"NOUVELLES"


Sumario:

"EDUARDO Y ELVIRA"
"LA CONVICCIÓN DE LAS ARAÑAS"
"LES AFFAIRES D´HENRI" (en francés)
"HISTORIAS"
"LAS GEMELAS"
"LA VALSE"
"LAS DAMAS PERRO"
"UNA MUERTE CUALQUIERA"

EDUARDO Y ELVIRA

1.                                                                                                                       
   “Estimada Celia:
                           Seguramente te sorprenderás al recibir ésta carta. Si bien hace mucho tiempo que no sabemos nada una de la otra, eso no significa que no pienso en vos y en el pueblo donde crecimos juntas e hicimos esta amistad aún duradera. Como imaginarás, seguimos viviendo en Mar del Plata, tal como te conté en su momento. Estamos aquí tranquilos y felices. Eduardo, después de su jubilación, estuvo un tiempo sin hacer nada hasta que le ofrecieron un trabajo de cuatro horas por la mañana en una pequeña Empresa dedicada a la fumigación. Vos sabés  lo hábil y prolijo que fue siempre con los papeles y las cuentas  y los dueños están encantados con él. Además, una entrada adicional, por pequeña que sea no nos viene mal. Por suerte no tenemos grandes problemas económicos ya que también ayudan mis haberes como maestra  especializada, sin bien no son muy altos dadas las pocas horas semanales que tengo”.
2.
  Es casi de noche y todavía hace calor. Están sentados en el balcón de su departamento, en un  octavo piso frente al mar. Eduardo se concentra en el horizonte que, de tan lejano, se desdibuja.
  “Tanta inmensidad… ¿Será posible que allá, a lo lejos esté África?” Las distancias son su reflexión permanente. También las  simetrías y, por supuesto, las asimetrías. Lo mismo que la cantidad de ventanas de un  edificio, el número de peldaños de las escaleras y  todo aquello que pueda ser mensurable. Tuvo esas inocentes obsesiones  desde que era chico.
   Elvira, en cambio, está más acá, pendiente de una única idea, menos inocente que las de su marido y que se le había instalado de repente y que trataba de disimular, sobre todo para sí misma. En este momento, volvió esa imagen y ese pensamiento pero ella inmediatamente los distrajo. “Más tarde, dentro de un rato, voy a probar  el nuevo esmalte para uñas que compré. La peluquera me dijo que iría bien con el color de mi piel. Lástima ese brillo nacarado que tiene. En fin, no me di cuenta, pero igual lo voy a usar y si no, buscaré otro. Total, qué más da”.
  El hombre se incorporó y se asomó al balcón.
  -Mirá, vení, parece que en la puerta del  correo hay una pelea.
  -No, sabés que no puedo mirar, me mareo y…
  El hombre la tomó suavemente por las manos.
  -No, dejame tranquila, no quiero asomarme. Te lo dije mil veces.
  Su voz sonó enojada. “¿Será posible que no se de cuenta del terror que eso me produce?”
  Le dan miedo las alturas.  El mar  no la impresiona; a lo que teme es a la distancia que hay hacia abajo, al vértigo. Pensar en el vacío la descoloca, la marea, la desequilibra. Se acuerda de cuando era chica y se cayó desde de ese techo al que se había trepado imprudentemente. Por eso le da rabia cuando él insiste.
  Luego de ese pequeño incidente se produjo un largo silencio.
  -Ricardo…
  El hombre se volvió hacia ella.
  -¿Cómo dijiste?
  -Nada, Eduardo dije.
  -Me pareció escuchar otro nombre.
 Él volvió a sentarse. La noche se acercaba rápidamente y el viento, siempre vertiginoso, se había vuelto un poco frío. Ahora casi no llegaban ruidos de la calle y se acentuaba el resplandor creciente de las luces que venían desde abajo.
 Él había contado, en esa hora de descanso, diecinueve barcos de pesca y uno que parecía ser un crucero que ella le señaló  con su mano, ya que fue lo único que le llamó la atención.
 -Deben estar pasándola bien, esa gente, los pasajeros, comiendo, bebiendo y bailando. No como…
 -¿Cómo quién, cómo vos, quizás, querrás decir?
 La mujer lo miró fijamente.
 -Como nosotros quise decir.
  Se produjo otro silencio, incómodo para ambos. Solamente se oía el habitual ruido de las olas al romper sobra la playa. “Cada ocho segundos, una ola”, pensó él y luego miró a su mujer quien ensayó una tos breve y seca. Sacó un pañuelo e insistió, esta vez tosiendo más fuertemente.
 -Bueno, me cambio y salimos ¿no?
 El hombre la miró desconcertado.
 -¿Salir? ¿A dónde?
 El tono de su voz era seco, casi duro. El de ella, al responder, acentuó esas  características.
 -A cenar. Hoy es Domingo. Me dijiste que iríamos al restorán de Don Emilio.
3.
  Fueron a comer. Lo hicieron rápidamente y sin cambiar una palabra; hablaron solo cuando los atendió el mozo a quien ya conocían y luego cuando se acercó el dueño a saludarlos y por último al salir, ya que ella,  en voz bastante alta,  comentó que la carne estaba dura y además amarga. Él contó las ocho mesas ocupadas  y en número de clientes, treinta y nueve. Nada más, eso fue todo.
4. 
“Finalmente no me pinté las uñas”. Elvira pensaba en sus manos mientras  tomaba las pastillas antes de dormir. “No me importa, total, nadie se fijó en ellas”. Apagó la luz de su velador y se metió en la cama.
 “Hoy estoy más cansado que ayer; claro, un día más. Me  iría al balcón un rato, allí sí que descanso”. No lo hizo, se acostó al lado de su mujer.
  Elvira se durmió rápidamente. Él, en cambio, tardó en hacerlo. Había algo que le  estaba dando vueltas, que lo intrigaba en la conducta de su mujer. Un cambio general en  el tono de voz, esa ligera exasperación cuando ella le hablaba, sumado a un áspero matiz de frialdad y de desdén,  sobre todo cuando lo miraba. “¿Será que todavía le dura la menopausia? No, eso tiene que haber pasado hace años. Hasta los cincuenta y nueve años y cuatro meses no dura”.  Se acomodó en la almohada, apagó la lámpara y cerró los ojos.
  Casi a punto de dormirse escuchó unos quejidos, primero y luego unos sollozos sordos.  Encendió pequeña la luz que tenía para leer, tapándola con la mano para evitar el resplandor.
  -Elvira…Elvira… ¿Te pasa algo, te sentís bien?
  La mujer no respondió.  Dormía profundamente y el llanto se fue disipando hasta que su respiración se hizo regular. Eduardo la contempló un rato, inquieto. Contó nuevamente los tres lunares que ella tenía en la cara y la pequeña cicatriz, casi  invisible que  se había hecho en la frente cuando era chica. Un poco más tranquilo, apagó la luz y volvió a dormirse.
  -Ricardo…
  La voz de ella volvió a despertarlo. Creyó entender un nombre, pero no estaba muy seguro y  como la mujer continuó tranquilamente con su sueño no quiso preguntar nada. Se levantó para fumar un cigarrillo –de vez en cuando lo hacía- pero no pudo encontrar el paquete que había dejado sobre el techo de la heladera.
5.
  “Me imaginó que tus hijos estarán bien; es lo que merecen ya que ambos son buenas personas, tal como vos lo quisiste. Supongo que todavía estarás  tratando de superar el fallecimiento de tu mamá, pero así es la vida, aunque esto no es un consuelo, es solo un lugar común, una frase hecha para decirte cuanto lo siento. Por suerte, ella vivió muchos años, feliz, acompañada por los suyos, a quienes tanto quería. Esto último sí, te puede servir de alivio.
  En cuanto a mí…”
6.
  Estaba sentado, pensativo, la mirada fija en las cincuenta y cuatro facturas que estaban sobre el escritorio. Las había contado y no atinaba aún a revisarlas y ordenarlas.
-Buen día, Don  Eduardo.
  El muchacho lucía desprolijo como siempre y se lo veía alegre y enérgico, también como siempre. El hombre le respondió con una sonrisa.
  -Lo veo un poco triste. ¿Le pasa algo, se siente bien?
  -No es nada, cara de Lunes, nomás.
  Le observó las manos mientras preparaba la orden de trabajo.
  -Tenés ocho anillos hoy, te sacaste uno. Tomá,  hay ocho fumigaciones. ¿ Un día completito, eh?.
   La especulación fue instantánea: “Ocho anillos, ocho fumigaciones. Una rara simetría”. Con otra sonrisa, esta vez más amplia, le extendió el listado.
  -Bueno, nos vemos mañana y…arriba el ánimo, Don.
  Cuando se disponía a salir, se volvió y le mostró una de sus manos.
  -Si me arreglo con mi novia mañana me lo pongo de nuevo.
 -Chau.
 7.
  “…ha pasado ya tanto tiempo. Yo era joven, muy joven, apenas salida de la adolescencia. En esa época se pensaba en el primer novio,  se creía en el hechizo de ese amor temprano, un amor que era todo, la entrada a la felicidad del porvenir, que   surgiría luego del beso del comienzo. Y así fue. Me había enamorado locamente, así lo creía y también a él se lo veía  apasionado y feliz. Tuvimos muchos encuentros, retozamos como ciervos en el bosque y bebimos del manantial de la ilusión, digo esto en el lenguaje que a mí, romántica trasnochada,  me gustaba utilizar, vos sabés. Luego, la vida o el tiempo u otros  pormenores, ya no recuerdo cuales,  nos fueron alejando. Pero en esa época nada tenía importancia, ni siquiera el futuro. Tal vez aparecieron otros hombres que me miraban con deseo, o quizás fue él, quien emprendió  nuevos caminos. Ya no lo sé y no me importa averiguarlo. Todo eso es parte del pasado; del más lejano y efímero, el de la juventud, que se esfumó junto con todo ese romanticismo.
  Después pasó mucho tiempo, casi una vida. Y de repente, sucedió. Una noche, mientras me quitaba el maquillaje frente al espejo,  me sorprendieron unos ojos que me miraron fijamente, tanto es así que tuve que darme vuelta para ver si había alguien que me estaba observando. Estaba sola.
  Luego, días más tarde, me sucedió en la calle. En una esquina, esperando para cruzar, sentí que me miraban de distintos sitios. Y era así. Yo respondí a esas miradas, a esa multiplicidad de ojos y me di cuenta de que todos pertenecían a la misma persona, al   mismo hombre. Traté de recordar su nombre, ya que su cara y su aspecto físico aún me eran reconocibles. Sabía, además de donde y de cuando. Ricardo”.
  Releyó ésta últimas líneas una, dos, tres veces y decidió suprimirlas; esas confesiones no eran oportunas.
  8.
  -Te teñiste el pelo. De un color fuerte.
   Estaban desayunando. Eduardo la observaba curiosamente.
  -Si ¿Por qué, no te gusta, acaso?
  Se lo dijo con cierta impertinencia, revolviendo el café.
  -No es para vos, tira a negro.
  -¿Por qué no es para mí?
  El tono de la mujer lo puso más que impaciente. Sintió que tenía que defenderse, que ella lo estaba insultando y ultrajando. La conocía bien. Esos detalles, insignificantes, cuando hay una relación de años,  casi de amigos, se consultan, al menos se anuncian. En una ocasión, él le preguntó que pensaba cuando decidió quitarse el bigote. En ese momento y por una inexplicable asociación de ideas también se acordó de sus medias; estaban prolijamente dobladas, como a él le gustaban, pero en el par que eligió esa mañana había una gris y otra azul. 
  -Porque no tenés edad para eso. Te avejenta aún más. Además, el roble obscuro se usa para los pisos de madera, no para el pelo de una señora.
  -Hace cinco días que el gato falta de casa.
  Eduardo la miró, perplejo.
  -¿Y eso qué tiene que ver? Se habrá ido de aventuras. Siempre vuelve. Además, el color de su pelo es natural, no finge. Si vos, hubieras querido tener hijos, no te preocuparías tanto de los gatos. Tuvimos cinco en lo que va de nuestro matrimonio.
  Ella se levantó, tiró la servilleta sobre la mesa y se metió en la cocina. Al rato él, con la excusa de levantar la vajilla, la siguió con las tazas vacías en la mano. Ella estaba sentada, la mirada fija en la pequeña ventana que daba al aire luz. “Seguramente está pensando en el gato”, se dijo el hombre mientras  dejaba las cosas en la pileta. Por último salió, sin preguntar.
 9.
  “En cuanto a mí, creo que llegó el momento de sincerarme, contradiciendo posiblemente, las pocas cosas que te conté al comienzo de esta carta. Considero que sos la única amiga que tengo, a pesar de que en estos últimos tiempos no nos hemos visto. Pero, los recuerdos de la infancia y de la juventud compartida son tan fuertes, que hacen que el lazo que tenemos no se deshaga nunca. Creo que vos estarás de acuerdo en esto. Sabés, naturalmente, que tengo casi sesenta años, edad en la que una se replantea la infinidad de cosas no realizadas y a la vista de un camino que se acorta. El año próximo me jubilaré y este es el punto de partida que elegí para reestructurar mi vida, si es que aún puedo. Mi relación con Eduardo ha sufrido un desnivel muy grande. Creo que eso se debe a que él, fundamentalmente, ha cambiado su visión de la realidad; se ha vuelto imperturbable frente a todo y eso se llama, para mí, egoísmo. Y soy yo quien lleva la peor parte”.
 10.
  En la oficina todos notaban ya su preocupación. Un día, hasta se equivocó en una cuenta, un detalle mínimo que a otra persona no le hubiera importado pero, en su caso, eso significaba una catástrofe. Él no podía permitirse “semejante error”. Hasta habló con el dueño de la empresa, para disculparse.
  -Pero Eduardo… ¿Qué me está diciendo, qué significa esta explicación? Oiga… ¿A usted le está pasando algo, se siente bien?
  El hombre lo miró amistosamente, casi con cariño, con una sonrisa franca.
  -En realidad…no es a mí. Yo estoy como siempre. Es mi mujer, Elvira, usted la conoce, se ha puesto un poco caprichosa y…
   El otro lo miró con indulgencia, esperando.
  -Y bueno, nada, supongo que ya pasará y que volverá a ser la de antes.
  -Claro, un mal momento sin duda; las mujeres son así. Cuente conmigo.
  En ese instante se abrió la puerta y entraron dos de los muchachos que cumplían con los servicios.
 11.
  Esa tarde ella no se sentó en el balcón. Le dolía la cabeza y hacía demasiado calor. En eso no se equivocaba. Estaban en pleno verano y aparte de la temperatura alta, de la calle, a pesar de la altura, llegaban muchos ruidos y voces de la gente; veraneantes en su mayoría. Argumentó todo eso para recostarse un poco. Eduardo se quedó un rato bien  largo. Contó, como siempre, la cantidad de barcos que pasaron y, asomándose al balcón, hizo un promedio de los automóviles que circulaban, minuto a minuto, clasificándolos además por marcas, modelos y color.
12.
  El piso estaba mojado. Lo sentía en sus pies, que estaban empapados. El recinto era rectangular, de techos bien altos, con paredes blanca, azulejadas y una enorme claraboya que dejaba pasar una luz tan intensa que a veces impedía ver hasta lo más próximo. Caminaba entre  bañeras humeantes de vapor. En todas ellas había hombres metidos hasta la cintura en el agua caliente. Una señora, vestida de guardapolvo blanco y toca, la guiaba. Un  hombre, muy viejo, con el agua hasta el cuello, se quitó los anteojos y le sonrió llamándola con un gesto. Ella se aferró a la acompañante, quien soltó su brazo y se separó rápidamente de ella. A veces con rapidez  y otras lentamente, pasaban hombres vestidos de traje y corbata y con maletines de cuero negro, también mojados.  Ella abrió la boca y aspiró un aire caliente y húmedo que le quemó el cuerpo. Siguieron caminando, siempre tratando de serpentear entre las tinas llenas de agua y de hombres que sonreían a nadie, mientras otros bostezaban sin parar y hasta había aquellos que leían el diario o algún libro. Ahora la mujer-guía la empujaba, obligándola a desplazarse a gran velocidad. En un momento empezó a llover intensamente. Ella miró a la otra, quien le hizo un gesto de simpatía, recogiendo unos paraguas del suelo que abrieron con rapidez. Corrían cada vez más; en un momento la mujer uniformada le indicó que se detuviera. Habían llegado frente a una pequeña piscina, en la que un hombre flotaba  mansamente boca abajo mientras se acercaba hacia ellas. Su espalda era robusta y velluda. Al llegar al borde  se dio vuelta y mostró su cuerpo desnudo; solamente su cara estaba oculta por una ráfaga gris y húmeda. Ahora llovía más intensamente y el hombre empezó a mover sus brazos en forma ondulante  sin expresar nada en especial hasta que, finalmente, le hizo un gesto para que se acercara. Ella miró hacia ambos lados y no pudo ver nada más que nubes de vapor compactas como algodón. Apoyó su paraguas en el piso y, vacilante, se arrodilló para verlo de cerca. Entonces él, con un gesto rápido pero tranquilo, se pasó la mano por la cara y se quitó la niebla que la ocultaba, sonriéndole.  La mujer lo miró y, a pesar de la mueca que simulaba una sonrisa, lo reconoció. Entonces él la miró dulcemente y estiró su mano para tomar la de ella. A su alrededor no había nadie; ahora no llovía más y azuladas nubes de vapor surgían del piso. A lo lejos, otra vez, esos hombres trajeados, todos con su maletín, caminando apurados. Tímidamente ella tendió su mano, que él tomo con suavidad llevándola hacia el agua. Su cuerpo se había sumergido un poco más pero ella pudo tocarlo y dejarse guiar hacia el sexo del hombre. Sintió la dureza del mismo entre una mata velluda y pegajosa y trató de retirarla, pero algo más fuerte que su voluntad, seguramente  el placer, se interpuso y comenzó a acariciarlo hasta que, lentamente, toda ella se introdujo en el agua, sintiendo la fuerte tibieza de la misma y del cuerpo del hombre. Cuando sintió que los dientes de él se clavaban en su carne, lanzó un grito de dolor…
  Asustada, abrió los ojos, se los frotó y vio, aturdida, que estaba sola en el cuarto. Miró el reloj. Había dormido casi una hora y media. “Ricardo, él, Ricardo, su voz en pluma y seda…”.
 13.
  La encontró sentada a la mesa, escribiendo. Ella no levantó la mirada.
  -¿Sabés que el gato ya apareció?  
  La mujer no contestó y ni siquiera hizo un gesto de haberlo escuchado.
  -¿Me oíste? Te dije que el gato volvió.
  Ahora sí, volvió la cabeza, pero no hizo ningún  comentario.
  -Hoy encontré un pañuelo sucio, bien doblado, junto con los limpios.
  Esta vez, ella ni siquiera pestañeó.
 14.
“ Querida amiga, quiero contarte algunas cosas que me preocupan mucho.  Eduardo se ha vuelto más que raro, cualidad que podría atribuirse a los años, si bien no es tan viejo. Suceden hechos muy extraños, los que, naturalmente no son comprobables, dado que hacen a  nuestra intimidad. Hubo, últimamente algunos incidentes que… ¿Cómo te diría? Me han hecho pensar que le ha sobrevenido una perturbación mental, que se manifiesta en su actitud hacia mí persona, que soy, insisto, quien está a su lado y  con la que tiene más confianza. Concretamente me voy a referir a los sucesos de los últimos días en los que se han dado situaciones muy sospechosas. Lamentablemente, es muy duro para mí referirme a todo esto.
   La otra tarde creo que tuvo la fantasía de arrojarme por el balcón; esa misma noche fuimos a comer y estoy segura de que me echó alguna sustancia en la comida, yo pedí carne y, cuando volví del tualé y me dispuse a comerla, noté que estaba amarga como la hiel por lo que tuve que fingir que la comía mientras la tiraba debajo de la mesa; además el gato, mi querido Polilla, desaparece cada dos por tres, no sé qué es lo que hace con él pero me lo esconde, sabiendo el amor que yo siento por ese animalito y el sufrimiento que su falta me ocasiona”.
 15.
  El verano se acentuaba y ellos también profundizaban, quizás sin quererlo, una convivencia cada día más áspera. El calor parecía exasperar los ánimos impidiendo, al mismo tiempo, que las diferencias se manifestaran abiertamente. Vivían en la morada del gato y el ratón. Claro que esos roles iban de uno al otro, cambiando según los resquemores circunstanciales que se instalaban entre ellos. Cuando él simulaba dormir, era el felino espiado por el roedor, en cambio, cuando ella salía a dar una vuelta, era el ratón huyendo del gato. Así pasaba el tiempo entre ellos, en silencio, solo alterado por el ruido, la música y las voces que venían de la calle, generalmente atestada de gente. El sonido del mundo estaba debajo, lejos de esta aparente quietud.
 16.
  -Sí, doctor, es así como se lo cuento. No puedo entenderla, no sé hacerlo y tampoco sé si es que me importa demasiado tratar de comprenderla o de saber siquiera que es lo que siente. Esto último me provoca un dolor extra pero hemos llegado a un punto…
  Miró entonces hacia la pequeña biblioteca del doctor e hizo un cálculo rápido de la cantidad de volúmenes allí alineados.
  El médico lo miró, esperando.
  -Su propuesta me parece razonable pero la encuentro imposible. Ni siquiera podría sugerirle que venga aquí, que lo vea. Y menos juntos. Me acusaría, como lo hace tantas veces, silenciosamente, con esa mirada fría y dura que ha descubierto y que utiliza como arma. En realidad, estoy a punto de…detestarla. Soy un hombre simple, de trabajo, sin grandes aspiraciones. Trato de evitar, como siempre hice en mi vida, toda posible complicación. Quiero, como todos, ser feliz.
  Desvió la mirada, azorado y se distrajo nuevamente en los libros del consultorio. Estaba casi seguro que eran treinta y ocho, veinte iguales, seguramente de una misma colección y el resto, un conjunto de formas y colores diferentes.
  El terapeuta miró la hora.
  17.
  “Siento, querida Celia, que el odio me está lentamente poseyendo; es un sentimiento detestable, ya lo sé, pero esto es lo que me sucede. También adivino que yo tengo la culpa por haber llegado a esta situación, que no es de ahora, que viene del pasado y que, te lo tengo que decir, se desató a partir del recuerdo del otro, a quien creo que hubiera amado salvajemente, sin caer en esta estúpida relación formal, gris, agobiante a la que estoy desde siempre condenada y que acepté, obligada por mi misma insisto, hace ya mucho tiempo. El recuerdo de Ricardo es lejano, ni siquiera sé si aún vive. Lo que te puedo asegurar es que ese amor bestial que él me daba y que yo creía sepultado ha vuelto, se ha despertado creo que ya inútilmente, dejándome la sospecha de la felicidad que se escapó y que podía haber vivido. Estoy dispuesta a terminar con esta situación, de cualquier manera, no sé. No quiero ser melodramática ni impulsiva, pero así no puedo seguir”.

18.
  Eduardo estaba leyendo en el living cuando escuchó el ruido de vidrios que se rompían. “Otra vez. En fin debo ser indulgente y pensar que se trata de un accidente” De cualquier manera, a pesar de haber  hecho esta reflexión, se sintió fastidiado.
  Al rato se repitió lo mismo, más fuerte aún. El hombre dejó el diario sobre la mesa y alzó la cabeza, inmóvil. Cuando sucedió por tercera vez se levantó y fue hacia la cocina. Ella estaba de pie, junto a la heladera con una copa en la mano, que arrojó violentamente al piso mientras miraba fijamente a su marido.
  Él salió sin decir una palabra. Fue hacia el cajón de las herramientas, en el lavadero, tomó un martillo y empezó a los golpes con el espejo del comedor, hasta hacerlo añicos.
  Ella apareció de inmediato y ambos se miraron, sin moverse.
 19.
  De la calle llegaban los sones de una música fuerte, una cumbia posiblemente o una de esas canciones alegres que se escuchan en el verano.
 20.
  Eduardo se sentó a la mesa, en silencio. Ella, al rato, se instaló en la silla de enfrente, también sin hablar.
  -¿Qué nos pasa, qué estamos haciendo, cómo estamos viviendo, Elvira?
  -No lo sé, no lo comprendo, podría buscar explicaciones pero tampoco sé si son ciertas.
  Ahora solo se oía el ruido del motor de la heladera cuando arrancaba.
  -¿Qué podemos hacer?
  Ella lo miró, se retocó el pelo y sonrió flojamente.
  -Podrías invitarme al restorán; sabés que me gusta comer afuera.
  -Bueno, dale, vestite.
 21.
  Elvira terminó de arreglarse. Antes de salir de la habitación, abrió el cajón de su
mesa de luz, sacó la carta y la rompió. 

                                                                                        Buenos Aires, Agosto de  


"LA CONVICCION DE LAS ARAÑAS" 

 Es casi la medianoche de un sábado y las dos mujeres están jugando a las cartas en la mesa de la cocina. Durante el día, el calor ha sido agobiante, como siempre sucede en Buenos Aires, con su verano húmedo y pesado. Hoy, la mucama tuvo el día de franco y aprovechó para salir con su novio. Fueron al cine, después pasearon por un "shopping" y luego tomaron un helado. Él quiso ir al hotel pero, para ella se había hecho un poco tarde. Otro día, ahora mejor cada uno a su casa. La otra, la cocinera, tuvo que quedarse para atender a la señora; mañana será domingo y ése es su día libre.
-Dale, te toca dar a vos.
 Le alcanza el mazo mientras se saca la blusa para estar más cómoda. Total, están las dos casi solas. La patrona, a esta hora, ha de estar ya en su segundo o tercer sueño.
-Espero tener más suerte, me estás dando una flor de paliza. Ya sé, me vas a decir que soy una estúpida, que no calculo las cartas que van saliendo, que la escoba de quince es fácil pero que igual hay que pensar y estar bien atenta.
 Reparte los naipes. Se escucha, lejana, una voz o un ruido; no resulta claro.
 -¿Oíste? Me parece que está llamando.
 -No, no escuché nada. Vos querés distraerme. No te hagás la piola conmigo.
 Las dos se sonríen y Ana, la cocinera, se levanta para calentar un poco mas la pava, el agua se enfrió y parece que estuvieran tomando pis en lugar de mate.

 La casa es enorme, antigua, de dos pisos, situada en pleno San Isidro, cerca de las barrancas. Sólo una parte de ella está habitada; el resto está vacío y casi en ruinas. Está rodeada por un hermoso jardín, más que eso, se diría un gran follaje abundante y desordenado, con una verja de hierro negro a su alrededor con agujas terminadas en flechas. Hay algo de romántico en su aspecto; muestra una decadencia, lujosa y antigua, que es parte de su encanto. "No como esas que se construyen ahora, que no tienen ni un soplo de esta vieja dignidad ni de este esplendor". Así piensan ellos. La dueña de casa y
sus hijos no quieren tocarla, detestan la idea de parecer nuevos ricos. Al menos, es lo que creen y, a veces, dicen.
 A esta hora corre una brisa fresca que viene del río; un aire silencioso, taciturno, que se mezcla con el verdor blando de los árboles. El cielo es tan azul y luminoso como solo puede serlo en el verano. En la calle no hay gente, seguramente están comiendo o bebiendo o pasando alegremente el tiempo en los sitios de moda.
 Sobre la vieja casa, la luna brilla para nadie.

 -Ahora sí, escuchala, la vieja está llamando, a los gritos, como siempre. ¿La oís?. Rosa, andá volando, sino mañana se lo cuenta a sus hijos y te levantan en peso.
 -Sus hijos, que no vienen nunca. Mirá si van a ocuparse de eso. Y de mí, además. No importa, igual tengo que atenderla.
 Se pone la blusa y sale. Como siempre, fuera de la cocina, la casa está en total obscuridad. "La vida se acaba al salir por esta puerta", piensa.


 La señora grita aún más fuerte. La  chica enciende una luz y sube rápido la escalera. "A lo mejor le pasa algo en serio, un infarto, se cayó de la cama, que sé yo", reflexiona.
 Entra al cuarto sin golpear. La mujer está sentada en el borde del lecho, los ojos alterados, más que el pelo, lo cual es bastante.
 -Finalement! Il y avait une araignée sur l´oreiller!
 -Señora, por favor, hábleme bien, sabe que así no la entiendo.
 -¡Digo, estúpida, que había una araña sobre la almohada!. Eso es por la buena limpieza que hacen, ustedes dos.  Ni quiero pensar en lo que me dan de comer, vos y tu cómplice.      
 La muchacha va hacia el tocador, sirve agua en un vaso, le agrega unas gotas y se lo da a su patrona, quien bebe rápidamente y con avidez y más rápido aún se recuesta.

 La noche pasa, transcurre. Al amanecer se escuchan bocinas, risas, voces, alguno que canta o que intenta hacerlo. Luego el silencio. Llega el domingo con su tiempo de quietud. Al rato, nomás, el sol del verano empieza a salir, como todos los días y para todos; siempre es igual. La luz reverbera sobre las plantas del jardín y todo va adquiriendo esa luminosidad, que primero es dorada y que luego se torna incolora. La mañana es así.

 Son las diez. Rosa mira el reloj y, alarmada por la hora, se levanta de prisa. "Que raro que aún no me haya llamado", piensa, "Bueno, es que anoche le puse el doble de gotas".
Va hacia la cocina. Mary ya no está; es su día de descanso y lo aprovecha. Igual, dejó la comida en la heladera, toda preparada. "Pobre, tiene un buen viaje y buen gasto también. Tren, subte, otro tren, por último un colectivo local y ya está. En Bernal tiene a su hijo, a quien ve poco, claro es tan lejos. Menos mal que lo cuida su hermana, la pobre es una santa", piensa mientras sube la escalera.
 Abre la puerta tratando de no hacer ruido, la manija, de oxidada, a veces larga un chirrido.  Si la vieja duerme, mejor. El cuarto está a oscuras. Se acerca a la cama en puntas de pie y oye el ronquido de la señora. Pero hay algo que la sorprende. En la almohada, justo al lado de la cabeza de la anciana, hay tres arañas que también parecen dormir. Están quietas.
 "Mierda, la vieja tenía razón, no sé de dónde han salido". No les tiene miedo, en su provincia había muchas y allí aprendió a convivir con ellas. Toma el vaso de la noche anterior y, delicadamente, una por una, mete a las arañas dentro del mismo y se dispone a salir. "No sea que las vieja las vea y haga otro escándalo", piensa sonriente.
 -¿Rosa, sos vos, no? Abrí un poco las ventanas  y corré las cortinas, quiero que entre un poco de luz, apenas nomás.
  -Buen día, señora. La saluda mientras va hacia la ventana, para iluminar la habitación y para tirar las arañas en el jardín. No le gusta matarlas.
 -Je veux le petit déjéneur, s´il te plait.
 Eso lo comprende, es el pedido de todos los días. Se acerca a la cama y le acomoda las almohadas para que la mujer esté sentada para el desayuno. Cuando arregla un


poco las cobijas descubre otra vez algo que, ahora sí, casi la paraliza. Hay un montón de arañas debajo del cobertor; como veinte o más y no están quietas, éstas parecen bailar. Con las manos, sin que la señora lo advierta, las tira al piso. Después verá que puede hacer. "Por el momento", vuelve a decirse, "es mejor que la vieja no lo sepa".
 -Ya se lo traigo, señora. ¿También el agua de las ciruelas?
 -Mais oui, bien sur.
 La muchacha sale, la preocupación la hace apurarse.
 Ignacio, el mayor duerme profundamente. Su cabeza pesa como un adoquín; tuvo una noche larga, de juerga con amigos. Todo bien, salvo los tragos; hay demasiado alcohol en su cuerpo. Está acostumbrado y no le importa. Desde que se separó siente que ha recuperado la libertad. La vida, para él, ahora es así; trabajar lo indispensable y dedicarle todo el tiempo que pueda a pasarla bien, al placer. Su único hijo se ha ido lejos, a Canadá, y por el momento no piensa volver. Cada tanto un E-Mail y ya está. Su misión de padre está cumplida.

 La mujer consulta la hora en el reloj de la cocina. Son las ocho. Para ella es temprano pero piensa en sus hijos que aún no están en casa. "Bueno, ya vendrán; ahora es así. Salen de madrugada y llegan de día. No hay drama, dicen". Se sonríe mientras piensa en ellos. Está  casada con Sebastián, el hermano de Ignacio. Cuando su marido vuelva de correr quizás vayan juntos al supermercado. A ella le gusta eso, es como su paseo preferido; a él no tanto, su espíritu es más deportivo, si bien es ordenado y sabe que todo lo que hace a la vida familiar es importante. Por eso es que ha conseguido un buen trabajo, bien rentado, como Gerente General de una importante Compañia de Seguros situada en la "City".

 La taza, la tetera, el azúcar, las dos tostadas bien crocantes, solas, sin dulce ni manteca, el vaso de agua y el otro con el jugo de ciruelas. También la servilleta sobre el pequeño mantel, el juego de hilo, el que a ella le gusta. Todo bien ordenado sobre la pesada bandeja de peltre. La señora  tiene el desayuno listo. Hay que llevárselo rápido, si no se pone muy nerviosa. Sufre del estómago, su languidez es constante. El médico le indicó comer lo menos posible y así está de flaca. También sus nervios están alterados y su conducta es cada vez más extraña. Pero de esto último no se habla; surge de la observación cotidiana. Tanto Mary como Rosa, las empleadas, lo sufren diariamente.
 La escalera de nuevo, esta vez con más cuidado. El otro día casí se cayó; se le escapó una de las chancletas. Al contárselo a Mary, la cocinera, se rieron hasta llorar, de tantas pavadas que dijeron. De aburridas nomás.
 Cuando entró al cuarto y la vio tuvo que sostener la bandeja muy fuertemente; esta vez, más que caerse casi se desmaya, con desayuno y todo.
 La señora estaba sentada en la cama, tal como la había dejado, pero ahora su aspecto era terrible. No solamente por la boca abierta y los ojos desorbitados, sino porque estaba cubierta de arañas, de todos los colores y formatos. Le caminaban por las manos, la cara, el cuello; la cabeza parecía el lugar preferido. Entraban y salían por los túneles que ellas mismas habían hecho en el escaso pelo de la mujer.



Rosa dejó la bandeja sobre una silla y, lentamente, con terror, se acercó a la vieja. Ésta aparentaba no darse cuenta de nada, estaba inmóvil, como muerta. Parecía no percibir a esas arañas que también se estaban metiendo en su boca y que seguramente se habían ya instalado dentro de su cuerpo. Se acercó como pudo y, casi sin mirarla, la destapó. Había miles por toda la cama, se caían de ella porque ya no tenían espacio; hasta el piso, que también estaba invadido. La muchacha miró hacia arriba, hacia abajo, a los costados, a las paredes, al techo, todo, absolutamente todo estaba cubierto y toda la habitación parecía moverse, atravesada por las infinitas telas que tejen las arañas.
 -Se han decidido y están descendiendo de los árboles...Rosa, quiero que llames a mi abuela...
 La voz de la mujer sonaba ronca y entrecortada.
 -Perdón que la contradiga, señora, pero su abuela falleció hace muchísimos años. Yo no la conocí.
 -Eso no tiene nada que ver, querida, llamala igual. Haceme caso. 
 Se dio media vuelta y huyó escaleras abajo. Pensó que debía tranquilizarse, si podía; que tenía que pedir ayuda, primero a  Mary. Después se dijo "No, a Mary no, tengo que hablar con los hijos; quienes sabrán, de ellos es la responsabilidad. No sé, llamarán a la policía, a los bomberos, al hospital, algo tendrán que hacer. Yo no puedo y tampoco sé si quiero; lo que me gustaría ahora, si pudiera, es escapar, huir de aquí, salir ya de este infierno". Se sentó a la mesa de la cocina, tapándose la cara con las manos. Tenía ganas de llorar y no podía; mucho menos gritar, que era lo que le hacía falta. Al rato se tranquilizó un poco y se preparó unos mates para ir pensando en los pasos a seguir.

 En la habitación, a oscuras todavía, suena el teléfono. El hombre continúa inmerso en ese sueño denso y pesado, hijo del alcohol y parecido a la muerte. Luego vendrá la resaca, en la jerga de los borrachos.Su percepción de la llamada se manifiesta en una queja gutural apenas audible. Finalmente, el teléfono cesa y entra el contestador. "Señor Ignacio, perdone que lo moleste, habla Rosa, la empleada de su mamá. No sé, no sé como explicarle, pero la casa se está llenando de arañas. Su madre...Bueno, ella es la que peor está...Por favor, atiéndame o venga lo más rápido que pueda ni bien escuche este mensaje. Es...es grave".
 -Mierda.
 La voz del hombre se escucha sordamente. Un graznido apenas. Se da media vuelta, en la cama, se tapa hasta la cabeza y continúa durmiendo.

 Cuando se acerca a la puerta del cuarto ve, con horror, que ésta también está cubierta de arañas y que también invadieron las barandas y van subiendo y bajando por los escalones. Rosa retrocede. Lo primero que se le ocurre es empacar sus cosas y llevarlas a la cocina, que por el momento parece ser el lugar más seguro, por lo alejado y porque además se puede cerrar la puerta con cierta hermeticidad. También juntará todo lo de Mary. Utilizará las valijas que hay en la casa, tiradas en el garage y que nadie sabe que existen.
 Hizo todo eso lo más rápido que pudo y se instaló en la cocina. Su refugio.



 Cuando llegó Sebastián su mujer se lo contó. Hacía diez minutos que había recibido el llamado.
 -¿Ah, esas...Cuál de ellas, Rosa?
 Finalmente los muchachos ya estaban en casa y todos se hallaban sentados en pleno desayuno dominical; juntos, como no sucedía durante el resto de la semana. La mañana era espectacular. El sol brillaba como nunca y, después del supermercado y del almuerzo, la pareja tenía previsto ir a lo de Cristina, una amiga en común, para visitarla y pasar la tarde disfrutando de su piscina, que era más grande que la de ellos, aunque no tenía tanta sombra alrededor. Total, los chicos, después de la noche anterior se acostarían a dormir, la noche y la siesta todo seguido.
 -¿Arañas? No le hagas caso. Esa mujer nunca me gustó. Es la peor sirvienta que le pusimos a mamá. Decile, si vuelve a llamar, que las junte y que se haga un guiso con
ellas. Son muy saludables, mucho mejor que eso que comimos, lentejas o no sé que nos dio hace unos meses,  cuando fuimos.
 La mujer se rió; la broma le causó tanta gracia que no cesaba de festejarla. Los varones la miraron, pensativos, preocupado el más joven.
 -¿No deberíamos ir a lo de la abuela y ver que pasa?
 El otro asintió. Estaba de acuerdo.
 Los padres los miraron fijamente. La mujer se levantó y empezó a recoger la mesa. No tenían empleada los domingos.
 -Cállense, tarados, y vayan a dormir.
 En este caso, fue la madre la que asintió.

 Eran las seis de la tarde y en la casa no tenían noticias de nadie. Cuando Rosa se asomó por última vez al pasillo, hacía ya un rato, el mismo también estaba invadido.  Igual que en el cuarto de la señora las había a millares por todas partes, en las paredes adamascadas, en los pisos, sobre los espejos, en los techos, todo estaba tejido con esa filigrana que hacían; allí estaban, colgadas algunas, trepando y haciendo arabescos la mayoría.
 Fue por eso que llamó a Mary, quien le aseguró que inmediatamente iría para allá. Las valijas ya estaban hechas. Eran cuatro y las ubicó al lado de la puerta que daba al jardín, el lugar que había elegido para salir, ya que estaba pegado a una obra en construcción -por la que pasarían- y donde, por el momento todo estaba tranquilo.

 La noticia se difundió, como es habitual, muy profusamente por todos los medios, sobre todo en la televisión, que cuenta con la ventaja y la sordidez, que dan las imágenes. La casa, vista desde el exterior, era una masa fluctuante y viva; en perpetua transformación, provocada por la acumulación de arañas que la cubrían. También se mostró a la señora de todas las maneras posibles, sobre todo en fotos rescatadas del pasado, donde se la veía lozana y feliz, junto a su marido e hijos y también sola, en tomas de estudio. Pero el consumo es el consumo y en un diario y en el noticiero más visto de la TV apareció la fotografía de su cara y su cuerpo carcomidos por las arañas. Se barajaron miles de hipótesis. Naturalmente también hubo necrológicas más serias, las de rigor, ya que la mujer pertenecía a una familia muy tradicional. Por supuesto, el público vio a las ambulancias, a la policía y a la empresa de fumigación que se ocupó de sanear la casa, colocando su correspondiente e inevitable vallado plástico en rayas rojas y blancas, lo cual, si se quiere daba un cierto aire festivo a la tragedia. Los vecinos estaban un poco indignados por tanta intromisión pero, alguno de ellos se permitieron ser reporteados hablando largamente y proponiendo nuevas hipótesis. Los únicos que no quisieron mostrarse fueron los familiares, estaban desesperados, al borde de la locura, se dijo.

 El tema fue noticia durante una semana y se lo clausuró diciendo que la invasión de arácnidos se debía a una ola de aire tropical venida de Brasil, consecuencia de la deforestación del Amazonas. Todo es creíble y todo pasa.

 La familia y algunos amigos la acompañaron al cementerio. Trataron de que fuera en forma muy privada y lograron conseguirlo, milagrosamente. En la lápida, además del nombre y apellido de la dama y las fechas de nacimiento y deceso habituales, los hijos le dedicaron la siguiente frase: "Adieu, maman".

 Se encontraron en Constitución, en un bar un poco alejado de la estación que ellas ya conocían. Resultaba un sitio  intermedio para encontrarse, pues ambas vivían lejos una de la otra. Hacía ya tres semanas que no se veían..      
 -¿Y, Mary, conseguiste algo?
 -Una suplencia, por un año, en una casa de familia. Para toda tarea, nada de cocina solamente. Eso ya fue. ¿Qué lástima, no?
 -Bueno, al menos tenés algo bastante fijo. Yo, en cambio estoy trabajado por horas; por mi zona. Lavado y limpieza general cuatro horas por día, tres veces por semana para dos personas mayores. Son buenos; creo que es mejor que sean grandes así no hay chicos dando vueltas. Lo que extraño de la casa de la vieja es que era un trabajo más regular, con una entrada mensual fija.
 -Acordate que el miércoles tenemos que ir al sindicato para ver al Abogado ése, el que nos está tramitando la indemnización.
 Hacen una seña al mozo para recordarle el pedido.
 -¿Sabés Mary, que el otro día, al abrir la cartera, adentro había una araña?
 -¡Qué cómico, un lindo recuerdo! ¿Y qué hiciste?
 -La tiré al piso y le di un flor de pisotón..."Hija de puta, le dije, por ustedes perdí el trabajo,"
 -Pobre bicho, Rosa.
 -Pobres de nosotras, eso.
 Las mujeres guardan un poco de silencio. Ahí, dentro de ese bar hace mucho calor. Solamente un ventilador y nada más.
 -Yo me pregunto, todavía, qué es lo que pasó.
 -Nunca lo sabremos, aunque...
 -¿Qué querés decir, Rosa?



 -Para mí tuvo algo que ver esa yegua, la mujer del hijo menor.
 El mozo viene con los cafés.
 -¡Qué manera de hablar! Antes no eras así.
 -Siempre fui así, y peor. Lo que pasa es que la vieja me pescó un día carajeando y puteando sola y me pegó un levante que por poco me echa. Sabés que no tenía buen carácter y menos con nosotras, era antipática. Ahora, aunque sea, soy libre para decir lo que se me cante cuando quiera. Mierda.
 -Rosa, sos cómica vos. ¿Qué decías de la nuera?
 -No sé bien, Mary, no puedo asegurarlo, pero para mí, esa contrató a alguien para que le hiciera algo, algún mal. Nunca la pudo ver; siempre le tuvo ojeriza y la vieja a ella también. 
 -En eso te doy la razón. Esa otra fue siempre de barrio, como nosotras, solo que se tomó en serio lo del apellido de su marido y la vieja, que era bastante mala y de mal carácter como vos dijiste, pero que de estúpida no tenía nada, le tomó el tiempo.
 -Los únicos que la deben haber sentido son sus nietos; esos pibes si que la querían. Los otros no; hasta estoy segura de que pronto ponen el cartel de venta. Es lo único que les gusta, la plata. Menos mal que, con valijas y todo nos fuimos a la Comisaría y allí explicamos todo. -Claro, la cana habrá llamado después a los matungos esos, los hijos de la vieja, que tuvieron que cargar con el problema. Cuando me llamaron a declarar dije lo que sabía y chau.
 -Yo hice lo mismo. Es más, dije que ese domingo me llamaste desesperada, la verdad.
 Llaman al mozo y le piden agua y un sobre más de azúcar. Hay mucha gente en la calle ahora. Rosa consulta su reloj.
 -En fin, creo que nunca nos enteraremos de lo que les pasó; es una cosa que no tiene explicaciones. Esa mujer, sola, vieja...Esa familia...
 Abre su cartera y prepara el cambio para el colectivo.
 -¿Vamos?
 -Sí, no quiero viajar tan apretada. Mary... ¿Sabés qué pienso?
 -Sí, Rosa, decime.
 -Algo habrán hecho.
 Llaman al mozo que viene con el agua. Se la toman, pagan y se van.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      París, Julio de 2009


“LES AFFAIRES D´HENRI”
(Presque un “Roman-feuilleton”)

 “Eh, garçon, viens ici, je suis assoiffé…”
 Henri acquiesce. Il grimace et aprés rit d´un façon imperceptible. Sur sa main droite, il porte le plateau en métal avec les bouteilles, les verres et quelques nourritures légères.
 On entend une musique, mais…quelle musique? Un tango, naturellement, nous sommes dans un salon de bal, une “milonga” à Buenos Aires.
 Les mirroirs multiplient les figures des personnes qui sont assises et celles des autres
qui , la plupart d´elles,  sont en train de danser.
 Henri travaille ici. C´est le salon “chez Carlitos” à Pompeya,  où notre ami est le garçon depuis quatre ou cinque ans.
 Il est jeune, ses cheveux sont bruns et sont peignés au milimètre; ses dents sont très blanches et son sourire est très lumineux.
 En travaillant beaucoup, il gagne de l´argent qu´il necessite pou sa vie quotidienne, mais…il a d´autres activitès qui n´ont pas de rapport avec le service à table. On peut dire qu´il s´agit des petites faveurs ou bénéfices qu´il fait à sa clientelle préferée.
 Et… nous  nous demandons quelles sont ces petites activitès?
 “Henri, ecoutez-moi… Venez ici, s´íl vous plait. J´ai une migraine et, en plus, je crois que ma pression arterielle est trés haute… Accompagnez-moi, un moment, aux toilettes.”
 La voix de l´homme est hésitante. Il se léve jusqu´à Henri, qui laisse le plateau sur le bar et, en faisant un clin d´oeil à Pierre, l´autre serveur du salon, il entre dans les toilettes en suivant le client.

 A l´interieur, à côté des lavabos:
 “Henri, qu´est-ce que vous avez?  Je vous ai demandé un rendez-vous avec madame Adèle, la belle dame blonde.”
 “Oui, la belle femme blonde qui est mariée…”
 “Bien sûr, je sais qu´elle est mariée, mais les yeux de Madame Adèle… ce sont les yeux d´une rêveuse…”
 “Les yeux d´une rêveuse? Non, Monsieur, elle regarde comme une personne presque aveugle, c´est la veritè. Pas de poesie, mon ami!”
 “Silence, Henri, je n´ai pas besoin de votre opinión. Je vous prie de lui dire un petit message à l´oreille…Des paroles secrètes…Je le crois possible, eh?”
 “Oh, Monsieur, l´affaire n´est pas facile…elle a un mari, vous savez…et il s´agit d´un homme dangereux…”
 “Dangereux ? Que´est ce que tu dit ?  Expliquez-moi, Henri.”
 “Mais, oui. À mon avis il est très dangereux. Il a un poche et dans son poche il y a un obstacle…”
  “Un obstacle ?”
 “Bien sûr, l´obstacle c´est le revolver qu´il porte, comme le couteau et le gran canif qu´il garde dans les autres poches…”
 “Voilá! Mais vous êtes très astucieux… Tenez! Ces petits papiers sont pour vous; ils ont les figures de nos grands patriotes…”
 Il donne à Henri une grande quantitè de billets. Le garçon prend vite l´argent et la garde sous sa chemise.
 La porte des toilettes s´ouvre. On entend, soudain, “La Yumba” jouée par Pugliese. Le patron entre aux toilettes.
 “Henri, qu´est-ce que tu fait? Pas d´entretien…!  Au travail, bon Dieu!”  
“Oui, Monsieur, c’est que ce client est malade, mais…  maintenant il va mieux”.
 “Bon, alors va au salon…Vas-y!”.

Les trois hommes sortent. Le bal est très animé. Le client se dirige à sa table et Henri prend à noveau le plateau d´acier. Il recomence, alors, son travail. Une table ici, les autres là; tous sont ses clients qui, sympathiques, échargent avec lui des sourires, des blagues, des gestes d´amitiè ou de gentillesse.
 Madame Adèle reste seule à sa table. Son mari, Monsieur Edouard danse une vals avec l´épouse du patron, une femme grosse et charmante. Alors, Henri profite de l´occasion et marche rapidement vers Madame Adèle. Il sourit, s´incline légèrment sur la dame et, avec un sourir plus grand, il donne le message juste.

 La valse est fini. Henri passe à travers les danseurs et M. Edouard retourne à sa table. La femme observe son mari mais, rapidement son regard se pose sur d´autres yeux, en signe d´accord.

 Henri est déjà plus tranquille. À partir de ce moment et il est maintenant plus content. “Quel bon bénéfice…!”, pensait-il jusq´au moment  où on entend “La Cumparsita”,  qui annonce la fin de la soirée dansante.  La clientelle comprend et s´en va, aprés avoir accomplí le rituel quotidien. Les serveurs enlèvent leurs vêtements de travail; le patron éteint la lumière, ferme la porte d´entrée du salon et, dans la rue, il donne à Henri les clés pour le lendemain,  quand lui devra recommencer de nettoyer et préparer le salon pour la nouvelle journée. Mais…on sera demain!
 Les trois hommes sont sur le trottoir.
 “Bon…  On y va , garçons!”
 Le patron lance une dernier regard à l´inmeuble et ils s´on vont. Pierre et le patron partent ensemble et Henri, qui habite au coin de la rue, marche seul.
 La nuit est belle, propre au printemps. La lune brille et la rue est vide. Au loin, on entend le claxon d´une voiture qui passe rapidement, et puis, le silence.
 “Parfois, le silence est très bon”

 Henri va vers son petit appartement. Avant y entrer,  il prend l´argent de sa poche et le garde dans l´un de ses souliers. Il est, ainsi, plus tranquille. Il sait que, personne, ne trouverá les traces de son bénéfice du jour. Henri pense à une femme, il s´agit naturellment d´Élise, qui est sa compagne amoureuse, quoique “amoureuse” est un parole trop importante pour cette liaison. En fin…

 Élise s´est couchée tôt. Il est quatre heures du matin et elle en train de regarder la télé. En attendant Henri, elle a déjà vu trois filmes.
 L´appartement est petit: une chambre, la cuisine et les toilettes. Les yeux d´Élise se ferment; ces sont les yeux fatigues d´une personne ennuyée; d´une femme jeune qui n´a pas la volonté de faire. Elle préfére rester immobile.
 On entend le son des clés dans las serrure.
 “Henri, c´est toi?”
 Silence. Elle éteint la télé.
 “Qui est- ce? C´est toi, Henri?”
La femme se léve. Henri entre. 
“Oui, c´est moi. Est-ce que tu attends quelq´un d´autre, eh?”
“Idiot! Comment as tu passé la journée?”
 “Bien. Je reviens riche…plus riche…le plus riche! Riche de fatigue, de douleur de jambes et plein d´espérances et de perspectives d´un grand bonheur futur. Merde!
 “Je te répéte, s´il te plait. Comment as tu passé la journée? Tu n´es pas sympha.”
 “Mal. Je veux boire, maintenant, un tasse de café très fort. Je veux, en plus, laver mon visage et mes mains, et aprés…dormir”
 “Ah… mais oui, mon cher. Et… l´argent…comment ça a étè?”
 “Rien. Pas d´argent.”

 Il laisse son sac sur le bord d´une chaise et va aux toilettes, en ferment la porte. Èlise va à la cuisine pour faire le café. Aprés, elle revient rapidement à la chambre à coucher et fouille les poches du sac d´Henri. La femme ne trouve rien et grimace. En fin… Il manque encore goriller le pantalon, même si elle sait que Henri est un bon tricheur.

 L´horloge marque cinque heures du matin. Il a déjà bu son café; aprés il se deshabille et se couche à côté de la femme. En fermant ses yeux, il pense. L´argent gagné est sûre; c´est gardé dans l´habituelle place secrète. Donc, il veut dormir.

 Il est 22 heures du soir suivant. Le salon est à noveau ouvert. Henri parle, à coté du bar, avec Pierre, en attendant les clients. Henri regarde la porte d´entrée; il est sûr que Monsieur “X”, son client particulier de ce soir, arrivera vite. Pierre parle de son sujet préféré: le football. Henri lui écoute et acquiesce. Il acquiesce toujours, mais son regard est fixe vers la porte principale du salon.
 Les clients son en train d´arriver et les tables seront occupées rapidement.

 “Henri, au travail!”
 Le patron est aujourd´hui très content. Le bal est déjà commencé et le salon est plein. Henri va aux tables, avec son plateau et son sourire permanent.
 Il est déjà minuit. Soudain, la porte d´entrée s´ouvre et lui est là: Monsieur “X”.
 “Finalement, Henri!” Sa tête s´illumine. Son sourire est encore plus grand.
 On entend la musique. Cette foi une “milonga” appelée “Taquito Militar”. C´est la préférée des hommes, qui embrassent les femmes doucement.
 C´est jolie la danse… il´y a un air de plaisir dans le salon.

 Au coin de la rue, dans l´appartement d´Henri, le téléphone sonne.
 “Allô, oui, c´est moi…Ça va, mon amour…? Oui, naturellment, je suis seule…Mais non, Richard, ce n´est pas possible…Non…Non... J´ai mal aux dents… Mais oui, une aspirine…Appele-moi demain, s´il te plaît…Oui, je crois qu´un rendez-vous sera possible… Oui, mon cher…Oui, moi aussi…Oui, je t´aime…”
 La femme raccroche le téléphone et reste assise, pensive.

 Dans le salon la musique s´intérrompt. Le patron, qui regard de sa montre, annonce qu´à minuit commencera une grande fête: c´est l´anniversaire de Madame Adèle,  la plus agée des danseuses de la “milonga”. La femme du patron va à la cuisine et, rapidement, revient avec  le grand gâteau et la bougie mise à l´occasion. Donc, le public chante la chanson d´anniversaire avec une grande joie.
 Henri profite ce moment et va vers M. “X”. Les hommes parlent entre eux. M. “X” pose la premier question.
 “ Combien il´y a des bouteilles?”.
 “Voilà Monsieur,  la réponse est facile! Ce sont douze bouteilles…avec leurs etiquettes de bons whiskys…”
 “D´accord Henri. Donc, tout va très bien…”
 “Mais, oui. Elles sont, en plus, gardées dans la caisse originale”.
 Henri calcule vite. Il gagnerà diz par chaque unité; alors ça fai un total de cent-vingt… dollars, naturellment! Ce n´est pas mal!
 “Bon, Henri. Donc,  nous nous retrouverons à  quatre heures du matin, prés de la porte d´entrée. Tu connais .ma voiture… Elle est grise.”
 “Oui, Monsieur, à bientôt, Monsieur…Merci beaucoup, Monsieur”

  La chanson d´anniversaire s´est fini. Madame Adèle est très heureuse, presque comme Henri quoique…  les motifs sont bien differents.
 Le bal commence à noveau. Un, deux, trois “tangos”; après une “milonga”, un autre “tango”, une valse et…la vie est belle!
 Henri va d´une table à l´autre, toujours souriant. Le salon est plein. La grande…c´est à dire la grosse femme du patron, Estelle, sert les verres de diverses boissons et les nourritures qu´elle a preparé elle même.
 Madame Estelle a l´air d´une gitane, sourtout ce soir, après la moitié d´une bouteille de champagne. Elle regarde Henri fixement. Puis, quand´elle trouve les yeux du garçon, son sourire est très doux. Henri répond avec un geste léger mais, il reste pensif.
 “Voilà, quel sourire…Elle a sourit à…à moi, peut-être?”

 Il est quatre heures du matin. Il pleut. Il pleut depuis le debut de la soirée. Henri attend sous le balcon d´un immueble, qui est à coté du salon. Il met la main dans la poche de son pantalon et s´assure que les clés sont là. Naturellment, les clés sont là! Henri regarde sa montre; il est anxieux. Un autobus passe au coin de la rue; deux jeunes garçons marchent loin, en chantant une melodie à la mode. Henri attend, inquièt. Soudain, une voiture grise s´approche, tourne en droite et vient en direction de l´homme.
 “Finalement, il est arrivé!”.
 Henri sort rapidement les clés et ouvre la porte du salon. La voiture s´arrète et Henri, plus rapidement, va vers M. “X”, l´homme en question.
 La caisse qui contient des bouteilles d´whisky se trouve à côtè de la porte. Henri la prend et marche vers M. “X” qui est assis dans sa voiture.
 “Ça va, Henri?”
 “Ça va bien, merci Monsieur.”
 Henri sourit.
 “L´écossais va encore mieux. Tenez-vous, voici la caisse!”
 M. “X” sort de la voiture et lui donne un´autre caisse. Henri regarde la sienne et la  met violemment sur la siège arrière du véhicule. Puis il prend la caisse que M. “X” lui tend et…un salut et voilà!
 Bon, tout est fini. Douze bouteilles de whisky écossais en enchangées d´autres qui n´ont que des étiquettes.
 Car, il s´agit d´une petite difference…symphatique.
 L´homme paye Henri et la voiture s´en va. La sourire d´Henri? C´est toujours la même sourire mais, à partir de ce moment, celui-ci est plus grande.

 “Ça va, Élise?”
 Le femme lève sa tête et acquiesce.
 “Ça va bien, Henri. Qu´est-ce que tu as fait? Mon cher…Tu as le visage très fatigué. Es-ce- que tu veux un café, peut-être?”
 “Non, pas de café. Merci. Je veux sécher mes vêtements et mes cheveux”.
 Il va aux toilettes, surtout pour garder l´argent bien gagné secretement. Le téléphone sonne. Élise décroche. Dans les toilettes Henri écoute, avec intérèt, la voix de la femme.
 “Allò, oui…qui est à l´appareil? Allò…allò…No, Madame, ceci n´est pas les services des ambulances…Il s´agit d´un erreur…Non, ce n´est pas grave…Bonne nuit.”
 Élise accroche et regarde l´horloge à piles qui est sur le mur. Elle s´inquiéte. Son esprit travaille.
 La femme pense.
 “Richard, ce n´est pas une heure pour m´appeler; tu sais qu´Henri est très astucieux…”
 Henri revient des toilettes; il sèche ses mains, et puis, en regardant Èlise,  il lance la serviette sur une chaise.
 “Bien Èlise…qu´est-ce que tu as fait ce soir? Non, non, ne parle pas, ce n´est pas nécessaire. Sûrement tu es fatiguée parce que, pendant toute la journée,  tu es allé au lit en regardant la télé…Combien des filmes as tu déjà vu? Trois… quatre… soixante, eh?”
 “Henri, j´ai mal aux dents. Tu le sais; je t´en déjà parlé. J´ai besoin de l´argent pour aller chez le dentiste…Tu dis que tu ne gagnes pas d´argent… Bon Dieu… j´ai besoin d´avoir de l´allure mais je n´en pas pour de bons vêtements, et pouvoir chercher un travail, une occupation…”
 “L´argent…l´argent…c´est toujours la même question….Aujourd´hui ce sont les dents et les vêtements; hier a étè le salon de coiffure; avant-hier ta mère, qui fût malade du foie… L´argent, l´argent…Je n´en ai pas, je suis pauvre. En plus, moi, Henri González, pense à son futur…et pour toi, la vie d´Henri González n´a pas d´importance …J´ai des projets et toi…bien toi…”
 “Èlise se lève, furieuse.
 “Et moi…qu´est-ce que tu penses? Mais oui, je sais ce que tu penses…Tu crois que je suis seulment un femme bonne à coucher, facile pour toi! Mais non, Monsieur González, j´ai aussi des projets privés…J´ai un tête et je ne suis pas seule. Ecoute-moi, je sais, je sais tout!”
 Henri regarde fixement la femme. Elle aussi le regarde et marche rapidement vers les toilettes, en fermant violemment la porte.

 Bon, l´histoire d´Henri et d´Élise ne va pas bien. Il´y a, entre eux, graves differences parce que plus ils ont, plus ils veulent… Naturellment comme toutes les personnes et toutes les histoires de vie.

 Madame Estelle, la patronne du salon est arrivé trop tôt ce soir. Elle balaye, vigoreuse, le sol en bois. Henri entre.
 “Bonjour, Henri. Ça va?”
 “Ça va bien, merci. Et vous, Madame…comment ça va?”
 “Eh…Je vis, Henri. Dit-moi…Est-ce que tu peux laver la vaseille d´hier? Il´y a beaucoup à faire…”
 “Mais oui, Madame.”
 Henri va vers les toilettes et s´habille avec les vêtements du travail. Il se dépêche et  revient vite. La patronne c´est la patronne!
 “Henri…je ne connais presque rien de ta vie…”
 “Oui, Madame, c´est vrai”
 “Je sais que tu habites près d´ici mais…est-ce que tu habites seul?”
 “Non, Madame….Excusez-moi, mais…Il n´y a pas de savon aux toilettes…”
 “Regarde dans l´armoire, Henri,  et prend celui qui est necessaire… Est-ce que tu es marié?”
 La femme laisse la balai à contre le mur, à côtè du bar.
 “Non, Madame.”
 “Appele-moi Estelle, s´il te plaît. Bien…Tu n´est pas marié…alors?”
 “Je ne suis pas marié mais, j´ai une compagne. Elle s´appele Élise.”
 “Élise…Élise…quel nom! C´est beau.”
 Madame Estelle marche vers Henri et s´approche très près de lui. L´homme regarde la femme et sourit curieux.
 “Henri, tu es accompagné, comme moi même, mais…”
 “Oui, Madame?”
 La porte d´entrée s´ouvre. Le patron entre et marche vers Madame Estelle.
 “Estelle…où as tu étè ce soir et qu´es-ce que tu fais ici à cette heure?”
 “Oh, mon cher…J´ai perdu hier une boucle d´oreille et j´ai pensé que je la trouverais ici…Mais non, je ne l´ai pas trouvé…”
 “Une boucle d´oreille?”
 Il regarde les oreilles d´Estelle.
 “ Tu as une boucle d´oreille en chaque oreille…Alors?”
 “Quelles sont les autres.”
 “Bon…ce sont d´autres…Et toi, Henri, porte ici la caisse de whisky écossais…Il´ y a un client qui veut l´acheter parce que aujourd´hui c´est la fête de son anniversaire…Bon, pas d´expliquer! Porte-moi la caisse, vite!”
Henri pâle et sa sourire change. Maintenant, ses lèvres sont une sévère ligne dure.
 Il pense et s´inquiéte.
 “Le whisky écossais, le faux écossais…? J´éspère que le client et ses invités ne seront pas de bons sommeliers…Bon Dieu!”
 Henri va chercher la caisse et revient avec celle-ci. Le patron la prend.
 “Bien, tout de suite, au travail! Estelle, allume le salon!”
 Entre Pierre, l´autre garçon.
 “Bonjour, messieurs dames!”
 “Bon, la troupe est au complet. Bien garçons, pendant que je porte le whisky au client, je vous laisse en bonnes mains, celles d´Estelle…Eh, Cherie?”
 Le patron s´en va. Le femme sourit à Henri et il répond timidement. Pierre siffle doucement et le travail continue.

 “Allô Richard…oui, c´est moi, Élise…Bien, merci…”
 La femme est, naturellment, couchée; sa tête sur les oreillers, la télé allumé et un verre de Coca-Cola sur la petite table de nuit.
 “Non, non, mon cher..Il n´est pas là… Au travail… Non, non, le salon est fermé aujourd´hui… Comment..? Non, non, Richard, je ne suis pas sûre…Je ne sais pas…Je pense que je suis capable…mais non, je ne l´aime plus, mais…je crois que je le trahis…Laisse-moi, s´il te plait, nous parlerons demain…On doit réfléchir…Je t´appelerai d´une cabine…Oui, demain, après ma visite chez le dentiste… Bien, mon cher…nous nous trouverons sûrement au bar…À demain…!”
 Èlise raccroche le téléphone et reste pensive. Il fait froid dans la chambre. La femme se lève et va à la cuisine. Elle éteint le feu, met la bouilloire avec de l´eau pour préparer le café et s´assied à table.
 “Pourquoi est-ce que je ne suis pas sûre? Est-ce que peut-être je l´aime encore?”

 Dans le salon le travail continue. Le patron n´est pas encore rentré. Pierre fait briller les coups et les verres et les met dans les differents rayons. Henri arrange les chaises autor des tables   et Mme. Estelle, la patronne,  est montée à l´escalier en chargent une ampoule.
 “Madame, laissez ce travail…c´est dangereux pour vous.”
 Henri regarde la femme.
 “Merci, Henri, vous êtes très gentil.”
 Estelle, alors,  sourit. Il y´a, entre eux, des gestes d´une certaine complicité.
 “Eh…Pierre, venez ici…! J´a besoin de vôtre aide pour descendre.”
 Pierre regarde Henri et va vers Mme. Estelle qui descend l´escalier en tenant la main du garçon. Le patron entre, en séchant son visage et sa tête avec son mouchoir.
 “Bien, j´espère tout est bien ordonné. Estelle, qu´est-ce que tu fais avec Pierre? Est-ce que tu danses avec lui, peut-être?”
 Pierre soupire, amusant. Henri regarde la dame, qui ferme doucement les yeux.
 “Bon, la journée est fini. Maintenant chacun va chez-soi…Estelle, j´ai faim. Bien garçons, merci beaucoup pour votre collaboration. Nous partirons vite. Henri, s´il te plaît ferme bien la porte d´entrée et éteint la lumière…Ah, Henri, M. “X” te salue…On y va, Estelle! Au revoir aux gamins!”
 “Oui, mon cher. À demain, Pierre…à bientôt, Henri.”
 Ils s´en vont. Les deux garçons se regardent; Pierre fait des grimaces à Henri, qui ne répond pas. Il pense, maintenant en M. “X”.

 Dans la rue les garçons s´en vont, chacun dans sa direction. Il est encore tôt. Henri va acheter des cigarettes au petit magasin du coin.
 “Bonjour, Madame. Un paquet de Camel, s´il vous plaît.”
 “Bonjour Monsieur, ça va? Tenez… Ah, Monsieur, mon enfant Paul veut vous parler…Eh, Paul…Viens ici…Monsieur Henri t´attend…!”
 Paul arrive vite. Il est très jeune et porte, comme d´habitude, les lunettes de soleil.
 “Ça va, Henri?”
 “Ça va…”
 Le garçon sort du petit magasin.
 “Viens ici, Henri, à côté de maman…Tu sais qu´elle a les oreilles bien nettoyées…”
 “Bonjour, Paul. Qu-est-ce que tu veux aujord´hui?”
 “Mon cher ami…tu sais. J´ai besoin d´une bonne pierre…  parce que tu sais, aussi, que j´aime des bonnes pierres, cettes qui sont parfaites, noires et brillantes…Tu comprends, non?”
 “Oui, Paul…le “H”, ta consonante préférée,  mais, aujourd´hui ce n´est pas possible. Peut-être demain. Mais, tu sais que jusqu´à  présent, c´est plus cher…”  
 “Plus cher? Combien?”
 “Un peu plus. La vie est difficile…”
 “Bon, c´est bien. Cette semaine je suis en train de faire de grands sacrifices…Tout va très bien, mon ami. Tout. À demain, Henri… Ne m´abandonne pas, eh?”

 “Élise, comme a étè la visite chez le dentiste?”
 “Bien, Richard. À mardi prochain je reviendrai chez le docteur Fernández. Merci pour l´argent que tu m´as donné. Vraiment, mes dents son très compliquées…”
 Ils sont assis au centre du salon du bar. La dame boit un café accompagné d´une aspirine;
l´homme, comme d´habitude, a demandé un whisky.
 “Alors, Èlise…qu´est-ce que tu penses?”
 “Ah, Richard, je te le répéte, je crois qui´il est presque un enfant et j´ai, encore,  un sentiment de protection avec lui. Je sens, aussi, une certaine tristesse.”
 L´homme appele le garçon et paye l´addition. Èlise prend son sac à main. Ils se lèvent.
  “Èlise, tu ne comprends rien. Je suis en train d´aller loin et je ne veux pas partir seul. Pense bien, cherie. Tu n´as pas un bon compagnon. Il est mauvais. Pense, Èlise, pense. Au revoir, cherie, je te rappelerai.”
 Richard sort. La femme reste immobile à coté de la table. Ensuite, elle prend son manteau et s´en va.

 “Tiens, Paul. Voilà…! Ce sont   les petites pierres…precieuses et sacrées que tu m´as demandées…”
 Le garçon prend la petitte caisse liée avec des noeds rouges et met la main dans sa poche pour payer, discrétement, Henri.
 “Bon, mon mi, merci beaucoup!”
 “Au revoir, Paul, salue ta mêre pour moi!”

 C´est déjà l´heure du travail. Henri marche dans la rue, presque vide  en ce moment. Il est pensif, plus que pensif, inquiet. Premier motif:  Èlise a étè etrange aujourd´hui. La deuxième preocupation: le patron a vendu des bouteilles  d´un whisky…
 “Ah, pas de pensées, Henri” pense-t- il.
 Et finalement, la  troîsième: Mme. Estelle, la patronne… Il a vu déjà qu´elle est deboutée à la porte du salon.
 “Qu´est –ce qu ´elle fait là? Est-ce qu´elle attend chaque personne ou peut-ètre m´attend-t- elle?”
 De noveau, il est pensif.
 “Bon soir, Madame.”
 “Bon soir, Henri, ça va? Ne oublie pas que je m´apelle Estelle… ou est-ce que tu ne connais pas mon nom?”
 Ça allège Henri.
 “Non, non, pas du tout!  Estelle…mais non…c´est joli... Si vous me permettez, le patron m´attend…”
 Henri essaye d´entrer au salon.
 “Eh, Henri…Est-ce que tu as peur de moi?”
 “Pereux? Moi? Non, Estelle…”
 “Alors..? Pourquoi es tu pressé?”
 “Le travail, le patron… En plus…Vous savez…”
 “Ah, le patron, mon mari…C´est le coupable…Alors… Vas-y, Henri…Vas au travail!”
 Henri regarde la dame qui lui répond avec un geste d´interrrogation.

 Èlise est couchée, en face la télé. Il est en train de voir un film, une histoire d ´amour, triste, comme cette là. Mais, elle ne veut pas penser. Alors, la femme éteint le téléviseur et aussi la lampe qu´illumine la chambre. Parfois, elle préfére dormir. En plus, il fait froid et elle cherche la chaleur du lit. L´horloge marque minuit.

 Le salon est déjà ouvert, mais c´est encore trop tôt et les clients ne sont pas arrivés. Estelle est dans la cuisine; les garçons disposent les chaises et les tables pour une bonne presentation. Le téléphone sonne, une, deux, trois fois.
 “Estelle, décroche!”
 “Excuse-moi, mon cher, je suis très occupée.”
 Le patron, alors, répond au téléphone.
 “Allô…Oui….Ah, ça va Monsieur…? Comment…? Qu´est-ce que vous dites? Le whisky…? Mais, non, Monsieur! Laissez-moi parler, s´il vous plait…! Non, je ne comprend pas…”
 Henri reste presque immobile; Il pâlit. Il tient une serviette plus immobile que lui.
 “Eh, Henri!  Qu´est-ce que tu as?”
 “Rien, Pierre, tout va bien. Je suis très bien.”
  Sa voix sonne hésitante, extrêmement basse.
 Maintenant, de noveau,  le patron.
 “Est-ce que vous dites que le whisky n´est pas bon..? Comment..?  Que cela a le goût de l´essence ordinaire…? Mais, non, Monsieur…Monsieur…Monsieur…?”
 Le patron raccroche le téléphone et regarde Estelle., qui reviens de la cuisine. Henri tourne le dos au patrons. Il est, en ce moment, encore immobile,  avec la serviette entre ses mains. On pourrait dire qu´il s´agit d´un fantôme craintif. Pierre, son copain, curieux, marche vers Henri.
 “Henri, Henri…Est-ce que tu est malade?”
 La porte d´entrée s´ouvre et les premiers clients entrent: deux hommes jeunes et une dame aux cheveux blonds. Pierre va vers eux.
 “Henri, viens ici!”
 Le patron parle à voix haute, très haute pour l ´occasion. Henri le regarde de loin, et puis,  lentament, avec le même sourire d´habitude, il marche vers le bar où le patron l´attend. Estelle écoute Pierre, qui prend la commande des clients.
 “Henri, écoute-moi. Monsieur Richard m´a téléphoné; il est furieux…Tu m ´entendes, non?”
 L´homme, en silence, regarde le patron.
 “Je te répéte: Monsieur Richard…Monsieur “X”  comme tu l ´appeles…Il m´a parlé “
 “Eh bien, Monsieur?”
 La voix du garçon sonne, maintenant, plus tranquille.
 “Bien écoute-moi! Je suis sûre…très très sûre que le whisky que j´ai acheté n´est pas faux…Tu me comprends?”
 Le patron, furieux, prend le bras d ´Henri.
 “Il´y a, alors, une situation difficile pour toi!”
 L´homme ne parle pas doucement. Maintenant, il crie. Les clients écoutent en silence, avec un certain geste de curiosité. Madame Estelle fait un signe à Pierre, qui augment le son de la musique au moment où les clients habituels arrivent.

 Dans l´appartement d´Henri on sonne à la porte. Èlise se lève.
 “Qui est-ce?”
 “C´est moi.”
 La voix forte de l´homme, dans le couloir, resonne.
 “Qui est-ce? Qui êtes-vous?”
 “Êlise, ouvre la porte!  Je sais que c´est ne pas l´heure pour une visite, mais, ouvre la porte s´il te plaît! C´est moi, Richard!”
 La femme laisse entrer le visiteur.
 “Richard, qu´est-ce que tu fait ici? Je te l´ai déjà dit…”
 “Oui, je sais ce que tu m´as dit. Mais je suis fatigué d´être toujours la troisième partie.  Henri est déjà perdu. Ce n´est pas grave pour moi, c´est grave pour lui.”
 “Richard…! Qu´est-ce que tu as fait?”
 “Rien d´importante. Henri n´existe plus pour nous. Prends une valise et met les vêtements et les choses que tu considéres d´importance. C´est tout. Rapidement. Tu viens avec moi. Vite, Èlise, vite!”

 Henri est assis dans la rue, sur le seuil d´un immeuble, à côté de “Chez-Carlitos”. Il pense d´abord Èlise, puis au patron et enfin à Estelle, la patronne. Dans sa tête apparaît le visage de Monsieur Richard, “ le bon Monsieur “X”, comme il l´avait appelé.
 Il fait froid et le marbre où il est assis est encore plus froid. Henri se lève. Il a l´intention d´entrer à nouveau, au salon. Quelques clients dansent encore. Henri regarde à travers de la fenêtre. Qui cherche t-il? Le patron, peut-être? Il sait que c´est inutile d´espérer aucune faveur de ce mec. Cependant, il regarde. Au loin, Madame Estelle est derrière le bar. Est-elle triste où est-elle contente? Henri ne comprend pas l´expression de son visage.
 Une celèbre danseuse professionnelle et son parternaire de la soirée descendent d´un taxi.
 “Bonsoir, Henri...Ça va?”
 “Bonsoir, Madame. Ça va bien, merci.”
 “Il fait froid, mon cher. Pourquoi est-ce que tu es ici? Nous sommes déjà en hiver!”
 “Eh…J´ai fumé une cigarette, Madame. Vous savez que dans le salon c´est interdit de fumer…”
 “Oh, Henri…”
 Maintenant c´est l´homme qui parle.
 “Une cigarette…? Ce n´est pas meilleur q´un rhume, bien sure!”
 L´homme sourit à Henri. La dame fait un geste avec sa main et les deux entrent au salon.
 Henri, aussi, sourit. Il allume, à présent, la cigarette. Il lève le revers de son manteau et  va vers l´appartement.

 La saison est presque fini.  Mme. Estelle s´approche de son mari et appuye  sa main sur le bras de l ´homme.
 “Pauvre garçon…”
 “Qu´est-ce que tu dit? Qui est-ce le pauvre garçon? De qui tu parles?”
 “Henri, je parle d ´Henri. C´est une bonne personne et tu as été très dur avec lui.”
 “Moi…dur? Ne comprends pas que c´est un voleur? Estelle….Chut! Tais-toi! Pourquoi le défends tu?”
 Estelle enléve la main du bras de son mari, elle s´eloigne et va à la cuisine. Elle prend, alors, une serviette et séche ses yeux.

 La voiture va rapidement dans la rue, vide à cette heure. La dame, à côté du conducteur, reste silencieuse. Les trottoirs sont illuminés, surtout par les lumières des vitrines de differents magasins. La voiture traverse les avenues les plus importantes du quartier en direction des banlieues.
 “Èlise, tu es pensive.”
 “Non, Richard, je suis fatiguée. En plus…”
 Silence. Èlise regarde à travers la vitre.
 “En plus… Èlise?”
 “Je suis plutôt preóccupée.”
 “Tu es préoccupèe pour Henri,eh?”
 “Mais oui, il tient une place importante dans ma vie.”
 La voiture s´arrête.
 “Èlise…Èlise…Es tu engagée avec moi ou avec lui? Tu es avec moi…ou avec lui? Répond-moi, Èlise, s´il te plaît.”
 Silence. La femme soupire. Elle caresse, après, la main de l´homme.
 “Richard…On y va! Je suis sûre…Je crois…Ne parlons plus, mon cher…! On y va!”
 La voiture démarre, alors, et les lumières s´eloignent.

 Henri est assis à la table de l´appartement. Il est tranquille, surtout après avoir bu le troisième café. Il prend le journal que l´a donné Louis, le journaliste du coin. Il l´ouvre à la page des demands d´emplois. Après il prend un crayon…et ne marque aucune annonce parce qu´il ne trouve rien d´interessant pour lui.
Il regarde l´heure et decide d´appeler un vieil ami. Alors, il deccroche le téléphone et marque le numéro.
 “Allô…Ça va…? Mais oui, c´est bien…je sais que tu ne m´as pas oublié…Bien, Marcel, dites-moi…ce travail que celui tu m´as offert…il est encore vacant…? Oui, Oui, c´est pour moi…Alors, tout va bien, très bien…Je suis la personne adequate, d´accord? Comment…? De l´argent? Oui, Marcel, demain à midi nous nous verrons et parlerons au sauna…! Merci et au revoir.”
 Henri raccroche. Donc il se lève de la chaisse, ouvre la porte de l´armoire et prend une bouteille, déjà ouverte, de vin rouge. Il se sert du vin, lève la coup, et boit à sa santé.
Enfin, il cherche dans journal les nouvelles du tiercé et va au lit, tranquille et content.
 Demain, demain serait demain.

“ÉPILOGUE”

 Au fil du temps cette histoire, naturellement, a continue. Le patron et Estelle se sont separés. Il conserve, encore, le salon “chez Carlitos” et la femme a ouvert une magasin de produits regionaux. Elle n´habite pas seule parce qu´elle est accompagnée de sa petite chienne qu´elle aime beaucoup. Richard et Èlise sont parti à l´étranger où il s´occupe de son propre bureau d´affaires immobilières.
 Aujourd´hui, Henri ne travaille plus au sauna de son ami: ce travail l´a rapidement ennuyé, puis il a préféré se consacrer aux liaisons particulières du moment. Il a choisi ça, pendant ce temps. Comment…? Il a toujours cherché des bonnes compagnies: il a étè quelques mois avec une vieille dame riche; puis un temps bref avec un travesti qu´il avait connu au sauna et  il est, à présent, en train de faire la conquête de sa voisine, Mademoiselle Eve-Marie, une cantatrice lyrique, très jeune.

 Mais, l´histoire, naturellement, suivra son cours…C ést comme ça!


                                                                                              Buenos Aires, Invierno 2011                      


“HISTORIAS"

 1.
 Llueve en ese atardecer; más que lluvia es rocío, garúa. Es otoño.
 La mujer espera un taxi en una esquina céntrica. Es joven y se siente un poco desaliñada.
 El semáforo está en rojo, los autos esperan. También lo hace un hombre, montado en una moto negra.
 Un chico llora, protesta, quiere ya comer una hamburguesa. La madre, lo arrastra como puede.
 El viento sopla un poco más fuerte ahora y las hojas caen en abundancia.
 En el ómnibus, hay una pareja de viejos que miran por la ventanilla,  sentados y en silencio.
 Pasa un cartonero con su carro. Por ahora está vacío. Para él, es temprano.
Una mujer protesta en voz baja, acaba de tropezar con una baldosa floja. Va hacia su trabajo.
Un much   bUENOS acho y su novia esperan en la fila del Luna Park, frente a la boletería.
Dos mujeres toman el té, una de ellas se queja. La otra escucha, atentamente.
La luz, la luz, una lamparita, en una pequeña habitación de hotel, está quemada.

2.

  El semáforo cambia al amarillo y luego al verde. Los dos primeros autos son particulares.
  Detrás hay otro; un taxi. El chofer lleva un escarbadientes en su boca. Hoy no ha tenido respiro. En la esquina, una mujer le hace una seña.


-¿Le quedan aún de las populares?
 -Sí. ¿Qué séctor preferís?
 -“A” o  “B”, me da lo mismo. ¿Los dos son de costado, no?
 -Sí.                                               
     
                                            
 En la confitería, una de las mujeres, secretamente, le está contando a la otra que  sabe que su marido conoció a una muchacha muy joven. Siempre tuvo aventuras, es cierto,  le dice, pero ahora parece que la cosa va en serio. Muchas llamadas, hablando de vaguedades en voz baja y mensajes incesantes, a su  teléfono celular, que él lee distraídamente. Pero en esos momentos, sus ojos lo delatan. Brillan.
 La otra la mira, se lleva la taza de té a su boca y se encoge de hombros.
 -Y…Vos sabés, llegado a un punto…
 -¿A qué punto?

                                            

  El cielo se está poniendo gris, tirando a obscuro. Casi ha dejado de lloviznar.  La noche llegará rápidamente.

                                             

  El cartonero se detiene en una esquina. Mira hacia atrás y las ve. Su mujer y su hija vienen cargadas de deshechos. Por suerte, hoy es viernes; este trabajo, a pesar de que él es joven, lo cansa pero por el momento no hay otro.

                                             
                                                                                                            
  Finalmente se deciden. El mete la mano en su bolsillo y ella, de su pequeño bolso saca un poco de dinero. Rápidamente lo juntan, lo cuentan y pagan. Mientras se van confirman el horario en el cartel. Sábado a las 21 horas. Él sonríe; ella guarda las entradas.

                                            

 El hombre está tirado en la cama; hace rato que está despierto. No le importa que en el cuarto no haya luz. En lo posible, trata de no usar el baño general. Mañana comprará una lámpara. Total, en un rato se levanta, se arregla y sale. La cara se la conoce de memoria.

                                                   
 
 En el taxi, el chofer mira a la mujer por el espejo retrovisor. Ella abrió su cartera y se está retocando los ojos. El hombre, con disimulo, insiste en mirarla. Es joven y, para él, tiene aspecto "de trampa". Siempre dice que la calle es la mejor escuela de la vida.

                                            

 Empuja al chico dentro del subte. Por suerte, a pesar de la hora, viene casi vacío. Se sientan en lugares diferentes, distantes uno del otro.
 -Mamá, tengo hambre. ¿Por qué no me compraste una hamburguesa? Te la estuve pidiendo todo el día.
 -Te dije que te calles. Ya hablaremos. Más tarde.
 -Papá me va a comprar una caja. Sos mala vos. Él si que es bueno.
   
                                            

 La mujer se quedó dormida. Hace más de media hora que están allí, sentados, y parece que ese colectivo nunca avanza. Afuera, hay una manifestación. El viento hincha los improvisados carteles. El viejo mira atentamente. Se acuerda de antes, del 45.

                                             
        
 El médico de guardia fuma un cigarrillo en la entrada del hospital. Mira su reloj y luego a la mujer que llega. Pasa a su lado rápidamente y va hacia el vestuario. El médico entra. Ella se  da media vuelta y sonríe levemente. El hombre, cómplice, vuelve a mirar la hora.
 -Casi me doblé el pie, doctor. En una vereda. Tuve que hacer un alto.

                                                                                       

  La otra vuelve a encogerse de hombros, comprensiva. Mira al mozo y lo llama; tiene hambre y pide otra medialuna.
 -¿Vos no querés nada?                                                                                              
 Silencio. Su amiga está ensimismada.
 -En general, no sé lo que quiero. Me pasa lo mismo con él; me importa y no puedo conseguir que deje  de importarme. Creo que ya estoy un poco grande. Y cansada.                                                                              

                                             

 La pareja va hacia la costanera. No les interesa que el tiempo esté feo; allí se conocieron y les gusta volver. Caminan hacia Puerto Madero, por la rambla. No hablan, él ya se acostumbró a ella, que es de pocas palabras. Y bueno, es así. Solo sabe que se quieren y también siente que a él nunca le había pasado algo así.

                                                                                                                                                                                                                                             
 Le cuesta un poco afeitarse a oscuras; la cuestión es no cortarse, sobre todo porque la descartable está muy usada y raspa. Pero sabe, siempre lo supo, que tiene que salir lo más presentable posible. Es cuestión de generar confianza. Y siempre, casi siempre -salvo aquella vez- tuvo suerte. Cuando lo miran se da cuenta de que cae bien, de que es simpático.

                                              
 -Vieja, despertate, me parece que nos pasamos…
 -No sé en que estás pensando vos, siempre lo mismo ¿Dónde estamos?
 -Creo que por el Obelisco.
 ¡Lindo lugar para bajar...! Deberías quedarte allí, mirando para arriba. Sos un dormido. Siempre igual, la misma cabeza de chorlito de siempre. Andá, levantate y preguntale al chofer. Menos mal que soy yo la que sufre de cataratas.
 El hombre, dificultosamente, trata de abrirse paso entre la gente. En un momento el ómnibus frena de golpe y todos tambalean. El viejo se cae.

                                             
                                                                                                                        
  Ahora saca un lápiz de labios y un pincel. Se retoca la boca, bien de rojo y con el delineador acentúa los bordes. Automáticamente mira al conductor por el espejo. Este hace un gesto indefinido que la mujer no responde.”Es tímida”, piensa él, “pero creo que ya la tengo. Está buena, casi hasta la llevaría gratis, que en mi caso es mucho decir. Todo es cuestión de saber abordarla”.
 -¿Paseando?
 -¿Por qué?
 -Por nada, preguntaba simplemente.
 Silencio.

                                                                                                                                                                                                                                                                                      
 El cree que es, más o menos, el hombre más elegante y atractivo de la ciudad. Sobre todo ahora, que pudo afeitarse prolijamente. Siempre lo miran, si. Traje negro con rayas grises, anchas. Zapatos de punta, también negros y medios charolados, como su pelo, recién teñido en forma casera, por la dueña de la pensión. También un poco de maquillaje, leve, que nunca viene mal. Su cabeza brilla como antes, cuando usaba "Glostora". No pasa desapercibido, es cierto, pero su aspecto es confiable. Cuando sale, el frío le recordó que no se había puesto el sombrero, el de fieltro gris con la ancha cinta negra; va bien con la corbata azul. Por supuesto, volvió a buscarlo.
   
 Ella se acaba de sacar la ropa de calle y tiene el guardapolvo blanco apoyado sobre una silla de metal. Él entra sin golpear. Como siempre, le pellizca la cara y con una sonrisa la atrae hacia sí.
 -Mirá que te haces desear vos, eh...
 -No me diga. ¿Hay alguna urgencia?                    
 -No, hoy no, por el momento todos parecen estar sanos. Salvo yo.
 -¿Usted? ¿Qué le pasa?
 -Fiebre, nomás, temperatura muy alta. Dale, no te vistas.
 Y allí mismo lo hacen. Como casi todos los días.

                                             

 Está anocheciendo. Rápidamente. La ciudad toma ese color grisáceo y sepulcral. Es un rato nomás. Cuando la noche se haga entera todo será más nítido; es una incongruencia, pero es así. Las luces se encienden, pero es como si lo hicieran con tímidez, apenas un resplandor. En el otoño es así.

                                             

 Atraviesan Puerto Madero en silencio, tomados de las manos. Por un momento, él siente que dentro de la suya hay algo dormido, casi desmayado, inerte. Un abandono de la musculatura; eso lo inquieta un poco pero se lo explica: en ese  momento, ella se siente floja. Siguen caminando, van ahora hacia la costanera, él se sonríe para adentro. Allí le dirá nuevamente cuanto la quiere, le confesará que ahora su sentimiento es mucho más fuerte que el primer día, hace ya casi un mes. Ella mira hacia adelante; un mechón de pelo le cae sobre la cara, suelta su mano y se lo acomoda. Luego la lleva hacia su bolsillo, en un gesto de frío. El la mira de reojo, con una rara certeza, pero que aún no adivina.

                                              
                                                                                                                      

 Abre la puerta del departamento. El chico, apurado se cuela antes de que ella la cierre.
 -¡Papá, papi..!
 -¿Pedro, estás ahí?
 -¿Y dónde voy a estar, querés decirme?
 Toma al chico entre sus brazos, lo alza y ambos ríen. La mujer deja los paquetes sobre un sillón y se quita el impermeable.
 -Hoy estuvo fatal. Se portó peor que nunca, como un muerto de hambre de esos...Todo el tiempo pidiendo basura y haciéndome la vida imposible. A los gritos, como siempre.
 -Clara, basta. Yo te conozco y también sé como es él.
 -Todos sabemos como son los otros. Yo también.
 -¿Sí?
La mujer lo mira fijamente. Luego se dirige al baño, abre la puerta, entra y la cierra de un portazo.

                                               
  -Juan, la chica no comió nada hoy. Un mal día, encima vino esa mujer, la que dice que el
 hijo es Comisario. Esa, la de siempre, la que nos amenaza. Dijo que llamará a la policía
 para denunciarnos porque dice que la nena está tuberculosa, o algo así y que va a contagiar a todos los chicos del barrio y de la escuela. ¿Que hacemos?
 -Quedate tranquila, Lucy, tomá, andá y comprale algo a la nena y también algo para vos. Primero nosotros, la comida.
 -¿Y lo de la mujer ésa?
 El le sonríe y la empuja suavemente.
 -Ya te lo dije, primero comer. De eso  otro, nos ocuparemos mañana.
 Ante si, una montaña de bolsas. Hay que empezar con el trabajo. Primero a separarlas, luego el desbande, la selección, que le va a hacer...

                                              
 -A ver, los que bajaban en Diagonal y Florida…
 El chofer los mira por el espejo y los viejos se apuran para bajar.
 Ya en la vereda, en pleno centro, están casi perdidos. Tienen que encontrar la calle Maipú, pero no es fácil; la diagonal los complica. Hace media hora que están dando vueltas.
 -Volvé a fijarte en el papel, mirá la altura; a lo mejor estamos caminando en sentido contrario. Y apurate, caminá más rápido.
 Están ahora parados en una esquina, esperando que el tránsito se corte.
 -No puedo. ¿No viste que me caí?
 -Claro que te vi; buen papelón me hiciste pasar. Quedamos como dos viejos.
 -Es lo que somos.
 Cruzan y comprueban que la calle es ésa y advierten, además, que están en la numeración que corresponde. Unos metros más y llegan.

                                               

 -¿La dejo en la esquina…?
 -En la mitad de cuadra por favor, después del cartel de la cervecería, el que dice Quilmes.
 -Este...Este...
 -¿Sí?
 -No, nada, en un momento creí que nos conocíamos. Pero...
 -Pero no. ¿Cuánto es?
 -Creí que sí, que nos habíamos visto antes. Una cara como la tuya no es fácil de olvidar.  Tal vez podríamos vernos. No sé.
 En la vereda hay otra mujer, una muchacha rubia vestida con jeans. Está parada, esperando. La pasajera abre su cartera y saca el dinero.
 -Dígame.
 -Catorce pesos, señora.
 La mujer paga y baja del auto. La rubia se aproxima, la toma de la cintura, se miran, se abrazan y finalmente se besan. Largamente. El taximetrero desvía la mirada, displicente. Se saca el palillo de la boca y lo arroja por la ventanilla. El auto arranca. En la próxima esquina dobla, a contramano.

                                              

  A la noche siempre le viene eso que él llama estado de alergia; le empieza a salir agua  por la nariz y no para por un rato. A veces hasta empapa dos pañuelos, los descartables no le gustan, no van con su aspecto de "caballero pulcro". Se mete en un café, de ésos con barra que, a esta hora está lleno de gente. Pide permiso, sonriente, y pasa como puede para hablar con el mozo. Los clientes le sonríen, algunos con simpatía. Se miran entre ellos, cómplices, dado el aspecto del hombre.
 -Buenas noches...
 -¿Sí? Digame.
 -Quiero tomar el colectivo 272, ése que va a La Tablada. ¿Podría decirme donde para?
 -No lo conozco, ni sé como puede llegar a ese sitio.
 El mozo mira a un cliente que recién entra.
 -Buenas tardes.
 -¿Cómo está, señor? ¿Lo de siempre?
 Va hacia la estantería y toma una botella de cognac.
 -El diariero me dijo que le preguntara a usted. Que lo tomaba todos los días porque vive por esa zona.
 -Sírvase.
 Le alcanza al cliente la copa ya servida. La animación es mayor aún, va entrando mucha gente.
 -No sé de que me habla; no vivo en...La Tablada y a ese diariero no lo conozco.
 El hombre, con cierto enojo, se dirige a los demás.
 -¿Se dan cuenta? Parece que fuera vergonzoso vivir en La Tablada. Un poco mal educado me parece este...camarero.
 -Oiga, don, cuidado con lo que dice.
 -Digo lo que pienso. ¡Mal educado! ¡Sirviente mal educado!
 El mozo deja todo lo que está haciendo y se dirige a un costado para salir fuera de la barra.

                                              
    Hay mucha gente en la calle ahora. Todos han salido de golpe; es Viernes y nadie va derecho a su casa. La ciudad, el centro, bulle de entusiasmo. Todo recuerda a un recreo.  u Algunos, sobre todo las mujeres, van a los "shopings" para pasear, curiosear o hacer alguna compra. El tiempo está medio frío, pero estando libres no se siente; eso importa cuando hay aburrimiento. Mas hoy no, mañana no se madruga. Ni se trabaja. Ya las luces se ven encendidas a pleno y dan ese aire de fiesta, donde todo está permitido.

                                              

 -Y bueno, vos lo dijiste, no es la primera vez.
 Mira nuevamente buscando al camarero.
 -Sí, pero eso no significa que esté contenta. Además, ya te lo dije, parece que ahora es diferente, va más en serio. Eso duele.
 El mozo se acerca.
 -¿Sí, señora?
 -Tráigame un café cortado y dos medias lunas más. 
 El hombre asiente y se aleja. Las mujeres se miran.
 -Creo que ya deberías estar acostumbrada. Han pasado tantas...
 -¿Tantas, vos qué sabés?
 -Sé porque te lo digo. Acordate en esa fiesta, el cumpleaños de Dora. Me contaste que sabías que estaba en el balcón con otra. Pero, como siempre, no quisiste saber de quien se trataba. Era más cómodo ignorar.
 -No había nada para ignorar. Siempre supe de quien se trataba. Eras vos. Era tu turno. También te usó para luego tirarte a la basura.
 El mozo viene con el pedido.
 -Me parece que deberías tener cuidado con lo que decís.
 -Y a mi me parece que sos vos la que tendría que cuidar lo que hace. Sobre todo con la comida; no sigas comiendo tantas medias lunas. Dentro de poco vas a rodar y ni siquiera vas a poder entrar en la basura de nadie.
 La mujer se levanta, toma rápidamente su cartera y su abrigo y se va. Antes de salir, mira hacia la mesa, se vuelve y tira unos billetes sobre la misma.
 Sale, ahora sí, sin darse vuelta.
 .

                                              
   Casi ni se dio cuenta de la hora. El trabajo, en esa esquina está casi terminado. Y las mujeres que no vuelven. Deja de hacer y mira el reloj. Hace una hora y cuarto que se fueron. Camina media cuadra, en la dirección que ellas tomaron.
 Un hombre solo pasa por la vereda de enfrente. Parece estar borracho. Canta alegremente.
 El muchacho intenta llegar hacia la avenida; lo hace rápido, no sea que su trabajo desaparezca. Pero no ve a nadie; no las ve. Es tarde y por la calle no hay un alma. Vuelve a su sitio. Está preocupado y no sabe que hacer. Al rato se aproximan dos mujeres. Seguro que salen de algún teatro. El se acerca para preguntarles; como siempre, se asustan y cruzan para evitarlo. Ahora le está entrando miedo. No sabe si se han perdido, o si les pasó algo, o si, simplemente se entretuvieron. Esto último lo tranquiliza pero no se lo cree.
 Llega, en sentido contrario, una pareja de gente mayor acompañada por un policía.
 -Ahí está, es ése. Es él quien las manda a robar. No hay nada que hacer, son todos unos atorrantes.
 El muchacho los mira, perplejo. Los otros se le acercan.
 -Vos... ¿Estás con la mujer y la piba?
 -Sí, claro, están conmigo, son madre e hija. Yo soy el padre. ¿Pasa algo?
 El hombre se sonríe, satisfecho.
 -Madre, padre e hija, linda familia.
 El policía lo mira, silencioso.
 -Me vas a tener que acompañar, vos. ¿Tenés documentos?
 -Sí, claro, aquí están. ¿Pero, qué es lo que sucede?
 El otro hombre se sonríe aún más intensamente, mirando a su mujer, que está nerviosa.
 -Pasa que nos robaron la radio del auto. Seguro que esas dos trabajan para vos. Y tenés la poca verguenza de decir que son tu mujer y tu hija. Está bien. Ya está, con eso aclaraste todo.
  La mujer asiente tímidamente y el policía hace un gesto.
 -Silencio, por favor. Esto lo manejo yo. Vení, vos, acompañame.
 -No puedo, agente, aquí está mi trabajo. Además nosotros nunca robamos.
 -¡Que caradura, llamar trabajo a juntar mierda!
 -Haga silencio, señor. Vamos, vos, no quiero repetírtelo más. Tenés que acompañarme.
 Lo toma del brazo, el muchacho se da cuenta de que no hay lugar para la resistencia y se deja llevar. Piensa "Puta madre... ¿No será que éstas metieron la pata?". Al irse, se da vuelta y mira el carro ya cargado. Se pone los dos dedos en la boca y larga un silbido fuerte. Algunos de los compañeros tal vez lo escuchen, si es que el frío de la noche no los ha alejado y le salven el carro.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                -
-¿Ya te vas?
-Si, claro, hoy me toca consultorio. De nuevo ser pediatra. Espero que la situación se  normalice.
 -Creo que no, el delegado dijo que no; que esos turros del gobierno no quieren aflojar.
 -Marta, que manera de hablar…¡Claro, propio de una enfermera!. Con la fama que tienen.
 El hombre se sonríe. Ella también. Los chicos todavía duermen. Dentro de un rato llegará
 la señora que, dos veces por semana, ayuda en la casa.                                                                                          -Ahora me toca ser ama de casa. Con un marido médico, bien burguesa, dos hijos que van a un Jardín pago y, lo más importante lo olvidaba, también tengo un buen amante, como Dios manda. El  hombre se mete en el baño. Marta decide quedarse un rato más en la cama, todavía huele a él y un poco de su calor permanece. Piensa cuando se conocieron, los presentó Irene, una colega de Juan, su marido.
 Un buen momento ése, un hallazgo en su vida, que todavía dura. Bajo la ducha, se solaza largamente con el agua caliente, como a él le gusta. En el cuarto está Marta, su mujer. Sabe que la quiere, también está casi seguro de que ése amor es mutuo. La llegada de los chicos fue decisiva; pero más ayudó ese juego de la imaginación. Matrimonio formal en casa y amantes clandestinos en el trabajo. Estuvo bueno eso.     
 -"Marta tiene buenas ideas", eso lo dijo su suegra una vez. Tenía razón.
 Hay bullicio. Los chicos ya se despertaron y están, alegremente, berreando porque sí. Eso también está bueno.

                                                                                                                                                                                                                             Sentados sobre la baranda, en la costanera, miran hacia adelante. "Detrás de todo ese follaje está el río. Se lo supone, pero no se lo ve. No importa, lo bueno es saber que existe algo que uno puede llegar a descubrir o, en este caso, a reencontrar". Él siempre hace ese tipo de reflexiones.
 El aire está un poco frío, a causa del viento, en esa zona un poco desolada el otoño es así. Pero está bien. Como siempre, están en silencio. El muchacho busca la mirada de la chica y finalmente sus ojos se encuentran. Están tan cercanos.
 -Amor, estás muy callada hoy. ¿Te pasa algo?
 -No, nada. Pensaba, simplemente.
 -¿Puedo saber en qué?
 Silencio. La toma por el mentón, suavemente, y la mira. Las lágrimas brotan de los ojos de la chica. Se ha puesto casi roja de tanto aguantar el llanto.
 -Estás mal, algo te sucede, me lo tenés que contar. Para eso estoy yo. Sabés que te quiero y eso es lo que más ayuda.
 -Es cierto. Pero es por eso que me cuesta decírtelo.
 -¿Decirme qué?  Hablame, por favor.
 -Estoy embarazada.
 Deja de mirarlo y vuelve su cabeza hacia un costado. Llora.
 -Pero eso es bueno. ¡No sabés la alegría que me das!
 -Vos no sos el padre. Hace un mes que te conozco y mi embarazo lleva tres. Vos sabés quien me lo hizo; de mi vida te conté todo lo que pude en este poco tiempo.
 Otro silencio. El muchacho vuelve a buscar sus ojos.
 -¿Y ahora?
 -No sé,  yo también te quiero. No te puedo decir cuanto, porque en este momento podrías pensar que estoy...especulando.
 -Esperaremos, veremos lo que va pasando. "Más allá está el río, él también trabaja, va sucediendo", piensa. Vamos.
 La toma por el hombro y van caminando, lentamente, otra vez hacia la ciudad.

                                                                                


 -¿Qué le pasa conmigo?
 El mozo se abre paso entre los parroquianos y enfrenta el hombre. Éste hace el gesto de arremangarse las mangas en son de pelea.
 -Usted no tiene verguenza; tratar así a una persona respetable. Enseguida, salgo de aquí y me voy a la Comisaría a hacer la denuncia...Por discriminación. Pero primero quiero hablar con el dueño de este lugar inmundo.
 Los clientes, la mayoría divertidos por la situación, intervienen. Algunos sostienen al hombre, quien ya quiere irse a las manos y otros atajan al mozo que, furioso, intenta tomarlo por las solapas.
 -Tranquilo, Marcelo. ¿No te das cuenta que se trata de un hombre mayor?
 -Que sea viejo no significa que le falten el respeto. Él sólo hizo una pregunta.
 El que dijo esto último es también bastante mayor.
 -Usted no se meta, yo no soy ningún viejo. Mejor sería que se mire al espejo y que se vaya a su casa a dormir en lugar de estar en este sitio lleno de borrachos.
 Los ánimos se caldean, el aire se pone animado, aunque un poco más pesado. Algunos curiosos miran desde la puerta.
 -¿Por qué no le dicen como llegar a La Tablada y chau, se soluciona el problema?
 -¡Eso! Creo que hay un cementerio por allí, a lo mejor quiere ir a dormir.
 -La que habló ahora es una mujer, de cierta edad.
 -Sí, a dormir, pero solo, no como usted vieja de mierda que todavía pretende ganarse la vida con los hombres. Está en edad de pagar, no de cobrar, cacatúa.
 La mujer se levanta de su taburete.
 -¿Qué pretende decirme?
 -Puta, eso es lo que le estoy diciendo.
 -Ah, no, con mi mujer no te metas.
 El marido se acerca y todos los asistentes rodean al hombre. Éste se pone a gritar en medio del forcejeo generalizado.
Llama a la policía, llora, se santigua, invoca a su madre. Todo.
 Llega el patrón.
 -Señor, lo invito a retirarse. La casa se reserva el derecho de admisión. Recuérdelo.
 -Está bien, abran paso que quiero salir de este bolichón.
 Los clientes se separan, se abren y lo dejan pasar. El hombre sale apurado. Más que apurado, casi corre. Llega a la boca del subte más cercana y desciende rápidamente. En el andén espera, un poco temeroso, el arribo del tren. Mete sus manos en los bolsillos y manosea el contenido. "Cuatro billeteras, no está mal, habrá que revisarlas más tarde, en la pieza", reflexiona. Llega el subte y con él la tranquilidad. A otra cosa, mariposa.

                                               

 El edificio es común, nada llamativo. En el medio, la entrada, con un negocio a cada lado.  El viejo corrobora la dirección. 
 -Esperame aquí, primero entro yo, capaz que está ocupada.
 La mujer murmura algo y va hacia una de las vidrieras. El marido entra.
 En la recepción hay un macetero con plantas y flores de plástico y arriba, un indicador. Hace la consulta. Busca el sexto piso y lo encuentra  “Lorena Producciones”, departamento “F”. Toma el ascensor, junto con un hombre joven y gordo.
 -¿A qué piso?
 -Sexto, por favor.
 En el lugar lo atiende una mujer ya mayor, rubia. Le entreabre apenas la puerta y no lo invita a pasar.
 -Buenas tardes. Señor, mucho gusto, mi nombre es Lorena.
 -Buenas tardes. Busco a la Srta. Mariela Benedetti.
 -¿Mariela, tiene turno con ella? ¿Cuál es su nombre? 
 -No importa mi nombre; le quiero dar...una sorpresa. ¿Está ella?
 -A ver un segundito.
 Cierra la puerta y luego, quien sabe por qué, la deja entreabierta mientras vuelve hacia adentro. El viejo espera. La mujer tarda unos minutos. El hombre entreabre tímidamente la entrada y ve un salón tenuemente iluminado, con las paredes colmadas de cuadros y affiches eróticos. La  vuelve a entrecerrar rápidamente antes de que llegue la mujer.
 -Ella está ocupada y tiene para rato. No tiene turnos hoy… ¿Quizás mañana?
 -No, no, gracias.
 -¿Me deja su nombre?
 El viejo se vuelve hacia el pasillo. Cuando llega al ascensor siente que se cae. Logra bajar. Su mujer, su viejita, lo está esperando.
 Llega a la calle.
 -¿Y,  la viste?
 -No, me dijeron que está en otra sucursal. En Córdoba. Que cuando llame le avisarán.
 -¡Qué lástima, lo lindo era la sorpresa!
 -Sí, a veces sí.
 

 La hora de la cena. El hombre mira la tele. La mujer come, ensimismada; el chico bosteza.
 -¿Querés repetir, Pedro?
 -No, estaba muy salado. Creo que me va a caer mal.
 El televisor transmite un partido, Boca-San Lorenzo.
 -No terminaste la comida, vos; ni siquiera una simple hamburguesa. Era lo que querías.
 -Me las compró mi papá.
 -Ya lo sé.
 -¿Saben qué soñé anoche? Que el gato Piero tenía gatitos. Cuatro y todos grises. Eran de lindos.
 -Sí, lástima que eso sea imposible; tu gato no tiene pareja.
 -¿Y eso qué tiene que ver? Vos me tuviste a mí.
 -Claro, pero…
 El hombre deja, por un momento de mirar el partido. Mira a su mujer y luego al chico, quien nuevamente bosteza.
 -Mejor que te vayas a la cama, vos.
 -SÍ, papi, ya voy.
 La mujer se levanta de la mesa y va hacia el baño. El hombre amaga con seguirla pero permanece sentado. El chico, sobre la mesa, se durmió.


3.

 Casi a medianoche entra a un bar. Es la hora de un cafecito y luego, a seguir, hasta el alba.
 El mozo lo mira y se saludan.
 -Buenas, lo de siempre.
 Se sienta a una mesa, junto a la ventana. Al rato, nomás, llega un colega; un hombre mayor.
 -¿Qué hacés, como fue hoy?
 -Más o menos, como siempre. Esta dura la calle. Lo único bueno fue una mina; estaba buena. Meta pintarse y mirarme por el espejo. Quería guerra.
 Llega el mozo con los cafés.
 -¿Y vos?
 -Nada. La dejé vivir. Se bajó en Belgrano. Allí la esperaba su mamá.
 -Y bueno.


 La cama es un poco dura. Es un hotel de barrio, que admite largas permanencias. Frente a ellos un paisaje nevado como única decoración. Y la tele, con sus fantasías, que ellos nunca encienden.
 La chica está dormida; él se despertó muy temprano pero se quedó en silencio. Casi sin moverse. Es casi de día ya. Mira la hora, las ocho menos diez. Se levanta y va al baño. Cuando vuelve, la chica sigue dormida y se acuesta nuevamente a su lado. No sabe si tiene que despertarla o no. Estira su mano y, tímidamente, le toca la panza.
 -Buen día, Pablo.
 -¿Dormías?  Perdoname.
 -No, para nada; hace rato que estoy despierta. Estaba con los ojos cerrados nomás. Pensando.
 -¿En qué?
 -Vos sabés.
 -¿Vamos ya? Dale, vestite y tomamos algo caliente. Hoy es un nuevo día.
 La chica lo m ira y ambos sonríen.


   Antes de volver pasó por la peluquería. Allí se enteró de todas las novedades de su barrio. Eso la distrajo.
 Tomó un taxi y fue derecho hacia su casa. No quería llegar tarde para la cena. Igual estaba todo ya preparado. La empleada que tiene ahora es un ángel.
 Se sentaron un rato en el living. Él estaba de muy buen humor; ella, seria.
 -¿Qué pasa, mi amor?
 -Nada, estoy un poco cansada.
 -Cansada y sin memoria.
 Ella lo mira, sin comprender. Él sirve dos copas de vino blanco. Le sonríe mientras mete la mano en su bolsillo. Saca una caja, pequeña. Ahora, ella lo mira con curiosidad.
 -Qué hiciste hoy?
 -Nada especial, tomé el te con una amiga.
 -Tomá, es para vos.
 Le alcanza el paquete.
 -¿Para mí?
 -Claro, te olvidaste. Hoy hace quince años que nos casamos. Creía que solo los hombres tenían mala memoria para esas cosas, pero veo que no.
 -¡Mi amor!
 La mujer se levanta de su asiento, se acerca y lo abraza.
 -Gracias, no sabés lo feliz que me hacés. El mío te lo debo. ¿Vamos a comer?
 -Claro.
 Brindan y luego van abrazados hacia la mesa ya servida.


 -La chica puede irse. ¿Usted es el padre, no?
 -Sí, claro. ¿Dónde están?
 -A la nena ya se la traemos.
 La guardia de la Comisaría está ahora vacía. Durante las casi tres horas que estuvo ahí vió pasar a mucha gente. Todos para hacer denuncias. La noche no es momento para cambios de domicilio u otros trámites.
 El matrimonio está sentado en el extremo opuesto, cerca de la salida. Al principio le echaban miradas furibundas, displicentes. Ahora ya no, seguramente están cansados y aburridos. Nunca tanto como él, quien, además está angustiado.
 El Oficial de Guardia hace una seña y llama al hombre que los denunció quien, junto con su mujer se acercan al escritorio.
 -El Comisario quiere verlos. Pasen. Por aquí.
 Los acompaña hacia una de las puertas y los hace entrar.
 El muchacho mira con curiosidad al agente.
 -¿Y la piba?
 El policía no le responde. Pasan diez minutos, eternos para él. Al rato la puerta se abre y el matrimonio sale. Inmediatamente suena el teléfono y el Oficial atiende. Se levanta, busca unos papeles y va hacia el despacho del Jefe.
 -Ahora vamos directamente a casa, estarás cansada.
 -Sí, mi amor, en la heladera hay comida.
 El Oficial vuelve a la Guardia. Llama a la pareja y los dos, diligentes, se aproximan. Luego  leen unos papeles y firman. Agradecen y se van. Pasan, insolentes, al lado de cartonero. Él lleva la radio de auto que le devolvieron.
 -A ver, vos, vení.
 El muchacho se acerca. Por otra puerta traen a Lucy, su mujer y a la chica. Vienen acompañadas por otro uniformado.
 -Te salvaste por poco. El hombre retiró la denuncia. No quiso seguirla. Ahora, váyanse.
  Salen. Es bien de madrugada. El viento está helado ahora. Caminan en silencio hasta la esquina.
 -¿Por qué lo hiciste? Te dije que eso nunca.
 -No sé, perdoname. Necesitamos plata y estaba tan fácil.
 -Después hablamos, cuando no esté la chica.
 Besa a la nena. La mujer lo toma del brazo y él, con un gesto de fastidio, la empuja. Se van.


 “Como sabés, ya estoy jubilado desde hace rato, y siento que a partir de haber quedado viudo y por la falta de hijos, esta ciudad, a la que adopté en  mi juventud, ya me resulta complicada. Ansío un poco de tranquilidad, la que seguramente Rufino, nuestro querido pueblo, más vos misma y el resto de la familia y amigos, podrán darme.
 Creo que podría alojarme en una de las piezas no alquiladas de la vieja casa de nuestros padres. Me dijiste que está un poco arruinada pero yo trataría de mejorarla. Total, una habitación, el baño y la cocina del fondo me alcanzarían.
 ¿Qué te parece la idea? Me gustaría que me des tu opinión y también que me alientes un poco más”.
 Dudaba en enviar esta carta. La realidad, un día, lo convenció.
 Releyó este fragmento, que era el que más le interesaba y finalmente la envió.
 Hacía tres meses que había dejado de teñirse, el pelo dejó de brillarle y poco a poco sepultó para siempre esa actitud de conseguir de sí mismo ese aspecto que, a su manera, correspondía a un hombre viril y caballeresco. Sabía que, para los demás, él resultaba pintoresco. Antes, eso le gustaba, ahora no.
 Abandonó su trabajo de apropiarse de lo ajeno y se volvió taciturno, solitario y cansado. Sobre todo eso, cansado.
 El día anterior a escribir esta carta,  hubo gente que le dio señales de alarma.
 -“Me pisaste, viejo de mierda”. Una mujer, en el colectivo.
 -“Qué pasó, viejo, te volviste un ciruja?”. Su  vecino lo dijo con simpatía . Igual dolió.
 -“No, viejito, ya sos muy grande. Seguro que no va, yo no hago cualquier tipo de trabajo. Lo mío es muy simple, lo normal. Mejor andá con otra”. El no buscaba a nadie, pero así
fue como pasó.
 En  realidad, todo sucedió de golpe.


 Pasaron unos meses que al viejo le parecieron años. Sara, su mujer, murió en total felicidad, de un paro cardíaco, sin enterarse. Ella, quien solo tenía ese pequeño mal en la vista; no él, que estaba desgastado y que le tocó vivir con un secreto que lo atormentaba.
 -“A veces” –pensó un día- “la vida parece muy injusta cuando se la ve muy de cerca; en cambio, si uno se aleja un poco puede comprender mucho más”.
 Cuando supieron lo de la madre, los hijos vinieron, los tres, a despedirla.
 También Mariela, quien se abrazó triste y largamente con su padre. Lo miró a los ojos con esa mirada luminosa que siempre tuvo y pareció preguntarle algo.
 El viejo la abrazó tiernamente y, del brazo, vieron como la vieja se hundía en la tierra.
 Los hijos lloraron, los parientes también, los vecinos, todos.
 El único que esbozó una sonrisa casi feliz fue él, el viejo. Mariela, su preferida, estuvo a su lado.


   Nadie más que él, en la Diagonal. Las mujeres se habían quedado, la chica tenía fiebre. Trató de apurarse, trabajar sólo le llevaba más tiempo, pero el carro estaba ya casi lleno.
 Aparecieron súbitamente, un  rato después de haber pasado el colectivo. Autos nuevos, importados seguramente, de lujo. Uno rojo, el otro gris acero. Venían con la música puesta muy fuerte. Pasaron a su lado y, al verlo, pararon de golpe y bajaron.
 -¡Rajá de acá, negro villero, tomátelas!
 Eran seis, jóvenes, fuertes. Fueron hacia él y lo acorralaron. Zafó como pudo y salió corriendo por una transversal. Los hombres se rieron, tan fuertemente, como la música. El corrió casi dos cuadras. Al darse vuelta vio la hoguera.
 Ahí estaba su trabajo.


Se lo dijo en el ascensor, mientras bajaban.
-Quiero que seas mi marido.
 -Lo  soy.
 -Ya lo sé; quise decir que te quiero solamente como marido.
 El ascensor se detuvo en el cuarto piso. Subió un matrimonio mayor. Los dos iban impecables. Traje, corbata, lentes con marco de acero, él. La mujer, vestida de seda y tacos, no muy altos. Saludaron brevemente y hablaron de la hora del almuerzo en el Club de Tenis. Discreción pura y dignidad. 
 Llegaron a la Planta Baja. Caminaron en silencio hacia la salida. Ya en la calle, él la tomó del brazo y se detuvieron.
 -¿Qué te pasa?.
 -Conocí a otro hombre, en el gimnasio. El es mi amante ahora. Te lo repito, te quiero, pero también quiero que ahora seas solo mi marido. La libertad, la planeamos juntos.
 El hombre la miró seriamente y luego señaló a los vecinos que se alejaban y subían a su auto.
 -A eso me estás condenando. Está bien, es así.
 Él iba al hospital y la mujer, aprovechando su día de franco, al colegio de los chicos para hablar con la Secretaria. Tomaban diferentes direcciones. Al llegar a la esquina, ella se dio vuelta. Él se había quedado quieto, mirándola. A lo lejos, Marta le sonrió y le tiró un beso. Él se lo contestó.


4.

  Otro día, uno cualquiera, uno más.

 Una mujer, en el balcón del último  piso, muy alto,  mira hacia abajo. Piensa en hacerlo, pero el miedo es más fuerte.
 Pasan cuatro carros de bomberos. Las sirenas aúllan. En la calle, más que inquietud hay curiosidad. Todos se preguntan qué se estará incendiando. No importa, se enterarán por el noticiero.
 Las hojas del otoño siguen cayendo.
 Una señora compra unos sándwiches en la panadería. Se queja; hoy le duele mucho la cintura. El empleado le sonríe.
 Dos hombres miran la tele en el living. Pasaron la noche juntos. Cada tanto se toman de las manos.
 La encargada de un edificio limpia la vereda a las once de la mañana. Un vecino le dice que ese trabajo no se hace a esa hora.
 Algunos semáforos funcionan, otros no.
 En el baño de la escuela varios alumnos, adolescentes, fuman en secreto. Se matan de risa de la profesora de inglés porque tartamudea cuando está nerviosa.

 Y hay más. Cientos, miles, millones. 
                                                                                                                                     Armando Guerisoli,
                                                                                                                                      Buenos Aires-París,
                                                                                                                                           Julio de 2009.     


    “LAS GEMELAS”

  Estaba pasando un cepillo, pequeño, como de dientes, sobre el plumaje inerte. Si bien el día era bastante caluroso ella se había abrigado, como siempre, para un eterno invierno.
  -Es una historia curiosa, sabés, bah, no tanto, una más.
 La nena la miraba, los brazos acodados a la mesa, las manos sosteniendo su cara. Un brillo de curiosidad y de placer se había encendido en su mirada mientras se disponía a escucharla.
 -Ya está, ha quedado como nuevo…Mirá, tan amarillito como antes; creo que éste es Román, no me acuerdo, son muchos los que me han acompañado y a veces confundo sus nombres y sus sexos.
 Colocó entonces al pájaro embalsamado sobre un estante donde había, además, una gran acumulación de objetos diversos como un libro viejo, tres o cuatro revistas, una mano de madera con anillos en los dedos, una caja también amarilla, un vaso con una flor marchita junto al retrato de un hombre con bigotes, un canasto para la costura y la foto ovalada  de una nena con un moño en la cabeza. Luego se levantó, fue hacia la ventana, abrió ligeramente la cortina y echó una rápida ojeada hacia afuera, agachándose un poco para ver mejor.
 -No sé, a veces creo que puede volver. Pobre Estela, con un marido tan formal y sin hijos que la hubieran acompañado; con una carrera brillante pero trunca ,más las muertes y sinrazones habituales,  en fin, una vida desgraciada, como la de éstos,  con la diferencia de que vivieron tan poco.
 Señaló al pájaro y se sentó, tomando el tejido. Nunca podía quedarse quieta, siempre tenía algo para  hacer y si no, lo inventaba.   
 -Abuela, cuando quieras podés empezar, me lo prometiste.
 Sin mirarla y contando los puntos exhaló un largo suspiro.
 -No me digas abuela, no me gusta. Mejor es que me llames tía. ¿No te parece?
-Bueno…tía
 La chica sonrió y se calló la boca.

 El teatro, pequeño en realidad, estaba lleno. Esa noche se había puesto un vestido negro para la primera parte y otro rojo para la segunda. El pianista, de smoking, frente al reluciente instrumento contribuía a ese aire lujoso que a ella le gustaba.
 Cuando terminó de cantar ”Las seguidillas” sintió la primera ovación. En el saludo, humilde y sin afectación reparó nuevamente en esa mujer sentada en la primera fila, durmiendo desordenadamente,  con la mano que le tapaba la cara.
 “Por más que la mayoría sean conocidos siento que lo hago bien, que gusto. Lástima esa estúpida, que viene a dormir al teatro”. Miró al acompañante y le hizo una mínima seña para continuar.

 -¿Querés tomar la leche?
 La niña dijo que no moviendo la cabeza. Ella volvió a su labor, buscando en la bolsa de las lanas hasta encontrar la roja que necesitaba.

 Había sido desde siempre la preferida del padre, quien fue el que la orientó y alentó para cantar tangos.
 -Esta chica mía es un prodigio, será la mejor de todas, sin duda. ¿Libertad Lamarque? Un poroto al lado de ésta.
 Y fue así como se inició, estudió un poco para colocar la voz y comenzó cantando en las reuniones familiares primero, luego ya profesionalmente en reductos donde se cultivaba el tango y también en restaurantes y sitios de copas los que, sin llegar a darle la ansiada fama, le proporcionaron siempre, además del placer, un cierto desahogo económico que la llevó a independizarse. Todos la conocían como “Lita, la de Boedo”, su nombre artístico.
 -¿Viste lo que conseguiste? Ahora vive sola, quien sabe en que anda, en ese ambiente donde la metiste.
 El hombre no contestó. Se limitó a encogerse de hombros y siguió con la lectura del diario. La mujer no insistió; el caso estaba ya perdido. Menos mal que todavía estaba la otra.

Una vez, en medio de un recital de arias italianas, la interrumpieron cuatro veces en medio del canto, desde diferentes sitios de la sala, sin que nadie pudiera ubicar al culpable de semejante informalidad. Tenían la certeza, eso si, de que se trataba de una mujer.
 Una vez terminado el concierto, en el camarín, pudo desahogarse. Enojada tiró un cepillo contra un espejo, rompiéndolo y en medio del llanto y los gritos lanzó tantos improperios que hicieron que el Administrador de la sala la amenzara, delante de su representante, con hacer una denuncia por inconducta en el periódico “Tribuna Musical” que se editaba en esa ciudad del interior donde se había presentado.
  La certeza del “atentado” tenía para ella nombre y apellido, pero tuvo que calmarse y guardar su rabia para después, cuando la luz de la venganza la iluminara.   

 A veces iba a la verdulería para ayudar a su marido. Se quedaba un rato, tratando de evitar que notaran su colaboración. Le disgustaba que en el barrio dijeran que era la verdulera. Una vez, el negocio estaba lleno y se escuchó una voz que se refirió a ella de esa manera. Inmediatamente salió del mostrador y la emprendió equivocadamente con una inocente vecina a quien, de un golpe, le puso un ojo negro lo que le trajo algunas complicaciones, ya que los hijos de ésta y el marido fueron a buscarla para darle una paliza y hasta intentaron hacer una denuncia policial; en fin todo un embrollo por una confusión con una persona de pocas pulgas, incapaz de admitir verdades. Pero lo cierto, es que nunca se supo quien fue esa voz anónima.
 Pero volvamos a la otra, a la nuestra, a la que su marido, un italiano recién llegado que le insistía en abandonar el tango, ya que no le parecía respetable.
 En el negocio, otra día, alguien, parece que desconocida, dejó olvidado un sobre en el cajón de las ciruelas. Dentro había un papel que de manera anónima decía “Vigilá a la que tenés al lado,  cornudo, la tanguera se divierte”.
 A partir de ese momento el hombre no pudo alejar la desconfianza que esas pocas palabras le provocaron. A pesar de la ira que esto provocó en su mujer cuando se lo fue a contar, no pudo evitar que la duda lo carcomiera y tiñera su relación con un matiz oscuro y denso.

 El canto lírico no incita a tener hijos. Se trata de elegir, entre ellos o la carrera. Y ella optó por lo segundo. Se había casado con un farmaceútico; un hombre bueno, tranquilo, silencioso, pero que la acompañaba poco. Era de aspecto tímido y retraído, características que desaparecían cuando alguna de sus clientes lo miraba con un interés ajeno a los remedios o lociones. Ahí despertaba su veta de aventurero oculto y saciaba su curiosidad. Y esto sucedía a menudo, ya que el hombre era muy atractivo.

 Parece que el canto popular,  mueve si los deseos de maternidad, sobre todo cuando la decisión se toma teniendo ya cierta edad y a pesar de un marido que no resulta ser un sentimental,  ya que está más preocupado en hacer dinero que en otras cosas. La  suerte vino el día que nació Celina, su única hija, a la que dedicó una módica cuota de interés cumpliendo así con el rol de madre, esposa y ama de casa. Pero, el tango seguía teniendo más suerte, dotando a su vida de un matiz más pasional.

 -Me parece que estás un poco aburrida hoy.
 La chica la miró, somnolienta.
 -No, me gusta. Más que esa historia de marcianos, la de la nave que aterrizó en lo de tu abuela, pero seguí, me distraje solamente.

 El problema venía de cuando eran adolescentes. Eran tan iguales que todos se confundían, hasta sus padres, que a veces retaban a una de ellas dos veces por los mismos motivos o premiaban por algún mérito a la que no correspondía. Estas situaciones provocaban entre ellas motivos de burlas, enojos, peleas y risas.
 Claro que a veces no todo era tan inocente.
 -¿No viste si mi novio ya vino, mamá? Lo estoy esperando.
 La mujer la miró perpleja.
 -Claro que vino. Hace un rato largo ya. Lo atendió tu hermana y te ganó de mano. Se vistió y pintó en un periquete y se fue al cine con él.
 Al escuchar esto la cara se le encendió de rabia.
 -Ya me las pagará, la desgraciada. Vos tenés la culpa; con esa manía que tenés de vestirnos iguales.
 La madre la miró, fastidiada y le dio una bofetada bastante estridente.
 -Así tiene que ser. Las gemelas deben ser así, en todo. Y por ahora mando yo. Más adelante, cuando sean mayores decidirán ustedes.
 No contestó pero se puso más roja aún y parecía que hasta el pelo se le prendía fuego.
 Fue por culpa de esta igualdad  que dejaron de hablarse. Se separaron de los padres, naturalmente, tratando de evitarse entre sí, cosa que apenas conseguían. Es muy difícil no sentirse único. Se hicieron la guerra solapadamente, durante años, en forma anónima y secreta. Se espiaron, controlaron, se enviaron mensajes diferentes, sutiles las más de las veces. Un signo de interrogación escrito con tiza en la puerta de la casa de una de ellas, una carcajada por teléfono a las tres de la madrugada seguida de un corte abrupto y otras maldades de igual tenor.
 La música las unió una noche, en un mismo lugar y a la misma hora. Cantaron, se odiaron, se admiraron, se enfrentaron, gozaron con los aplausos, discutieron, pelearon y, hasta quizás, se amaron. Y fue la última vez.
 Más tarde murieron los maridos y para felicidad o desdicha, quien lo sabe, quedaron solas.
 Tiempo después, también a una de ellas, la naturaleza la tocó con su varita más oscura y se despidió definitivamente, de los escenarios y de la vida.

  -Un final triste, tía. ¿Y a la otra, qué le pasó?
 La anciana la miró, sonriente.
 -No sé, nena, ha de andar por ahí. Vení mañana, te voy a contar una de risa.    

 Pasaron las horas, los días, los años,  el tiempo, como siempre. Una tarde Celina decidió que debía ir, que tenía que hacerlo, que había llegado la hora de abrir esa casa, la de su madre, aunque le resultara doloroso. Intentó ir varias veces, pero no pudo, hasta que la pequeña insistió en acompañarla.
 La soledad y el vacío son difíciles para un comienzo. Allí estaba el canario, inmóvil, seguramente el último testigo. 
 La nena fue, instintivamente hacia la caja amarilla de la repisa. La madre la dejó hacer. Cuando la abrieron, hubo una explosión de papeles que, aliviados, se soltaron para respirar. Algunos correspondían a programas de  conciertos líricos y otros eran recuerdos, servilletas, garabatos y homenajes a la otra, la popular, la del tango. En el fondo, una foto de estudio, coloreada, mostraba a dos niñitas en carnaval  vestidas de Colombinas.
 Allí estaban las dos, las gemelas.


                                                                                                      La Caleta, Enero de 2010 


"LA VALSE"     

Nota: los personajes de esta historia tienen nombres y apellidos. Los mismos corresponden a entrañables amigos míos. Las historias de cada uno de ellos no se corresponden con las historias de esta ficción. Se trata, simplemente, de haberlos incorporado -con amor y simpatía- en el momento de este simple acto de creación.

 En ese instante, la noche se encendía para él y parecía transformarse en el más luminoso de los días. Hacía ya bastante que había comenzado. En su momento, en los demás, había causado sorpresa, estupor y todas las reacciones  que aparecen cuando algo o alguien trastoca el orden cotidiano, aunque sea pequeño, como en este caso. Pero rápidamente lo entendieron  y lo aceptaron. Él se movía con gracia y alegría y parecía, a pesar de recibir esa mirada curiosa de los otros, no ser consciente de sus transformaciones, ya que siempre se daban o comenzaban o transcurrían ajenas a su voluntad.

 Vivía en Montserrat pero tenía su consultorio en la calle Río Bamba, en pleno barrio de Congreso. Se había jubilado hacía ya varios años pero seguía trabajando; la inactividad no había sido hecha para él. Era un Médico muy respetado, no solamente en la zona donde atendía, sino que los pacientes, unos a otros, lo recomendaban a personas que vivían en  otros sitios de la ciudad. La esperanza, para muchos, era que no se sabía de nadie que no se hubiera mejorado después de pasar por sus manos y de seguir sus indicaciones, que eran simples y eficaces y que evitaban el empleo de medicamentos que hacían que los tratamientos fueran un poco más largos, pero menos caros y complicados. Era, quizás, el Doctor a la vieja usanza. Y no es que la gente dejara de morirse, no, eso sería ir en contra de la naturaleza que fue quien determinó que para eso estamos. No, las personas se iban al otro mundo por las mismas razones, las de siempre, llamadas enfermedades, que a la larga o a la corta aparecían y que les recordaban que la fiesta había terminado. Él era Médico clínico, es decir que no tenía una especialidad definida, pero sus conocimientos eran muy amplios, ya que era un estudioso nato. Tenía sus preferencias hacia ciertos males; le gustaban sobre todo los asmáticos y los pacientes con artrosis y artritis. Pero atendía a todos por igual, en su juventud había hecho un juramento y estaba dispuesto a respetarlo. 

 Su mujer era flaca y muy conversadora. No correspondía a la idea que en los barrios tienen acerca de la mujer de un profesional, del Doctor, sobre todo cuando se trata de médicos  de larga trayectoria, como en este caso. Se llamaba Anita Cuetobir y se había jubilado en el magisterio; hasta había llegado a ser Directora, de eso hacía ya muchos años. Ahora estaba dedicada a los quehaceres de la casa y a ser la esposa de un hombre muy respetado. Era dos años más joven que él, que ya había cumplido más de setenta. Ambos tocaban el piano bastante bien, se notaba placer en como lo hacían. Ella prefería a Chopin. A su marido también le gustaba pero, amaba sobre todo a Schubert y a Rachmaninov. 

 Terminaron de cenar y él, como siempre, salió a dar su paseo nocturno. Éste le llevaba más o menos una hora, el tiempo suficiente para conversar con cuanto vecino se le aparecía. Y solía encontrar a muchos, pues éstos ya conocían sus hábitos y, comprendiéndolo y aceptándolo, pasaban un buen rato agradable y... asombroso, ya que el hombre era, además, simpático y campechano. Su mujer se quedaba en la casa, organizando el pequeño desorden producido por la cena. Luego se sentaba frente a la tele y veía sus programas favoritos, casi siempre películas, si eran viejas mejor. 

 -Sabe, hoy casi tuve que salir al balcón. Había allí mucha gente que me reclamaba. Bah... me querían ver. 
 Esa noche estaba convencido de ser Perón.     
 -¿Ah, sí, y usted que hizo General? 
 El hombre era el diariero de la esquina y entendió perfectamente con quien estaba hablando esa noche. Él también,  salía siempre a tomar un café con sus amigos del bar de la otra cuadra. Era soltero y, acostumbrado a la calle, en su casa se aburría un poco. La soledad.
 -Nada, no iba a asomarme por cuatro gatos locos; está bien, eran mis muchachos, pero se imaginará m´hijo, la enorme cantidad de cosas y problemas que tenía que atender y solucionar. Le digo más, fuera del despacho me estaba esperando el Embajador de Marruecos o algo así.
 -Es cierto General, conducir una nación no es fácil. 
 El hombre sonrió ligeramente dispuesto ya a irse y le tendió la mano a su vecino.
 -Nada es fácil. ¿Digamé, se le debe algo? Le pregunto porque a veces mi esposa -usted sabe muy bien a quién me refiero- compra alguna que otra revista, de esas de chismes de artistas, y yo no me entero. Y usted comprenderá, que también tengo que atender esas nimiedades. Sobre todo, cuando se trata de deudas. 
 El otro volvió a sonreírle y finalmente se dieron la mano.
 -Nada, General, no me debe nada; cualquier cosa le aviso.  
 Se separaron. El diariero al café y "el Presidente", silbando bajito, hacia el lado opuesto. Haría unas cuadras más y luego volvería para su casa.    

 Al pasar, en el cordón estaba sentado ese muchachito, que lo observaba, tratando siempre de que el viejo no lo viera. Esa noche, se había ocultado entre dos autos estacionados. 

 Su mujer estaba todavía concentrada en el televisor. Sin dejar de mirar la pantalla le preguntó, por fórmula, cómo le había ido. 
 -Bien, le contestó el hombre. Tenés la puerta llena de gente, esperándote. 
 -¿Quiénes? 
 -Tus "grasitas"... 
 Ella lo miró, un poco desconcertada y sin entender. Luego sonrió; con él las cosas se resolvían así. Siguió con la película que estaba casi en los últimos tramos; al comienzo le había  resultado un poco pesada, pero a partir del accidente aéreo y de la azafata que había intentado envenenarse en el baño del avión se puso más entretenida. El cine era lo que más le gustaba, además de los collares, anillos, aros y pulseras de fantasía, que eran su perdición. 
 El hombre se metió en el baño. Se lavó las manos y la cara, se sacó los dientes, les dio una buena cepillada y se fue para la cama. "Mañana voy a salir un poco más temprano para el consultorio, así me siento un rato en la plaza y leo un poco el diario", pensó mientras se acostaba. 
 Al rato sus ronquidos eran tan fuertes que ella, un poco fastidiada, tuvo que cerrar la puerta que daba a la habitación para ver tranquila la película.      

 -Buen día. ¿Alguna novedad señora Casamajor? 
 -Buenos días, doctor. ¿Cómo anda?
 -Y, aquí me ve, en dos patas todavía.  
 Se sentó frente al escritorio de la recepcionista. Había flores hoy, puestas en un jarrón. El hombre reparó en ellas y miró el ramo, señalándolo.
 -¿Algún admirador?
 -Mi hija y mi yerno, es mi cumpleaños.
 -Muy bien la felicito. La voy a dejar salir cinco minutos antes, por ser hoy.
 Ambos sonrieron por el comentario. Luego, la mujer le entregó el listado de los pacientes con sus correspondientes historias clínicas. El doctor, mientras tanto, soltaba un largo bostezo.
 -Bueno, digamé.
 -Son diez, fíjese doctor, por hoy no agrego más. Recién, antes de que usted llegara llamó el último. Me insistió tanto que tuve que anotarlo. 
 El hombre la miró, un poco reprobatoriamente.
 -¿Quién era?
 -El señor Ferrari; aquí tengo su ficha. Es el que tiene problemas de hemorroides. 
 "Puta madre", pensó el médico, "Con las ganas que tengo de hurguetear en culos extraños. Pero, qué se le va a hacer, yo elegí este trabajo o el trabajo me eligió a mí, no sé".
 -¿Y quién es el primero?
 -La señora Teresa Ocampo, la de la halitosis. 
 Se fue, murmurando, hacia el consultorio.
 -Esa, otra vez. Bueno, si quiere gastar plata que lo haga. Halitosis, halitosis...Se lleva mal con el marido o con el novio o con la nuera, qué sé yo, no lo tengo muy claro y le echa la culpa a su mal aliento.  
 Al rato nomás, sonó el timbre. La empleada miró el reloj. "Las tres menos cinco, ésta vino antes", se dijo, fastidiada. 
 Se levantó y fue hacia la puerta.

 -Hoy cumplió años la recepcionista.
 -¿Ah, sí, y qué le regalaste?
 -Nada, si yo no lo sabía. Podrías darme alguna de esas pulseras o anillos que tenés y mañana se lo llevo. Bastante  plata gastás en todas esas baratijas para que las uses de entrecasa. 
 Ella lo increpó, un poco molesta.
 -Peor sos vos, con la próstata.
 -¿Y eso qué tiene que ver, si se puede saber?  Ahora fue él, quien se fastidió.    
 -Que ocasiona gastos en remedios y además es plata que no luce.
 -Así es, no se trata, como en tu caso, de vanidades.    
 La mujer se levantó de improviso y fue hacia la cocina. No quería que viera los seis anillos, las cuatro pulseras, el prendedor y los aros colgantes que se había puesto esa noche. Y eso que había omitido el collar, le pareció que ese agregado resultaba excesivo y vulgar.
 -Mejor comprale una caja de bombones; a las mujeres nos gustan los dulces, además ella no está a régimen.  
 Como no obtuvo respuesta, se asomó al comedor. Él ya había salido para su caminata. "Mejor", se dijo, "No me gusta discutir". Se secó las manos, guardó todos sus adornos y se sentó para ver televisión.   

 Hizo unas pocas veredas y, al dar vuelta la esquina, se topó con la Sra. Kleiser, una vecina de mucho tiempo ya que se mudaron al barrio en la misma época, hacía ya más de treinta años. Ella conversaba bastante con este viejo; le gustaban sus excentricidades. En realidad le caía bien ese matrimonio porque, además, ella compartía el gusto que ellos tenían por la música.   
 -Buenas noches, ¿Cómo está, Doctor? 
 -Muy bien, Profesora, tratando de dilucidar un problema. 
 La mujer, que no tenía ningún título, no intentó hacer aclaraciones. Ya lo conocía, lo aceptaba y también tenía un sentimiento, como ya se ha dicho, que iba más allá del aprecio. Lo quería bastante. 
 -Bien, hay que hacer que la cabeza trabaje. Y... ¿De qué se trata, si es que me puede anticipar algo? 
 -De la relatividad, señora, hoy tengo que completar la teoría y...¡Vaya si lo haré, cómo que me llamo Albert Einstein no me iré hoy a la cama sin haber hecho ese gran aporte a la humanidad! Aunque, no sé si usted puede entender algo de eso. 
 La señora sonrió. 
 -No del todo; esas cosas son para gente con mentes privilegiadas, como la suya. Pero seguramente me enteraré en estos días, por los diarios y los noticieros. 
 -No le quepa duda querida vecina que así será. Hasta mañana. Permítame decirle que hoy ha tenido un raro privilegio. 
 Y el viejo partió. La mujer se quedó mirándolo; esta vez sonrió más abiertamente. Había compartido un momento de felicidad.  El hombre dio la vuelta manzana y lentamente volvió a su casa.                                                         

 El muchacho lo vio venir de lejos y se ocultó detrás de un árbol para no ser visto.

 El día siguiente atendió a ocho pacientes solamente pero terminó bastante tarde, ya que uno de ellos, el señor Batán, vino asustado  porque, según él, su sordera se iba acrecentando, ya que ni siquiera  escuchaba a los chicos de arriba que gritaban cuando se despertaban. Finalmente, llegaron a la conclusión que se habían ido de vacaciones con los padres, ya que él mismo recordó haberlos visto, desde su balcón, salir en el auto cargado de valijas, sombrillas y demás elementos para disfrutar de la playa. Lo que no andaba bien, por lo visto, era su memoria, pero de eso no se quejó. Se fue muy conforme ya que el Doctor le recetó un complejo de vitaminas, de la "A" a la "Z", más o menos. 
 Cuando se preparó para irse, la empleada ya no estaba. "Claro, se hizo un poco tarde. O quizás haya sido porque tampoco ese día le había llevado el regalo de cumpleaños? No, no es eso; cumplió con su deber y se fue". 
 Como él lo estaba haciendo ahora. El final de una jornada.
 "Otro día más, rutinario", pensó mientras bajaba por el ascensor.

 Hábitos, formas de vida, costumbres.

 La mujer está sentada pintándose las uñas. Ni bien él entró ella se dio cuenta de que hoy estaba un poco malhumorado. Lo saludó moviendo la mano, de paso se le secaba el esmalte. El hombre se sentó, frente a ella y se quitó primero la corbata y luego el saco. 
 -A vos te pasa algo hoy. 
 -Nada importante, solo pensaba en las rutinas. A veces uno se aburre.  Ella lo miró sorprendida. 
 -Creo que sos el menos indicado para hablar. 
 Lo miró, cómplice. 
 Silencio. Uno que otro bocinazo en la calle, algunas voces, risas. El hombre miró la hora. 
 -En un rato comemos; si querés, bañate antes. Hoy hice asado al horno y le falta un poco todavía. Quizás, después de cenar, y luego de tu paseo nocturno, te cambie el humor. 
 Anita tenía ganas de hablar esa noche. 
 -Hoy tuve una sorpresa. ¿A qué no sabés quien llamó? Sarita Curis, desde España. 
 -Ah... ¿Todavía está allá? 
 -Claro, le va muy bien. Sigue cantando. Ahora hace repertorio cubano; el mismo de Celia Cruz. Parece que allí gusta mucho. Se cansó de la música yddish. 
 -Pero ella no es cubana, dijo él, en tono molesto y terminante. 
 -No, pero es vieja, igual que la finada Celia Cruz. Además, si vamos al caso, a mí me gusta Chopin y, sin embargo, no soy polaca. 
 -No sé, esa amiga tuya empezó como cupletista, después se hizo cómica de teatros, más tarde arremetió con las canciones hebreas y ahora... 
 Ahora se había puesto más malhumorado.  
 -Además, lo de polaca no sé; siempre sospeché de tus ancestros, con ese apellido... 
 Dicho esto, se levantó para ir al baño. A la mujer, enojada, se le escapó el pincel y se pintó un dedo.    

 Manías, elecciones, en fin, rutinas. 

 Pasan los días, el tiempo. El Doctor continúa, como siempre, con su ritmo habitual. Salvo los fines de semana que pasa en su casa con su mujer, descansando, recibiendo o visitando amigos y alguno que otro pariente; él dedica sus días, sin faltar nunca, al trabajo. Le gusta ayudar a la gente con problemas, darles una mano; a veces para sanarlos sabe que con una palabra basta, la que cada uno quiere escuchar para que sus vidas sean lo mejor posible. 
 Por la noche, viene lo otro, ese otro mundo que apareció quién sabe de donde, tal vez vino de sí mismo o de la naturaleza o quizás, para algunos, de Dios.
 Unas veces es Napoleón en vísperas de Austerlitz; otras Nijinsky o Nureyev yendo a ensayar "El preludio a la siesta de un fauno"; un día se transformó en el "Che" Guevara y al siguiente fue Kennedy el día de su muerte en Dallas. Triste fue cuando se creyó Maradona y quiso intervenir, pese a la burla de los chicos, en un picado. Luego de dos o tres piruetas futbolísticas, se cayó en plena calle y estuvo dos días en cama por los golpes que se dio. Los pibes, que no eran tan duros como los adoquines, lo llevaron hasta su casa. 

 Durante ese tiempo, todas esas noches, los ojos de ese muchacho todavía adolescente lo espiaban desde algún sitio oculto, siempre en la misma esquina, sin que él lo percibiera. 

 Ciertas noches de invierno, en Buenos Aires, el frío es tan fuerte que parece que inmovilizara todo. Debe ser por ese cielo azul, límpido y glacial que somete a la ciudad al silencio y a la quietud. 
 Es viernes. El hombre sale a caminar como todos los días, pese a ese resfrío incipiente que está gestando. Él sabe muy bien quien es esa noche y eso le da un cierto temor, sabe que un ser peligroso también puede generar situaciones similares. Dio una vuelta corta; su intuición le indicaba que volviera. Así lo hizo. Agazapado y casi ocultándose - hoy había que actuar así- dio la vuelta por la esquina en dirección a su casa. 
 El muchacho fue derecho hacia él, tomándolo por la espalda y aprovechando la sombra gigantesca que daba un árbol.  
 -Deme la plata, viejo. 
 Sacó unas fuerzas enormes que él desconocía, se dio vuelta rápidamente y asió al chico por el cuello sosteniéndolo además, por el pelo, que lo tenía bien largo. 
 -Idiota, no sabés con quien te topaste hoy. Soy Jack el destripador y estoy, entre la niebla, buscando víctimas que lo merezcan, no pobres infelices como vos. Andá, andá para tu casa. Seguramente tu mamá te estará esperando para darte la sopita y después arroparte. 
 Y lo tiró al suelo tan fuertemente que la caída casi lo arrastra también a él. Lo dejó en el piso; pensó en patearlo pero luego desistió. Se arregló un poco la ropa y quiso reír, es más, su intención era soltar una carcajada, de esas grandes, teatrales. No lo hizo; su sentido de la seguridad fue mayor. Dejó al muchacho y reanudó su camino. Éste también hizo lo mismo, marchando en sentido contrario, casi corriendo y sin entender lo que había pasado.

 Esa noche el viejo Doctor durmió mal, tuvo pesadillas y se despertó muchas veces. Algo nuevo, desconocido para él, se había instalado en su cuerpo. 

 Durante los fines de semana él no salía a hacer sus habituales paseos nocturnos, había optado, desde siempre, por quedarse en su casa, descansando. Esos días resultaban muy apacibles, demasiado quizás para el gusto de la mujer, ya que encontraba que, en los últimos tiempos, su marido estaba sumamente silencioso y taciturno, como falto de voluntad. Ella notaba en él un estado de tristeza, de melancolía; pero su olfato le decía que no debía indagar. Tenía que dejar que todo transcurriera; ya pasaría, seguramente. 
 Un sábado por la noche él se sentó frente a la ventana mientras ella tocaba el piano. La sala estaba poco iluminada y esa media luz y la música creaban un clima sereno, calmo. 
 -Por favor, volvé a tocar ese fragmento de "Las Vísperas" de Rachmaninov, lo hacés muy bien y me gusta tanto. 
 La mujer lo miró, esbozó una sonrisa y, complaciente, respondió al pedido.           

 El último paciente se retiró casi a las siete y media, hora normal para el fin de la jornada. El Doctor se vistió y se fue enseguida; la empleada terminó de ordenar una fichas y salió diez minutos más tarde. 
 Al bajar, pasó frente a la farmacia, situada a metros del consultorio. El señor Macri, el farmaceútico, se asomó con un papel en la mano. Era un hombre muy puntilloso y había advertido un error, muy grave para él. 
 -Buenas noches, señora Casamajor, hay un cliente del Doctor que vino con esta receta. Mírela. El hombre está muy enojado. 
 Se la tendió y ella la leyó. Luego miró hacia dentro del local y vio al paciente, era el que recién se había ido. "Justo un problema con ése, el de peor carácter", pensó, confundida.           
 -Veo que hay un error; el sello está bien pero está firmada como...como, no sé si leo bien pero me parece que dice Dr. Jekyll. 
 -Si, ya veo. De cualquier manera este medicamento es de venta libre; el Doctor usó el recetario por pura fórmula. Me parece que igual puede entregárselo. Mañana hablaré con él, no se preocupe, seguramente se trata de una confusión. Buenas noches. 
 -Claro, señora, está bien. Hasta mañana.  Ella apuró el paso. El incidente la preocupó; tanto que hasta se olvidó de pasar por el lavadero. 

 Este hecho se repitió con una frecuencia cada vez más alarmante; las recetas siempre estaban firmadas, pero con nombres y apellidos de personas tan importantes, célebres y conocidas, que resultaba imposible no sorprenderse y hasta escandalizarse. La gravedad del asunto empezó a comentarse y difundirse no solo entre los pacientes y la gente del barrio, sino también entre los otros colegas, la mayoría más jóvenes, quienes pensaron en tomar medidas "ya que estaba en juego el prestigio de la medicina y de las ciencias en general", es lo que más o menos decían, en otros términos, quizás más vulgares. 
 De cualquier forma ésta situación duró poco tiempo, días nomás. 
 La secretaria del consultorio trató de controlar ese estado de cosas pero no pudo. Llamó a la esposa para contarle lo que sucedía, pero ésta, tranquilamente, le dijo que no le hiciera caso, que eran travesuras de su marido y que además estaba resfriado. Pensó mil cosas, pero no encontraba solución alguna; para todos, el Médico se había vuelto loco. Ella no tomó mas turnos, argumentó que él se había ido de viaje, no contradiciendo a quienes suponían que se había muerto o que estaba internado en un manicomio. Era mejor así, que sospecharan ese tipo de cosas.
 Una tarde llegó el Doctor Arana, una eminencia en ginecología, ya jubilado y dedicado ahora a la Astrología. Estaba ya enterado de la situación por los comentarios que van y vienen. "Su carta natal ya lo preveía", murmuró mientras se dirigía al despacho de su colega y amigo. Estuvieron casi dos horas encerrados en el consultorio. La señora Casamajor estaba muy nerviosa, expectante, esperando el resultado de la reunión. Cuando al fin se abrió la puerta, los dos hombres salieron conversando animadamente y ambos dieron la mano a la empleada, a modo de despedida. 
 -Mañana la llamo, señora. Marte en conjunción con Saturno. 
 El Doctor Arana dijo esto último en voz baja, en un tono muy profesional y con un matiz de alerta. Ella se limitó a enarcar una ceja. 

 El invierno pasó, llegó la primavera, luego el verano. Como siempre. 

 Una noche de mucho calor, ambos estaban sentados en el comedor; habían terminado de cenar y ella, diligente como siempre, se levantó para recoger la mesa y lavar la vajilla. Era algo que le gustaba hacer inmediatamente, no podía dejar esa tarea para el día siguiente. 
 -Cuando termines con eso podríamos tocar el piano. 
 Ella lo miró, sonriente. El hombre estaba muy distendido ahora, más que antes, lo cual es decir mucho. Seguramente algo tendría que ver con eso la inyección semanal que le aplicaba -por prescripción médica- la señora Seco, la enfermera del Centro de Salud de la otra cuadra. 
 Cuando terminó de lavar los platos y de dejar todo en orden, fue hacia el living, donde estaba el piano. Él ya se había sentado en el taburete y había puesto una silla a su lado. Una partitura estaba ya colocada en el atril.  
 -¿Qué te parece si hacemos "La Valse", la versión a cuatro manos? 
 La mujer fingió asustarse. 
 -Es muy complicada, sabés que una vez lo intentamos y a mi me resultó muy difícil. 
 -Ahora te será más fácil. Estoy para enseñarte. No olvides que hoy, Maurice Ravel, está sentado a tu lado.  
 Ella lo miró tiernamente y se sentó al piano. 

 Desde la calle se escuchaba la voz de la música; hablaba de un mundo que se derrumbaba.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 París, Julio de 2009



“LAS DAMAS PERRO”. 
 
 Las gotas caen ahora más lentamente. La botella se ha volcado sobre la mesada y el aceite ha
formado un charco sobre la misma. A un costado, la pileta de lavar está repleta de platos, tazas, vasos y demás enseres, usados y sucios. La canilla pierde; hace rato que lo hace. Encima de ésta hay una ventana, con las cortinas desvaídas y deshilachadas. Cerca, una vela apagada en reemplazo de la lamparita quemada y de la falta de luz, ambas cosas. También amontonadas, en un rincón, duerme una pila de cacerolas, jarros y sartenes, quemados por el uso y negros por la falta de limpieza. Lo mismo que los almohadones de las dos únicas sillas, que desvencijadas, se destartalan junto a la mesa manchada por años de grasa y de colillas de cigarrillos apagados sobre ella. En el piso, en el que ya no se vislumbran las baldosas, hay desparramados infinidad de papeles y diarios viejos, arrugados algunos, mugrientos los más.

 Hace unos años, en otro sitio, dos mujeres, hermanas ellas, atacaron a un hombre en pleno día, infligiéndole numerosas mordeduras en el cuello y en la cara.
 Los vecinos, aterrados, llamaron inmediatamente a la policía. Dada la rareza del ataque, las
mujeres fueron  llevadas primero a la Comisaría y, unas horas después, por orden judicial, las
trasladaron a un instituto neuropsiquiátrico donde fueron examinadas durante algunos meses. El diagnóstico dijo que, como consecuencia de la pérdida simultánea de los padres en un accidente automovilístico, las pacientes habían tenido un pico de pánico acompañado de un breve accidente cerebral que, curiosamente, le sobrevino a ambas. Eso fue todo y fueron dadas de alta.

 Ahora tienen la mirada fija en esas gotas de aceite, que siguen cayendo a intervalos regulares hasta llegar, a través de un camino sinuoso, a ser absorbidas por las ropas del hombre tirado en el piso, boca abajo.

 Hace tiempo que viven allí, desde que ocuparon una casa largamente deshabitada que luego
cercaron con carteles anunciando que se trataba de una propiedad privada y, para mayor seguridad además de dichos avisos, estaba custodiada por siete perros, de distintas razas, tamaños, colores, sexos y pelajes.
 La construcción, visiblemente deteriorada estaba situada en un poblado pequeño, apenas un caserío junto al mar, con pocos habitantes estables, sobre todo en invierno donde los mismos podían contarse con los dedos de las manos.

 -Tenemos que hacer algo, hermana querida.
 El tono era de ruego y temor, el mismo que tenía siempre frente a su hermana mayor.
 -¿Hacer qué? No sé a que te referís.
 La respuesta fue, también como siempre, enérgica.
 -Ahí está ese cuerpo. Dentro de poco se va a descomponer; va a dar olor y lo van a sentir todos…
 La otra la miró con burla.
 -No seas idiota, querés. Hace mucho frío, más que el de una heladera. Esta noche lo pondremos entre los arbustos y amanecerá congelado.
 -Si vos lo decís, hermanita.
 -Claro que es así, y no me digas hermanita, tengo nombre. Además, por aquí, la gente no pasa.
 La otra sonrió, tontamente.
 Brunilda, la mayor ejercía sobre Aída un dominio que, para ambas, era considerado natural. En el medio había quedado otra hermana, Olympia, quien había fallecido tempranamente. El amor por la ópera había hecho que sus padres escogieran esos nombres rimbombantes; y quizás también había sido por eso que habían criado personajes, mas que hijas.

 Estaba anocheciendo; el día era muy corto en invierno, sobre todo cuando el cielo estaba nublado y el sol ni intentaba asomarse. Los árboles, sin hojas e inclinados por el viento, sobre todo los cercanos al mar, acentuaban esa sensación de melancolía donde la belleza del paisaje no salta a simple vista.
 A estas dos mujeres no les importaba nada de eso.

 -Prepara la comida para los perros, Aída.
 La otra la miró, con unos ojos bovinos, casi suplicantes.
 -Yo también tengo hambre.
 -Vos comiste a mediodía, cuatro papas y una zanahoria. Te vi. En cambio ellos no, son pacientes y no se quejan. Y, además no piden.
 Dijo esto último mientras encendía una vela. Su hermana, presurosa, fue hacia el armario a  buscar los huesos para los animales.
 -¿Y lo otro?
 La pregunta provocó fastidio.
 -Después, todavía es temprano. No hay apuro. ¿Cuantas veces tengo que repetírtelo? Ahora es
mejor que te tomes unos mates. Te calmarán.

 En el pueblo cercano, también situado sobre la costa, pero más visitado, los pocos negocios
estaban ya cerrando.
 Unos almacenes, un pequeño supermercado, la Comisaría, la Sociedad de Fomento frente a la
plaza, la Sala de Primeros Auxilios, la iglesia y las casas. Las de los residentes permanentes, que
eran pocos, ostentaban cierta vivacidad; las otras, en cambio permanecían mudas y vacías, en
espera del verano. Casi todo situado a lo largo de la calle principal, la del asfalto, de donde nacen las otras, las transversales de tierra que se meten en la zona más boscosa del lugar.
 -¿Cómo va la vida?
 El viejo, desde lejos le hizo un gesto de conformidad encogiéndose de hombros.
 -Pobre tipo, mire usted el destino que eligió…o el que le tocó. Hacerse ciruja no es fácil, hay que tener valentía ¿No?
 El dueño del kiosco mira al cliente mientras hace esta reflexión. Éste, sonríe, saluda y se va con el diario bajo el brazo, mientras el viejo trapero también se aleja silbando.

 Al día siguiente, bien temprano, casi de noche todavía, lo entraron.
 -Ya pensaré que hacer con él. Por ahora prepará unos amargos.
 Salió y se fue para la huerta. Removió un poco la tierra, la regó y sacó cuatro tomates y una planta de lechuga. Con eso y con el resto del pollo que habían conseguido, mejor dicho sustraído ayer, del gallinero de una vecina mayor que dormía hasta muy tarde, ya tenían el almuerzo asegurado. Y tal vez, también la cena.
 Cuando entró a la casa encontró a su hermana sentada a la mesa, pensativa.
 -¿Y el mate, para cuándo?
 Aída se levantó presurosa y, tratando de evitar el cuerpo del hombre, dio un rodeo y fue a llenar la pava.      
 -¡Silencio!
 La voz de Brunilda sonó quedamente y la otra, en un gesto de sorpresa y curiosidad, se llevó la
mano a su boca, tapándola.
 Tenían, gracias a tanto aislamiento, el oído muy aguzado y percibían los ruidos muy a la distancia, como los perros o los gatos.
 Ambas se acercaron a la ventana por donde vieron que, a lo lejos, se aproximaba un auto gris.
 -Vamos, salgamos, vayamos al sitio, ya van a ver.
 Se escondieron en el yuyal, junto con los perros, todos asomando las cabezas entre el follaje.
 Cuando el vehículo se estuvo cerca empezaron con los gritos, llantos al principio, lamentos
desgarrados después, voces desesperadas, penosas, junto a los ladridos de los animales que se
habían sumado al coro.
 El auto se detuvo un instante. Dentro, los ocupantes, un matrimonio que paseaba con sus dos hijos se miraron, con curiosidad primero, asustados después. Fue entonces que el hombre aceleró y se alejaron rápidamente.
 
  Fue, hace tiempo, en el pequeño supermercado donde ellas hacían su compra mensual, consistente en cinco o seis kilos de yerba y unas bolsas de carbón para el fuego.
  El viejo estaba por allí, dando vueltas por el negocio; charlando con uno o con otro hasta que
conseguía irse, casi siempre, con un poco de pan viejo del día anterior y alguna que otra cosita que el dueño acostumbraba a darle, más alguno que otro pesito que, con simpatía, obtenía de algunos clientes generosos. Luego visitaba otros comercios con la misma intención y los mismos resultados.
 Cuando las vio se sonrió, cómplice, con la cajera. Ésta no acusó recibo porque, ante todo, debía respetar a los clientes.
 -Parece que hay perros sueltos hoy ¿No? Raro que los dejen entrar aquí, alguien podría ofenderse con tanto ladrido.
 Las hermanas no se dieron por aludidas y se mantuvieron serias, hasta que el viejo se plantó
delante de ellas.
 -No chicas, no les tengo miedo. Estoy vacunado así que…muerdan nomás.
 Dicho esto soltó una carcajada mientras un empleado, el verdulero, por orden de su patrón lo sacó a la vereda, donde continuó riéndose mirándolas con sorna mientras las señalaba.
 “Ya las va a pagar, el infeliz”. Ambas pensaron lo mismo, palabra más palabra  menos, según el
estilo de cada una.
 -Veo que así se trata a la gente en este lugar. Se alberga a cualquiera, a un pobre borracho que no sabe comportarse frente a unas damas. Hoy, usted que es el responsable de este tugurio ha perdido a dos clientes.
  -Y de las buenas, dijo tímidamente la otra.
  -Vos callate. Vamos.
 El dueño del negocio se encogió de hombros y no dijo nada. Mientras salían, al llegar a la puerta ambas se dieron vuelta y se despidieron airadamente echando unas miradas que trasuntaban odio y desprecio.
 Montaron en sus bicicletas y volvieron al encierro.

 -Hermanita, creo que hay una equivocación; este pantalón no me entra.
 La otra la miró, desafiante, a pesar de que la confusión tenía cierta lógica ya que ambas, sin ser
mellizas, se vestían de manera idéntica; incluso hacían lo mismo con las prendas interiores.
 -Claro, si te pusiste el mío. ¿Cuándo dejarás de ser tan distraída? Sacatelo inmediatamente y buscá el tuyo.
 Fastidiada, salió hacia la huerta, su lugar preferido.
 -Sí, querida hermana, enseguida.
 Y fue hacia el ropero mientras la otra daba un portazo. Al pasar delante del cuerpo se detuvo y
trató de mirarlo. Pero no pudo. Comenzó a temblar y las lágrimas asomaron a sus ojos. Miedo era, eso es lo que sentía, miedo.

 A la noche siguiente lo hicieron. Cuando los perros empezaron a ladrar apagaron la vela y se
asomaron a la ventana. Aliviadas, advirtieron que se trataba de una liebre que atravesaba el camino; de ahí los ladridos, nada más.
 Por las dudas siguieron a oscuras con el trabajo. Lo hacían muy minuciosamente, Aída seguía,
temblando y muda de terror, las instrucciones de su hermana.
 -Vamos, movete, estás ahí como una estaca. Esto da mucho trabajo y hay que hacerlo rápido.
 La tomó por un brazo y le dio un sacudón.
 Entonces siguieron con la tarea, sin hablar. Faltaban más de dos horas para el amanecer cuando habían terminado.
 Eran catorce paquetes, grandes y pequeños, a los que tenían que dar fin, salvo uno que lo dejaron para los perros. Un premio que ellos merecían.  

 El cielo estaba límpido, estrellado y de un azul tan intenso que parecía negro. Lo mismo que la
silueta de los árboles, resecos algunos, proyectando sus sombras sobre el camino y mezclándose con los alambrados de los terrenos linderos y vacíos.
 Ellas también eran dos sombras oscuras que arrastraban algo parecido a una carretilla. También la pala, como al descuido, iba detrás de las mujeres.
 Cuando terminaron de cavar y enterrar el último bulto, ya casi amanecía. La luz había cambiado y ahora se mezclaba con el sopor del rocío que despertaba.
 Volvieron a la casa, sigilosas. A tientas hicieron una revisada final y viendo que todo estaba en
orden se fueron a dormir. Unas horas, apenas, ya que el sol devastaba la habitación y las
despertaba.

 Dejaron pasar dos días, encerradas, sin siquiera hacer el habitual paseo como estaban
acostumbradas.
 Al día siguiente fueron al Banco a cobrar las pensiones que habían heredado de sus padres.
 Al salir, Aída le hizo una propuesta a su hermana.
 -Ya que hemos cobrado podríamos comprar algo para comer, un poco de carne quizás.
 La otra la miró estupefacta.
 -¿Carne, justamente eso se te ocurre que podemos comprar? Tuvimos bastante en estos días; y
sabés bien a que me refiero. Además, la plata se hizo para guardarla, no para despilfarrarla. Nada de gastos por ahora.
 La hermana asintió, cómplice.
 -Tenés razón, querida Brunilda. Ni pensar en eso.
 -Lo único que hay que hacer es buscar carbón, pero eso será mañana; todavía hay algo.
 Montaron en las bicicletas y, sin hablarse, volvieron a la casa.

 El invierno pasó y con él se fueron muchos problemas. El sol comenzó a brillar con más fuerza y el campo se llenó de flores silvestres, pequeñas margaritas, azules algunas, aliladas otras y también amarillas.
 La casa de los perros sufrió algunos contratiempos puesto que con la primavera las lluvias se
hicieron más frecuentes y el agua empezó a colarse por los techos y por las paredes nunca
reparadas. Pero, para las dueñas de casa, la solución era muy simple. Colocaron por doquier, en el piso y sobre los muebles, cacerolas, tarros, frascos y latas varias para contener las goteras. Caminar por adentro era un juego sinuoso y complicado. La que más lo sufría era Aída, ya que decía, ante la mirada reprobatoria de su hermana, que esto era la causa de sus neuralgias y complicaciones estomacales entre otros males menores y mayores.
 -La pobre Olympia no se hubiera quejado tanto, seguramente.
 La otra, a la sola mención de la hermana muerta, se persignó tres veces.

 Una noche las despertaron unos ladridos, mejor dicho la imitación de unos ladridos que fue tapado inmediatamente por los verdaderos, los de los perros.
Brunilda se levantó presta de la cama y tomó la escopeta del rincón antes de espiar por la ventana.
Pero no alcanzó a ver nada y los ladridos cesaron. Entonces volvió a su lecho.
 Cuando se levantaron, bien temprano, descubrieron que Cata, la perrita más joven había tenido cinco cachorros.
 -Ahora me explico tanto alboroto.
 -Claro, es cierto, es verdad.
 La voz de Brunilda había sonado segura, en cambio la de la otra, a pesar de tantas afirmaciones, se había escuchado más débil. Ninguna de las dos, no obstante, creía en la teoría de los recién nacidos para justificar tantos ladridos, sobre todos aquellos que sonaron a falsos. Pero esta presunción no fue comentada en voz alta.
 -Andá, traé unas cobijas viejas para tapar a los perritos.
 Aída fue presurosa hacia adentro, obediente como siempre.
 Entonces pasaron unos días en los que la tranquilidad vio crecer a los cachorros.

 Hasta que sucedió otra vez, durante el día, a pleno sol, mientras daban el paseo en sus bicicletas.
Los ladridos provenían ahora de unos arbustos cercanos y se escuchaban fuertes y, quizás por
efecto del viento, parecían mezclarse con una risa leve y burlona.
 Se detuvieron, estuvieron un instante dispuestas a escuchar, pero solo percibieron la pesadez del silencio. Se miraron y sin comentar nada continuaron con la marcha y, acortando la ronda,
decidieron volver para la casa.
 A los dos días nuevos ladridos sonaron dentro mismo de la vivienda, mientras hacían la siesta.
Aída se incorporó asustada y miró a su hermana. Esta rápidamente fue hacia la cocina pero solo se oía ahora el batir de la ventana abierta que golpeaba sobre la pared junto con el gruñir de los perros afuera.
 -Dejaste otra vez la ventana abierta estúpida.
 -No, nunca lo hago, sabés muy bien que soy muy miedosa.
 La otra tuvo que callarse, dándole la razón. -Bueno, salgamos, vamos hacia el pueblo. Aquí pasa algo raro.

 Cuando llegaron a la plaza, luego de comprar un poco de querosén, lo vieron. Estaba sentado en una de las hamacas para los chicos y las miraba plácidamente. Y hasta les hizo un gesto
ceremonioso de reconocimiento con la mano, que ellas no contestaron. Al contrario, apuraron el paso. Al doblar, en la esquina próxima, se apareció nuevamente, inclinando esta vez todo su
cuerpo a modo de saludo. Luego lo toparon en el camino, más tarde se había instalado arriba de un árbol y por último apoyado en una tranquera. Siempre con una sonrisa abierta y burlona.
 -Vamos a casa. Tenemos que pensar Y hablar.
 Cuando llegaron, la puerta se encontraba abierta y uno de los perros estaba afuera, persiguiendo a otro, uno desconocido al que le faltaba una oreja.
 Entraron presurosas y la cerraron, poniéndole la tranca.
 -Decime, dónde está la ropa de ese hombre.
 -Vos la quemaste, Brunilda.
 La respuesta fue ya sin temor hacia su hermana; había otro que lo había reemplazado, el terror.
 -No mientas, sabés que no me gusta. Vos fuiste la encargada de hacerlo.
 -Todo es por tu culpa, no soy tan estúpida como creés. Estaba desnudo cuando lo hicimos y la ropa no está aquí. Ha pasado ya mucho tiempo y la hubiéramos visto o encontrado. Además lo de ese traperío es solo un detalle. Lo importante es que lo vimos.
 El tono fue firme y desafiante. Todo lo que dijo fue frente a frente, de cara a su hermana, casi
trasmitiéndole su aliento, agrio de miedo.
 -Mentís, mentís, estás tratando de hacer trampa. ¿Dónde, dónde…?
 La tomó por los hombros y empezó a zamarrearla, cada vez más fuerte. La otra al principio se
aguantó pero luego se defendió de la misma manera. Terminaron revolcadas en el piso, sangrando por los mordiscones y dentelladas que una a la otra se habían propinado.
 En el momento más fuerte de la pelea se escucharon golpes en la entrada. Ambas se paralizaron.
 Cuando finalmente Brunilda abrió la puerta el hombre, el ciruja, Nicolás, estaba allí, sonriéndoles.
 -Pasaba por aquí y me dije… voy a saludar a las damas. ¡Hace mucho que no nos vemos! Les
quería pedir un favor, ya que sé que estoy hablando con personas muy amables.
 Las miradas de las mujeres estaban fijas, como petrificadas en los ojos del hombre.
 -Como estoy solo en este mundo necesitaría que alguno de estos días, aprovechando estos solazos tan fuertes, me lavaran la ropa. Es la única que tengo y pensé en ustedes, que son tan buenas personas.
 Las mujeres no escucharon más. Se abrieron paso y marcharon hacia el camino, tomadas del brazo.
Dos o tres perros las siguieron. El hombre se quedó mirándolas hasta que se perdieron en la
espesura de un bosque olvidado.

 El pueblo, sobre todo el vecino a este pequeño balneario, fue animándose a medida que llegaba el calor. Sin contratiempos, con días soleados ideales para la playa y también nublados, indicados para las actividades y juegos del verano. De un verano más.

 Tienen frío. Están sentadas en sendos bancos de madera. La pared del fondo es blanca y despojada.
La puerta de acceso a ese cuarto es hermética. Se abre cuando les dejan la comida o por alguna otra necesidad.

 Los perros continúan ladrando, pero solo ellas los perciben.                

“UNA MUERTE CUALQUIERA”

 - Dice que lo encontró en la cama, en su cuarto, luego de comprobar la hora; era cerca de mediodía y no se había levantado. Entonces fue a despertarlo. Parece que el hombre estaba acostado, boca arriba, destapado y con un cuchillo, clavado en el pecho; también dice que él sostenía el arma con su mano derecha y que, además,  sonreía. Eso es cierto, lo comprobé; una mueca más bien, un gesto…extraño.
 -Sea más escueto y claro ¿Me comprende?
 El otro asintió.
 -Según dice, parece que se impresionó tanto con esa imagen, que se quedó un rato quieta, inmovilizada, al lado del muerto y sin saber que hacer. Si,  “Sin saber que hacer”, así dijo. Estuvo así, un largo tiempo hasta que después fue al baño y se lavó la cara; luego se pintó un poco y entonces fue hacia el teléfono y llamó a la policía, a nosotros.
 -No aclare obviedades y continúe.
 -Si, señor.
 Apoyó su mano en el respaldo de la silla e inmediatamente la retiró ante la mirada reprobatoria del otro.
  -Y nada más. Después tomó su segundo café y fumó un cigarrillo. De los negros ¿Raro no, en una mujer?
 El Comisario levantó la vista y le hizo un gesto para que saliera.

 “Te pedí que no me incluyeras en esa historia. Yo siempre fui una persona de esas que no se meten con nadie, tranquila, honesta, con una determinada forma de vida, se diría decorosa y simple. Empezaste con algo inocente, sencillo, me lo decías y yo sabía que no iba con mi personalidad pero era quizás por eso que me causaba un poco de gracia. ¿Te acordás? Empezaste, como al pasar, a decirme que yo era un poco careta, como broma al principio, pero después no, lo agravaste y me dijiste que era muy falsa, que tenía dos caras, que con una de ellas especulaba y me hacía la buena, la virtuosa, para pasarla mejor y  que era así como había logrado engañar a mis padres quienes, gracias a mí, por ayudarme, habían dejado la vida, se habían desbarrancado tanto al punto de enfermarse y morir de frío, angustia, hambre y que se yo cuantas cosas más me dijiste. Pero el comienzo fue esa palabra, careta,  como aún hoy te gusta llamarme. Y si, empezaste por ahí y yo casi ese día te sonreí; ya que nunca me habían dicho eso, claro, si yo no era así lo repito, si hasta me tuviste que explicar el significado preciso, ya que nunca, nunca me habían dicho eso. ¿Cómo me lo iban a llamar así? Es por eso, quizás, que en ese momento te sonreí, creo. Después no; seguiste con lo mismo, eso, lo de siempre. Claro, con una mirada alegre y burlona que casi me convencían de que no debía enojarme. Al principio no te entendí, pero con vos siempre me ha sucedido lo mismo;  será que toda la vida confié en los demás, ese ha sido mi defecto y también tal vez mi virtud. Idiota creo, eso es lo que siempre fui; esa era en realidad la otra de mis dos caras una careta  que no se hacía la idiota, que lo era aunque, repito, según vos, lo hacía a propósito, fingía,  para pasarla lo mejor posible. Nunca pensé que alguien pudiera pensar eso de mí, creer que yo fuera así, una persona falsa, eso. Pero fuiste por más y de ahí a soportarte todo lo que vino después resultaba muy sencillo. Te tomé miedo y no tuve otro remedio más que aguantarte y ver como te gustaba realizar todo a tu voluntad sin tener en cuenta la de los otros, tus amigos, para que luego, ellos también me insultaran secretamente con la burla de sus sonrisas, con vos a la cabeza. Y pensar todo empezó con una palabra que yo te permití. Y que fue tu comienzo más inocente; pero fue el puente para otras cosas más humillantes, que hasta recordarlas me da verguenza.  Una vez te decidiste por las ausencias, y entonces desaparecías, sin dar explicaciones y sin siquiera mirarme a los cuando ellos te preguntaban, cuando querían saber por qué te ibas, qué razón para esta fuera de casa y dejarme tan sola. Ausencias cortas al principio, uno o dos días, lo suficiente para que yo no sospechara; más tarde los plazos se alargaron y desaparecías por más tiempo, semanas y hasta meses. Y un día tuve como una revelación. Me di cuenta de que eso hacía que yo respirara más tranquila. ¿Qué cosa, no? Parece  todo muy contradictorio. Cada día que no estabas, que te ibas, cada una de esas veces digo, mi cabeza se…iluminaba y podía ver, a la distancia, todo el mal que me estabas haciendo a cambio de nada.  Entonces, comprendí que me estaba sucediendo algo bueno. A ver, fue así. ¿Qué más quería yo que no verte, si a esa altura el odio que sentía por vos y también hacia mi misma eran el único motor verdaderamente potente de mi vida? Esa situación podía haber durado mucho tiempo, pero no, no entendiste hasta donde podías llegar. Tenías algo así como la obligación de complicarme, de hacerme sentir el peligro, de transformarme en delincuente a mí también. Si no fuera así nunca hubiera entendido las cosas que sucedieron más tarde. ¿Cómo explicar, al principio, esas llamadas anónimas, que me amenazaban?  ¿A mi te das cuenta? No solo que me amenazaban sino que también me exigían, me pedían dinero, una plata que ellos decían que yo tenía y que, ante mi negativa, juraban que me iban a matar, a descuartizar si no hacía caso, si no daba la plata y los papeles y las fotos.  Más tarde entendí esto último. Fue cuando encontré la caja llena de cartas y de fotos rotas, con gente irreconocible a fuerza de estar partida en mil pedazos. Nunca supe cuanto tiempo hacía que todo eso estaba justo debajo de la cama en el lugar donde yo dormía. Y, por último, esa carta o nota extraña que recibí por correo y a mi nombre de casada, con el apellido de mi marido ya muerto hace mil años, claro, la carta no era para mí, seguro que no, pero me estaba dirigida. Había dos o tres hojas dentro. Garabatos, dibujos incomprensibles, sumas y restas, cifras y más cifras a los que no les pude encontrar sentido; sólo números, abstracciones que no significaban nada. Aparentemente…”

 La hija no paraba de llorar, tanto es así que uno de los policías, a instancias del médico forense, le pidió que hiciera un poco de silencio. Se lo dijo educadamente pero a ella no le gustó.
 Exagera; demasiado quisquillosa. Eso es lo que pensó la madre.
 Tocaron a la puerta y la mujer, entreabriéndola apenas, informó al vecino lo que había sucedido. Muy someramente.
 Seguro que todo el barrio estaba ya enterado. Bastaba con el portero, que sin largar la escoba ya lo estaría difundiendo. Portavoz, eso era lo mejor que hacía.
 -¿Y bien, doctor?
 -¿Tenía algún problema?
 La mujer lo miró y movió la cabeza negativamente. La hija se acercó, ansiosamente.
 -Era asmático.
 -Ajá.

 “Siempre fuiste una mierda. Cuanto nos conocimos me cautivó tu amabilidad y simpatía pero, sobre todo, tu sinceridad. Me gustaste, es cierto. Lo primero que me dijiste con una sonrisa blanda como de disculpas, que estabas casado, que tu mujer era unos años mayor que vos y que ella ya tenía una hija de un matrimonio anterior. Todo eso lo acepté, por que no. Me gustaba estar con vos, lo repito, al punto de que acostumbré a no salir, a no ir tanto al cine y a pasear por el centro o encontrarme con amigas y tomar café. A vos no te gustaba la calle me decías y bueno yo era feliz a tu lado, entonces prefería estar con vos, en casa,  yo lo elegí. Claro, yo estaba muy contenta;  me parecía que estaba casada, que tenía un marido bajo techo y todas esas cosas que tenemos algunas mujeres. Hasta que, finalmente, se produjo la sorpresa. Me acuerdo muy bien de ese día. Volví a casa del trabajo, un poco más temprano que de costumbre y percibí algo raro, diferente. La luz, quizás ¿Por qué estaba encendida en el comedor si yo era tan cuidadosa que antes de salir controlaba que todo estuviera en orden? Era la luz sí, así empezó la cosa, ese día, de improviso viniste en mi ausencia y te encerraste en la pieza con esas cuatro. En una casa que, además y sobre todo, no era la tuya, era la mía. Principio éste que no se te podía haber escapado. Y esas mujeres…Una peor que la otra. Cuando salieron de casa me dio vergüenza por los vecinos. “¿Qué te importan los de afuera?”  Y ahí nomás vino el empujón, los golpes hasta que me tiraste al piso y casi estuviste a punto de patearme. Ojos de perro irónico. Todavía veo esa mirada tuya, de desdén, cuando me hiciste la pregunta. “Los de afuera, esos son mis vecinos, sabés.”  Y cada vez que yo intentaba quejarme era era peor; entonces me tomabas por los brazos y me sacudías tanto que parecía que los huesos se me partían. Lo más terrible para mí fue cuando ese día entré de improviso a la pieza y te encontré con esa otra, la más vieja, con un revólver grande, negro, monstruoso entre tus manos, moviéndolo como si fuera un juguete. Alzaste la vista y me miraste tranquilamente; me mostraste el arma y el trapo con el que, aparentemente la limpiabas. Ante mi mirada de terror sonreíste. A partir de ese día eras cada vez más violento, me da vergüenza recordar las veces que me golpeaste, pero lo  peor, lo más denigrante fue ese día en el que tuviste el coraje de coronar esas embestidas bestiales con el ofrecimiento de tu sexo para, según vos, dejarme tranquila, contenta. Pero a esa altura el miedo se mezclaba con el asco. Y ahí si pensaba aunque sea en ellos, en la ayuda de los vecinos, que eran quienes más o menos estaban al tanto, porque oían, sus orejas pegadas golosamente a las paredes seguramente.  Aunque yo te diga que los mejor intencionados –si los hay- se han apiadado de mi y hasta me han pedido que me atreva, que me anime, que no me va a pasar nada, que los llame, que vaya a la policía, que te denuncie. Es por eso que en esos momentos pensaba en ellos. Yo creo que eso tampoco te importa. Claro, a vos no, porque soy yo la que tiene que dar la cara en la calle; soportar sus habladurías, lo peor es que algunos hasta son también capaces de incluirme en esa colección de putas que traés todos los días para humillarme. Y en eso ya lo sé, no hay bienintencionados. No soy tan estúpida. Y ahora seguí, desquitate, mañana trae a cuarenta de esas, total para vos es fácil conseguirlas y yo, yo estoy ya acostumbrada. Pero ahora te voy a pedir algo. Escuchame bien. Quiero que me des una buena paliza, pero fuerte, de esas bien grandes, de las que dejan moretones, llagas y algún que otro hueso roto. ¿Sabés por qué te lo pido? No porque me guste que me peguen; no, lo hago simplemente porque me estoy anticipando a lo que vas a hacer. ¿Y sabés por qué decidirás hacer eso? Por esto, porque quiero que escuches algo que te concierne a vos, pedazo de infeliz, algo que yo, la estúpida que tenés adelante se atreve a hacerte. Vas a tener un hijo.” Desde ese día no te vi más. Lo único que recuerdo es esa mirada de odio y ese gesto amenazante con el puño que quedó solo en eso, en un gesto, ante la actitud pasiva y sonriente que logré componer antes de que te fueras. “En un rato vienen mis hermanos y tu mujer ya lo sabe y tu hija también; están muy contentas, sabés.”

 Una familia pequeña. Esposa y una hija. Además tenía un hermano, radicado en Honduras y una prima lejana a quien no veía desde hacía mucho tiempo. Algunos amigos también, claro.
 -¿Usted es la esposa?
 -Si, así es.
 El oficial pidió la lista completa de los familiares y conocidos y si fuera posible también las direcciones.
 -Hay algo que no me gusta. Mire esas gotas, están muy alejadas.
 -¿Entonces?
 -No firme nada. A la Morgue.Ya veremos.
 La mujer pareció no haber oído lo que había escuchado.
 Cuando lo llevaron, en la calle había una multitud. Ella no salió, pero la hija si lo hizo y, en la vereda, dio el espectáculo de las lágrimas.
 Fastidiada, la otra cerró la puerta.

 Al día siguiente alguien del barrio lo leyó en el diario y otro lo vio en la tele. Luego lo hicieron muchos más, casi todos los de la cuadra, al menos.
 -Raro que una muerte normal salga en las policiales ¿no?
 La otra la miró curiosamente.
 -Tenga, después le traigo el envase. Si, por un lado es raro.
 -¿Y por el otro?
 Salieron del super.
 -También. Usted sabe.
 Vecinos. Curiosos. Gente común.

“Toda la vida tuve que caminar a su lado, pero como en una cornisa. Dependía siempre de su mirada vigilante y protectora. Pero rara vez se dignaba a girar los ojos hacia mi; siempre dijo que yo era muy valiente, que el mundo y la vida estaban hechos para que yo los manejara a mi antojo.   Cuando él descubrió que a mi me gustaba el canto pareció embelesarse con la idea de escuchar mi voz; me decía que yo debía cantar siempre, no solo para él sino para todos. Luego, las contradicciones. Un día, hubo una pelea fuerte en la calle entre dos chicos a los que yo desconocía. Los gritos y el llanto de uno de ellos, el más chiquito y débil, eran tan fuertes que yo quise intervenir. Entonces él sonrió y tomándome por el mentón me dijo que yo no necesitaba de nadie para demostrar mi grandeza y que ese pibe al que yo quería socorrer era una nada de la calle, un pedazo de bosta hedionda y después agregaste que ni era siquiera eso, se trataba solo de basura que, como casi todos, merecía la muerte sin más. Todo esto dicho con una docilidad y una blandura estremecedora. Durante un tiempo, sentí muy profundamente que él creía en mi como nadie lo había hecho y  eso me daba, claro, una sensación de seguridad y de orgullo. Una noche, unos jadeos lastimeros y luego unos llantos sordos que no podían ser contenidos me despertaron. Tuve que taparme con las cobijas para no saber quien se estaba quejando y quien era  el causante de esa tortura. Luego lo supe. Y entonces comenzó el miedo; empecé a descubrir detrás de la mansedumbre y dulzura de su mirada, la frialdad de unos ojos duros e impiadosos. Una noche de gritos espié por la puerta entreabierta de la habitación, en un momento en el que sabía que él estaba en el baño contiguo. Ella estaba desnuda, mirándose al espejo y acariciándose la piel, en la que unas marcas horribles, violáceas, casi negras, profundas y extendidas en el cuello formaban un dibujo que él, al volver a la habitación, comenzó a acariciar rudamente, bajo la sumisa mirada de…de ella,  a la que él sonreía con descaro. No sé, no lo puedo asegurar pero sentía esas marcas como si hubieran sido hechas en mi cuerpo, antes, cuando era una niña. Otra noche soñé con que me pegaban; alguien se había sacado el cinturón y lo sacudía en mi espalda. Yo, en el sueño me tapaba la cara, seguramente estaba aquello que no quería saber. Una noche, esto me cuesta decirlo, sentí que alguien entraba en mi cama. Me restregué los ojos y me di vuelta para seguir durmiendo; no era la primera vez que el desvelo, la imaginación, ambas cosas tal vez  me engañaban al punto de sentir la presencia física de mis fantasías. Pero esa vez no, esa noche sus manos acariciaban mi cuerpo mientras yo fingía estar dormida. Mis ojos estaban abiertos y como bloqueados en su desmesura. Sus manos fueron a mis piernas hasta llegar a mis piernas y acariciar mi sexo. Y fue ahí que lloré, no pude evitarlo; primero fueron unas compulsiones, luego un llanto silencioso y por último todo mi cuerpo se descompuso al punto que creo que él se asustó y salió rápida y sigilosamente del lecho. Bueno, seguí con la música, no muy lejos, lo suficiente para aprender a cantar el dolor y después, con miedo, alejarme ”

 Las puertas de madera, altas, las paredes pintadas de gris brillante hasta la mitad, el embaldosado gastado pero quizás excesivamente limpio, creaban una sensación inhóspita, fría.
 -Fíjese en la dirección del cuchillo. Ha entrado en el cuerpo de una manera casi horizontal, en forma paralela al tórax pero, lo curioso es que haya quedado clavado en otra posición. En cuarenta y cinco grados.  Es raro que un suicida se ocupe de esos…detalles. De la geometría.
 El comisario miró al médico forense, esperando.
 -Si, doctor, comprendo. ¿Entonces?
 -La mano que empuñó el cuchillo tenía un cuerpo detrás que lo guiaba. Así de simple. Alguien lo hizo. Y usó una técnica para estar bien seguro del resultado final.

 -En realidad lo conozco desde muy chica, vivía al lado de la casa de mis padres, allá en Baradero,
es decir, éramos vecinos y se sabe que cuando se vive en un pueblo es bastante común  y corriente que las familias se frecuenten. Y ése era nuestro caso. Además su papá era músico. Tocaba jazz, la trompeta. Y siempre estaba dispuesto a brindarnos alguna pieza.
 Este fue mi segundo casamiento, ya que lamentablemente quedé viuda muy joven, a los diecinueve años y con un bebé, Marcela.
 Con él me casé a los veintiun años y nos vinimos a Buenos Aires, los tres, a un departamento en Almagro, cerca de aquí. Después de un tiempo pudimos comprar esta casita donde creció la nena que también para él era una hija. ¿Le molesta que fume?
 El policía negó con la cabeza.
 La mujer aspiró su cigarrillo hondamente y el hombre carraspeó.

 El médico acercó la lupa. Si bien la luz era suficiente y estaba tan cerca del cuerpo, el profesional quiso asegurarse.
 -Acérquese, por favor.
 El asistente, enfermero de la morgue miró hacia donde el doctor le señalaba.
 -Creo que evidentemente se trata de una mordedura. La parte más rasgada está en la base y se extiende, ya más debilitada, a lo largo del miembro.
 El otro se inclinó sobre la zona afectada.
 -Cierto, Doctor. Hasta se observa un leve raspón en el glande.
 El médico asintió y luego murmuró algo que el otro no entendió.

 -Le voy a ser muy franca, señor. De los dos, él era mi preferido. No sé si fue así porque era quien más se ocupó de mí y me dio todos los gustos. O tal vez ha sido por la lástima que siempre le tuve, debido al mal trato permanente…
 Acá interrumpió su declaración y se largó a llorar.
 -Su vida fue un fracaso, desde su infancia, según contaba; una humillación tras otra. Un día se casó, con mi mamá, ya lo sabe. No es que ella fuera mala, creo que los límites se le habían perdido y claro, lo hacía siempre sin importarle quien estaba delante. Le decía las cosas más horribles y él no contestaba, solo buscaba mi mirada con un  gesto de resignación y de…dolor. Yo trataba de entenderlo y de darle, aunque sea, mi complicidad… afectuosa. Pero no quiero ponerme de un lado o de otro, ellos son dos personas y entonces son diferentes, como nos pasa a todos, no se si me explico. Yo no vivo con ellos; me casé y bueno, mi relación también fue un fracaso. Ahora estoy sola.
 El llanto se hizo más intenso. El Oficial decidió suspender la indagatoria.
 -Está bien señora, después seguiremos. Repóngase.


 Se quedó encerrada en su habitación. Los policías ya se habían ido. En la puerta de entrada de su departamento había colocado  un papel en el que informaba que estaba un poco descompuesta y  que se había ido a dormir temprano. Era reprochable ya que se trataba de una mentira. Pero eso no importaba. Lo que ella quería ahora, luego de ese golpe tan fuerte, era encontrar un poco de tranquilidad para poder pensar serenamente. Sintió culpa por sus vecinos, que ya sabían.
 Encendió la radio primero, luego la tele, por último nada.
 También desconectó el teléfono que, como era de esperar, empezó a sonar desde temprano.
 Ella ya había dicho todo lo que sabía. Que con él se llevaba bien, que estaba enterada que tenía una familia, que con la otra mujer no se trataba, que ni siquiera la conocía, y que lo mismo pasaba con la hija o hijastra, como quiera llamarla, que para ella solo estaba él, nada más. No tenía porque saber nada de su otra vida. “La doble vida” como la llamó curiosamente el policía.
 La mirada del Oficial era dura, había algo de prejuicio en el hombre, algo personal, ajeno al hecho en si.  
 Ella vivía sola. Y ahora lo estaba aún más, en la obscuridad de su cuarto.

 -Que pasen las dos, ya que han llegado juntas.
 Las mujeres entraron tímidamente al despacho del Comisario, quien les indicó que se sentaran.
 -Bueno, señor, aquí estamos. Usted dirá.
 Entre ellas se miraron, complacidas.
 -Bueno, veo que la señora ha tomado la palabra. Bien, continúe hablando. ¿Conocía a la familia vecina?
 -Por supuesto, vivo al lado del departamento de ellos, pegadita nomás.
 La otra asintió.
 -Yo también, pero del otro costado, en el “C”.
 La primera revoleó los ojos por todos lados y comenzó su discurso.
 -Mire, señor, este asunto nos causa mucha pena. Él era un buen hombre, trabajador a su manera, y digo así ya que con los trabajos de pintura domiciliaria lo que falta a veces es la continuidad.  No sé si me entiende.  De cualquier manera podrían haber vivido decorosamente, sobre todo si la mujer hubiera sido menos gastadora.
  La otra volvió a asentir.
 -Despilfarradora, más bien.
 -Eso. Además, bueno, además… ¿Cómo decirlo? En fin, que hay que disponer de bastante para mantener no solo a una sino a dos mujeres…Y no hablo de la hija, que es una santa y que hace mucho tiempo que no vive con ellos. Me refiero a la otra.

 Fue ese día, el de la borrachera infernal. No hizo entrar a sus amigos, sabía que en la casa no había nadie y quería estar solo. Cerró la pieza con llave y se metió en la cama, desplomándose en ella, tanto que la madera crujió y él, instintivamente, llevó su mano a la cintura, en gesto laxo y automático.
 Al rato escuchó golpes en la puerta del cuarto. Estaba medio dormido, más bien atontado. Miró el reloj mientras se preguntaba en silencio si debía abrir o tan siquiera preguntar quien era.
 Malhumorado se decidió,  ya que, después de haber consultado el reloj, supuso que se trataba de alguien de la casa.
 Cuando abrió la puerta todo pareció venírsele encima e inmediatamente comprendió. Parecía haber elegido con claridad un mensaje. Ella vestía de negro y había algo de estatuario en su imagen, Ambos se miraron, sin cruzar palabra. Sabían que algo sucedería, pronto y en un momento preciso. El tiempo se hacia largo; sobre todo porque no había nada para decirse, el silencio, solo eso; el resto no existía, todo estaba ya dicho, no valían las explicaciones.
 Era casi cerca de las once. Se acercó aún más a la puerta del dormitorio y sin darle tiempo y como  en un ritual falto ensayo, torpemente, pero con mano firme dirigió el arma y la hundió profundamente. Luego, de un golpe, la maniobró hasta cambiarla de posición. El cuerpo se desplomó rápidamente.  Alrededor estaba el silencio, el vecindario había enmudecido y no había ruidos sospechosos. El invierno hacía que todo fuera más breve y que la vida finalizara antes. Fue, entonces, hacia la cocina, directamente hacia el cajón y lo cerró. No le gustaba el desorden.
 Ahora si, como en un ritual muy ensayado lo arrastró hasta meterlo en la cama y agregó al hecho un detalle significativo, una marca, su firma.
 Apagó la linterna y salió. Y no se habló más. En la calle, el frío no amparaba a nadie.

 -Bueno, es así, nos guste o no.
 -Hay demasiadas evidencias.
 Miró la hora, disimulando su impaciencia.
 -Efectivamente, Su Señoría.
 -Entonces… ¿Será falta de habilidad…?
 -No puedo responder a eso. Solo decir, si me lo permite, que mis hombres son muy capaces.
 -Hay un dato muy relevante.
 -Lo sé. Las marcas en el miembro. ¿Uñas? ¿Dientes? ¿Un elemento cualquiera, capaz de raspar?
 -Sí, eso. ¿Las mujeres fueron investigadas debidamente?
 -Si, por supuesto Su Señoría. Las tres presentaron coartadas que cubrían las horas del hecho. Estaban, cada una, en diferentes lugares. Multitudinarios todos. La cancha de Boca; un recital en el Luna Park y una marcha por los Derechos Humanos. Además…
 -Si, diga.
 -El médico, mejor dicho los médicos forenses no han podido determinar la naturaleza de las heridas.
 El Juez se levantó de su asiento y fue hacia la ventana. Los pantalones se le habían pegado de tanto estar sentado. Casi ocho horas, demasiado.
 -Bien, haremos el informe detallado. Creo que esta causa…
 -¿Si?
 -No, nada.
 Fueron hacia la puerta.

 Se acostumbró a ir por la mañana, temprano, una vez por mes. Le gusta estar sola. No quiere que alguien sepa de esa lágrima, siempre dispuesta, que riega esa vieja y abandonada tumba familiar.
 Pasaron cinco meses y ella cumple.
 Se agacha, entonces y deja una flor, una rosa.
 “No sé si lo merecés. Pero al menos estás muerto y puedo perdonarte. En cambio a la otra; no sé, ésa tendría que sufrir el espanto de una tortura y seguir viviendo, a duras penas. Ahora ya está, te lo hizo bien y vos caíste. Y yo también. Pero no te preocupes, yo sé quien fue y pagará por eso.”
 Hay viento y no hay nadie; solo almas dando vueltas por así decir.
 La mujer se arregla el pelo y va hacia la entrada. Antes de salir, vuelve la cabeza.

 Se sentó al borde de una tumba cercana mientras trataba de serenarse. Él estaba enfrente, metido en ese lugar, quieto y frío aunque bien quisiera que fuera un cuarto de hotel y estar metido en una cama mugrienta con una de esas, una cualquiera que bien que le gustaban.
 “Pero hoy no, hoy me tenés a mi. También te gustaría estar a mi lado, ahora sí, cuando ya no se puede, cuando te es imposible. Supongo que si vivieras me preferirías, yo al menos, de mi,  ni siquiera un arañazo. Se que no te importa, pero te juro que, de rabia, a la que lo hizo la encendería fuego de por vida. Y es lo que haré; ella cree que no sé, pero se equivoca y le va a costar caro”.
 Es verano y se acerca una pareja de gente mayor que tuerce el rumbo allí nomás, en la calle más próxima.
 Se levanta, se mira las uñas, se quita el pulóver y se va yendo. Antes de salir, vuelve la cabeza.

 “Deseo que tardes en pudrirte allí abajo, hijo de puta, si es que en ese sitio todavía se sufre…No, no es cierto, te extraño, fueron muchos años y ahora, ahora ya no te veo, solo puedo recordarte o imaginarte, que es peor. ¿Por qué fuiste tan malo con todos? Estás ahí pero no sé si estás realmente y si podés escucharme.  No lo sé,  pero quiero decirte que en ese momento, cuando el cuchillo entró en tu cuerpo sentí el placer de la posesión. Como nunca en la vida, te lo juro.”
 Muy cerca hay un entierro. Gente acongojada, autos, olor de flores que es como el olor de la muerte.  
 Ella desvió la mirada primero y luego dio la espalda. Fijó los ojos en los árboles lejanos, en las copas, que brillaban ese día de primavera.
 Se acercó y tocó la piedra de la tumba a modo de despedida. No pudo evitarlo y lloró; más que por él, por todo.
 Luego fue hacia la salida, dando un rodeo para evitar los rituales vecinos. Al llegar a la puerta y antes de salir, volvió la cabeza.



                                                                                                                                                                              Buenos Aires, Invierno de 2010























  
















                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                           

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