya he bebido más de lo suficiente. (Pausa.) ¿Otra vez debo hablar de lo mismo, de esa droga llamada odio, la  peor que él me ha inventado? Es así, fue mi alimento. Y no debo dejarlo; justo ahora, no. Lo he ingerido tal como él me lo ha dado, con impurezas, con mentiras, con traiciones. Por eso estoy aún aquí. Viva.

LA OTRA-Helena, lo amás todavía. Más que antes. Y no soportás no haberle dado el brillo y el misterio de la pasión. No encontraste armas para la seducción o no quisiste tomarlas o nunca las tuviste, eso. Pero basta de dilaciones inútiles. Tiene que ser ahora y no después.

(Helena, temblando toma la carta y la mira, inmóvil.)
     
Bien, rápido, leé esa carta, leela!
     
HELENA-Tiempo...Un poco más de tiempo.

(Sale y vuelve a entrar. Trae un peine y una flor.  Se sienta, rápidamente acomoda sus cabellos, los adorna con la flor y los remata con un pequeño rodete.)

LA OTRA-Esto ya es muy largo, yo no puedo más con mi inquietud, con este  hartazgo, con esta agitación de mi espíritu.

(Se produce un silencio mientras Helena finaliza con su arreglo.)
         
HELENA-Bien, estoy tranquila. Mi aspecto es más razonable. Ahora... mis anteojos. ¿Dónde están? (La Otra busca en su ropa y le da los anteojos.) Si, aquí están. (Pausa, luego toma la carta y lentamente abre el sobre, retira la hoja y finalmente lee.)"San Pablo, 22 de Diciembre de l975...Querida Helena..." ¿En San Pablo? Eso está cerca, casi muy cerca de aquí y me dice "querida"...
            
LA OTRA-Ya sabemos que la carta viene de Brasil y lo de "querida" es una formalidad. Sigamos leyendo.

HELENA-"Seguramente cuando recibas esta carta ya estaré partiendo de aquí..."

LA OTRA-¿Partir, otra vez, a dónde...? Todavía, después de tanto tiempo sigue escapando; quiere ir aún más lejos, bien lejos de todo, de este sitio, de vos... Pero no, no tengo que hablar, no quiero agregar nada más, seguí leyendo. ¡Rápido, continuemos!

HELENA-"...Estaré partiendo de aquí en busca de un lugar donde comenzar otra vez. La lucha ha terminado; él se ha ido definitivamente y ahora solo queda un recuerdo. Yo siento que nos ha traicionado. El General. Quizás ha hecho lo único que ha podido con su vida y con su vejez, pero nosotros, yo y mis compañeros, algunos de los que pensábamos que estábamos dando la vida por esa causa, quedamos solos. Había otros, en cambio, ya te hablaré de ellos. En fin..."

LA OTRA-Un imbécil, ha sido siempre igual. No... ¿Qué digo? Ahora debe ser peor, aunque nos duela. Aunque lo ames.

HELENA-"...Ahora mi intención no es la de hablar de ese pasado. Tampoco se trata  de herir tus sentimientos o de acentuar la tristeza que nuestra separación te ha producido. Es todo ya tan lejano..."                     

LA OTRA-¿Sólo lejano? ¡Han pasado casi diez años de tiempo de...deserción, años perdidos en el aire!

HELENA-"...Creo que el momento de hablar, de justificarme quizás, de explicarte, ha llegado”.

(Sigue leyendo, ahora en silencio. Sostiene la carta, demudada, sin mirarla. La Otra se la arranca y lee.)

LA OTRA-"Imaginarás, naturalmente, que ya no estoy solo. No estoy hecho para eso. He formado una nueva familia. La historia anterior me ha olvidado, es casi inexistente...Porque un día sucedió algo repentino; fue como un cierre con el pasado y que vino de golpe, sin anunciarse, como las buenas y las malas noticias. Así fue,  una vez, en un bello día. Yo siempre he soñado con imposibles, sin darme cuenta de la inutilidad de esos sueños. Eso creía, hasta que una mañana, al despertar, una extraña quimera me anunció que alguien me esperaba. La cabeza se me abrió de repente y mis sentidos nuevamente se encendieron. Allí, frente a mí, estaba ella, la imagen más maravillosa y portentosa que jamás imaginé...”

HELENA-¿Pero qué es esto? ¿Qué me están diciendo? ¿Qué es este nuevo infierno que se abre a mis pies?

LA OTRA-¡Silencio! Escuchemos... (Continúa con la lectura.) “... ¿Era real? ¿Era cierta, o era la más prodigiosa de las mentiras encarnadas en ese cuerpo etéreo, grácil, ondulante, sutil, en fin, todo eso y mucho más?  Me refiero a Clara, una criatura mágica, una... sirena, mi sirena... Y supe, instantáneamente que su canto milagroso me haría conocer finalmente la alegría, la risa y el llanto de la felicidad, las ansias, el éxtasis, la vida. El amor, así de simple”.

HELENA-¿El amor? Hay otra, lo sabía, una perra en celo dando vueltas a su alrededor... Y el muy idiota la llama sirena. Y habla de ella de una manera estúpida, sin darse cuenta de que la maldad y la desdicha anidan en todos y en cualquiera.
       
LA OTRA-Basta. (Lee.) “Me siento joven todavía y ella, que lo es aún más que yo, produjo en mi el renacer de la voluntad, del deseo, la necesidad de continuar, de volver a todo lo que ya casi estaba perdido para mi..."

HELENA-Sí, ya lo sé, diez años de ausencia y diez, quince, no sé ya cuántos años más a tu favor de eso que tenías...de juventud. Y ahora esta otra, una perra... ¿Cuál es el tiempo de diferencia conmigo? Una vida seguramente. Es así, la mujer gastada contra la flor que alumbra...

LA OTRA (A Helena.)- Vos lo dijiste. Lo que nos importa es que hay otra; él ha tenido un gesto de... ¡Audacia! Para sí mismo, sin importarle la traición, ya que por fin eso es lo que eligió: traicionarnos. (Vuelve a leer.)"La amo profundamente, demasiado quizás, como también es desorbitado ese amor que siento hacia mis hijos, Elisa y Pedro, los niños que ella me ha dado..."

HELENA-¿Elisa...Pedro… sus hijos? ¿Es qué aún hay más, qué es esto, qué significa todo esto? ¿Y ese hijo nuestro, el que desapareció, el que no volvió? ¿Es un fantasma? ¿También lo ha olvidado a él, a nuestro hijo?
                                                                        
LA OTRA-Desaparecer, no volver, veo que estás admitiendo verdades. Seguramente, cada uno de ellos ha tomado rumbos diferentes. Suponer esto es un avance. Confirmarlo sería un triunfo. Otro adelanto sería que pudieras  escucharme y que hicieras silencio. (Pausa.) "Llegué a esta situación después de una vida parecida a un viaje sin itinerario; lleno de peripecias, de dudas, de vicisitudes y de peligros. Conocí, casi siempre, la soledad del secreto; te preguntarás que quiero decir..."     

(Helena se sirve más vino.)

HELENA-Si, puedo admitirlo, aunque sea en voz muy baja para ni siquiera oírme a mí misma. Sé lo que querés decirme ahora, mi amor. Es simple, sos feliz. (La Otra la interrumpe.)
        
LA OTRA-Sí, es gracioso, un final feliz; ha encontrado la felicidad. Hace rato que no te ama; después de esas aventuras que él vivió, el mar de la vida le ha dado una...sirena y dos hijos y está loco por ellos. (Helena sonríe tontamente). Helena, basta de divagar. Aquí está la verdad. Abrí bien los oídos, los ojos, el alma. (Continúa leyendo). "... Bien, quiero recordarte lo que ya sabés, si es que no lo has olvidado. He vivido solo desde mi infancia; mis padres murieron jóvenes, de la enfermedad más insensata, esa que se llama desprecio, el que llegaron a sentir el uno hacia el otro.  Y quedé solo, a merced de la caridad de unos y de otros…Después, lentamente,  me transformé en hombre, con la soledad como compañera inseparable, alimentando un destino de desconsuelo. Esa fue la primera parte..."

HELENA-Sí, la menos importante para mí. Eso me es ajeno. Divaga, trata de confundirme, como siempre.
         
LA OTRA (La mira con dureza y continúa con la lectura.)-"... y un día llegaste vos. Nos conocimos, nos aceptamos, nos casamos. Todo muy formal ya que creíamos querernos y pensábamos que eso sería para siempre. Al comienzo todo fue razonable, tranquilo. Tuviste un hijo...”

HELENA-¿Cómo, qué es lo que dice, qué es esa mentira? Tuvimos un hijo. ¿O es qué te olvidás de Pablo, nuestro hijo?

(La Otra mira más duramente a Helena. Retoma la lectura.)

LA OTRA-“...Tuviste un hijo, Pablo, a quien casi no conozco. Él llegó casi cuando yo me iba.  Lo guardaste para vos sola. Lo separaste de mí a pesar de mis intentos;  estuvo oculto, lejos de mi corazón.  Luego de esos primeros años, la rutina me alarmó y me señaló otros caminos, los de la libertad y fue entonces que así fue como pude ver a mi alrededor. Eso hizo que las cosas empezaran a cambiar y vos lo supiste. A partir de allí tratamos de llevarnos...como pudimos. Fue entonces que volvió otra vez esa soledad ahora en lucha con esas ansias de vivir que había dejado de lado. Sí, nuevamente, una y otra vez. Ya no sé cuando, decidí que tenía que buscar en las estrellas, en  los cielos, en otros sitios donde pudiera aventurarme; había que comenzar nuevamente, debía partir y romper con el encierro. Y un día sucedió, simplemente. Una vez, frente al espejo mientras me lavaba los dientes me miré a los ojos y los descubrí fatigados, casi muertos... y fue allí que decidí irme. Hay más, por supuesto, hay otros motivos que te conciernen. Detalles. Muchos. ¿Me pregunto y te pregunto si sabés cuáles fueron?"
         
HELENA-¡Vos, Pablo, yo misma, pero vos, sobre todo! No partiste, huiste. Nos abandonaste. El motivo fue la ausencia de algo que no tuviste y que ahora si parecés tener: coraje. Para vivir, ni más ni menos.

(Vuelve a beber, ya sin ninguna limitación.)

LA OTRA-"Ya no sé bien cuál fue la verdad...Quizás siempre estuve en guerra. Todo ese tiempo en lucha, contra los otros, contra el mundo entero, en contra de mí mismo. Si, ésa fue la gran batalla, yo mismo. Sabés que ha sido difícil. Durante años, con otros, muchos, lo repito."    
         
HELENA-Imbécil, siempre fuiste un ser detestable e imbécil; un idiota que creyó y cayó en todos los sortilegios...Y yo solo trataba de darte amor, fui la única que no te engañó; confié en vos y esa fue la madriguera en la que yo misma me escondí, la que yo me impuse hasta que, claro, la peor de las trampas me estaba esperando.

LA OTRA-"Además, mi situación personal era complicada. Sin trabajo, sin amigos, sólo estaban esos otros, los vivían cada uno a la deriva con sus ambiciones a cuestas; más tarde apareció él, mi amigo, mi camarada, el que me inició en la lucha. Pablo.  Él era diferente, los demás no; esos tenían el descaro de hablar de justicia y hasta  decían que darían sus vidas  por los ideales que declamaban...Hasta hoy, ninguno dio nada. Y yo, quizás como ellos, en eso me igualo, continué sin futuro y con el peligro siempre latente de la muerte tan próxima y tan presente."

(Helena toma la carta, de golpe, de manos de la otra.)
           
HELENA-¿Peligro, hablás de peligro? ¿Y después qué? ¡Una película, lo repito,  con un final feliz..! Clara y tus nuevos hijos, los frutos del amor… Clara. Clara. Clara.
           
(Tira la carta al piso; La Otra, inmediatamente la recoge.) 

LA OTRA-Debemos ser civilizadas, Helena, nada debe perturbar nuestra razón. Sigamos. (Lee)."Supongo, Helena, que vos sabías que yo busqué siempre a alguien o algo que me empujara a la aventura, a la valentía, a vivir sin temores ridículos,  a abrirme a la curiosidad quizás..."

HELENA-Sí, ya lo sé, fue en esa ventanilla del tren, lo repito. Supe inmediatamente que allí estaba mi enemigo, aunque hasta ese momento no sabía su nombre, ahora sí…. Pablo... tu curiosidad, tu... ¡Oh, Dios mío! Elegiste...como héroe, a alguien con el mismo nombre de nuestro hijo.

LA OTRA-Helena, mentís. ¿Pablo? ¿Estás segura de no haber sabido su nombre? ¿Estás segura que él lo eligió o fue al revés?

(Pausa. Luego le alcanza la carta a Helena.)

Helena tomá, leela a tu manera.

HELENA-"...Pablo fue quien me inició en el coraje, el que me señaló el significado de una vida, la mía; el encuentro con aquello que me haría, finalmente, soñar. Lo sé, dirás despectivamente que siempre tuve un espíritu de  aventurero. Es cierto, pero sólo no podía y él me acompañó y  me empujó para huir de la rutina, del aburrimiento, de todo aquello que el espejo me estaba señalando y que no me hacía feliz..." ¡Cerdo, más que cerdo! Eso se llama traición; me abandonaste con un hijo a cuestas. La estúpida quedó sola, apenada, en una espera inútil...

LA OTRA-Querida, basta de palabras, no sirven, quiero terminar con esto. Dame. (Le quita la carta.)"Helena, no olvidaré jamás tu última mirada. ¿Estupor, desencanto, odio? Tus ojos decían todo eso y mucho más..."

HELENA-¿Mis ojos...mis ojos...qué tenían mis ojos? Hablás mucho de los ojos, de los míos, de los tuyos y de los de esa otra ¿Qué tienen ahora para vos mis ojos? ¿Y yo, qué puedo ver yo en los tuyos, en los ojos de un loco, de un perro cobarde?

LA OTRA-"Ahora solamente sos para mi, esos ojos que en la estación, en el momento de subir al tren, me miraban."(A Helena.) Helena, es cierto, tu mirada decía todo; él comprendió allí toda la verdad.

HELENA-¿Mis ojos, qué esperabas encontrar en ellos? También estaban los ojos del otro. Los míos siempre quisieron saber que era lo que querías.

LA OTRA-Lo que deseaba era simple y doloroso...quería huir de vos, él no podía amarte porque estabas...estabas enloqueciendo, la razón había escapado de tu cuerpo y tu mirada se lo decía.

(Pausa.)

HELENA-Recibí de él lo más profundo de sí mismo, en el lugar más profundo de mi cuerpo, lo sé.

LA OTRA-Y vos, en cambio, no le diste nada. Fuiste siempre una rama sedienta en medio de un río desbordado; dejaste que te inundara y nunca fuiste capaz de devolver una mísera gota de tu sangre. Amabas la esclavitud de la dureza de su sexo, aprovechabas toda su generosidad sin devolverle algo a cambio.

HELENA-Sí, me daba placer esa savia cálida que él me entregaba cada vez.

LA OTRA-Y que vos atesorabas, insisto, sin desprenderte de nada de lo tuyo.

HELENA-Le dí a Pablo, nuestro Pablo.

LA OTRA-Mejor..."tu Pablo". ¡Idiota! Ahora podrías fumar un cigarrillo, beber más, mirarte al espejo y aclarar tantas confusiones. 

HELENA-No, no quiero mirarme, hace ya mucho tiempo que no lo hago y ahora,  ahora es nunca más.

(Pausa. Helena, finalmente, parece haber entendido. A partir de esta aceptación,  el desconsuelo se apodera de ella. Bebe ávidamente.)

LA OTRA-Helena, basta. Tenés que escuchar y aceptar. Estamos en un momento en que el día y la noche se confunden. El vive, para vos, seguramente en un lugar imaginario, quizás dentro de tu propio infierno. (Pausa.) Hablemos ahora de Pablo, tu hijo. Es duro reconocerlo, pero lo sabemos y hay que aceptarlo. Él tampoco volverá, también ha leído en tus ojos…

HELENA-No, no quiero pensar en Pablo, no es el momento. Ahora esta eso, la carta. Vamos, rápido, quiero conocer cómo termina esta historia.

(La Otra duda.)

LA OTRA-¿El final? Bien, aquí está. Escuchémoslo. "Entonces, a partir de ahora, te pido que hagas el esfuerzo de olvidar el pasado. De olvidarme. Yo seré, como quiero ser: un sueño, un recuerdo remoto o una pesadilla...  tal vez nada. Como todo, lo que en ese pasado yo quise intentar."

HELENA-Mentiras, todo existió para vos. Supe que estabas entregado a la lucha; supe también que buscabas la pasión y que dejabas que cualquiera te arrastrara hacia eso. Y ahora, repentinamente, olvidaste todo. Falso, mentiroso. Hablame de Clara, contame todo sobre la dulce Clara, la sirena, decime de ella y de tus hijos...

(La Otra vuelve a leer.)

LA OTRA-"Se avecinan tiempos monstruosos para los que quisimos el cambio. Lo sé muy bien. ¿Qué decirte del peligro que acecha a un combatiente? No sólo a aquellos que han luchado, la situación será difícil también para vos, Helena. Como para todos. Llegó el momento de decirte algo, quizás lo más engorroso de este discurso. Claro, me cuesta decirlo, es lo más simple y a su vez lo más difícil. Helena, quiero que sepas que a partir de ahora no tendrás más noticias mías. Y tampoco...tampoco dinero, ya no podré darte ni siquiera dinero..."   

HELENA-¿Cómo? ¡No es posible, infame, cruel, traidor...! ¿Merezco yo semejante humillación? Ya lo veo; solo se trata de eso... Nuestro hijo y yo valemos poco pero costamos demasiado. Ése es la verdad de esta carta. ¡Dinero...dinero, creo que entiendo, estás librándote de un gasto inútil...!

LA OTRA-"...ya no podré darte ni siquiera dinero, ya que tengo una familia que lo necesita. Lo único que te pido es comprensión. Me hubiera gustado que esto saliera de propia boca, frente a frente; sé que mi culpa es grande y que deberías oír todo esto de mi mismo. No creas que no tengo la suficiente valentía para decirte lo mismo que ahora estás leyendo. Adiós, Helena, adiós, es para vos mi última palabra. Aunque me gustaría hablarte, quizás...No sé. Todo esto es muy doloroso Adiós."(Pausa.) No escribe su nombre, firma... simplemente.

(Pausa.  Ambas se sientan.)      

HELENA-Hasta eso, una formalidad.
         

Escena 4-"LA SUERTE, A MEDIANOCHE".

(Música. Helena va hacia “la ventana”. Sonríe y luego se vuelve. Se arregla la bata, se saca la flor del pelo, la contempla y la tira.)

HELENA-Mentiroso y miserable. ¿Qué haré yo con Pablo, nuestro pequeño Pablo, él no está, lo admito se ha ido pero qué será de él? ¿Con qué dinero podré cuidarlo si es que vuelve?

(La Otra se acerca, furiosa a Helena. La abofetea.)

LA OTRA-¡Helena, basta de Pablo! Tu hijo se ha ido, definitivamente, se ha alejado del fantasma  de la locura. Él no existe más para vos. A ese niño los ojos se le abrieron y se fue, te dejó, te abandonó. Creíste que porque había nacido sería tuyo para siempre. ¡Siempre! He aquí una palabra que te esquiva! (Pausa.) Un desvarío que yo no pude combatir, ese es mi fracaso. Dejé que esa historia se me escapara de las manos, que tomara vuelo a pesar de mi voluntad y que creciera cada vez más hasta convertirse en un folletín mal escrito, en una fábula aburrida y terca.

HELENA-No. No. No. Me niego a entenderlo, es más, no puedo aceptarlo.
         
LA OTRA-Si, Helena. Pariste el mito de la buena madre, a tu manera, con tus manías apoyadas en el alcohol. Te equivocaste. Hasta le pusiste el mismo nombre de su compañero en la lucha, áquel que lo inició en la pasión. Lo supusiste siempre, espiaste en tu cabeza, hurgaste en un mundo de invenciones, te enteraste de lo que querías saber. Solo te faltaba conocerlo y también eso sucedió. Supiste quien era cuando lo viste en el tren, en la ventanilla, cuando te miró con esos ojos duros. No dijiste nada, te callaste. Y después tu hijo. Tu mejor excusa, la que ha justificado todo, desde la soledad hasta lo que más te importó: el dinero, eso que te ha mantenido cómoda, sin hacer nada, dedicada a la embriaguez del sueño y a la nada.

HELENA-¡No, no, no!

LA OTRA-Seguí, continuemos, podés romper esa carta. (La obliga a tomar la carta). O podés esperar hasta escuchar su voz y contestarle. O decirle cuanto lo amás o pedirle que vuelva, por lástima aunque sea...

HELENA-Nada, no quiero hablar y menos escuchar.

LA OTRA-Bien. En este momento somos nosotras quienes decidimos. Sabés bien lo que tenés que hacer.

HELENA- ¿Qué queda, entonces,  para mí? ¿Hay otra opción, quizás?

(Va hacia “la ventana” y mira hacia abajo.)

LA OTRA-No, Helena, eso no, no serviría. Sabés que hay otra salida. Está lista, esperando. Vos misma la preparaste, hace tiempo. Eras previsora entonces...

HELENA (Vuelve)-De acuerdo, basta de palabreríos, ya lo sé, la previsora lo supo y ahora tiene el remedio. Rápido, una copa de vino.

(Helena se sirve el vino y bebe.)

¿El remedio dije? Sí, claro. Pero será después, un poco más tarde, no todavía.

LA OTRA-No, tiene que ser ahora. También esto ha esperado mucho tiempo. (Mira un pequeño frasco que ha sacado de un bolsillo de su bata. Lo abre y echa la totalidad del contenido en la copa vacía de Helena. Luego sirve vino.)

HELENA-No, tengo miedo. Más que eso siento asco. Aún no.

LA OTRA-Ya está, es el momento de dormir. Te olvidarás de todo. Esa opción ha llegado. Todo está aquí, es para vos. Tenemos que irnos...

(Le ofrece la copa. Helena la toma y mira en la profundidad del líquido.)

HELENA-No, de esta manera no. Lo otro, tiene que ser lo otro.

(Rompe la copa sobre el borde de la mesa, mira el cristal roto con gran fijeza. La Otra se lo quita rápidamente y lo arroja al piso. Es la primera vez que ambas se miran a los ojos.)

LA OTRA-No, no quiero desangrarme, no habrá lentitud en esto.

(Va, decidida, hacia una de las prendas del hombre y saca de la misma una navaja. La coloca sobre la mesa.)

Su navaja.

HELENA-Es cierto, es lo único que ha dejado para mí. El resto, esa ropa, es sólo trapo viejo, sin olor, sin alma. Es mejor que sea él, que sea esto. Este acero está vivo.

(Toma la navaja, la mira largamente y la deposita sobre la mesa. Toma otra copa, se sirve y bebe hasta terminarla. Luego, con la copa vacía brinda al aire. En voz baja, susurrando.)
                
¡Bien, ella ha ganado; emergió triunfante de las aguas y ha sido bautizada por el mar. Clara, Clara...la sirena. (Pausa.) No, basta de nombrarla. No es ella quien debe ocupar mi sentido. Soy yo como siempre lo fui; ésa que va en busca de no sé qué o de no sé quién o de no sé qué cosa o de no saber qué es lo que importa. (Pausa.) Ahora solo coraje, nada más. Vamos. (Pausa.) ¡Antonio, Antonio, por favor, no quiero estar sola!

(Pausa. La Otra se aproxima a Helena y se miran intensamente; la toma de la manos y la pone de pie. Luego va hacia el arma; la luz disminuye. Ambas se abrazan; sus labios se unen. La Otra clava la navaja en Helena. La luz va bajando aún más mientras las mujeres se desploman lentamente. Suena el teléfono.)


                                                                                           TELÓN.




Nota: Como autor sugiero, sin que esto deba ser tomado al pie de la letra que, en el comienzo y en el final, como asimismo en las escenas marcadas, se escuche música.
Mis preferencias se inclinan hacia Rachmaninov, precisamente sus conciertos para piano y orquesta o la Rapsodia sobre un tema de Paganini. Se trata de encontrar un "leit-motiv". Pero, todo, al igual que las numerosas indicaciones dependen de la subjetividad, que no tiene reglas.



                                                                     Armando Guerisoli   
                                                    Otoño-Invierno 2009, en Buenos Aires                                                                                             


                                          
                                                       “VENTANAS”
                       Un acto.     
Armado y compaginación: Armando Guerisoli.
Sobre textos  de:  Oliverio Girondo ("Nocturno", de "Veinte poemas para ser leídos en el tranvía" y Poema Nro. l2,  de "Espantapájaros"); Armando Guerisoli ("Tres escenas");Colette Birabent ("Mi amor"); Raúl González Tuñón ("La calle del agujero en la media"); Alejandra Pizarnik (“Un cuento memorable”) e Yves Béal ("Ventana interior", poema adaptado)

Intérpretes: Cuatro actores, dos mujeres y dos hombres.

Decorado y vestuario: escenario con los elementos básicos habituales del mismo. En un sector, cantidad de sillas apiladas o desordenadas. La ropa de los actores es lineal; puede haber alguna peculiaridad especial que, en cada caso, contribuya a definir un carácter o  una situación. Sin aditamentos  superfluos, salvo cuando esté especialmente indicado.
A modo de comienzo se escucha música. Entra un actor arrastrando una soga. Se detiene en el medio del escenario. Entra una actriz. Ambos se miran estableciendo una especie de acuerdo. El actor sale con su soga. Ella se sitúa en la escena, se prepara y comienza. La música continúa.

"NOCTURNO."

ACTRIZ -"Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana. Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos. Telaraña que los alambres tejen sobre los azotes. Trote hueco de los caballos que pasan y nos emocionan sin razón.
¿A qué nos hace recordar el aullido de los gatos en celo, y cuál será la intención de los papeles que se arrastran en los patios vacíos?.
Hora en que los muebles viejos aprovechan para sacarse las mentiras, y en que las cañerías tienen gritos estrangulados, como si se asfixiaran dentro de las paredes.
A veces se piensa, al dar vuelta la llave de la electricidad, en el espanto que sentirán las sombras, y quisiéramos avisarles para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los rincones. Y
a veces las cruces de los postes telefónicos, sobre las azoteas, tienen algo de siniestro y uno quisiera rozarse a las paredes, como un gato o como un ladrón.
Noches en las que desearíamos que nos pasaran la mano por el lomo, y en las que súbitamente se comprende que no hay ternura comparable a la de acariciar algo que duerme.
¡Silencio! -grillo afónico que nos mete en el oído-, ¡Cantar de las canillas mal cerradas! -único grillo que le conviene a la ciudad".

(La música baja lentamente lo mismo que la luz sobre la actriz, quien se dispone a salir. Entra actor de la soga arrastrando la misma. La actriz se detiene; el actor mira hacia ambos lados e  irrumpen otra actriz  y otro actor. El actor de la soga saluda levemente y sale. Los restantes tres van hacia las sillas, toman una cada uno y las ubican. Se sientan.).

“TRES ESCENAS”.

Primera: "EL MAR".

(Ella y él  en sendas sillas, juntos, espalda con espalda. La relatora, cerca).

ELLA-Tengo sed. Siempre. A veces es temprano y a veces es tarde pero siempre tengo sed. (Pausa). No quiero creerlo, otra vez parecería que mi vida, mi historia, estuviera  acumulada en un pasillo perdido. En la escuela aprendí que casi siempre los ríos desembocan en el mar y que se pierden no sé bien donde. Ayer, en la calle alguien me miró y sentí que esa mirada me desnudaba. Y ahora otra vez esta sed. No sé que significa y adonde me lleva. Siempre necesito irme, partir, huir de todo, prefiero el engaño.(Pausa). Lo sé bien y es así, todo se disimula en mi cabeza.(Pausa). Esta vez... será otra vez; nunca puedo llegar hasta lo hondo; ahora ni siquiera me espera ese pasillo, solo está el umbral.

RELATORA-El cuarto está desorientado; el sol de la mañana se filtra por las cortinas y refleja las infinitas sombras del jardín...Entonces, los cuerpos en el lecho, imitan al bronce. Su mirada está fija en el cielorraso. Cuando se vuelven, los párpados se cierran y otros ojos se abren, dispuestos al desorden. En la mesa, en el centro de la habitación, la escultura que busca ser terminada adquiere lentamente sombras, luces y aristas definidas que huyen de las otras, las de la noche.

(El  mira hacia el público, los ojos perdidos).

ELLA-Es así, sé que no puedo. Menos con él. Ama demasiado la pureza del mármol y teme a todo lo que cambia, lo que sube o baja. Me es imposible hacer algo, sólo puedo atender a esta sed, que nunca se sacia y que me devora. (Pausa). Tenemos, los dos, un camino difícil, diferente e inútil; se diría semejante a un callejón o peor, a una lápida.

RELATORA-El reloj suena entonces y altera el pesado silencio. (Pausa. Música). Al rato se levantan y las olas comienzan nuevamente a extenuarse en el duro mármol. Definitivamente.

(Se levantan de sus sillas, separándose y se ubican en otros sectores. Música sola, pequeño tema completo).

Segunda: "El  PUENTE"

(Las sillas, en este caso, pueden utilizarse de manera menos formal; pueden transformarse en mesas, mostradores, barandas o balcones. La música se diluye).

EL-No la conozco, pero no puedo evitarlo. Mis ojos se obstinan y vuelven hacia ella.

RELATORA-En la reunión, los invitados van y vienen. Gestos comunes, transitados; rutinas de placer, monótonas anécdotas, pequeñas, sin importancia. Frases susurradas que flotan hasta llegar a oídos despreocupados dispuestos a no escuchar.

EL-Quisiera descubrir un lugar diferente...Una orilla...

RELATORA-Suena una música casi antigua. Jazz. Hay dos personas que no se conocen. En un momento la luz se apaga. También el jazz. Las risas y las bromas aumentan amparadas en la obscuridad, que lo admite todo. Las preguntas, las respuestas, las palabras, se multiplican. (Pausa).  Hay dos bocas que permanecen mudas. Las ventanas se abren y un leve resplandor transforma los claroscuros que van y vienen. Alguien sugiere reproducir la escena en un mural de marionetas chinas. Esto provoca risa. (Pausa). La mujer va hacia el balcón. Cuando él se decide, la luz vuelve.

ELLA-¿Por qué ese miedo?

EL-Por los espectros y por las apariciones.

ELLA-¿Una kermesse?

EL-No, una acumulación, que a veces es cruel. Es el tiempo quien actúa.

ELLA-¿Entonces?

EL-Es inevitable. Siempre amanece y  las sombras terminan. Supe que, en lo obscuro, se había tendido un puente entre los dos.

ELLA-¿Y ahora?

EL-Ya lo atravesé, en el momento en que volvió la luz.

RELATORA-La tomó de la mano y partieron silenciosamente. Afuera, en la calle, estaba amaneciendo y el jazz casi ni se escuchaba. Seguramente, en algún lugar, había una orilla esperando.

(Corte musical).

Tercera: "LA OTRA ROSA".

(Ahora las sillas pueden simular un pasillo. La música cesa.).

ELLA-¿Te das cuenta? La flor que estruja en sus manos insiste en sobrevivir.

EL-Sí, claro. También sé que ese intento es inútil.

ELLA-No lo creas, sin esa voluntad los sentimientos no existirían y entonces nada tendría sentido.

EL-También lo sé; pero la memoria posee duros mecanismos, dolorosos casi siempre.

RELATORA-En la sala, el cuadro está ubicado en el centro de la pared más grande, la que está frente a la puerta de entrada. El retrato está tan iluminado que es imposible ignorar hasta sus detalles más insignificantes.(Pausa). La cabeza del joven emerge de una maraña de hojas de otoño y su mirada es directa y salvaje. Sus manos son blancas, pulidas y transparentes. Aprietan una rosa a punto de morir.

(Pausa).

EL-¿Y ahora?

ELLA-¿Ahora?

RELATORA-Solamente ellos dos están frente al retrato. La mirada del muchacho parecería estar fija en quienes la contemplan. Entran otras personas y observan, concentrados, los cuadros restantes. (Pausa). Una ligera corriente de aire los estremece y deciden salir. Ya, en la calle, caminan absortos. Al llegar a una esquina se detienen.

(Pausa).

EL-No nos veremos más. Debemos separarnos. Es triste el juego de la memoria. Sabrás que una rosa, de la que  nunca quise desprenderme, finalmente se ha escapado hace mucho tiempo de mis manos.

(Pausa).

RELATORA-Su voz suena áspera en ese anochecer de verano. Luego, lentamente, se va alejando.

(Música. Entra el Actor con la soga. Mira a los otros y sale por un lateral).

NRO.12

(Poema a distribuir entre los actores).

-"Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan, se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehúyen, se evaden y se entregan.

(Queda sólo una actriz en escena. La música finaliza.).

"MI AMOR".

(Entra el actor con la soga. Trae, además, una valija vacía y gran cantidad de ropa que deposita en las sillas necesarias. Luego de esta acción, sale. Mientras comienza el monólogo, ella abre la valija y va guardando la ropa en su interior, doblándola cuidadosamente).

ELLA- Nunca fui feliz en los amores y nunca me he sentido en el preciso lugar y con la precisa persona.
Me acuerdo cuando dijo, las ancas ya están huesudas, como de vaca vieja.
Era único en la cama.
Y Amor no comía, devoraba, hacía ruidos, resoplaba, se paraba, se sentaba, me miraba, fijo yo sentía culpa de algo.
Me seguía mirando con esos ojos desorbitados como a punto de morir, y no moría, reventaba, señal que había tragado.
Se llenó, acabó por fin.
Por esa época  con Lucita y Nilda salíamos todas las tardes a mirar vidrieras, después nos tomábamos tres litros de cerveza y cuatro porciones de pizza cada una y no parábamos de reírnos, yo siempre me meaba.
Después, vuelta a casa, y ahí estaba Amor que esperaba zapping en mano. Fue esa tarde  que me dijo sin siquiera mirarme, che, se te murió  Lana Turner. Yo entonces lloré. Miré hacia el rincón, la pila de medias embarradas, los gatos durmiendo, los perros mirando, todos aullando, la leña mojada y sin detergente, cuentas para pagar, cacerolas quemadas, puro abandono.
Mi Amor no quiere atender el teléfono, no quiere ver lo que hago, no quiere verme ni siquiera en video, no quiere que lo pase bien, no quiere decirme chau ni buen día, no quiere besarme, no quiere mirarme, se burla, no quiere salir ni a tomar un helado, ni salir de vacaciones, ni decirme que me quiere, no quiere ni a mis parientes ni a mis amigos, no quiere lo que me gusta, no quiere lo que cocino, no quiere que esté contenta ni que esté triste, no quiere ni que llore ni que cante ni que ría.
¿Nunca me has querido?
Nunca he sentido apoyo ni compañía, ni brazos protectores en donde llorar un poco.
Igual para llorar, mejor llorar sola, se llora menos.
Esa mañana descubrí que hasta mi pulsera esclava de oro había desaparecido.
¡Era un seductor, cómo lo quise, atrozmente!
¡Cuando lo ví, con ese sobretodo beige, creí morir!
Y anoche, cuando dije que nunca fui feliz en los amores...mentí.
El siempre reaparece junto antes del olvido.
Cuando dije que de sexo no hablo y hasta me daría verguenza decir, orgasmo, también mentí.
Es único en mi vida y se fue y me dejó.

(Ella cierra la valija llena y va hacia la salida. Música. Entra el actor, siempre arrastrando la soga.  Los otros acomodan las sillas y se disponen a esperar. El actor apoya la soga en el respaldo de una silla, puede apoyar un pie en ella y sonríe a los otros, quienes le responden.Luego salen por diferentes sitios. La música continúa, como fondo.).

"LA CALLE DEL AGUJERO EN LA MEDIA".

EL-"Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad
y la mujer que amo con una boina azul.
Una calle que nadie conoce ni transita.
Yo conozco la música de un barracón de feria,
barquitos en botella y humo en el horizonte.
Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad.

Ni la noche tumbada sobre el ruido del bar
ni los labios sesgados sobre un viejo cantar
ni el affiche gastado del grotesco armazón
telaraña del mundo para mi corazón.
Ni las luces que siempre se van con otros hombres
de rodillas desnudas y de brazos tendidos.
Tenía unos pocos sueños iguales a lo sueños
que acarician de noche a los niños queridos.
Tenía el resplandor de una felicidad
y veía mi rostro fijado en las vidrieras
y en un lugar del mundo era un hombre feliz.

¿Conoce usted paisajes pintados en los vidrios
y muñecas de trapo con alegres bonetes
y soldaditos juntos marchando en la mañana
y carros de verdura con colores alegres?
Yo conozco una calle de una ciudad cualquiera
y mi alma tan lejana y tan cerca de mí
y riendo de la muerte y de la suerte y
feliz como una rama de viento en primavera.

El ciego está cantando. Te digo, amo la guerra.
Esto es simple, querida, como el globo de luz
del hotel en que vives. Yo subo la escalera
y la música viene a mi lado, la música.
Los dos somos gitanos de una troupe vagabunda.
Alegres en lo alto de una calle cualquiera,
alegres las campanas con una nueva voz.
Tu crees todavía en la revolución
y por el agujero que coses en la media
sale el sol y se llena todo el cuarto de sol.

Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad,
una calle que nadie conoce ni transita.
Sólo yo voy por ella con mi dolor desnudo,
sólo con el recuerdo de una mujer querida.
Está en un puerto. ¿Un puerto? Yo he conocido un puerto.
Decir: Yo he conocido, es decir: Algo ha muerto."

(Música. El actor toma la soga y sale. Los demás actores van entrando y alinean las sillas en fila, mostrando la parte trasera de las mismas y formando una vereda o una esquina.  La música continúa durante estas acciones. Se convierte, casi en un "intermezzo". Quedan solo dos actrices, juntas. Esperan. La música cesa).

“UN CUENTO MEMORABLE”.

MUJER  1-Esa de negro que sonríe desde la pequeña ventana del tranvía se asemeja a Mme. Lamort.

MUJER 2-No es posible, pues en París no hay tranvías. Además, esa de negro del tranvía  en nada se asemeja a Mme. Lamort. Todo lo contrario: es Mme Lamort quien se asemeja a esa  de negro. Resumiendo: no solo no hay tranvías en París sino que nunca en mi vida he visto a Mme. Lamort, ni siquiera en retrato.

MUJER 1-Usted coincide conmigo, porque tampoco yo conozco a Mme. Lamort.

MUJER 2-¿Quién es usted? Deberíamos presentarnos.

MUJER 1-Mme. Lamort. ¿Y usted?

MUJER 2-Mme. Lamort. Su nombre no deja de recordarme algo.

MUJER 1-Trate de recordar antes de que llegue el tranvía.

MUJER 2-Pero si acaba de decir que no hay tranvías en París.

MUJER 1-No los había cuando lo dije, pero nunca se sabe que va a pasar.

MUJER 2-Entonces esperémoslo puesto que lo estamos esperando.

(Apagón súbito. Música).

"VENTANA INTERIOR".

(Las sillas se distribuyen de acuerdo con las necesidades. La relatora entra.).

RELATORA-Arrodillados sobre la vereda, dos tipos juegan a los dados y Marta los mira.

(Entra él.).

EL-Y yo miraba a Marta, pero yo no la conozco.

RELATORA-"Pero él no la conocía". Marta no está inmóvil.

EL-Ella camina con pequeños pasos como si estuviera dando vueltas por la escena.

RELATORA-¿Qué apuestan ellos? ¿Por plata, por dicha o peor?

(Música).

EL-Antes de hoy yo no sabía nada de Grenoble y aún menos de la calle Maurice Barrés. (Pausa).Vengo de Argelia, donde he nacido, ahí aprendí la lentitud del cuerpo, la movilidad del ojo, la rapidez del espíritu. Bajé esta mañana al Hotel de L'Etoile. Hace mucho tiempo había vivido camino a la gaviota.

RELATORA-Jasmine había desertado del barrio desde antaño.

EL-Mi gaviota, la veo.

RELATORA-Ella se ha instalado riendo en ese vagón abarrotado en medio de una prole de hermanos y  hermanas bien acomodados apretadamente alrededor de ella. Tranquilamente su madre regentea la nidada cuando un pasajero dispara la campanilla de alarma.(Breve efecto musical.). El tren inmovilizado en una zona neutra, desprovisto de cablerío y de electricidad. Ellos allí todos en la misma vía, la verían empujando audazmente la larga serpiente de metal hasta los cables electrificados.
(Música y luego silencio. Pequeña pausa.).

EL-Yo marchaba al lado de ella, nuestras manos apenas separadas de un soplo, Marta, supe enseguida de ella, Marta marchaba fuera de las vías. Hace menos de una hora que yo he cruzado aquí, en esta calle blanca, menos de una hora que he sabido de ella.

RELATORA-Ella no es tan joven, Marta.

EL-De ella estoy ya enamorado. No de la misma manera que de Jasmine, mi gaviota de Argelia. De Marta, yo amo su forma de tomar el tiempo del encuentro. Ella me impresiona y yo siento que a ella le gusta impresionar.

(Entra música que acompaña al texto.).

RELATORA-Sus ojos, sus dedos, su torpeza grácil, su fragilidad de ramita, la luz que trasciende de ella.

EL-Todo me gusta.

RELATORA-Es contradictoria y paradojal, flaca y fuerte, farol y nube, permanentemente efímera. Los dos tipos juegan todavía. La muerte pasa en el borde, breve, fugaz, sin retrasarse.

EL-Como el recuerdo de Jasmine.

(La música se interrumpe).

RELATORA-Los dados golpean ruidosamente la bandeja plateada apoyada sobre el piso. Ellos no hablan, no hay más que ellos. A lo lejos, el tranvía que zumba. Todo cerca, una conversación de pájaros.

(Efecto sonoro, liga a música que acompaña a texto).

EL-Está también Germaine, nuestra primera complicidad.

RELATORA-Germaine es el  nombre que Marta ha dado a esta casi insignificancia, a esta hormiga que arrastra desde algunos millares de segundos un fragmento de hoja. Eso hubiera podido pasar inadvertido. Todo como mi abuelo.

EL-Ahí está, yo sé. Lo que une a Marta y a la hormiga a través de mis ojos de observador de lo imperceptible, es mi abuelo quien hubiera podido morir sin que nadie de su entorno cercano supiera de su coraje en ese tren de 1954 uniendo Argelia con Orán.

RELATORA-¿Es su nieta? Había dicho el gendarme señalando al bebé acostado en la cuna a sus pies. Sin reflexionar...Por supuesto.

EL-Detrás del vidrio ¿Cuál es esta voz que sopla y sufre y vive en mí? Detrás del vidrio yo te percibo pequeño pedacito de noche, pequeño pedacito de mí.

(La música va desapareciendo).

RELATORA-El abuelo había tarareado como para adormecerla. Casi nada más que un pedazo de historia de amor, de odio, de Frente de Liberación Nacional...

EL-Historia de amor, historia humana...

RELATORA-Volvió él a decir una vez que el gendarme partió.

EL-Yo voy a tener...años...Marta se aproxima a los 75. El abuelo está muerto desde hace mucho tiempo. En mi memoria Jasmine sigue teniendo l5 años.(Entra Marta. Ella debe lucir algo que sugiera algo arbitrario o extravagante).¿Usted no está fatigada a esta hora? ¿No la espera nadie en casa?

MARTA-No, nadie me espera, ni en casa, ni afuera tampoco, de hecho...Salvo Germaine. Soy yo la que espera a la gente que pasa.

RELATORA-Los dos tipos han cesado de jugar. Los dados están guardados.

EL-Marta, yo la amo, es bello alguien que camina al encuentro de los otros. Hay tanta gente desconfiada.

MARTA-Usted sabe, ellos desconfían también de ellos mismos, de lo que podrían descubrir de sí mismos.

(Pausa).

EL-Lo que yo enseguida aprecié en Marta es este "strip-tease" del pensamiento, sin falso pudor, lento...muy lento.

(Pausa, luego música).

RELATORA-Arrodillados sobre la vereda, dos tipos jugaban a los dados.

(El volumen de la música crece. Se establece una pequeña espera. Entra el actor de la soga, la enrolla y salen.)

Armando Guerisoli, Buenos Aires, 2012


"TÉ PARA DOS"

Un acto.
Personajes: Mujer 1
                           Mujer 2
                           Camarero.

(Las dos mujeres entran a la confitería. Se dirigen a una mesa situada en el centro del salón, dejan sus abrigos y carteras sobre una silla y se sientan).

Mujer 1-Hay cosas sorprendentes en la vida. ¡Como esto! Habernos conocido en el ómnibus hace un rato nomás y ahora estamos aquí, casi como amigas.

Mujer 2-Si, en mí, sobre todo, resulta muy sorprendente.

Mujer 1-¿Por qué si lo puedo saber?

Mujer 2-Por mis padres, siempre les hice caso. Por eso.

Mujer 1-¿Por eso qué?

Mujer 2-Ellos me decía que tenía que tener cuatro ojos y el olfato bien afinado y creo que tenían razón. Por eso nunca fui confiada, sabía y sé que el peligro está siempre en todas partes. Y es por eso mismo que no comprendo bien que hago aquí, con una desconocida, que hasta podría ser una loca, una ladrona o una asesina en potencia. Claro, estoy poniendo ejemplos excesivos, casi humorísticos, como se habrá dado cuenta…  

Mujer 1-Claro, entiendo y trato… ¿Será por eso que no se casó?

Mujer 2-Ese es un tema personal que no me gusta ventilar así porque si y que tampoco me gusta abordar con cualquiera.

(Mira hacia un costado y se sonríe, disimuladamente, con un desconocido sentado a otra mesa. Convencionalmente, ese desconocido puede ser parte del público)

Mujer 1-Fue usted quien me contó esa parte de su vida, en el colectivo. Además, disculpe pero yo no soy cualquiera. Yo, en cambio soy sumamente confiada, me doy a los demás con total…ligereza. Si usted supiera lo que llevo hoy encima…Mi futuro, la tranquilidad, le diré…

Mujer 2-Mejor que no me lo diga, cállese, no quiero compromisos con nadie. No me gusta enterarme de cosas que no me incumben. Y hablo en serio, muy en serio.

(Pausa).

Volvamos a lo nuestro. A los efectos de lo que hablábamos, a los efectos de la desconfianza, a  los efectos de mi forma de ser, querida, le insisto que soy sumamente desconfiada y que además no me gusta nada que se entrometan en mi vida privada. Eso es de chusma…

Mujer 1-Le recuerdo que no soy yo quien está tocando ese tema. Es usted, justamente, quien estuvo confesándose con cualquiera, como usted dice. (Pausa). Yo, en cambio y contrariamente soy muy confiada y eso me ha traído suerte en la vida. Por eso tuve dos maridos maravillosos que me dieron seis hijos…digo, siete.

Mujer 2-No habla usted con mucha precisión, me parece. Cambiemos de tema. ¿Pedimos el té?

Mujer 1-Buena idea. Mozo, traiga dos tés, con alguna que otra cosita…Unas medialunas, por ejemplo.

Mujer 2-Permítame, pero estamos en una confitería que es casi, yo diría…de lujo. Camarero, tráiganos un “eclair”, de crema pastelera si lo hay. Lo compartiremos.

(Mozo asiente sin comprender)

Mujer 1-Qué lastima.

Mujer 2-¿Qué quiere decir, querida?.

Mujer 1-Que no se casó, eso. Es una lástima. Una mujer como usted, tan fina, de apariencia tan joven, con tanto estilo y belleza, de una buena familia, además.  Y aquí está, sola, desamparada sin hijos y sin un hombre que la cobije en los duros inviernos.

Mujer 2-Permítame que le pida que no continúe. Ese es un tema acabado entre nosotras.
Mejor averigüe que quiere decir “eclair”, querida. Le vi cara de desamparo, cuando lo dije.

Mujer 1-Relámpago, eso significa.

Mujer 2-Bueno, volvamos a lo nuestro. Internet hace milagros. Mi teoría, para mi tan exitosa, de la falta de confianza en los demás, se extiende, sobre todo,  aún a las personas que uno sabe más próximas. Sus naturalezas, a pesar de las apariencias tranquilas, son malsanas, como la misma naturaleza, como todo.

Mujer 1-¿También la naturaleza?

Mujer 2-Si, claro, pero haga silencio que ahí viene ese mozo con el pedido y no quiero que nos escuche.

(El mozo deja el té con el servicio y dos medialunas).

¿Y esto? No es lo que habíamos encargado.

Mujer 1-Es lo mismo, vaya querido, deje todo, aquí las medialunas son tan exquisitas como los “eclairs” que yo comía en la Costa Azul en mi tercera luna de miel.

(El mozo hace una mueca y se retira).

Mujer 2-Pero…  ¿O no entendí bien o usted dijo que se había casado solo dos veces?

Mujer 1-Con el último no me casé, fuimos amantes y se murió cuando nació mi hijo.

Mujer 2-¿El séptimo?

Mujer 1-Claro, ese mismo, no iba  a ser el primero.

( Se hace silencio. Una de ellas sirve el té. Lo hace de una manera ceremoniosa y lenta. Ambas sonríen mientras beben el té y comen las medialunas).

Mujer 2-La semana pasada compré unos acolchados fantásticos, hechos para los inviernos en las estepas de Siberia. Lo mejor que tienen es que no hablan y no la empujan a una para ocupar más lugar en la cama. Tampoco nos hacen hijos o eructan o esas otras cosas vulgares…como tirarse pedos, digo, por ejemplo.

Mujer 1-Bien, ya veo. Permítame decirle, que casi en este mismo instante, he cambiado el criterio que tenía de su educación. Ahora diría que el mismo es… diferente.

Mujer 2-Muy bien, está en todo su derecho.

Mujer 1-Ahora, la dejaré sola un momento, voy a  los “toilettes”.

(Se levanta y va hacia el baño. La que queda a la mesa mira hacia atrás y le sonríe a otro desconocido, un hombre ya mayor, elegido entre el público, que está sentado, supuestamente, con varias personas. Luego saca un espejo de su cartera y se retoca los labios. La mujer vuelve del baño).

Mujer 2-Qué rápido, querida. Ahora voy yo. Cuídese de los hombres…Son atroces.

(Se levanta y va hacia los “toilettes”. El camarero se acerca a la mesa, la mujer niega y el mozo se retira. Vuelve la otra, hay agitación en su cara. Se sienta).

Mujer 2-Querida… ¿Qué ha hecho? En el baño, en uno de los cuartos hay una mujer muerta y usted fue la última en ir…Le clavaron un cuchillo…La acuchilló.

Mujer 1-¿Qué quiere decir?

Mujer 2-Usted lo sabe mejor que yo pero no quiero decir nada, nada todavía. ¡Ya sabía yo que no se podía confiar en una desconocida! Vaya, hable con el dueño, es ese  gordo  de bigotes que está detrás del mostrador…

Mujer 1-Pero si yo no hice nada…

Mujer 2-Justamente, anticípese. Muéstrese inocente, aunque no lo sea. Dios mío, ya me veo yo entre rejas por esta pelandruna. Vaya, vaya, haga algo, declárese inocente o culpable, lo que quiera, pero no pierda tiempo le digo.

Mujer 1-Pero si no nos conocemos, ni siquiera sabemos nuestros nombres…

Mujer 2-¿Lo ve? Peor todavía. Vaya, vaya, vaya o la denuncio.

(Mujer 1 temblorosa va primero hacia el mozo y luego a la caja, donde está el dueño. El camarero la sigue, nervioso. Se oyen murmullos en forma creciente. Los tres van hacia el baño. Mujer 2 toma la cartera y el tapado de la otra. Mira hacia el público y centra su atención con el que había cambiado sonrisas).

Mujer 2-¿Ha visto? Una asesina.

(Se va. Aparece en otro sitio, se supone otro lugar. Ahora tiene solo su ropa habitual, sin la cartera y el tapado de la otra. Saca un teléfono celular y habla).
Mujer 2-Hola Andrés…Qué? Que no hice nada? Engatusé a una estúpida que salía del banco…Y ya  la había visto adentro…guardando mucha pero mucha platita en su carterita…Y sí, trabajo me dio…Era bastante respondona. Pero valió la pena….Seis meses sin trabajar, por lo menos…Seis, si… Y de gran vida…Bueno, amiguito, a portarse bien con la mami, eh...? Ya voy para allá…

(Termina la comunicación. Se pone el tapado del revés, que vira del rojo al negro y se pone unos gigantescos anteojos ahumados).

¡Je…! ¡Otro idiota! (Se toca una parte de la cabeza) ¡Se cree que esta cicatriz la tengo gratis, de nacimiento…! ¡Imbécil! ¡Taxi…taxi! ¡A la Merced, que llego tarde a la misa de siete!

(Sale apurada hacia el taxi)

                                                           
                                                                                            TELÓN
                                                                                                                                París, Agosto de 2012


 "CANCION FINAL"

Acto único.

Personajes:
El hombre.                       
La mujer.

Escena: espacio vacío, preferentemente sin telón y sin los elementos habituales como bambalinas,cámaras, patas laterales, etc., propios de un escenario. Los aparatos que hacen a la iluminación están a la vista. Un camino luminoso, en diagonal, atraviesa el piso. Sobre esta diagonal de luz, ráfagas de diferentes colores; formas convencionales que sugieren la circulación de autos, camiones, motos, etc. Se escuchan los sonidos de la calle: las voces de la gente, bocinas, arranques, frenadas y deslizamiento de  rodados. En fin, los ruidos de un día agitado. A la derecha del público, se encuentra un hombre sentado en una pequeña silla. Tiene puestos anteojos negros y, entre sus manos, sostiene un bastón blanco. La imagen de un ciego. Frente a él, sobre la otra "vereda", una mujer de edad avanzada espera, nerviosa. Su aspecto es común, salvo su viejo sombrero y su cartera, ambos verdes y su maquillaje, un poco excesivo.

LA MUJER (Dirigiéndose a las personas -imaginarias- que pasan a su lado).-Señor, por favor, necesito ayuda, estoy sola... A usted, señora, buen día, disculpe que la interrumpa, un minuto solamente...Yo no vivo aquí y, por lo tanto, no conozco a nadie. Escúcheme, por favor, hace tiempo que estoy en este sitio, aquí, en esta vereda, parada en esta calle...Por favor, le pido...Supongo que usted está muy ocupada pero, yo estoy perdida y no sé que hacer...Está bien, perdóneme, señora, aunque sea, si no es mucha molestia, dígame la hora, si es que puede ser...Tampoco…No quiero dar lástima pero… ¿Qué hora es...qué hora...qué hora es? (Ella llora). ¿Qué hora es..? Dígame algo...  Señoras y señores... (Mira hacia ambos lados. Por último, se dirige al ciego). Por favor, usted, si es que tiene alguna idea... ¿Qué hora es?

(El hombre no le responde. La mujer mira hacia el cielo y luego, de su cartera, saca un pañuelo. Seseca la cara, las lágrimas y se limpia las manos. El hombre se levanta de su silla y con su bastón golpea el piso, una, dos, tres veces. Se larga a hablar, a veces casi grita, sin dirigirse a nadie en especial. Está acostumbrado a monologar; es su instrumento para pedir y obtener).

EL HOMBRE-No me gusta que me miren, menos que me hablen. Pensaba que ella no lo haría, pero sí, lo hizo. Llevo una vida tranquila. Vivo de los que los demás llaman caridad. Eso los hace felices; se conforman con poco. Yo, en cambio, necesito aún menos. No soy joven, ni apuesto y sobre todo, no tengo dinero; así es, estoy ya acostumbrado y, a mi manera, soy feliz. Poseo la riqueza de no tener nada pero no sé si eso es un logro remarcable y comprensible. Solo se podría decir que es difícil. ¿Hay algo más qué yo agregar de mí mismo? Sí, solo que en este momento estoy hablando en general, pero para que lo entienda alguien en particular.(La mujer deja caer su pañuelo, escucha y mira al hombre con una gran curiosidad). No obstante, ella me habló. Ahora está haciendo cosas para llamar la atención. Sabía que eso iba a suceder. A veces, mi cartel de ciego pareciera no convencer a nadie. Como ellos creen ver se sienten  más superiores. Invariablemente suelo ser el último recurso y es por eso, quizás entre otras cosas, que la vida me ha sonreído siempre...Basta con mirarme: vestido con harapos de seda, con telas de araña, artísticas y de rara de confección; huelo a la fragancia más exquisita, la mugre...Ser el último a quien se acude siempre es lo mejor. Mi historia fue así, la de un tipo mundano y ausente, con un prestigio hecho a su medida, con el placer que le ha dado la calle, la libertad, la mentira y la verdad. Todo junto... ¿Qué tengo en mis manos...? Están vacías, nada de oro, eso es vulgar. Hasta ese punto he llegado; no me permito nada que semeje al lujo de los otros; tengo los míos. Mis uñas están sucias. Todo lo poco que he tenido de valor lo he regalado, hasta me he permitido tirarlo a la basura. No me gustan las curiosidades de los otros ni quiero que indaguen en las mías.
  
LA MUJER-Sí señor, comprendo pero, por favor, escúcheme...Es tarde, yo creo que es más de medianoche, no hay más personas por aquí y yo he perdido todo; tanto es así que  hasta no tengo mis documentos y ya no sé ni quien soy, ni como me llamo…

(El hombre va hacia atrás y se sienta en su silla o sobre "un umbral". Se quita sus lentes negros, "de ciego" y los limpia con un pañuelo)
.
EL HOMBRE-Estoy cansado ya, quiero dormir. Creo que llegó el tiempo de irme por un rato. Mañana… ¿Cuándo será mañana?

LA MUJER-¿Mañana? Hoy es mañana, creo. Todos los días son mañana. Es lo mismo que cuando hablamos del ayer. Estamos en hoy, de eso estoy segura. Dígame algo, cualquier cosa y yo le responderé; quiero de usted algo para mí. Por otra parte creo que ya nos hemos visto, que ya lo conozco. Es raro, yo no vivo aquí pero yo creo saber de su vida pasada, que es la que importa. La presente la estoy viendo.

(El hombre se pone los lentes y se lamenta a su manera, casi sollozando).

EL HOMBRE-Yo no puedo mirar a nadie, soy ciego, eso significa que no veo... (Increpa a la mujer). ¿O es qué es idiota, usted? Además, yo no deseo hablar con nadie, yo estoy bien sólo. No me pasa nada. Estoy sentado conmigo mismo y usted, quien quiera que sea, quédese allí sola, consigo misma y con su ridículo sombrero verde. Y deje de estar viéndome.

LA MUJER.-Sí, señor, ya comprendo, todo está bien: usted es ciego y yo tengo un sombrero verde. Además, yo sé. Sí, sí, yo sé.

EL HOMBRE.-Además, además, además. Estoy por dormir, es buena la somnolencia, sobre todo cuando tengo la visita de seres agradables, apariciones...Es de esperar que vengan esta noche. Entonces, déjeme tranquilo, sombrero verde. Pienso en mis amigos, los fantasmas de la noche, ellos también odian el verde.

LA MUJER (Enérgica-).-Bien, señor, tenga en cuenta, se lo pido, que yo no soy la idiota que usted supone. Además de vieja, soy una persona importante y no mentirosa, que dice verdades como ésta: efectivamente tengo un sombrero verde y mi cartera también es verde. ¿O es qué usted no se ha fijado en ella? Insisto, no miento nunca, no soy ciega y, por lo tanto, no utilizo anteojos negros. Salvo cuando hay mucho sol, claro. En fin, soy una persona de honor, de una impecable rectitud. (El hombre se ha quedado dormido). Vengo de una ciudad grande, de una capital, donde soy o fui la profesora más importante en la escuela más importante de ese lugar. Eso significa mucho, se lo aseguro. También podría decir que soy o que fui la mejor en todo lo que emprendí: yo enseñé gramática, literatura, geografía y geometría. Conozco al dedillo todas estas disciplinas pero, sobre todo, mis alumnos han aprendido educación y, sobre todo, el arte de la verdad y los problemas que acarrean las falsas historias...

EL HOMBRE- (Como en sueños, acariciándose el estómago)-¡Qué bien!

LA MUJER- Además, soy una mujer civilizada que paga sus impuestos puntualmente y que es respetuosa de la ley el orden.

EL HOMBRE-Tengo hambre, mi estómago me lo está diciendo; él canta como una cañería oxidada. Las palabras y los discursos no sirven para comer; entonces prefiero dormir y olvidar que tengo la panza vacía y que mis tripas están chirriando.

LA MUJER- Ahora soy viuda. Naturalmente he estado casada por años con un hombre serio, sano y prestigioso. Allá, en mi pueblo, digo en la ciudad donde vivo, todos nos conocían...No como aquí, que soy una cualquiera, no, no, no me gusta esa palabra, quiero decir una persona más, de ese montón de seres respetables. Eso es bastante. En cambio, allá yo era la esposa del médico, el ama de casa ejemplar,  la profesora, el ejemplo de madre...bueno, lo de madre es algo que ahora no viene al caso mencionar.

EL HOMBRE-Imposible dormir; hay mucho ruido a lata esta noche. (Hace visera con su mano y mira hacia el cielo). Una, dos, tres cuatro...mil estrellas. Lástima que yo no puedo verlas...

LA MUJER- ¡Mentiras!

EL HOMBRE-¡Silencio! Me gusta el cielo...Me da más placer que las profesoras y muchos más que los médicos, que son quienes se encargan de la muerte y la encarrilan. Ahora me gustaría escuchar los sonidos de la noche, si es que aún puede existir un poco de quietud...irreflexiva. Lo único que quizás quisiera saber es acerca de esas madres y de esos hijos que no se mencionan, por no venir al caso como se dice.

LA MUJER-Me disgustan las intromisiones pero, está bien, yo puedo comprenderlo. Usted no es una persona normal y de alguien de esas características es posible encontrar reacciones extrañas.

EL HOMBRE (Golpea el piso con su bastón para llamar la atención).-Gracias. Una ayuda, por favor, señoras y señores para este pobre hombre anormal, loco, indigente y mentiroso y de extrañas características; solamente una ayuda...La falta de una presencia o, mejor dicho, una ausencia, sería lo mejor que podría sucederme en este momento, colmaría todos mis deseos...pero ya veo que sería pedir demasiado.

LA MUJER-He hablado de normalidad. Mi marido, sí mi marido, ha sido siempre un hombre normal, integral, inteligente, insuperable. En cuanto a mi hijo, bueno, mi hijo, será después. No precisamente ahora. No sé si viene al caso, creo que por el momentos hay que olvidarlo...es casi como dejarlo tranquilo. Como a mí, ese olvido también me tranquiliza. Volvamos a lo nuestro. Tuve un matrimonio extraordinario con un esposo maravilloso. Ahora él está donde debe estar, debajo de la tierra, en un bello sepulcro, en nuestro serio y ordenado cementerio judío. (Pausa).En fin, habitualmente yo no hablo con personas a quienes no conozco pero usted, a pesar de sus rarezas y de su extraño comportamiento, me invita a la confianza. Quizás porque es ciego o casi ciego o bien un falso ciego, no sé. (El hombre no responde. Se vuelve de espaldas a la mujer y orina contra una pared). Ya veo, un acto orgánico, necesario. Será porque le inspiro también algo de confianza. Claro, le he contado parte de mi vida  pero, evidentemente no he hablado ni hablaré de los temas más importantes que me conciernen...Ya lo sabe.

EL HOMBRE-Una madre tuvo un hijo y ese hijo tuvo una madre...Naturalmente debe haber una bella historia por el medio, o tal vez sea triste, o dramática o lamentable. Creo que seguramente se trata de una canción...de esas que no se olvidan, las que, desde el cerebro nos van invadiendo de a poco hasta que se meten en nuestras putrefactas carnes. Y allí se instalan, para escarnecernos o para aliviarnos.

LA MUJER-No me gustan las canciones y menos las de ese tipo. Cállese, por favor. Ahora se trata de compartir unas pequeñas historias que son, tal vez, un pretexto para conversar con alguien, para no estar tan sola. ¡Si yo pudiera cruzar esta calle y acercarme a usted!

EL HOMBRE-Ni da para pensarlo. Ya encontraré yo sólo la melodía de esa canción que se titula, creo, "La partida y el retorno del hijo pródigo al seno de su madre quien pretende el olvido y muchas cosas más", sí, así es como se llama. Es bonito el título.

(Comienza a toser, su acceso va creciendo hasta transformarse en un ruido rudo y rústico. Sucuerpo se dobla, espasmódica y exageradamente.)


LA MUJER-¡Qué manera de toser! Yo creo, veo más bien, que usted está un poco enfermo, tal vez mucho. No lo sé, ya pasará, como todo. ¿De qué estábamos hablando? Ah, sí, de mi pobre marido, él era médico, ya se lo dije; famoso sobre todo en los temas bronquiales, la tos no tenía secretos para él...Tampoco la tuberculosis. Eso era un juego de niños. Una mirada suya y usted estaría curado.

EL HOMBRE-Ya veo, un mago, de galera y también de bastón pero, claro, no de ciego como éste.  Pero por ahora nada de trucos. Me gustaría cantar la canción del hijo...Si pudiera recordarla, eso podría interesarme un poco… o bastante.

LA MUJER (Mira a derecha e izquierda)-Ahora ya no hay autos circulando. Usted podría tener la gentileza de ayudarme a cruzar la calle, si es que tiene la voluntad de hacerlo. Tengo, a veces, ciertos miedos, quiero decir... (El hombre se vuelve directamente hacia la mujer. Se saca los anteojos, vuelve a limpiarlos, se los coloca y la mira fijamente. Ella espera. El hombre hace un gesto negativo con la mano y deja de mirarla). Señor,  hace ya un día que estoy parada aquí y tengo miedo; yo no puedo, nunca pude atravesar ninguna calle. También pedí ayuda, pero él no me la dio. Claro, no podía, me dijo que lo hiciera sola. Agregó, además, que la vida se hace por sí misma, que nadie salvaba a nadie, como antes le pasó a él. No sé bien que quiso decirme; pero el estómago y el corazón se me anudaron en ese momento. Y fue entonces que me largué sola, que por esa única vez crucé una calle. No tuve otro remedio. Lo único que recuerdo, con bastante…dolor, era su sonrisa después de lo sucedido.

EL HOMBRE-¡El no la ayudó, claro es parte de la canción! Lentamente la estoy recordando.Aunque me falta la parte ésa, la de después de lo sucedido. En fin, ya aparecerá.

LA MUJER-Compréndame, se lo ruego y deje de hablar de ese episodio. (El hombre resopla y repite el gesto de negación .Luego silba). Por mi situación,  insisto; yo sé que usted es amable, que tiene una educación que hasta yo misma seguramente le he dado. Pienso, además, que hay motivos de confianza mutua que nos permitirán relacionarnos...Creo que no tiene la misma opinión de la vida que ese otro, al que llamo...Bueno, no nos conocíamos pero es como si hiciera mucho tiempo que buscamos este encuentro... A lo mejor ya sabemos algo el uno del otro.

(El hombre la mira de soslayo, la mujer calla y espera. Se oye un ruido, un batir de alas, una bandada de pájaros que pasan en lo alto y que quizás hasta proyectan sus sombras. El aleteo se escucha cada vez más fuerte. La mujer y el hombre permanecen inmóviles).

EL HOMBRE-Ella casi está  diciendo que me conoce, y casi que también me ha educado. Supongo que hablará de la educación que ella ha ofrecido al mundo en forma general. Cosas de ellas, de las maestras, las salvadoras. ¿O es qué tal vez yo sepa quién es ella? Yo no recuerdo, no sé nada. Ni quiero saber. Todo es inoportuno… (Mira hacia el cielo). Como ahora ese ruido… parece un batir de alas…

LA MUJER-Eso de la educación carece de importancia ahora. Hay que sobreentenderlo. A lo mejor saberlo no sirve para nada. Está usted mirando hacia el cielo. ¿Qué hay en lo alto? Hay malos presagios allí. ¿Es eso, no se da cuenta o no quiere decírmelo?

EL HOMBRE-De todo lo que dijo me quedo con la palabra nada. Pienso como usted. A lo mejor todo es para nada. En ninguna parte. Los únicos presagios somos usted y yo. También hay otro... Solamente una vaga idea, la de un hombre a quien, hace ya mucho tiempo, preguntaba siempre cosas a propósito de la música...Fue a mí a quien le pasó y mi intuición, no sé, me habla de algo parecido. Ese hombre, un día, mientras me enseñaba a jugar a las cartas, con una gran sonrisa y luego de una pregunta, me dio una respuesta difícil de olvidar; creo que fue lo único que, para mí, explica y justifica este mundo  y algo que yo no olvidé jamás."Pequeño idiota -me dijo- hijito, hijito de papá... ¿La música? El mundo está hecho de ella, hay que escucharla, nada más que oírla. No se trata ni más ni menos que de abrir los oídos, para que todo te resulte más fácil y para que puedas comprender y aceptar este sitio que nos tocó..." Eso es lo único que recuerdo de la vida y en realidad no sé porque se lo estoy contando... ¿Será porque la tengo metida en los sesos y fue y es mi única esperanza?

LA MUJER-¿A mí… es que yo estoy metida en su cabeza? Ya lo ve, tengo razón. Su padre le decía, basta con escuchar la radio,  y quizás, más adelante, ir un concierto y ver a una gran orquesta...También le insistía en que confiara en mí, que dejara de mirar al otro, que solamente estaba yo, que era su madre y que después estaba ese otro, ese vecino, el alemán, que como decía mi difunto marido, siempre pensaba nada más que en sí mismo. Entonces, lo recuerdo muy bien, sus ojos de pequeño me miraron por primera vez con un odio de grande. No a su padre, fue a mí. Ahora, cuando lo miro a usted veo en su mirada un sentimiento parecido; de ahí mi confusión.

EL HOMBRE-Por primera vez yo reparé en eso, en la...magia de los sonidos mientras manipulaba las cartas, repito, con ese hombre.

LA MUJER-Sí, continúe. Es así como fue. Sonaba una música extraña, para nuestros oídos, en esa casa. A veces era alegre y otras grave.

EL HOMBRE- Era casi de mi propiedad; siempre jugué con él, casi en secreto. La música estaba entre nosotros y era tan maravillosa, que solo atinábamos a mirarnos fijamente.

LA MUJER (Abre su cartera y busca)-Casualidades. El padre le dijo después que eso era una sinfonía o algo así y que no tenía que ir a casa del vecino para escucharla; que solamente bastaba con encender la radio del comedor. Pero, a pesar de mi respeto por la música, no quiero hablar de ella, ya que le doy poca importancia. Nunca tuve lo que se dice un buen oído. Tampoco quiero ocuparme de ellos; ahora solamente necesito cruzar esta calle, llegar a otro sitio, enfrente.

EL HOMBRE-No me distraiga. Hábleme de su hijo. Hay coincidencias muy extrañas en esto. Estoy cansado de vomitar cosas inexplicables. Esta calle, el lugar donde vivo, está llena de excrementos,  además de  la mierda que sale de mi boca; soy casi una cloaca. En eso me he transformado.

LA MUJER-Mi Dios, ayúdeme. Esos pájaros han pasado ya casi todos. (Mira hacia el cielo). Creo que viene el amanecer. No, mi hijo no. Siempre esperé algo de él, nada más. Ya le conté algo. Ahora solo se trata de cruzar la calle y... ¿llegar a su lado? A lo mejor, algo difuso tiende a completarse.  Por favor, su ayuda. (Un pájaro grande cae, en este instante, sobre la calle. Está muerto. Se escucha nuevamente más fuerte el batir de las alas. Ahora sí, los pájaros se alejan. El hombre y la mujer están paralizados observando al pájaro muerto. Pausa larga. El hombre, rápidamente se pone los anteojos negros y toma su bastón blanco). Por Dios, fíjese, ahí hay un pájaro, justo delante de nosotros. Está muerto.

EL HOMBRE-Yo no veo nada y tampoco entiendo nada. Soy ciego, ¿No se da cuenta? Usted es una persona muy extraña, déjeme tranquilo. Siendo una profesora, como dijo, debería saberlo todo, hasta darse cuenta de que quiero estar tranquilo, en paz, en silencio, sin ese paquete de  basura lleno de esas, sus preguntas sin respuesta; que, además, pretenden ser lógicas y calmas.

LA MUJER-¿Tranquilo? Hay, entre nosotros, un pájaro muerto, un cadáver. Por otra parte y sobre todo, el tiempo pasa y yo no he podido cruzar esta calle. Nunca nadie me ayudó a hacerlo. Ni él, que era quien podía hacerlo.

EL HOMBRE-Déjeme en paz, le repito, busque una persona dispuesta a ayudarla. No soy yo el indicado. Búsquelo a ése.

LA MUJER-¿A quién?

EL HOMBRE-A él, usted sabe.

LA MUJER-No, no lo sé y no hay nadie aquí; estamos solos, esta calle es de las menos frecuentadas, ya me dí cuenta. Siempre estamos solos. Además, yo hablo de este pájaro, había otros, pero ahora hay uno allí. De repente y nuevamente, usted se ha vuelto ciego. Claro, volvió a acordarse que debía serlo.

(La mujer mueve su cabeza de derecha a izquierda. Luego mira hacia el cielo y rápidamente baja los ojos mirando al pájaro caído sobre la calle. A lo lejos se escucha la bocina de un auto, una, dos, tres veces. La mujer se concentra, indecisa, en el hombre quien, silenciosa y tranquilamente levanta su bastón. La mujer intenta, sin conseguirlo, cruzar la calle. El hombre sonríe).

LA MUJER-No, no, no puedo, es inútil. Tengo el deseo de cruzar, de estar a su lado, cerca de usted. Ayúdeme, por favor; yo sé que lo he dejado solo durante mucho tiempo, he sido tan culpable que hasta he perdido la familiaridad en el trato, yo he estado también –de alguna manera- ciega, pero le pido que me comprenda. En este momento, estamos juntos, lo he encontrado y creo que tenemos que darle un final a todo esto, aunque sea definitivo.

EL HOMBRE-¿Encontrado? ¿Final? ¿Definitivo?

LA MUJER-Sí, insisto, no trate de olvidar... ¿Qué hay, ahora, entre nosotros? Lo estamos viendo, está allí,  un pájaro muerto. Míreme a los ojos, como nunca pudo hacerlo y como sí le sucedía con el jugador de cartas, su vecino. El tiempo ha pasado, pero no lo olvide. Hasta podría recordarle si quisiera, recordar completa la letra de esa canción.

EL HOMBRE-¡No me chantaje y déjeme tranquilo! No quiero ni la puedo ayudar. Se trata de su vida, yo me ocuparé de la mía. ¿Por qué me busca? Cruce sola, usted me ha elegido o me ha encontrado, o tal vez me buscó. Como guste. Bien, tendrá que hacer el esfuerzo, tener el coraje de venir hacia mí.(Pausa). No la conozco no quiero conocer historias ajenas. Me gustaría que la vida fuera, todos los días, como un papel en blanco, mejor dicho como una partitura, un papel lleno de música, ya lo dije.

LA MUJER-Le he hablado de una sinfonía o algo así, y usted lo ha hecho de la música, creo que ya sé de que se trata...

(Los vehículos comienzan a circular. cada vez con más frecuencia. Se escuchan los ruidos naturales de un día que comienza: bocinas, voces, frenadas, gritos, etc.)

EL HOMBRE-Usted habla demasiado, señora, de usted misma, de su marido muerto, de sus miedos en la calle...Veo que es así pero, también me he dado cuenta que hay un tema pendiente que la afecta y que no  lo ha querido explicar totalmente. Siempre ha sido... "para otro momento". No sé si me entiende. Hay, ahora, un muerto entre nosotros; creo que al menos sería motivo de curiosidad; pienso que debería usted acercarse a él, investigar, ver si todavía respira, en fin, tantas cosas que podrían eludir otras. O completarlas. Pienso que podríamos ensayar un juego…

LA MUJER-No hablemos de ese pájaro. Tengo miedo de la muerte. Mejor sería volver a hablar de la música y de ese juego de cartas...usted lo hizo, cuando en un momento contó algo de su infancia, de ese vecino amigo...Quiero decirle que yo sé de eso.(Pausa). ¿Cuál sería ese juego?

EL HOMBRE-También quise cantar.

LA MUJER-¿Cantar?

EL HOMBRE-Sí, la canción acerca de un niño, de un hijo...del mismo del que usted no quiere hablar. (Pausa). ¿Quiere escucharla? Pienso que a los dos nos serviría.

LA MUJER-Creo que es cierto. Se trata de un niño a quien yo conocí y amé, aunque, aunque creo que no demasiado quizás. Bueno, para una madre siempre es así, todo es poco. Vivíamos, en esa época en un pueblo, pequeño, casi en medio de un desierto. Pero no sé, algo se fue de él, de repente desapareció, y no lo volví a ver, eso quiero decir. Creo que hasta me despreciaba. Me lo demostró el día de ese incidente en la calle. Hasta sonrió cuando todo hubo sucedido. Ya está. Y ahora ese pájaro está terminado, ya no hay historia para él ni para mí ni para usted; ya no creo que pueda volar, ni siquiera respirar.

EL HOMBRE-Bien, hablando de historias, yo podría completarlas, le repito, esa del pájaro y también la de ese niño, que seguramente será parecida a la mía...O a otras.

LA MUJER-Han pasado muchos años. Han dicho que él ha triunfado en la vida; que ha llegado muy alto, tan alto que nunca supe nada más de él.

EL HOMBRE-No tan bajo como yo, eso quiere decir. ¿Entonces?

LA MUJER-Sé que si cruzo la calle podré conocer el final. Quiero hacerle una pequeña confesión; estoy hablando de cruzarla esta, pero... ¿Sabe usted...? Se trata de la misma, de aquella, de la calle de esa otra vez. Además, creo que estoy parada en el mismo sitio, casi podría asegurarlo, aunque todo ha cambiado mucho, tanto como el tiempo que ha pasado desde entonces. Estaba aquí, en este lugar, parada sobre una baldosa que no era ésta; aquella era pequeña, cuadriculada y gris, hasta tenía una rotura que la atravesaba por el medio. Ya no está más, pero el cielo sí estaba; el de ahora es azul, mientras que aquel era gris, nublado. En este momento ya es de día, no hay nubes por lo que veo, pero eso no significa  que no haya seguramente otras bandadas allá, más alto, volando hacia muy lejos y que éste pájaro, que está aquí inerte entre nosotros no haya sido uno más entre todos. Al que le tocó este accidente fatal.

EL HOMBRE-Me fatiga usted. Su miedo me aburre. Me está  mirando y sé que está en las tinieblas, ocultando algo. No sé porque le estoy dedicando todo este tiempo…Juguemos…A ver…Madre, madre… ¿O prefiere... mamá? Estás ahí, ya lo sé.

LA MUJER (Dudando).-Sí, claro… hijo mío…

EL HOMBRE-Qué bien, la felicito. Las trampas funcionan. Acaba usted de emplear una palabra… muy íntima. No sé si debo aceptarla. Este juego debería ser más impersonal.

LA MUJER-Es así porque tiene que ser así; tiene que aceptarme, un falso ciego no tiene razones para negarse. Su punto de partida es diferente.

EL HOMBRE-Soy ciego porque sí, porque elegí no ver lo poco que hay que ver. Detrás de los lentes negros, mis ojos están cerrados pues, de otra forma verían obsesivamente este mundo lamentable. A veces los abro, por reflejo.

LA MUJER-Y es entonces cuando sabe que mi sombrero es verde.

EL HOMBRE-Así es. Usted dice que cree conocerme. Admitámoslo. Uno espera algo de los demás, sobre todo si dice conocerlos. Yo no cruzaré la calle, ni para ayudarla ni para estar a su lado. Entonces me resigno a esperarla. Es usted quien va en busca de alguien conocido. Creo que esto podrá serle de gran utilidad. Debe ser pronto; hágalo de repente, en instantes esto se llenará de gente, de personas que creen estar vivas, no como usted ni como yo que sabemos que todo ya ha pasado...Venga aquí...No se lo pido, se lo ordeno. Si quiere que la llame más familiarmente lo haré. Mamá, mamá, mamá… (Golpea nuevamente su bastón en el piso. Se escuchan más ruidos y voces de gente. La mujer solloza. Luego arregla su sombrero, abre su cartera y, nerviosa, vuelve a cerrarla). ¡Vamos, acérquese, pronto, no insista en ser más idiota de lo que siempre ha sido!

LA MUJER-No puedo, esto va más allá de mi voluntad; es el resultado de una situación  difícil; ya le dije que estoy perdida, que no tengo los documentos y que no quiero recordar quien soy.

EL HOMBRE-Cállese, la vida es así para todos. No se trata solo de quejarse de uno mismo. Venga, estoy bastante cansado ya, muy cansado. Recuerde, además, que yo soy ciego. Usted quiere ver y recordar hasta los detalles más insignificantes, las baldosas, sus cuadriculados y las rotura que, particularmente, atravesaba una de ellas. Entonces, debe tener en cuenta todo.

LA MUJER-¡Basta!  Sí. Sí, eso es cierto, pero ahora ambos vimos al pájaro que cayó ante nosotros. Sucede que está muerto y antes estaba vivo. Como si fuera fácil para mí atravesar esta calle. ¿Es qué usted quiere que yo esté a su lado? Eso es diabólico. Yo estaría muerta a su costado, como ese pájaro.

EL HOMBRE-Es usted quien quiere aventurarse. Entonces, basta de hablar. Venga aquí. No tiene importancia que usted esté viva o muerta. Escuche atentamente estas instrucciones: usted cruzará la calle, viniendo en esta dirección, hacia mí. Juguemos a que es una madre en busca de alguien muy querido. En la mitad, en el suelo, encontrará a ese pájaro, dormido en el piso. Hasta se podría pensar que es un juguete olvidado. Es todo muy sencillo.

(Se escucha más fuerte el sonido de los autos, bocinas, sirenas de ambulancia y de la policía, voces, etc. En fin, el día que recomienza).

LA MUJER-¿Es que usted piensa que si atravieso esta calle, usted me acompañará para siempre?

EL HOMBRE-Sí, claro, deje de hablar y venga y...ahora terminaré con las instrucciones. Usted no debe olvidar a ese pájaro, tiene que recogerlo o tomar lo que quede de él. Luego, al llegar a mi lado podrá hablarme al oído, contarme todo, hasta llorar si quiere.

LA MUJER-Eso ya lo sé y no tiene importancia. Ya lo había decidido. Iré junto a usted y tomaré a ese pájaro. Estoy convencida de abandonar todo, pero con una condición.

EL HOMBRE-¿Cómo? Creo que no está en condiciones para imponer nada.

LA MUJER-Sí, quiero escuchar unas palabras de su boca.

EL HOMBRE-Hable.

LA MUJER-Usted me dirá que me... que me ama, que yo soy la única música que recuerda. No debe hablar de su padre, ni debe recordar a su vecino y, además, usted dejará de ser ciego; me mirará a los ojos. Es una  orden; yo también soy muy fuerte... ¿Y ahora?

EL HOMBRE-Bien, todo está bien. Venga, entonces. Oirá de mí todo lo que quiera escuchar. (El hombre se quita los anteojos negros y los guarda en su bolsillo). La espero; estoy tranquilo, venga por favor. (Tímidamente, con miedo, la mujer comienza a  atravesar la calle. Renguea ostensiblemente) Bueno, tenemos una novedad de importancia, es la que completaría a medias la canción... ¿Cómo era? ¡Ah, sí, ya la recuerdo...! "La partida y el retorno del hijo pródigo al seno de su madre quien pretende el olvido y muchas más, algunas tan importantes como su alegre renguear". Pero por ahora mejor olvidarla ya que no la recuerdo del todo; pero, en fin, eso no es para preocuparse demasiado. Pensemos en este momento y convenzámonos de que todo irá bien.

LA MUJER-Sí, se trata de un recuerdo; una situación similar, en un lugar similar. Atravesar una calle. Esta.

EL HOMBRE- Camine lentamente. Primero un paso, luego otro, después el tercero...Bien, va bien... (La mujer atraviesa la calle; sigue con miedo. El piso se ilumina con los faros de los autos que pasan. Se escuchan las voces y los gritos de la gente que se impresiona por la torpeza de la mujer. Las bocinas suenan sin fin. La mujer aprieta su cartera sobre su pecho). Muy bien, mi Dios, venga para aquí, yo le hablaré al oído, le hablaré de amor, tal vez le invente un reencuentro como el que usted ha mencionado. A lo mejor, hasta con un final feliz. Coraje, el camino promete ser bello. (Las voces y los ruidos se intensifican. Ahora la mujer llega al lado del pájaro muerto, en medio de la calle). Señora, con cuidado, sin torpezas, deténgase y mire hacia el suelo... ¿Qué hay allí, sobre el pavimento? ¿Qué es eso que usted está mirando?  Una sombra  gris, casi negra, un pobre pájaro está, al que, naturalmente, usted recogerá. (El hombre señala con su bastón. La mujer se inclina con la intención de levantar al pájaro. Se escuchan más fuertemente los ruidos de los autos; frenan de golpe y, en el desastre, chocan entre sí, la mujer en el medio. Ella cae; luego se levanta y finalmente se desploma en el piso). Muy bien señora, ha tenido usted un final…sublime.  Usted está, ahora, bien protegida y lo estará aún más junto con su esposo médico, en ese prolijo cementerio del que me habló. Ya no tendré que tratar de recordar como termina esa canción; se ha dado casi espontáneamente, un poco más tarde del momento en que debió serlo. Una ventaja y un alivio, aunque, con seguridad, alguien comenzará a cargar una nueva culpa. Siempre es así, es inevitable. Me toca despedirla; decirle hasta pronto o, mejor, darle un  adiós. Suena más...romántico. Adiós y gracias. (El hombre se pone los anteojos negros, va hacia el fondo de la escena, lentamente, adivinando el camino. El ruido y las voces suenan todavía más fuertes. El hombre vuelve su cabeza hacia el público). Bien, señoras y señores, hubo un accidente, un simple accidente. (Continúa su camino). Una mujer mayor, casi anciana, tropezó al cruzar la calle, tropezó... con un pájaro caído, produciéndose una colisión que la llevó a la muerte. Un accidente, vulgar quizás, pero uno más...entre otros.                                                              
                                                                 
                                                                                       TELON                                                     

                                                                                                                                  Buenos Aires, otoño de 2010


                                                                                                                     


“Amor con amor se paga”
Un acto.
Personajes:
La abuela
Su nieta
Escena: Comedor convencional, casi humilde. Una ventana, una mesa, sillas, un armario. Dos puertas que dan a diferentes sitios. Una de ellas es la entrada del departamento, la otra comunica a otros ambientes. Una nena, adolescente, sentada a la mesa, escribe. Se la nota aburrida.La abuela, también sentada, mira televisión.
Abuela-Me parece que te estás quedando dormida. Como siempre. Claro, con tal de no estudiar, mejor un bostezo. ¿Estás cansada, no? No, no, no digas nada, no mientas. Sabés que prefiero que te quedes callada a escucharte decir esas invenciones…absurdas. Tu madre era igual. O peor. Así le fue…pero no es momento de hablar de ella; seguramente estará comiendo basura en algún supermercado del infierno…Hablando de supermercado, la semana pasada te pedí que me compraras manzanas y no lo hiciste…
Nieta-Abuela…No hables así de mamá, ella ya no está… (Pausa) De las manzanas me olvidé; además no me diste plata.
Abuela-Plata, plata, plata. (Apaga la tele y toma un libro)¡Qué sabés vos de lo que significa deslomarse para ganar un sustento…mejor qué te calles! Ahora vamos a hacer un dictado. A ver si mejorás la ortografía, solo eso,  más no pido, sería demasiado. (Busca) Estoy sin anteojos, no los encuentro, o los perdí o me los robatron o me los escondieron, no sé y no importa, este tema lo sé de memoria, lo domino, como me gusta a mí, la cultura es así, entendelo, una obligación, un sacramento… Vos tenés muchas faltas, todos lo dicen, sos una burra…tu maestra es la primera en señalarlo, aunque ella…pero, bueno, tampoco es momento de hablar de esa desquiciada… Comencemos ya, quiero que escuches bien, atentamente. (Lee) ”Se denomina descubrimiento de América al acontecimiento histórico que comenzó con la llegada de Colón el 12 de octubre de 1942…”
Nieta-Abuela, me parece que te equivocás, la maestra nos dijo que fue en el año…hace mucho…mil cuatrocientos y tanto…
Abuela-¿Qué yo me equivoco…que yo me equivoqué querés decir? ¡Qué falta de respeto, qué osadía! Como si tu maestra supiera algo más que bajarse la bombacha a la primera de cambio. Bien qué la conozco, desde chica. Pero no quiero hablar de ella, ni bien ni mal. Ni de ella ni de tu madre, lo dije y lo repito. ¿Me oís? Ahora hablo de vos, para que te enteres que a mi no me engañás, ya sé que sos  así como las demás, basta con ver a tus amigas. ¿Cultura y educación? ¡Nada! Ahora son todas iguales, cortadas por la misma tijera, tal cual, mal educadas con sus mayores sobre todo. (Pausa.) Las manzanas, solo eso, te pedí, poca cosa,  que me trajeras manzanas y no, ella, la egoísta, no quiso. En cambio, cuando se trata de buscar novio o lo que sea, la cosa cambia. Se convierten en angelitos serviles…Si hasta para convencer a los idiotas dicen que son expertas en cocina y en quehaceres domésticos. ¡Turras!
Nieta-Pero la señorita…
Abuela-¿La señorita ésa, qué? ¿Qué sabe esa recién llegada más que yo, que ejercí la docencia toda mi vida?
Nieta-Mamá me contó que te jubilaste antes de tiempo; que hubo un problema, no sé cual, pero que te tuviste que ir, que por eso no llegaste a ser Directora, ni siquiera Secretaria, eso me dijo,  abu.
Abuela-Continuá, hasta podrías llegar a decir que ni siquiera llegué a Portera.No te doy un sopapo porque no tengo ganas ni de tocarte. Cerrá la boca y continuemos. Basta, no quiero gastar saliva con una tonta descerebrada. Y también basta de hablar de tu madre y de lo que sea.
(Dictando, la chica escribe)
“el 12 de Octubre de 1492, como dije antes,  de una expedición capitaneada por Cristóbal Colón por mandato de los reyes Isabel y Fernando de Castilla que había partido del Puerto de Palos dos meses y nueve días antes y, tras cruzar el océano Pacífico
Nieta-¡Otra vez, abuela! La maestra dijo que cruzó el Atlántico, donde está Mar del Plata. Estás confundida. Mamá tenía razón…decís cualquier cosa y después te enojás.
Abuela-¿Así qué estoy confundida? Confundida estás vos y lo estaba tu madre cuando se acostó con quien sabe quién,  uno de esos tantos que tuvo  y al final le hicieron un hijo, una hija en este caso, vos. Después, su mayor confusión, la estúpida se había ilusionado con otro tipo, pero el galán le dio una patada en el culo y la dejó patas para arriba, boqueando y ya a punto de entrar… Por eso vos sos igual, hablás así, sos así, actuás así, tonta, zorra…vas camino a encontrarte con cualquiera que te deje preñada como a la loca de tu madre…Que terminó en la calle, pidiendo limosna, pan, como una desgraciada. Y no por culpa mía.
Nieta-No sé.  
Abuela-¿No sabés qué?
Nieta-Todos dicen que la tiraron a la calle…
Abuela-¿Ah, si, quién?
Nieta-No sé. No hablo.
Abuela-Claro que no sabés, nada sabés. Por borracha, por eso se fue, no por mi culpa.
Nieta-No sé…
Abuela-No sé no sé no sé. Un sonsonete de idiota. (Pausa) De las manzanas, nada, de eso tampoco estás enterada; te olvidaste de tu pobre abuela, que sabés que las necesita por sus problemas gástricos como el aire que se respira. (Pausa.)  Bueno, ahora, volvamos a lo nuestro. Confundiste los océanos, como siempre. ¡Qué Pacífico, Atlántico ni que ocho cuartos. Ya me cansé! Pero te voy a dar una última oportunidad. Abrí bien las orejas y sigamos con el dictado. Atención:  y, tras cruzar el océano Atlántico, me escuchás bien, no? dije Atlántico… sigo.  Llegó a una isla del continente americano, Guanahaní, a lo que él creía era la India. Varios años después los europeos y los chinos fueron dándose cuenta de que las tierras a las que había llegado Colón no estaban conectadas por tierra sino que formaban un continente distinto, y a partir de 1507 se le empezaría a llamar América… o mejor dicho Norteamérica o Centro América o lo quieras…¡Ya está! Estoy cansada de vos y de oírte hablar pavadas….”
Nieta-Yo no dije nada, abuela.
Abuela-Si, que dijiste, sugeriste, afirmaste que de la docencia o sea del magisterio me echaron por ladrona, por chorra…Que por eso me jubilaron.
(La chica se pone de pie.)
Nieta-Claro que sí, fue por eso, por ladrona…hiciste una tramoya, así me dijeron en la escuela, y te quedaste con la plata de la Cooperadora. Lo mismo que le hiciste al abuelo cuando le robaste todos sus ahorros y lo mismo con mamá, que siempre se quejaba de la plata que había perdido o de que alguien en el colectivo seguramente le había robado…¡Eras vos, siempre vos, no te importaba nada, vos vos vos!
(La abuela se le acerca, cara a cara)
Abuela-Ya te voy a dar yo sinvergüenza, puta, putita como tu madre…Vení para acá…
(La toma del cuello y del pelo y la sacude.)
Nieta (Recitando)- Constituye uno de los momentos fundamentales de la historia universal que parece que para mi pasaron inadvertidamente ya que representa el encuentro de dos mundos diferentes, uno en formación y el otro de basura que habían evolucionado por si solos desde el origen de esta humanidad llamada familia, lo cual cambió el rumbo de la historia, de la mía, de la de mi madre, de la de todos  también de la tuya, no te inquietes…  Como siempre sucede, hoy, mañana, dentro de un rato…Cuando me canse de tanta locura, cuando me decida…
Abuela-¿Qué decís, desgraciada, quién te preguntó algo, mierda, quién?
Nieta-Nadie me preguntó nada, entendelo. Sentate allí…
(Empuja a la vieja, quien tambalea y cae.)
Abuela-Estás loca, como tu madre, como tu padre, como todos... ¿ A dónde vas?
Nieta-Mi madre…mi pobre madre, la volviste loca como lo intentás conmigo; la internaste en un loquero hasta terminar en la calle, arrollada por un camión…Pero basta, basta de pasado, ahora hay que actuar.
Abuela-Te mantuve, te di de comer, te quiero dar educación…
Nieta-A costa de los otros, a quienes fustigaste y eliminaste uno por uno. ¡A callarse, ahora! Todo cambió, como con la conquista…
(La chica sale, va hacia la cocina. Ruido metálico.)
Abuela (incorporándose)-¿Qué hacés, qué te pasa, idiota? ¿Te volviste loca? Ni sabés escribir correctamente pero si sabés como volverte una insana, una demente…
(Va hacia la puerta de la cocina y golpea).
¡Vení para acá, tenés que hacerme caso, ahora y siempre,  aquí mando yo! Ni tu madre ni el infeliz de tu abuelo, nadie….¡Yo, solo yo! ¿Entendiste?
( La chica vuelve, abriendo la puerta con violencia. En una mano, blande un gran cuchillo, en la otra, una manzana. La vieja retrocede).
¿Qué hacés, qué significa esto, querida? Me estás dañando…para qué hacerme sufrir, soy una pobre anciana… sabés?
Nieta-¡Silencio y a sentarse!
Abuela-No, no, yo soy tu abuela, la que más te quiere…Sabés, amor que es así, siempre ha sido así…
Nieta-¡A sentarse he dicho!
(Se acerca con el cuchillo, esgrimiéndolo, mientras deja la manzana sobre la mesa.).
¡A sentarse, a tomar el cuaderno y a escribir…!
(Clava el cuchillo en la mesa.La vieja se sienta.)
Abuela-Nena, no sé, no sé si hacerte caso…
Nieta-Silencio.Sin faltas de ortografía, no quiero errores. Te iría muy mal si los cometés.
(La vieja toma el cuaderno.)
Abuela-Si, mi amor, si, mi vida. Decime, te escucho…
Nieta (Sin leer)- En los años siguientes la carroña esa instalada en el llamado nuevo mundo… y estoy volviendo al tema de la historia que tanto te importa, abuelita querida, quedate tranquila…  Y los estoy diciendo sin faltas de ortografía como a vos te gusta para que nada se convierta en basura con una hache o una be larga mal puestas, sigo, salvo esa basura  en la que incluiste a otros, vieja de mierda, y que estoy segura  contaste graciosamente a tus pobres chicos, llamádolos tus queridos alumnitos y haciéndote la puta idiota como te hiciste con tu madre, con tu marido, con tu hija y ahora querés terminar tu obra conmigo también…Sigo… contaste, así, seguro que todo dorado y limpito, como nacieron los nuevos pueblos, culturas y estados…           
(La abuela escribe)
Abuela-Más despacio, querida. ¿Qué libro es ese que estás leyendo? Estoy sin anteojos.
Nieta-¡Nada! ¡Sin excusas!
Abuela-Sí, como digas, como te guste, mi vida.
(La nieta, mientras habla, toma la manzana y comienza a pelarla. De repente, la muchacha va hacia la puerta de acceso y la abre.)
Abuela-¿Y ahora, qué pasa?
Nieta-Nada, para mí nada. Fijate vos…Te esperan.
Abuela-¿Quiénes…?
Nieta-¿Quiénes? Todos… un laberinto, mucha gente conocida. Vas a ir hacia ellos.
(La vieja se levanta y mira hacia afuera.)
Abuela-No hay nadie, no veo a nadie, no hay nadie que me busque, que me vigile que me acuse de nada…
Nieta-No querés ver a quienes no se olvidan de vos…No hables de vigilancia y de acusaciones; creo que eso se llama necedad, nada más. Quizás.  Y no quiero herirte, quiero que entiendas que lo tuyo se trata de… un raro esfuerzo casi maligno de supervivencia. Uno sabe cuando se llega a un camino sin retorno, abuelita mía y también nos damos cuenta que si nos atrevemos a escapar nos iría mal, muy mal.
Abuela-¿Quién? Nena, no entiendo, ¿Quiénes me esperan?
Nieta-No preguntes. A veces las respuestas no llegan…
(Pausa, luego, mientras habla se va acercando a la vieja, cuchillo en mano.)
No hables, no digas ada, nada, abuelita…abuelita linda…
Abuela-Me gusta que me hables así, nena, no sabés cuanto te quiero…
Nieta-Claro abuelita, fuiste como mi mamá, me diste mimos, me educaste, me quisiste…Todo eso; por lo tanto me gustaría que me acompañes.
Abuela-Sí mi vida, mi nena. También te alimenté, no lo olvides… ¿A dónde querés que te acompañe?
(La nieta coloca el cuchillo sobre la nuca de la anciana, paralizándola. Una música llega desde el exterior, un son popular.)  
Nieta-Vení, vení conmigo, vamos, te va a gustar…Escuchá la música, es linda la música.
(La muchacha empuja a la vieja hacia la puerta. La escena queda vacía y se escucha un grito y el ruido de un cuerpo que rueda. Luego la chica vuelve, cierra la puerta, continúa con la manzana y sigue con su recitado.)
  Así, el encuentro entre estas dos culturas –por decir algo rimbombante-  tuvo importantísimas consecuencias para ambas…Se distingue claramente entre el acto mismo justo del castigo buscado y merecido, un descubrimiento no reciente que valoraré toda mi vida…Bueno, basta de peroratas. Pero ahora, estoy tranquila, en espera de alguien que  golpeará  la puerta, porque eso sucederá…Mientras…Comenzaré muy cuidadosamente ,para no lastimarme, a pelar esta hermosa manzana…
(Toma una manzana, sonríe y comienza a pelarla.)
                                                        T  E  L  O  N

                                                                                                                                París, Julio de 2017













                                                              

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