Nota: Esta sección está conformada por obras del autor de este "blog" y por otras , de distintos escritores y géneros. En el segundo caso, se aclara la autoría de las mismas.
De “LAS PALABRAS”,
“TRISTE"
Un sueño, sucedido anteanoche…
Era tu casa,
pero diferente.
Nos
cruzábamos, casi sin hablarnos.
Había un
desorden afectado de blanco y, entre nosotros, una ráfaga de aire frío.
Fui al baño
-siempre el sueño- quizás para evitarte.
Había allí
revistas y publicaciones destinadas a aliviar el paso del tiempo.
Estuve allí
un largo rato.
Un
entretenimiento forzado.
Sabía que en
otro cuarto estaban ustedes, en silencio.
Con
preguntas, como yo.
Buscando
explicaciones? Si. También. Como yo.
Hubo un
enojo mutuo, creciente, absurdo.
Esto último
es una percepción actual, de hoy.
Desperté
varias veces para vencer la angustia de ese sueño.
Al volver a
dormir todo reaparecía, pero peor.
Ahora la
escena era un camino, urbano, que zigzagueaba atravesando una glorieta cubierta
por enredaderas.
Te veía
yendo, vestido de negro y estilizado, arrastrando mi valija.
Era un favor
o un favorecer mi ausencia?
Detrás
estaba ella, los ojos tristes, expectantes. sin saber.
Saber.
Vos como yo
creíamos saber, pero no sé si eso no era la variante de un rencor incipiente y momentáneo.
Rencor.
Una palabra,
fea, vulgar.
Digamos que
en ese tiempo nos distrajimos, que quizás miramos la vida con gafas muy
obscuras o de un aumento desmedido.
Es mejor
mirarse a los ojos a través de los ojos. Siempre.
Ahora solo
quiero pensar que ese sueño de anoche lo soñé para recuperarte o recuperarnos.
Creo, amigo
de siempre, que no se trata de estar solos, cuando se puede, aún a la distancia
sentir la piel del otro y estar acompañados.
Tal vez pasó
que descubrimos, a lo lejos, a un pájaro que volaba y ambos, confundidos, pensamos que se trataba de un cuervo, cuando quizás era solo una alondra
disfrazada.
De “LAS PALABRAS”,
Fragmento final.
“Lo que me gusta de mi locura es
que me ha protegido, desde el primer día, de las seducciones de la élite; nunca
he creído ser el feliz propietario de un “talento”; lo único que se trataba era
de salvarme –nada en las manos, nada en los bolsillos- por el trabajo y la fe.
Como consecuencia, mi pura opción no me elevaba por encina de nadie: sin equipo,
sin herramientas, me he metido entero en la tarea para salvarme entero. Si
coloco a la imposible Salvación en el almacén de los accesorios ¿qué queda?
Todo un hombre, hecho de todos los hombres y que vale lo que todos y lo que
cualquiera de ellos.”
Jean Paul Sartre
El sol
brilla de soslayo allá en la plaza. “Vigilen sus carteras que viene el Papa”,
grita una mujer. Ya no, eso es pasado. Volverán. Los durmientes de la noche
volverán cuando la luna traiga el triste recuerdo de su luz. Entonces,
acurrucados, los pájaros guardarán sus alas en las pestañas de los hombres y
percibirán el triste y denso dolor de sus sobacos. Esos, los que duermen, los
sonámbulos que esperan que ese fuego que de día estropea sus semblantes vivirán
un instante apenas de quietud, un falso punto de felicidad pudorosa que cruzará sus párpados antes de cerrarse.
Para ello, la plaza estará en las penumbras de la muerte.
Madrid,
Agosto de 2011
“EN EL
AIRE”
Otro balcón, esta vez con sabor a eternidad.
Los pájaros están lejos, quizás donde solo existe lo probable, lo posible…o la
imprudencia. Una muchacha pregunta a alguien por la hora, por el destino final.
Está tan lejos como el destino de la vida cuando somos felices. Abajo quedaron
las sonrisas, las miradas, a miles de metros. Nadie habla aquí, solo el sordo
rumor del aire lastimado. Otra vez los sonámbulos. Esta vez sentados, derechos,
atados a los temores. Los párpados, algunos están caídos, entrecerrados otros. Guardan sueños,
recuerdos, esperanzas. Algo nuevo que sucederá, quizás, cuando despierten de
esta fantasía y aparezca la tierra. Por ahora, solo penumbras.
Sobre París, Agosto de 2011
Alejandra Pizarnik:
“UN CUENTO MEMORABLE”
Mujer 1-Esa de negro que sonríe
desde la ventana del tranvía se asemeja a Mme. Lamort.
Mujer 2-No es posible, pues en
París no hay tranvías. Además, esa de negro del tranvía en nada se asemeja a
Mme. Lamort. Todo lo contrario: es Mme. Lamort quien se asemeja a esa de negro.
Resumiendo: no solo no hay tranvías en París sino que nunca en mi vida he visto
a Mme. Lamort, ni siquiera en retrato.
Mujer 1-Usted coincide conmigo,
porque yo tampoco conozco a Mme. Lamort.
Mujer 2-¿Quién es usted?
Deberíamos presentarnos.
Mujer 1-Mme. Lamort. ¿Y usted?
Mujer 2-Su nombre no deja de
recordarme algo.
Mujer 1-Trate de recordar antes
de que llegue el tranvía.
Mujer 2-Pero si acaba de decirme
que no hay tranvías en París.
Mujer 1-No los había cuando lo
dije, pero nunca se sabe que va a pasar.
Mujer 2-Entonces esperémoslo
puesto que lo estamos esperando.
Nota:
No había tranvías en París en el momento de este cuento. Ahora, año 2013,
existen. Son sofisticados, rápidos y de líneas acordes con los diseños más
modernos. Este dato no quita ni agrega nada a la belleza y al contenido de esta
obra. Es solo por el afán de aclarar. Gracias, Armando Guerisoli.
“LUEGO DEL OTOÑO.”
“Que finalmente
todo parece una partida de ajedrez desparramada, que este dibujo de la alfombra
que ayer estuve viendo se mezcla con esos zapatos marrones de Grimoldi
comprados fervorosamente para mi y gastados
en mi infancia; entonces también se asoma la secuencia d el edificio del banco,
ese con el rectángulo agujereado que pasa por su cima y que contemplamos muchas
veces una señora y yo a través de una ventanilla junto a un hombre y a otro
parados en el pasillo del ómnibus, del mismo o de otro, ya no importa; también
está mi tía, que era graciosa y andaluza y se desplazaba con su marido en un
Ford T inadvertido y ya pasado de moda en ese momento, que no llegó a ver a esa
mole estilo La Défense pero que también está en ese escenario frente a un
público indiferente o expectante, ya no importa, como asimismo estaba esa mirada de deseo que venía del otro
y que me provocaba los orgasmos nocturnos salvadores y esa otra, la que partía
de mi mismo, que iba dirigida hacia ese o hacia aquel o hacia cualquiera, a los
otros; tiempos entrecruzados de la vida que seguramente ya no están en la
cabeza de mi maestra, la que parecía una monja apenas sonriente y a la cual se
temía o respetaba,horas y momentos que aún persisten en mi memoria, no sé bien para qué pero es así, todo esto te
lo cuento, pero hay más…”
El agua fluye, resbala por mi cuerpo y mis
ojos, llega hasta el piso y se va, después de habernos casi poseídos y gozados,
en ese placer mutuo que nos damos, ella
y yo; ella que me bromea a veces y nubla mi mirada y entonces pienso en Norman,
disfrazado de mamá, que viene con el cuchillo para terminar con mi vida y ese
es mi gusto, el de la vida transformada en cuento. Pero no, esto es hoy, otra ficción la mía, ahora
y recién mañana vendrá el ayer pero para eso falta. Muevo la cabeza hacia adelante
e inclino la nuca para sentir como me alivia ese pequeño torrente que parece
un diluvio ordenado pero que también es
memoria para otro día, para aquello que llamamos futuro…
“Y entonces está
papá y mis hermanas en ese pequeño jardín estilo francés de la entrada de casa
donde alguien toma la foto para siempre, aunque siempre, lo sé, es una palabra
muy ambiciosa, no solo para mi papá, mis hermanas, el jardín, yo mismo, todos
los que fuimos todo eso para ese momento, que en realidad debería llamarse para
jamás o para nunca, como aquello que desaparece: la mirada torva del ladrón que
me desnuda en la calle para quedarse con mi ropa; el encuentro en el patio de un amigo de
apellido vasco donde todos los otros –menos yo, con mi pudor de siempre-
empiezan a masturbarse en esas primeras y adolescentes experiencias de
liberación frente a mi, un espectador privilegiado en espera de los otros, los que
vendrían y que mirarían eso que yo haría y que dispararía la aparición en mi de
ese otro privilegio, el de ser observado, el que yo provocaba o creía provocar.
No, papá no estaba en el lugar de la foto esa en el jardín, era otra persona la
que obturaba la vieja maquina de instantáneas y que quizás haya sido mamá, que
si, que me llevaba de compras por la calle Bartolomé Mitre y que al pasar por
la Iglesia de San Miguel lucía ese precioso vestido estampado , ese blanco y
negro de la otra foto. Justo pasar por esa iglesia, donde se casó Nijinsky, el
loco, el caballo, cuya historia me hace
soñar todavía ¿Sabés?”
Miro hacia abajo, ciego por el jabón en los
ojos y me miro los pies turbados, metidos en el agua, en dos centímetros de mar
que investigan mis dedos y mis uñas y alrededor, sobre los azulejos, esas gotas
que forman pequeños dibujos brotados de
gotas adheridas, en espera de otro
destino. Rara palabra la que acabo de escribir, un enigma esperanzado del que se habla siempre y que es múltiple y
variado y que aparece mutado en muchas formas o situaciones de formas pero que
conducen siempre al mismo sitio, se diría el sitio natural del destino.
Entonces me decido, siempre es un trabajo decidir, llevo mi mano hacia la canilla y la cierro lentamente como pidiendo
perdón al agua que ya no surgirá, que estará detenida como no lo puedo estar
yo, ya que no hay mano que diga aquí paramos seguimos dentro de un día un mes o
no sé cuando.
“Oigo también el puñetazo, digo bien, lo oigo,
que una vez me fue dado y olvidado en
una pequeña y absurda prisión provisoria a las que en un tiempo nos
acostumbraron; todo envuelto en la calma del pasado, de la nostalgia que dicen
que todo lo embellece y que es una
mentira más de esas necesarias para
saber que tenemos un espíritu y un alma, todo seguido de una música y de
palabras y de versos que si, eso si, no hablan de esa rara pasta con la que
está formada el cuerpo, ese juguete que tenemos como tuve muchas veces un yo-yo
y un caballito que me acariciaba y un muñeco al que yo también le pasaba mi
mano agradecida, la misma que está esbozada
y contenida en esos arabescos de la alfombra que ayer estuve viendo y de la que
hablé al principio, si es que lo hubo, como si también hubieron lluvias que
todo lo hubieran borrado, pero eso es quizás, o tal vez, o lo que quiero, o lo
que quieran, o lo que gusten. Total,
nada se elige, todo viene mezclado en torbellinos… Creo que es así y te lo
cuento.”
Y ahora ya está, estoy afuera, dispuesto al
nuevo día. Voy hacia la ventana y la abro, como siempre para ver las
variaciones del tiempo que no son muchas. Entonces veo que todo es gris y taciturno,
hoy, justo hoy que desde esta ventana veo sucumbir desde los techos a ese
pájaro que piaba tristemente y que ahora
cae, para morir, ya que toda muerte es caída sin remedio. Pero vamos, pienso, a
un café y a otra cosa ya que, cuando salga, alguien piadoso o por pudor-quizás
el hombre ése que sonríe siempre sin saber- habrá ya quitado de en medio a ese pájaro y a
la idea mensajera de ese pájaro.
Buenos Aires, Mayo de 2013
“EL BELLO INDIFERENTE”
Un acto de JEAN COCTEAU
(La versión original fue escrita para una actriz; la presente es una adaptación para un actor).
Buenos Aires, Mayo de 2013
“EL BELLO INDIFERENTE”
Un acto de JEAN COCTEAU
(La versión original fue escrita para una actriz; la presente es una adaptación para un actor).
(Un
modestísimo cuarto de hotel, alumbrado por los letreros de la calle. Diván
cama. Gramófono. Teléfono. Afiches. Una puerta da al cuarto de baño. Al
levantarse el telón, el actor está solo. Traje obscuro, de calle. Mira por la
ventana y corre hacia la puerta cuando oye al ascensor; luego va a sentarse
cerca el teléfono, pone un disco en el gramófono y lo detiene. Se vuelve hacia
el teléfono y marca un número).
-Hola…Hola…. ¿Es usted, Gabriela? ¿Quiere llamar a
Toto? Si, búsquelo. Esperaré… ¿Está ahí? Muy bien…Llámelo… ¡Qué barullo!
¡Cuánta gente tienen…! Más vale así… ¿Toto? Si, soy yo… ¿Está Emilio? ¿No? ¿Lo
viste? ¿A qué hora? ¿Estaba solo?... ¡Ah! Bien… ¿Y no sabés adónde iba? ¿No te
dijo nada? ¿Hecho una uva, ya?... ¡Oh! No me inquieta… Tengo que decirle algo,
con urgencia y no consigo dar con él… ¿Eso marcha, eh? Me alegro… Yo, después
de mi número, vuelvo siempre a casa. Estoy rendido… Mejor… Algo mejor… ¿El
médico? ¿Vos creés que yo tengo plata para gastarla en médicos?... No… yo me
cuido… me acuesto enseguida… ¿Emilio? Emilio es un ángel. Para mi, perfecto.
Si, ya va a volver. Nunca falta… Tendrá algún asunto… Bueno, un gran abrazo.
¿Las dos de la mañana? ¡Ya! Como pasa el tiempo. Hasta luego, Toto. Buena
suerte.
(Cuelga el
tubo. Oye el ruido del ascensor y va a la puerta, a escuchar. Suena el teléfono
y corre hacia él).
-¡Hola!...
¡Ah!... ¿Sos vos?... ¿Tu hermano?... Claro que está aquí. Está aquí, pero en el
cuarto de baño. Voy a llamarlo. ¡Emilio! ¡Emilio! ¿Qué? ¿No podés venir?... ¡Oh!
… Hola… Es un grosero… No… Me grita que está desnudo y que no es correcto
acercarse al teléfono… ¿Si estoy seguro de que se encuentra aquí? Estás loca,
Susana. Claro que si. No es culpa mía que él no quiera molestarse. (Grita) Tu
hermana dice que podrías atenderla… (Al teléfono) ¡Qué lenguaje! Hay que oírlo.
Está en la bañadera y no sale de allí. Yo te llamaré.
(Cuelga.
Entre dientes:)
-¡Esta…puerca!
(Vuelve a
acechar. Ruido de ascensor. Él se precipita. Se oye abrir otra puerta.
Silencio. Él se apoya contra la puerta, rendido… Va hacia el reloj y adelanta
las agujas. A media voz:)
-¡Y, sin embargo, es tan fácil telefonear,
descolgar el tubo…!
(Mira el
teléfono y, de pronto, se decide a ponerse un abrigo. Ruido de llaves. Se
quita el abrigo, corre al diván y toma un libro. La puerta se abre. Entra
Emilio, un magnífico “gigoló” a punto de dejar de serlo. Mientras él habla el
otro se desviste, yendo del dormitorio al cuarto de baño, silbando).
-Habló tu hermana. Le dije que estabas en el baño.
No tenía por que enterarse de que aún no habías vuelto. Que andabas por ahí,
divirtiéndote…. Se hubiera reído de mí. Dos veces me dijo: ¿Estás seguro de que
ha llegado? ¡Qué… puerca!
-¿Dónde estabas? Le pregunté a Toto. Te había
visto pero no sabía adonde te habías ido. El tiempo vuela. Yo leía… Creía que
acababa de regresar. Y, de pronto, miro el reloj y me doy cuenta de la hora….
¿Dónde estabas? (Silencio). Bien. No querés contestar, como de costumbre. No
contestes, querido. No seré yo el que pregunte, el que insista. No soy de esos
tipos que interrogan y que siguen los pasos hasta saber lo que quieren. Podés
estar tranquilo.
Te pregunto dónde estabas. ¿Te negás a responder?
Ya sé por qué. Pero, en lo sucesivo, yo haré lo que me guste. Mientras el Señor
se pasea, yo iré a dónde me plazca. No voy a rendirte cuentas. Sería muy fácil.
El Señor hace lo que quiere y el otro Señor debe quedarse en el hotel,
encerrado bajo llave. He comprendido.
Antes no lo comprendía, pero ahora sí. Era un estúpido, destrozándome los pulmones
en ese ambiente de humo, para volver a casa enseguida, a esperar al Señor… Y el
Señor no vuelve. El Señor está tranquilo. Sabe que el otro Señor está en el
hotel… que duerme. Y el Señor sigue la juerga… ¡Ah! Pero esto va a cambiar.
Desde mañana aceptaré las propuestas de esa gente, tipos y tipas que me envían flores y cartas.
Champán, jazz… y todo lo demás. El Señor verá qué divertido es esperar. Esperar
siempre.
(Emilio se
ha puesto su “robe de chambre”. Se tiende en el diván, enciende un cigarrillo y
despliega un diario, que le oculta la cara).
-Leé tu diario. Leé tu diario o, mejor dicho, fingí
leerlo. Nada me impedirá gritar…
(Golpean el tabique. Él sigue, más bajo) … de gritar todo lo tengo aquí
(Indica el pecho). Sé que me escuchás y que simulás no escuchar. Es muy cómodo
un diario. Oculta la cara, pero yo, a través de ese papel, veo la tuya,
perversa y atenta; si querido, a-ten-ta. Y yo hablaré, me desahogaré. Leé tu
diario. Leélo. Es tan sencillo… ¿Sabés lo que significa estar enfermo, toser
sin tregua, cantar para un público que se ríe de uno, que goza injuriando?
¿Sabés lo que es volver a casa, con ansias de apoyarse en el ser amado,
encontrar el cuatro vacío, y esperar?...
Esperar… Yo conozco este cuarto. ¡Lo conozco bien!
Conozco las luces rojas y verdes de los letreros, que, cuando se encienden y
apagan, parecen tics de un viejo maniático.
Conozco los taxis que aminoran la marcha, y que luego se van, sin
detenerse. Cada vez, el corazón cesa de latir. Conozco el ascensor que sube al
piso de arriba o se detiene en el de abajo, y el ruido de otras puertas.
Conozco las agujas del reloj que corren velozmente
cuando no se las mira, y que, al mirarlas, se deslizan como ladrones… tan despacio
que parecen no moverse y que el reloj se equivoca. Esperar. Para vos, hacer
esperar es un arte, un suplicio chino. Conocés todos los medios, los más
atroces de hacer mal, de torturar… ¡Lo que he esperado!... Cuento hasta mil,
hasta diez mil, hasta cien mil. Cuento mis pasos entre la puerta y la ventana.
Calculo en forma tal que suman doble. Pongo un disco. Empiezo un libro.
Escucho… Escucho con toda mi piel, como las bestias. Cuando no aguanto más,
telefoneo. Llamo a esos lugares inmundos, donde seguro que martirizás a las
mujeres. Y siempre acabás de salir. Y nunca saben adónde has ido. La encargada
del toilette adopta una voz compasiva, de gallina clueca. ¡La mataría!... A vos
también puedo matarte… Algunas y algunos mataron a sus amantes, por menos que
esto.
Esperar. Esperar. Esperar siempre. Es para volverse
loco. Y son los locos quienes matan… Después, yo me mataría. No soportaría la
vida sin vos. Estoy seguro. No podría resistirla…
Ahora te hablo, te hablo… Otro cualquiera tiraría
el diario, me respondería, se explicaría o me daría una trompada. Vos, no. Vos
leés tu diario o simulas leerlo. Pagaría no sé que por ver tu cara. Tu cara
maldita. Una cara que adoro, y que me dan ganas de destrozarla de un balazo.
Oíme, Emilio, lo he pensado bien. Esta noche he resuelto decírtelo todo. Estás habituado a que yo sufra en silencio, a que calle siempre. No puedo
más. Hoy, a las dos, me propuse callar, ser amable con vos, acostarme y fingir
despertar cuando volvieras. A las dos y diez empezó el suplicio del ascensor y
los autos. A las dos y cuarto, tu hermana tuvo la idea genial, luminosa, de
averiguar, de indagar si estabas conmigo… A las dos y media, perdí el dominio
de mí mismo, y he decidido, de-ci-di-do, que te hablaría, que mi silencio terminaría. ¡Oh! Vos te podés
callar, refugiarte en tu diario. Ya no seré tu juguete. Te fastidio, lo sé. No
esperabas esta escena. “Es una víctima –decías- hay que aprovechar”. Y bien
¡no! ¡No y no! M e niego a ser una víctima y que me quemen a fuego lento.
Viviré. Lucharé. Me saldré con la mía.
Yo te amo. Lo sabés bien. Te amo y esa es tu
fuerza. Vos, vos pretendés amarme. Pero no me amás. Si me amaras, Emilio, no me
harías esperar, no me atormentarías a cada instante, no andarías por allí, de
un tugurio a otro, mientras yo me consumo.
Ya no soy sino la sombra de mí
mismo. Un fantasma…. un verdadero
fantasma. Un fantasma aprisionado, encadenado por vos, un fantasma entre rejas.
Yo sé lo que vos querrías. Lo sé. Querrías ir y
venir, hacer todo lo que se te antoje, acostarte con todas esas y esos… y saber
que yo, yo a quien amás, según decís, estoy encerrado en un cofre y la llave
guardada en tu bolsillo. Estarías
tranquilo, entonces. Pero es innoble. ¡Innoble! Tu egoísmo pasa los límites.
Has olvidado que soy un hombre, no una cosa. Que canto, tengo éxitos, me gano
la vida y hay una legión de personas dispuestas a defenderme. Todos mis
admiradores desconocidos, los de la radio y el disco. Si yo gritara, si pidiera
auxilio, el Señor se achicaría… ¡Emilio!...
Está bien. Seguí. Leé tu diario. Hace rato que habrás terminado de
leerlo. Te aconsejo que vuelvas a empezar. Que lo leas de arriba abajo y de
abajo arriba, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Sos grotesco.
Eso es: grotesco. El Señor está tranquilo. Quiere probarme que está tranquilo.
¿Y yo? ¿No estoy tranquilo acaso? Yo soy la calma. Un modelo de calma. Pocas
hombres la guardarían como yo. Otro
cualquiera, hace rato que te habría arrancado ese diario y obligado a contestar
algo. Yo no. Yo he decidido conservar mi calma y la conservaré.
Vos sos quien pierde la calma. Me doy perfecta
cuenta. Veo temblar tu pierna y palidecer tus manos. Reventás de rabia.
Reventás de rabia porque sos culpable.
¿Dónde estabas?...
Llamé a Toto. Acababas de salir con una de esas… Sin duda con esa vieja inmunda con quien te
acostás, cuando me decís que tus colegas te llaman desde los lugares más
lejanos… Calláte… Te conozco y la conozco. Estoy segura. Una mujer que te dobla
la edad y se viste en los cambalaches. La gente, en la calle, se da vuelta para
mirarla. ¡Y eso es lo que ha encontrado el Señor! ¡Con eso me engaña! Si lo hicieras con una
muchacha joven, fresca, una chica a quién vos iniciaras y con la que te hubieras
encaprichado… yo no digo que me encantaría, no… Pero tendrías excusa… ¡Pero
eso! Un vejestorio, un mamarracho, sin
un centavo. Te pelea siempre, ¿y qué te aporta? ¿Qué? Te pregunto qué… En fin.
Los hombres son locos. Locos y viciosos. Todos los somos pero vos, además, sos funesto. Esta es la
palabra que buscaba: funesto. ¡Sos funesto!
¿Y mi salud? ¿No pensás en mi salud? ¡Qué te
importa! Si yo reventara, te librarías de mí. ¿O creés acaso que es bueno para
mi salud, esperar, esperar, esperar siempre? Ir de esta puerta a la ventana y
de la ventana a la puerta. No había teléfono en este hotel asqueroso. Yo lo
hice colocar. ¿Para qué? Para que el Señor pueda tranquilizarme, decirme:
“Tengo un negocio, estoy en tal o en cual sitio; no te inquietes, mi
amor, volveré enseguida”. Gasto inútil. Quien lo usa es tu hermana. El teléfono
es un suplicio –otro más- para mí. Ya tenía el ascensor. El timbre de abajo.
Las llaves de la puerta. El reloj. ¡Y ahora el teléfono! Ese teléfono que
devoro con los ojos. Y el silencio. Nunca el Señor tuvo la idea, en los sitios
donde se encuentra, Dios sabe dónde –prefiero ignorarlo- nunca tuvo la idea
de decirse: “Ese infeliz está solo en el hotel.
No cuesta mucho. Le daré un golpe de teléfono”. No, es muy molesto; tendrías que estirar el
brazo. Probar a esa… puta con quien estás, que tenés a otro en su cuarto. Salir
de tu misterio, de tu “mutismo”.
¡Emilio! ¡Emilio!... Uno… dos tres… ¡No te
encapriches! Te aferrás al diario. Está bien. Yo… yo seguiré. Porque vos
escuchás. Sé que me escuchás y te ponés furioso. La suerte está echada. Seguiré
hasta el fin. Te diré todo lo que me ahoga desde hace meses. Lo que me oprime
el corazón. Un bulto así… como una piedra. Una piedra enorme. Tengo que arrojarla.
Debe salir de aquí o me asfixiará.
¡Y tus mentiras! ¡Cómo mentís! Mentir para vos es
respirar. Mentís, mentís, mentís, mentís… Mentís por cualquier causa, sin
cesar. Si decís que vas a comprar una caja de fósforos, no es verdad. Vas a
tomar una cerveza, y viceversa. Mentís por costumbre, por placer. El otro día,
me contaste que ibas a lo del dentista. No te creí. Me instalé frente a la casa
de esa… vieja y te vi salir. ¡No me
digas que no, no lo jures por tu madre! ¡Yo te he visto, yo! ¿Para qué me hablaste del dentista? Aunque,
la verdad, ir a sacarse una muela o acostarse con esa… cosa, debe ser lo mismo.
En fin, eso es cuenta tuya. Hacé lo que quieras. Lo que me subleva es la
mentira. Mentís en tal forma que te enredás, que te confundís con tus
mentiras. Olvidas lo que contás y me
avergonzás a mí. Me pongo rojo cuando te oigo decir ciertas cosas, sin pies ni
cabeza. ¡Y que coraje el tuyo, qué coraje! Estoy seguro que también mentís a la otra, a
los otros; que a tu vida la complicás como una pesadilla.
Antes, al principio, yo estaba celoso de tu sueño.
Me preguntaba: “¿Adónde va cuando sueña? ¿Qué es lo que ve’” Vos sonreías, te
estirabas, muy orondo en la cama y yo odiaba a los personajes de tu sueño. Te
despertaba a menudo para que vos los echaras. ¡Y te gustaba soñar! Nuestra vida
no era una delicia. Te gustaba soñar y te enfurecías cuando yo te despertaba.
Ponías cara de santo… no podía
soportarla.
Ahora, cuando dormís, yo pienso: “Puedo estar
tranquilo. Lo tengo a mi lado. Puedo mirarlo, tocarlo, acariciarlo”. Yo duermo
mal. Casi nunca duermo, pero pienso: “Está durmiendo. No corre por ahí, de un
lado a otro. Lo tengo para mí, para mí solo”.
¡Emilio! Estás en camino de provocar un crimen. Te
lo juro. Sos vos quién armará mi mano, quién la hará disparar, quien irá a la
cárcel. ¿Te ves entre rejas? Óíme bien. He podido contenerme, hablarte
tranquilo. Pero mi paciencia tiene un límite. Te prevengo que, si dentro de
tres minutos… Voy a contar hasta treinta. Si al llegar a treinta no has dejado
ese diario, te juro que haré una locura…. Uno, dos, tres, cuatro, cinco… (Cuenta hasta
veinticuatro. En ese instante suena el teléfono. Va a atenderlo). Tenés
suerte. Hola. Hola… ¿De parte de quién? No, yo no soy el señor Emilio.
Perfectamente. Espere. (Con la mano en el receptor, a Emilio) Es la vieja esa…
¿Te dignarás responder? (Silencio). Ella te llama. (Silencio). No señora. Yo le
dije que era usted. No quiere molestarse. No, él lee su diario. (Alto). Emilio,
¿vas a venir o no? (Al aparato). No. Dice que no… Pero señora, ¿qué puedo hacer
yo?... ¿Ah, sí? ¿De veras? ¡Está usted loca!
Si él se niega a hablar con usted, ¿qué quiere qué le haga? (Cuelga el
tubo). ¡Perra!... (Se acerca a él). ¡Gracias, Emilio! Has sido muy bueno. Nunca
creí que fueras tan bueno. Me hubiera muerto de vergüenza si hubieras hablado
con esa mujer. Emilio… Soy muy fastidioso, ¿verdad?... Perdoname… Besame…
(Aparta el diario. Emilio duerme. Se le ha caído el cigarrillo). ¡Oh! ¡Duerme!
¡Es el colmo!... Y yo que creí que… hasta me conmoví… (Lo sacude vivamente.).
¡Emilio! ¡Emilio! No duermas así. Despertate.
(Emilio se da vuelta. Él pasa del otro lado de la cama). Yo te hablaba y vos
dormías. La vieja te llamó. Pensé que no querías molestarte, ni atenderla…
¡Emilio!
(Éste lo rechaza con un gesto brusco. Enciende su
cigarrillo y fuma, pensativo. Se despereza, se levanta y se dirige al cuarto de
baño. Él lo sigue).
-¡Emilio! ¿Pensás salir? Tené cuidado. Voy a
tirarme por la ventana. Voy a matarme.
(Abre la ventana y se asoma. Emilio entra en el
cuarto de baño sin que él lo vea. Él deja la ventana y, al ver el cuarto vacío,
grita, enloquecido:)
¿Dónde estás, Emilio? ¡Emilio! ¡Emilio! ¡Emilio!
(Él sale del cuarto de baño). ¡Oh! ¡Qué miedo tuve! No te veía más. Creí que te
habías ido… (Él se peina). Pero… Emilio… ¿Qué hacés ahora?... ¿Te estás vistiendo?
(Él se pone el saco). ¿Salís? ¡No, no es posible! ¿Qué te he dicho yo?
Contestá, Emilio… ¡Contestá algo!... Sos demasiado cruel. Sos feroz… Me debés
una explicación… Yo espero… espero… espero hasta reventar. Llegás, por fin. Tengo
que hablarte. Te hablo y vos, en vez de escucharme, leés el diario. (Se acerca
a él, que lo rechaza, mientras termina de abrocharse). Oíme, Emilio, reconozco
que fui violento… Que te molesta escuchar la verdad. Ciertas cosas, sobre todo…
Emilio… Emilio… Decime algo. Hablá. Abrí la boca. No te quedés ahí, como un
poste, como una estatua. (Él se pone el sobretodo). ¿Eh? ¿Qué? ¿Te ponés el
abrigo? ¡Ah, no! No saldrás. He sufrido demasiado. No te dejaré salir. Quiero
que tengas un poco de piedad hacia mí. Un poco de corazón. Emilio; vos tenés
corazón. Vos me querés… Si no me
quisieras, no vendrías a verme. Y vos venís. Venís tarde, pero venís. Soy algo
para vos. No he dejado de serlo… Decime. Jurame que no he dejado… (Emilio va al
teléfono y marca un número. Él le toma el brazo). ¡No! No tenés derecho. Pensá
en todo lo que hice por vos. No… no… no quise decir eso… Quise decirte: Pensá
en nuestro pasado… nuestros recuerdos de… amor… Sé muy bien que no me debés
nada, que yo no tenía nada que hacer por vos, y que, si hubiera hecho algo,
sería muy natural…
Perdón. Seré prudente. No volveré a quejarme.
Callaré… Te pondré en la cama y te abrigaré. Dormirás. Te miraré dormir.
Soñarás… Y en tus sueños irás adonde quieras, me engañarás con quien quieras…
Pero, quedate… quedate… Yo me moriría si tuviese que esperar mañana y pasado
mañana. (Emilio abre la puerta. Él se prende de él). Esto es atroz, Emilio. Te
suplico. Quedate… Mirame… Lo acepto todo. Podés mentir, mentir, mentir y
hacerme esperar… Esperar. Esperaré todo lo que quieras.
(Emilio lo rechaza y sale, golpeando la puerta. Él
corre hacia la ventana mientras cae el telón).
“ELLAS, EN VÍSPERAS DEL INVIERNO"
Ellas tienen las pieles blandas,
con la suavidad que tienen los niños cuando son bebés.
Ellas han cambiado el color de
sus cabellos, del blanco han ido al rubio, al castaño o al negro.
Ellas han tenido novios amantes,
aventuras. Algunas… nada.
Ellas hacen de su apariencia un
culto: labios rojos, peinados prolijos, a la moda, uñas pintadas y gran
profusión de adornos falsos, dorados y plateados.
Ellas saben de la seducción y se
visten como -por tradición- lo hacen las mujeres: vestidos, polleras y blusas.
Seda y algunas transparencias, cada tanto. Y tacos, eso sí, los más altos que
sus edades soporten. Pantalones, a veces, cuando no hay más remedio.
Deben cuidar su rol y aparentarlo
y enaltecerlo.
Ellas, por identidad, aman las
flores. Pero no las usan, no, ellas no lo hacen, ni en la cabeza ni en ninguna
parte. Temen al ridículo, pero las añoran.
Ellas vacilan, dudan, se ofrecen
con una aparente e irresistible fragilidad.
Ellas también pueden mostrarse
fuertes y duras, como mujeres de rango.
Ellas sienten que todavía
esperan, que hay tiempo, que alguien vendrá.
Ellas miran de reojo.
Ellas analizan, siempre.
Ellas son complacientes y
educadas. Saludan, sonríen y se muestran de buen humor.
Ellas, hay algo que aclarar, no
gustan mucho de los niños. En realidad, no los soportan, no conocieron el
ritual de la maternidad. Nunca fueron vasos sagrados.
Ellas, a veces, pierden el rumbo
de los recovecos de la vida. Es cuando pasan el torbellino y la furia de la
soledad, que arrasa con los espíritus más fuertes. Entonces, en esos días,
buscan el encierro, sin escuchar la batahola del mundo, que las ha abandonado.
Ellas, a veces, fantasean con
imágenes eróticas y provocativas, magnificadas casi siempre y rescatadas, en su
mayor parte, de la juventud y hasta de
la niñez. Y es así como optan por el placer. Pero también, en esos
momentos, sienten que la culpa se
amalgama con la amargura.
Ellas divagan ante los juguetes
inventados para ese placer y, a las más osadas, se les presenta la duda, sabiendo
que eso arrasa con las fantasías más refinadas. Es entonces cuando buscan en
los espejos de lo imaginado y también en los recuerdos sublimes del pasado.
Ellas y los espejos… Ellas no los
regocijan jamás, al contrario, perciben una burla o una broma salidas
impertinentemente del cristal. Ellas, entonces, optan por evitarlos y se
contemplan sin verse.
Ellas piensan en la belleza de
los hombres y también en el fuego de un cuerpo contra el otro y del aliento que
exhala el deseo.
Ellas amarían preparar un
desayuno para un marido, aunque éstos no sean perfectos, ni el desayuno ni el
marido.
Ellas no tienen aduladores
permanentes, solo los ocasionales que les hacen más apacible el paso del
tiempo. A veces, por gentileza y ante una pregunta muda, todos, comentan lo
bellas que están y esa juventud eterna que por milagro conservan. Son eternas,
se diría.
Ellas no creen en esas mentiras,
pero sonríen blandamente cuando las escuchan.
Ellas admiten las verdades de las
fotografías, crueles, insensatas, impiadosas. Y agregan una gota más de
amargura cuando las omiten y las ponen boca abajo, sabiendo que es una forma de
morir.
Ellas… Sin uno fuera un romántico,
diría que son flores invernales o jazmines mustios o mariposas de alas
marchitas. Y si uno las contemplara con dureza, diría que son hierros que se
oxidan lentamente. Se diría todo eso, con la permisividad que dan la crueldad y
la ligereza.
Ellas a veces se preguntan por
qué los ríos no cesan de fluir; como tampoco conocen la culpa del cielo cuando
se pone gris y por qué el mar embravece el cuerpo y el espíritu.
Ellas, de ellas podrían decirse
muchas cosas más. Pero hoy, no.
Una vez, hace poco, viajando en
el subte, me senté frente a una de ellas, en un coche semivacío. La mujer
miraba por la ventanilla, abstraída, pensando quién sabe qué cosas, más allá de
la provocación de ese túnel ruinoso y sucio, de esos cables y de ese cemento.
Yo trataba, por prudencia, de no
mirarla.
Pero, llegó un momento en que no
pude evitarlo.
Cuando lo hice vi unas lágrimas
que descendían suavemente desde sus párpados hacia sus mejillas.
Ellas, claro, a veces lloran.
París, Agosto de 2012
“POUR TOUS”
L´enfance renonce
La fille s´habille
Le jeune sourit
Et la dame succombe
L´homme
en bataille
La
vieille écrit
Et le vieux
chante
Et la
pluie tombe
Sur tous,
sans doute.
“À PARIS.”
Creo que tengo ganas de contártelo.
Recuerdo esa vez, cuando llegué por vez primera.
Hace tanto y tan poco.
La ciudad lucía de una manera más brillante que la de mis
sueños.
Era la realidad.
¿Hace falta que te cuente los detalles, los grandes,
aquellos que están a la vista?
Lo puedo hacer. Lo que no puedo cabalmente es relatar las
emociones.
Recrearlas… ¿Te das
cuenta?
Allí te
reencontré, amigo del alma, quizás el
más amado, tal vez una pequeña porción de mi mismo encarnada en otro… Creo que
digo esto porque ya te fuiste y los
recuerdos, como a veces pasa con el amor trastocado, quedan detenidos en el
tiempo.
¿Sabés que, quizás, es por eso que he vuelto tantas veces?
No sé si estás de acuerdo.
Tal vez podrías decirme que la lejanía es la que cura los
dolores y las heridas.
Cuando eso sucede es cuando el alma se ha saciado un poco.
Eso creo.
Y te pregunto ¿Qué pensás? ¿Creés que eso se ha alojado en
nuestro cuerpo y que el tiempo lo ha hecho crecer con desmesura?
No, no, no me respondas. Ya lo sé.
A veces, la desmesura aplaca nuestra sed, esa necesidad de
saciedad, esa permanencia instalada en nuestro espíritu.
Una vez, en esa ciudad, compré caramelos creyendo que eran
bombones.
Otro día, descubrí una esquina, el cartel de una calle con
el nombre de una java, o viceversa.
También allí, una tarde de invierno, en un parque, descubrí
a un cuervo desollando a una paloma.
Esa ciudad, como todos saben es atravesada por un río.
Alguien, otro amigo, reflexionó impresionado acerca de los muertos y los
cadáveres que seguramente habían sido allí arrojados a lo largo de años, de
miles de años…
Por eso es que ese río hace a la historia, porque esos
muertos fueron muertos por persecuciones, por revoluciones.
Una tarde, en un parque, el camión colector de hojas de
otoño trabajaba a destajo.
En ese mismo momento, él me dijo que estar en un lugar era
igual que estar en otro lugar, que todos significan lo mismo.
Quizás las hojas doradas que recogía ese camión influyeron
en esa reflexión.
¿Sabés que dicen muchos? Que todo pasa.
A veces es cierto, si uno lo quiere así.
Y otras veces no es verdad, cuando no se barren los
recuerdos y no se los mete debajo de la alfombra
No hay mucho más que pueda decir.
Esto es la mínima confesión de una insistencia.
Vuelvo siempre a esa ciudad, contradiciendo eso de los
lugares.
Porque he llegado a amarla, más que antes, más aún que
cuando la soñaba.
Quizás con la esperanza de que el fin llegue allí,
tropezando y cayendo súbitamente.
Esto es… un poco literario, tal vez.
No quisiera dar lugares, elegirlos. Quizás es mejor que sea
en cualquiera porque, como vos dijiste, da lo mismo.
Sabés qué no es triste esto, no te lo creas.
Pienso en mañana y otro día y seguiré.
Buenos Aires, Enero de 2014
Jean Genet (1910-1986)
Tuvo el privilegio de la poesía,
de la aridez y de la marginalidad transformada en belleza. Dos réplicas, que
hablan del poder, del odio, de la sumisión.
De "LAS CRIADAS"
SOLANGE
SOLANGE
-ELLA NOS AMA COMO A SUS
SILLONES. ¡Y MÁS! COMO A LA LOZA ROSADA
DE SU LETRINA. COMO A SU BIDET.
Más adelante…
CLAIRE
-EL ARMARIO DE LA SEÑORA ES, PARA
NOSOTRAS, COMO LA CAPILLA DE LA SANTA VIRGEN.
Mi admiración sin límites. A.G.
Une dimanche dans la ville…
Le 3 dimanche 2016
18 heures 30…
Un café avec
Marcelo, un camarade.
C´est la première
dimanche de l´année. La ville, son centre ville, se montre terne, sans éclats,
triste.
Si la ville se
montre comme ça…
Les quartiers…ces
de la bainlieu…ces des environs?
On ne doit pas
penser à eux. Mais, c´est difficile
à eviter. Dans cettes autres places très
proches, oú la campagne qui se trouve à
nôtre coté et qui deguise “urbaine”. Ces
lieux nous rappelent, en manquent de
cettes verroteries, cettes qui nous faisent réfléchir s´il s´agissent même à la
nôtre, mais non, s ´en agit d´une verité differente, differente à nos yeux.
Quartiers…
“Ici, à la grande ville, la verité c´est ne
pas la même”.
Marcelo consient.
Le serveur porte nos cafés.
Le déclin d´une journée très chaude ajoute, à
mon avis, à nous montrer cette couleur
grise prôche au sentiment de la mort, ce qui semble tomber sur la ville.
Et je me pose la
question suivante…Qu´est-ce que ce la patrie?
La voilá ma
reponse: Sont les champs, les rivières
et les fleuves, les montagnes, les bâtiments, les tours, tout… aussi,
quelconque d´eux, peut-être, oú la mort
nous trouvera tout d´un coup.
“Je vais au theatre”, m´annonce l´ami.
“Bien sûr…c´est le paysage que tu as choisi”, en souriant
je le lui repond.
Il sourit aussi et je
continue à penser.
Le pays, la patrie sont les gens, tous, nous. Les bruits du monde. Mais, celui-ci… je crois que mérit une autre
réflexion. On viendra.
Alors, je pense en
voix haute.
“En parlant de
Buenos Aires, Borges dissait, que l ´amour ne le lui pas uni a sa ville, bien
que l´unión s´était produite pour la frayeur…Eh, bien…c´est à dire que cette
dernière raison l´avait provoqué si grand amour.”
“Est-ce que tu est
jaloux de Borges?”, m´a demandé Marcelo.
Je sourit.
(Je suis jaloux
de Borges mais, ce n´est pas pour son
génie, bien sûr, puisque ce serais, un état très grave de mon côté…il
s´agisserais de l´orgueil).
C´est plutôt…bien…Il
s´agit d´un sentiment, le sien, que j´en ne comprend pas. “Non, je ne suis pas jaloux, mais je pense que
c´est vraiment difficile aimer ce qui ne nous aime pas .”
Donc, je retour à
cette dimanche, jusq´au moment de la
couchée du soleil
Je vois des
personnes qui marchent; ils son peu nombreuses et leurs visages se montrent
comme absents de la joie.
La plupart des magasins sont
fermés et dans l´obscurité, les annonces des théâtres ont des spectacles qui,
maintenant, ne sont pas à l´affiche. Ils
ne figurent plus mais, à leurs moments, ils avaient eu le feu de la fugacité
les uns, de l´espoir les autres et de la splendeur les moins…
Morts.
Même aux balcons gris et vides qui se laissent
voir sur Corrientes, l´avenue…
Alors, nous appelons au serveur, bien que nous
serons en train de marcher.
J´accompagne
l´ami jusqu´à la porte du théâtre et je continue tout seul, je vais chez moi, à mon
place, où la ville resterá loin…
20 heures 30…
Un año antes de su muerte, Franz Kafka vivió una experiencia
muy insólita. Paseando por el parque Steglitz, en Berlín, encontró a una niña
llorando desconsolada: había perdido su muñeca.
Kafka se ofreció a ayudar a buscar a la muñeca y se dispuso a reunirse con ella al día siguiente en el mismo lugar.
Incapaz de encontrar a la muñeca compuso una carta “escrita” por la muñeca y se la leyó cuando se reencontraron:
- “Por favor no me llores, he salido de viaje para ver el mundo. Te voy a escribir sobre mis aventuras ...“- Este fue el comienzo de muchas cartas.
Cuando él y la niña se reunían, él le leía estas cartas cuidadosamente compuestas de aventuras imaginarias sobre la querida muñeca . La niña fue consolada. Cuando las reuniones llegaron a su fin, Kafka le regaló una muñeca. Ella obviamente se veía diferente de la muñeca original . Una carta adjunta explicó:
-" ‘mis viajes me han cambiado … “ -
Muchos años más tarde, la chica ahora crecida, encontró una carta metida en una grieta desapercibida dentro de la muñeca . En resumen, decía: -" Cada cosa que amas, es muy probable que la pierdas, pero al final, el amor volverá de una forma diferente“- .
Kafka y la Muñeca... la omnipresencia de la pérdida.
Kafka se ofreció a ayudar a buscar a la muñeca y se dispuso a reunirse con ella al día siguiente en el mismo lugar.
Incapaz de encontrar a la muñeca compuso una carta “escrita” por la muñeca y se la leyó cuando se reencontraron:
- “Por favor no me llores, he salido de viaje para ver el mundo. Te voy a escribir sobre mis aventuras ...“- Este fue el comienzo de muchas cartas.
Cuando él y la niña se reunían, él le leía estas cartas cuidadosamente compuestas de aventuras imaginarias sobre la querida muñeca . La niña fue consolada. Cuando las reuniones llegaron a su fin, Kafka le regaló una muñeca. Ella obviamente se veía diferente de la muñeca original . Una carta adjunta explicó:
-" ‘mis viajes me han cambiado … “ -
Muchos años más tarde, la chica ahora crecida, encontró una carta metida en una grieta desapercibida dentro de la muñeca . En resumen, decía: -" Cada cosa que amas, es muy probable que la pierdas, pero al final, el amor volverá de una forma diferente“- .
Kafka y la Muñeca... la omnipresencia de la pérdida.
TRADUCTION:
Une année avant sa mort, Franz Kafka
vivait une expérience très insolite.
À l'occasion de se promener au parc
Steglitz, à Berlin, il trouvait une fillete en train de pleurer, désolée: elle
avait perdu sa poupée.
Kafka lui-même s’offrait à chercher la poupée et lui se
disposait à se réunir avec elle, le jour suivant dans le même lieu.
L’écrivain, incapable de trouver la poupée, écrivait une lettre
“écrite”par la poupée que lui lisait la petite fille au moment de la retrouver.
-“S’il te plaît, ne pleures pas pour
moi. Je suis
allé en vacances pour voir le monde. Je t'écrirais pour te raconter
mes aventures…” Ce fait était le commencement de l'envoi de nombreuses lettres.
À l'occasion des rendez-vous entre lui et la gamine, il lui lisait des lettres attentives composées, pleines d'aventures imaginaires sur la bien-aimée poupée. La fillete était bien consolé. Pendant que les réunions arrivaient à sa fin Kafka le lui faisait un cadeau: une poupée. La fille, naturellement, observait que cette neuve poupée était bien différente à celle-là, la sienne . Mais, dans une lettre jointe elle trouvait l'explication:
À l'occasion des rendez-vous entre lui et la gamine, il lui lisait des lettres attentives composées, pleines d'aventures imaginaires sur la bien-aimée poupée. La fillete était bien consolé. Pendant que les réunions arrivaient à sa fin Kafka le lui faisait un cadeau: une poupée. La fille, naturellement, observait que cette neuve poupée était bien différente à celle-là, la sienne . Mais, dans une lettre jointe elle trouvait l'explication:
-“mes voyages m’ ont change…”
Des
années plus tard, la fillette, déjà devenue femme, trouvait une lettre,
inaperçue, mise dans un pli dans la poupée. En
résumant, le texte disait: -“Chaque chose que tu aimes c’ est probable que tu
perds pas le temps, mais finalement l’ amour retournerait d’ une manière
différente”.
(“Kafka et la poupée. L’ omniprésence de la pert”).
Un souvenir. “La guerre”
En 1945, j'avais 5 ans d’ âge.
Une soirée, chez nous, la radio annonçait la première attaque
nucléaire sur la ville d’Hiroshima, au Japon. Il s'agissait des bombes lancées
sur une population innocente.
Je me souviens que, dans quel moment, ma mère, très enervée,
avait marché vers la fenêtre pour l'ouvrir. Le quartier, le nôtre, était en
calme. Ma mère m'enlevait pour me proteger, et ses larmes avaient accompagné ce
geste.
L’ arme, une bombe atomique, s’appelait “Little Boy”, presque un nom de bande dessinée. Un jouet.
Trois jours plus tard, une autre bombe, appelée”Fat Man” avait bombardé une autre ville: Nagasaki. Un deuxième jouet…
L’ arme, une bombe atomique, s’appelait “Little Boy”, presque un nom de bande dessinée. Un jouet.
Trois jours plus tard, une autre bombe, appelée”Fat Man” avait bombardé une autre ville: Nagasaki. Un deuxième jouet…
Dans la maison, moi, mes soeurs et surtout nos parents, nous
avions aperçu l’ air de la tragédie.Malgré la distance entre notre pays et la
scène de la guerre, ce fait était très terrifiant et dangereux. La peur s’
avait installée entre nous …Je me souviens aussi de mon père assis à table, à
l’heure de diner, le visage très grave… Je suis sure, aujourd’hui qu’ il penserait
que sa famille, avec son innocence, se trouverait victime d’un monde agressif
et brutal.
Plus tard, les chiffres des morts, les conséquences
radioactives, nous montrerions un monde en état d' incendie...Je me souviens, à
cette occasion en le regard de ma mère, ses yeux à pleine de la douleur. Elle pleurait,
pendant qu’ elle m’ embrassait.
Et mes souvenirs, mélangés, l’ horreur d’une débâcle et le
parfum de la peu et des cheveux de maman…
Buenos Aires, le 10 mai 2017
Un souvenir. “Evita”
Il était une fois…
Un soir, à 1952, à
Buenos Aires. À l’ hiver.
La radio était
allumée. On entendais le jazz, une gran orchestra qui joué une chanson à la
mode.
Ma soeur cadette,
habillée d'une manière gracieuse et belle, était déjà prête à partir chez
Clelia son amie d’enfance qui, ce jour-là fêtait son anniversaire numéro 15.
Et soudain, à 20 heures 25’ l’ emission s’ interrompe. Une voix, grave et sérieuse
nous donnait l’ annonce si redoutée. Eva
Perón, la chef spirituelle de la nation avait décédé.
Chez nous, le vent de
la tragédie était arrivé.
Je crois que pour moi,
ce fait signifiait le début de la pert
de l' ilussion, de la fantasie et pourquoi pas… de l' amour inconditionnel.
Ma mère était
rapidement allée à la cuisine, pendant que mon père arriverait tout de suite.
Ma soeur aînée, l'autre, inquiète entrait au salon, un livre à la main, comme
d'habitude.
La présence, la plus
intense…la tristesse. Et nos yeux, au
bord des larmes…
De la cuisine, en
pleurant, ma mère rentre au salon. Mon père la regarde:
“-Est-ce que tu pleures...?”
“-Est-ce que tu pleures...?”
“–No, mon amour, ces sont les conséquences des oignons coupés…”
C’était sa réponse… Naïve, peut-être. Les oignons, les oignons…
Il y a déjà longtemps,…
soixante cinq années… c’ est trop! Le 26 juillet 1952.
J'avais presque douze
ans d'âge.
Buenos Aires, le 11 mai 2017
“UNE FICTION RAISSONABLE”
Les deux, chacun avec son secret.
Ils se sont connus, ils se sont
tombé amoureux et, petit à petit ils s’ avaient raconté une bonne partie de
leur vie, qui étaient très courts puisqu’ils étaient bien jeunes. Ils ont gardé
un mystère personel sans le révéler, bien caché…qui sait oú? Mais, entre eux
existait un traitement gentil, franche, d’ amitié, des amants qui ont toute la
vie pour la vivre à futur.
Delia
aimat les enfants et-elle avait trouvé dans l’ enseignement le chemin parfait
pour développer ce sentiment sûrement maternel. Mais, elle ne désiderait pas
de la maternité, de l’ espoir d’ avoir ses enfants, les siens.
Lui, Victor, aimat de la vie
mondaine, en cultivant d´amis, la plupart d’eux trouvaient à travers le guichet
de l’ hippodrome où il était employé.
Ils jouant des plaisirs du monde, des esprits joyeux, sociaux. Dans le quartier (chez eux,
aux environs de “Flores”) ils étaient bien aimés, presque étonnés. Les voisins les avaient nommés “le mariage parfait”…mais aussi ”dommage
les enfants...” disaient-ils seul pour bavarder.
Le secret existait, bien sûre. Chacun avec le sien, bien gardés.
Une nuit d'autonne, après beaucoup d'années,
ils discutaient.
Un autre
jour, peut-être en hiver ils retournaient à le faire.
Un jour,
après minuit, elle était allée au balcon et restait longtemps en regardant en
bas. Víctor, aussi, était allé plusieurs fois, à revoir sa robe d’ hiver (cette
qu’ il ne portait pas) pour reviser, encore et encore, l’ un de ses poches
intérieurs.
Entre eux, sans le savoir, les manières les
plus sympathiques s'éloignaient et, soudain, une certaine rancune appariait.
Une
autre nuit, près Noël, il retournait chez eux avant l'heure prévu d'habitude et
surprisait la femme dans le lit, son lit, avec un home inconnu.
“Il
s'agit de mon amant, Il a été toujours mon amant…” Le sourire de la femme était
défiant. “N’ importe quoi, tu es même ma mère, une putain.” D’ un seul coup il
ouvrait la porte de l'armoire et cherchait le revolver qui a été toujours en
attendant pour lui. Mais, il ne le trouvait pas, l'arme n'était pas là, dans
l'attente de lui. Il fixait ses yeux sur la femme. Elle le lui pointait
avec une grimace dure et, avec deux coups de feu, elle satisfait sa soif. Il tombait et pensait aux grilles, presque sans les voir.
Secrets. Amours. Désirs incomplets. Qui sait!
Buenos
Aires, Abril de 2016
“UNA
FICCION RAZONABLE”
Ambos,
cada uno con su secreto.
Se
conocieron, se enamoraron y se contaron, de a poco, una buena
parte de sus vidas, muy cortas, ya que eran jóvenes. Omitieron ese misterio
personal que no revelaban, muy guardado quien sabe dónde. Valía el trato
franco, cordial, amistoso, de amantes con toda la vida por delante.
Delia
amaba a los niños y había encontrado en la enseñanza un cauce para ese
sentimiento, seguramente maternal. Pero no anhelaba no haberlos tenido, los
suyos.
El, Víctor, gustaba de la vida mundana y
cultivaba amistades, la mayor parte de ellas logradas en las ventanillas del
hipódromo dónde era empleado.
Gozaban
del mundo, eran alegres y sociales y, en el barrio donde vivían –en las afueras
del centro de “Flores”- eran queridos, casi admirados. “La pareja perfecta” los
llamaban. “Lástima que no tienen hijos”, también comentaban, por decir algo.
El
secreto existía, claro. Cada uno con el suyo, bien guardado quién sabe dónde…
¿Tal vez casi olvidado?
Una
noche de otoño, luego de muchos años, discutieron.
Otro
día, quizás en invierno, volvieron a hacerlo.
Una
madrugada ella fue hacia el balcón y estuvo un largo rato mirando hacia abajo. También
él, una y otra vez, fue a su viejo saco de invierno que ya no usaba y revisó,
también una y otra vez, uno de los bolsillos internos.
Entre
ellos y sin saber por qué las simpatías se aplacaron. Y apareció ese rencor.
Otra noche, cerca de la Navidad, el volvió
antes de lo previsto y la sorprendió en la cama, su cama, con un extraño.
“Es mi amante, siempre lo fue”. La sonrisa de
la mujer era desafiante. Él pensó en las rejas de la ventanilla del hipódromo y
también en las otras. No le importó. “Sos como mi madre, una puta”. De un tirón
abrió la puerta del ropero y buscó el revólver, que siempre estuvo
al acecho. Pero no lo encontró, no estaba allí esperándolo. Fijó
sus ojos en la mujer. Ella le apuntó, con una mueca dura y con dos balazos
sació su sed. Él cayó. Pensó en las rejas pero casi sin verlas.
Secretos.
Amores. Deseos inconclusos… ¡Quién sabe…!
Buenos Aires, Abril de 2016
“DE LAS
GUARIDAS…”
El
alma, la percepción del alma no permite descalabros. ¿Nos equivocamos cuando
pensamos que es nuestro espíritu o estamos en lo cierto cuando admitimos que se
trata de algo tan básico como la mirada del otro?
¿Será
qué en el delito hay una sublimación de lo eterno? ¿ De los anhelos de poder?
La fidelidad. Ni siquiera una pulsión vital;
más bien un “capricho” social y, sobre todo su antítesis, la infidelidad…donde
dicho “capricho” adquiere un placer casi perverso…
También está.
El crimen. Hubo alguien que un día despertó
con la idea de matar. Fue a partir de una mirada pero eso no bastaba. Le costó -imaginariamente- elegir a alguien, su
víctima, ya que no sentía ningún odio ni aversión particular de venganza hacia
nadie.
No obstante, eso palpitaba, eso sí, de vez en
cuando…
Otro, un desconocido, percibió una vez que
sentía el impulso de robar. Primero pensó en los ricos –ya que en su juventud había
adherido al comunismo, cuando existía-
Pero pronto desechó esa ocurrencia ya que su
deseo podía concretarlo con cualquiera, pobre o afortunado.
Y quedó ahí, como instalado.
Para el padre, una pesadilla.“Es mi hija, pero
me enerva su comportamiento; me dan ganas de ahogarla”. Una reflexión bien
oculta.
Otra. “Es mi hija, la he visto desnuda.
Confusión y fuego”.
También permanece guardada.
Para la madre, una rebelión de sus entrañas.“Es
mi hijo, es joven todavía y se transforma en hombre. No es parecido a su padre,
a quien ya ignoro. En él me veo a mísma y mis límites posesivos se exacerban
hasta la carne”.
Una confesión, dura, secreta.
Un médico cometió una falla profesional ya que
tuvo la idea de violar a una paciente cuando ésta estaba sedada con los calmantes
que él, en exceso y sin planificarlo de antemano, le había proporcionado.
Lo obsesionaba la idea del amor ligado con la
muerte. Y lo dejó pendiente, sin proponerselo y sin darse cuenta.
Pendiente, repito.
Esta vez un niño. Le tomó tanto fastidio a su
madre, a quien él consideraba déspota y amiga de los castigos, que pensó en lo
bueno que sería envenenarla. No se le ocurrió como y con el tiempo lo desechó,
como tantas cosas de la temprana edad.
Pero allí había quedado.
La delación. Expiar las culpas a través de los
otros. La venganza colectiva, un deseo casi de realización personal. La propia
ruina que arrastra a la del otro, Es la justicia, conviene ser justos, no
perdonar.
Persiste, oculto, pero persiste.
Están también las obsesiones sexuales. Un
señor, muy religioso él, le confiesa asiduamente al cura acerca de los deseos
de flagelación hacia su mujer, durante sus prácticas amorosas. No habló del
goce que eso le produciría; su interlocutor era un sacerdote. Confesó una
culpa, una excusa.
A pesar del perdón y de las oraciones
impartidas, la idea iba y venía.
Están también los pobres, esos de una
indigencia hiriente. Si no lo somos del todo, al menos, se puede pasar al lado
de ellos y desearles la muerte. Nuestra visión no merece esto. Por algo somos
mejores. Aquí hay miedo, eso.
Está en la supervivencia. ¿Un sentimiento? De
allí no se sale.
La moral Los moralistas. Los inmoralistas. En
todos hay una aceptación real o aparente de una idea casi ancestral.
Y así se vive, entre dos aguas, con algún
puente intermedio.
Y está
el salvaje, el buen salvaje que anida en nosotros, solo, oculto y domesticado,
aletargado.
Alejado
de la llamada perversión, el título.
Pero,
claro, el estar a punto y no poder saltar provoca heridas, frustraciones.
Y hay,
más, por cierto, mucho más.
Buenos Aires, 13 de Abril de
2018
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